Susan Crowley
14/06/2019 - 12:03 am
Desasosiegos (in) domesticados
Individualmente, o en su conjunto, la obra de Moncho es un reto para quien la aborda. El encuentro con ella abre un montón de preguntas, ¿son espejos en los que se reflejan sensaciones?, de ser así, ¿esas sensaciones son las de todos nosotros?, ¿o tal vez son ideas que vagan invisibles dejándose atrapar?
Si viste un Volvo psicodélico exhibido en el lobby de la terminal 1 del aeropuerto, no es que estuviera mal estacionado. Se trata de una intervención de José Ramón González. Moncho, como lo conocemos cariñosamente, es artista. Su cuerpo de trabajo es difícil de definir, pareciera en permanente proceso, en constante evolución. Colocarse delante de cada una de sus obras nos obliga a sumergirnos en ella, a horadar entre las capas y capas que la componen, a no dar nada por un hecho y pensar más allá de lo inmediato. El formato, los materiales, los colores, las texturas, el uso de los mecanismos diversos que las hacen tan distintas entre sí se conjugan para abrir nuevos campos, geografías aún por descubrirse. Cuerpos fragmentados que culminan en terrenos cavernosos, que son a su vez túneles que no tienen final; finales que son nuevos inicios. Ciclos que convergen sin un propósito más que la propia experimentación. A veces ensoñación, otras, vértigo.
Individualmente, o en su conjunto, la obra de Moncho es un reto para quien la aborda. El encuentro con ella abre un montón de preguntas, ¿son espejos en los que se reflejan sensaciones?, de ser así, ¿esas sensaciones son las de todos nosotros?, ¿o tal vez son ideas que vagan invisibles dejándose atrapar?
El rigor y la intención cumplen un doble papel en su trabajo. Oscila entre el compromiso formal y el intento de servir como medio para expresar una realidad trascendente. Por un lado, la labor del artista como artesano, el descubrir las alternativas que los materiales le ofrecen, las posibles vías que una idea puede generar, pero también los límites de la materia y sus combinaciones.
El otro, el que habla de la trascendencia es un camino intrincado y complejo que involucra a Moncho como ser humano. Es la manera en la que concibe el mundo, como lo habita, sus preocupaciones por lo que ocurre en su entorno, la forma en la que él ha experimentado la existencia, el ejercicio que para él es la vida, la amistad, el crecimiento personal que cada día se exige, el continuo intento de domesticar el desasosiego. Las preguntas que vienen a la mente de cualquiera de nosotros y que él intenta contestar. “Con mi pintura quiero sanarme a mí mismo y, en el proceso, sanar a otros”, parecería decir su obra.
Me gusta pensar a Moncho como un propiciador de espacios en los que deambulan las ideas, las suyas y las nuestras. Las ideas son imágenes que elaboramos y que se filtran conformando nuestro interior; son variables, esquivas, aparecen y desaparecen como les viene en gana. Libres, se mueven entre el tiempo y el espacio en espera de ser apresadas. Juguetonas y a veces perversas, insistentes, perturbadoras siempre; rompen con los límites de la inteligencia, la urgen a navegar profundamente, a penetrar en esos laberintos en los que no nos atrevemos, los que se cierran a la razón, pero se abren a la intuición. En esas cavernas del pensamiento también deambulan inimaginables formas, dioses y demonios, Eros y Thanatos, la belleza y el horror en su estado más puro. En la obra de Moncho adquieren una piel, son instantes de luz al mismo tiempo que momentos de oscuridad. Ese es el universo de Moncho, el de un creador cuya peculiar manera de jugar con las emociones, con las sensaciones, penetra en cada uno de nosotros y abre nuevos bordes de comprensión, otros símbolos y significados para las cosas que nos ocurren.
La obra de Moncho tiene un poder: recolectar nuestras pulsiones ambiguas, borrosas, acuosas, simultáneas que habitan en los recuerdos y persisten en el ansia de futuro; las hace presentes en múltiples pliegues, materia que nos permite ver algo más y al mismo tiempo captar nuestro reflejo. Umbrales a otra dimensión de la realidad, se abren a diversas interpretaciones ya que son expresión pura, ideas, fragmentos que igual forman cuerpos, paisajes, abstracciones. Irrupciones del alma que Moncho desnuda, que abre y comparte a cada espectador.
Moncho representa la energía, que puede ser la de todos. También es un encuentro con su ánimo y fortaleza, con su optimismo y su regocijo, con ese ímpetu que nos arrolla cuando lo vemos reír a carcajadas, cuando habla de sus sueños como artista. Moncho tiene una misión, conectar sus notas, tonalidades, síncopas, armonías, vibraciones; de eso se componen sus obras, de una musicalidad silenciosa que cautiva, que invita a atisbar en lo que somos y desconocemos, en esos sitios que no hemos explorado y que existen en cada una de sus piezas. Eso es lo que aparece y desaparece en su trabajo, un llamado de atención constante a la vez que una ingente necesidad de completarse, de completarnos.
Por esta razón no es difícil imaginar a Moncho espantando unos pensamientos y dejándose seducir por otros, por los que ha de pintar. No se si con ello encuentra un poco de paz interior, a fin de cuentas, ¿quién dijo que la creación sería una garantía para conseguirla? Los universos que el arte ofrece son múltiples y diversos, nos brindan la oportunidad de reconocernos, de entrar en ellos para habitarnos, para poder ver nuestro interior y abrirnos. Las ideas son una expansión, pequeñas explosiones que reverberan en el infinito de nuestro cerebro. El atributo de Moncho como artista es saber concretar las partículas de esos infinitos y permitirnos entrar en ellos.
Así lo encontramos diariamente, caminando por la calle, yendo a su trabajo, meditando, haciendo ejercicio, o pensando en como elevar el espíritu. Muchas veces, más de las que él quisiera, se descubre enojado y preocupado por la situación en la que vivimos, por los desastres ecológicos, por la irresponsabilidad de todos con nuestro planeta y con la naturaleza. En su nueva casa, que es su estudio, conviven sus ideas, sus miedos, sus amigos, una intimidad que se desborda y que está llena de rincones fascinantes. Probando con nuevos materiales, pensando, entrando en acción para descubrir otros paisajes, cuerpos, estados del alma, resolviendo y problematizando, angustiándose, pero también optimista, pasando por periodos sinuosos y por claridades que nos asombran ¿Por qué no, la pintura puede ser una puerta de entrada a otras dimensiones?, ¿o tal vez, un posible desdoblamiento de nuestra identidad en otras posibilidades?, ¿el vernos reflejados en el arte, nos puede devolver la dimensión infinita de lo que somos?, incluso, ¿en verdad puede actuar como un arma curativa? Desde esta perspectiva, el trabajo de Moncho ha terminado por construir un cuerpo de obra poderoso, profundo, sin límites. En el proceso de explorarse, nos invita a participar activamente, a abrirnos. Una invitación a descubrir algo de nosotros en cada una de sus obras.
La exposición Desasosiegos (in) domesticados se inaugura este sábado 15 de junio y hasta el 9 de julio en la Galería Rosas Moreno (Rosas Moreno 68, colonia San Rafael, Ciudad de México).
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