“La literatura tiene la posibilidad de transmutar conciencias; la política, no”, señala Geney Beltrán

10/08/2019 - 12:03 am

“A largo plazo, la literatura tiene la posibilidad de trastocar y transmutar la conciencia de los lectores, de tal manera que haya una transformación. Eso la política no lo puede hacer”, dice Geney Beltrán, autor de Adiós, Tomasa

Ciudad de México, 10 de agosto (SinEmbargo).– Geney Beltrán, escritor mexicano, lleva a los lectores al Chapotán de los años ochenta, en Durango. Ahí presenta a la familia Carrasco Heras y a su nueva empleada doméstica, Tomasa, una muchacha “diligente, tímida y muy hermosa que trae consigo un secreto que le causa dolor y miedo”.

“Desde la mirada inquieta y sensible de Flavio, el hijo menor, Adiós, Tomasa desmenuza los conflictos de un México rural prácticamente desconocido, en de esos pueblos serranos adonde la ley nunca llega”, reseña Alfaguara sobre la más reciente obra de Beltrán.

En entrevista con Puntos y Comas, Geney habla sobre el México machista y violento, la literatura, las dificultades que enfrentan los escritores y los personajes de Adiós, Tomasa, su novela.

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– Geney, ¿es más fácil escribir sobre la violencia en un país como México?

–Probablemente no es más fácil justamente porque es un asunto actual, y que ha lastimado a tantas familias. Se corre el riesgo de banalizarlo o de tratarlo de manera efectista, cobarde o amarillista. Creo que requiere de un abordaje que tome en cuenta el respeto a las víctimas para que no parezcan sólo seres emotivos en una obra artística. Así se lucraría de una forma abusiva sobre el sufrimiento de otros. El reto es arduo. Las víctimas no deben perder su condición de seres humanos y lo que los define no debe ser sólo haber sufrido un agravio o un acto de violencia. Creo que eso aplicaría al tratamiento del asunto del narcotráfico en la literatura, aunque para muchísimas personas es un negocio, no es conveniente reducir el narcotráfico a las acciones concretas que desarrollan para prosperar en ese negocio, sino que también sería importante identificar el antes y el después, tanto lo que lleva a muchas personas a dedicarse al narcotráfico como lo que implica la transformación interior de su vida a partir de eso. Es un reto para el arte. No hay que despojar de esa complejidad humana al que sufre o comete un acto de violencia. Si no es así, entonces estaríamos entregando una fotografía blanco y negro, una suerte de momento único, sin ver el contexto o aquello que condiciona y transforma.

–En la novela dibujas un México violento, machista. ¿Qué tan diferente es ese México al actual?

–Tengo un microcosmos. Este pueblo, Chapotán, existe en la sierra de Durango. Es una realidad que conocí yo en los años ochenta, cuando era niño. Es la distancia la que me permitió ver esas características, su gravedad y repercusiones. La violencia machista, como el narcotráfico, es algo que resulta normal para los habitantes de este pueblo. Entonces creo que aunque es un microcosmos, sí tiene afinidad con lo que pasa actualmente, con lo que ha pasado en los últimos 30 años. No es algo de Sinaloa y Durango, es algo de todo el país. En Adiós, Tomasa se hace referencia al sembradío, a la primera etapa. La violencia tiene que ver con que no hay una noción de respeto a la ley y a la justicia, y también por la forma cómo se educa a los niños y niñas sobre los roles que deben seguir. Eso se afianza gracias al habla. Eso es lo que resulta más difícil cambiar y sigue siendo vigente. Eso estaría detrás del grave problema de los feminicidios y en general de la violencia contra las mujeres y niños.

–Cuéntanos sobre Tomasa y la decisión que toma de quedarse callada después de ser agredida.

–El silencio de Tomasa es parte de la educación de las mujeres en este sistema patriarcal en el cual está inmerso Chapotán. En ese sistema una mujer no tiene que hablar demasiado. No tiene el ejemplo de otras mujeres que se atrevan a dar la cuenta de sus agravios, por eso no sabe que hay la posibilidad de hablar. El silencio de las víctimas forma parte de la pervivencia y de la injusticia, por eso la ficción tendría ese cometido: rescatar del silencio y del olvido las historias que las víctimas no podían transmitir. El silencio de Tomasa es el silencio de la madre del protagonista, Flavio; es es el silencio de Flavio, que toma partido por las mujeres. Mi interés era retratar el mundo en el cual todos los habitantes proyectan en el cuerpo de Tomasa sus deseos y frustraciones. Es una persona que recibe esas proyecciones y termina siendo un misterio para los habitantes. Hay otras mujeres en las cuales se particulariza más qué están sintiendo. Me interesaba mostrar cómo el personaje de la mujer cumple una función depositaria en el sistema patriarcal. En primer término es el objeto de deseo sexual de todos los muchachos del pueblo, pero también es una nueva integrante de la familia. La mamá y Flavio proyectan en ella carencias afectivas.

–Cuéntanos sobre el papel de Flavio.

–La elección de un personaje infantil como testigo, como núcleo de la narrativa, viene con la intención de cuestionarlo. Al hacerse muchas preguntas, Flavio muestra extrañamiento ante lo que los adultos han hecho y creen que es lo natural. Esa condición de un integrante de la familia que se siente extraño, que se siente fuera de lugar, lo lleva a descolocarse y mantener una postura inquieta. Cuestiona. Eso compensa que es un personaje sometido. Es un niño que debe comportarse. Entonces su función es escuchar y observar. Hay una responsabilidad muy grande. Él sostiene con su mirada y sus oídos la posibilidad de recuperar esa historia. Es difícil hacer un personaje infantil porque puede deslizarse una visión condescendiente, una visión esquemática. Es un reto. Se recuperan imágenes de la violencia machista en el habla, pues son las palabras que Flavio escucha todos los días.

Geney Beltrán. Foto: Carlos Vargas, SinEmbargo.

–¿Cuál es tu opinión sobre el México de hoy?

–Los cambios no se dan de una forma tan abrupta, como los políticos querrían. Hay inercias que se desarrollan en un largo plazo. El microcosmos de Chapotán en los años ochenta, no cambiaría de la noche a la mañana, por más buenas intenciones que tenga un político. Tiene que ver con la narrativa, con representar los vínculos afectivos. El hecho de que los padres recurran al castigo físico de los niños pequeños, coloca a Flavio en una condición paradójica. La madre, su soporte, es la misma que lo agrede. Esa condición dual está detrás de muchísimas dinámicas de conducta. No se puede cambiar tan fácil. Más allá de lo que significa representar lazos afectivos de esos apegos, creo que la ficción puede entrar en la conciencia de los lectores, y llevarlos a echar una mirada hacia adentro y ver cómo esos lazos afectivos están en nuestra vida. Hay que trabajar hacia adentro del lector, por eso trabajamos hacia adentro del personaje: cómo sufre, cómo siente. Eso es un espejo para el lector. A largo plazo, la literatura tiene la posibilidad de trastocar y transmutar la conciencia de los lectores, de tal manera que haya una transformación. Eso la política no lo puede hacer. Soy escéptico de los discursos redentoristas, pues no toman en cuenta la complejidad de los seres humanos. No tienen el conocimiento más certero, como si lo tiene el arte.

–¿Prefieres ser el escritor o el crítico literario?

–He sido muchas cosas en mi vida. He trabajado en varios oficios y como escritor me atrae mucho el perfil renacentista de autores que han abordado distintos géneros. Si Alfonso Reyes escribía ensayo, cuento... lo mismo José Emilio Pacheco, Carlos Fuentes, Rosario Castellanos. Sí es un perfil que me atrae. El único inconveniente es que uno no tiene el tiempo para dedicarse con la misma intensidad a todo. Es muy respetable que haya escritores que sólo quieran ir en un carril. Lo que hace un autor de distintos géneros es que hace evidente en distintos textos lo que ocurre hacia el interior de todos los escritores; hay un desdoblamiento autocrítico. Hay muchos escritores que sólo escriben poesía o novela y también tienen esa postura y la manifiestan con un tuit o en talleres. No estuve en el ámbito académico. Me interesa un perfil divulgativo. Es importante que haya una búsqueda del lector común al que se le puedan dar nuevos abordajes, nuevas lecturas, de manera que se expanda el gozo por la literatura. Hay una carencia en la sociedad mexicana sobre la formación literaria. Se requiere más para disfrutar una tragedia de Sófocles. Hay conocimiento que permite disfrutar más esas obras. Ahí entra el papel del crítico en las plataformas periodísticas. El trabajo del crítico académico es necesario, pero es más difícil que llegue a una pluralidad de lectores. Es una labor que quita tiempo pero que es muy satisfactoria.

–¿Cuáles son los retos que has enfrentado en estos años en la industria editorial?

–Es muy difícil para un escritor profesionalizarse en una sociedad como la mexicana, donde no hay tantas librerías, donde no se le da el valor al libro. La forma en la cual se establece el diálogo requiere una infraestructura a nivel nacional que faculte que los libros lleguen a una multitud de lectores. Ese problema lleva al escritor a dedicarse a otro tipo de oficios. Eso provoca tiempos más prolongados para que salga un libro. Los escritores nos dedicamos a la burocracia, a la diplomacia o a vender llantas. Creo que el Estado mexicano ha hecho avances importantes, pero no se ha avanzado en la creación de públicos. Eso afecta a la circulación de las obras. No significa que no le guste a la gente, pero no han tenido el acercamiento con libros, películas, obras de teatro. El no profesionalizarse provoca mucha frustración en los artistas. A largo plazo sería el sistema educativo el encargado de que alumnos quieran acercarse a un buen libro.

–¿Tenías la intención de que Adiós, Tomasa tuviera incluida la denuncia o es una consecuencia de escribir sobre la realidad?

–Es un libro escrito a partir de la indignación e impotencia. Se basa en una historia verídica. A los que conoccimos a Tomasa nos lastimó muchísimo. Nos provocó una gran tristeza saber que se la habían llevado. Eso ocurrió cuando yo tenía ocho o nueve años, y es un proyecto que tuve durante años en la cabeza. Yo sentía que tenía una deuda con Tomasa. Tenía que terminar el libro sin traicionarla en su sensibilidad y que al mismo tiempo impactara la conciencia del lector. Esta realidad sigue vigente: hay injusticias. Las Tomasas del mundo no deberían sufrir. Tiene un elemento de denuncia que entronca muchas obras de la tradición latinoamericana, que han aspirado tanto a tener una condición estética, como a servir de interpelación indignada con la sociedad. No sé si lo haya logrado, pero sí era una aspiración que la denuncia y la capacidad de persuasión literaria fueran de la mano.

Carlos Vargas Sepúlveda
Periodista hecho en Polakas. Autor del libro Rostros en la oscuridad: El caso Ayotzinapa. Hace crónica del México violento de hoy. Ya concluyó siete maratones.
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