Susan Crowley
17/05/2019 - 12:03 am
Callas, una muerte por amor
En una de las muchas entrevistas que dio, Callas narra cómo sufrió el abuso de parte de muchas personas que querían explotarla, principalmente su madre, su esposo.
Para mi madre y maestra en su cumpleaños
Todos estaremos de acuerdo en que un don es una bendición. Decimos que es una caricia de los dioses, un regalo de la vida. Pero al mismo tiempo, un don puede ser una maldición. Donum es un vocablo latino, de él deriva la palabra, se refiere al talento o a la aptitud de una persona. María Callas tuvo ese don; en su caso este regalo alcanzó las proporciones de su condena. En una de las muchas entrevistas que dio, Callas narra cómo sufrió el abuso de parte de muchas personas que querían explotarla, principalmente su madre, su esposo, y Onassis, quien sería el amor de su vida. Incluso su don se convirtió en un represor interno que la obligó a vivir a la altura de ese tesoro que tenía en la garganta. Callas no se autorizaba reposo o libertad para llevar una vida “feliz”. Lo que le ofrecía a su público, se lo quitaba a ella misma. Su extrema manera de actuar y de vivir retacó por igual los escenarios donde se presentaba como las páginas de revistas del corazón. María le dio de comer a quienes movían el universo de la ópera al mismo tiempo que nutrió cualquier cantidad de reportajes llenos de chismes sobre su vida privada. Cantó como amó, con el mismo músculo, un corazón frágil que la condenaría a un infarto al miocardio a los 52 años. A esa temprana edad había vivido todo, padecido todo, desde la pasión de sus admiradores que la veían como una diosa, hasta el dolor profundo y el abandono de la única persona a la que en realidad amó.
En la película Maria by Callas, Tom Volf trata de desentrañar a la leyenda de la ópera. A partir de filmaciones y entrevistas, algunas de ellas inéditas, una glamorosa y madura Callas da testimonio de su compleja existencia. Una infancia llena de amargura en la que hubo pocos momentos de felicidad; su madre, una mujer ambiciosa, descubrió su talento y decidió explotarlo. María fue una adolescente obesa, empezó su vida profesional de inmediato poniendo en pausa cualquier ápice de libertad. Fueron las clases con su gran maestra Elvira de Hidalgo las que permitieron que se convirtiera en una cantante seria. En una entrevista De Hidalgo habla de la voz privilegiada de Callas y de la disposición al trabajo y la disciplina férrea que mostraba su alumna cuya inteligencia musical era fuera de lo común. María sabía perfectamente el peso de cada nota, su importancia, la dificultad de generar octavas que pocas veces se habían escuchado. Por su conocimiento de la música rescató repertorios que habían caído en el olvido; el belcantismo, como se conocía al estilo que se desarrolló en Italia del siglo XVII al XIX, fue un arma poderosa que Callas utilizó para adueñarse de los teatros en los que se presentaba. Definida como soprano sfogato, una tesitura compleja que le permitía alcanzar registros oscuros de contralto y agudos de soprano, llegó a interpretar con gran éxito incluso roles en óperas wagnerianas. Y no solo eran sus atributos técnicos, la diva contaba con una capacidad histriónica excepcional. Su interpretación convincente y su credibilidad para actuar a heroínas como Norma, Lucía o Ana Bolena, por ejemplo, la elevaron al olimpo de la ópera. Las primeras actuaciones de quien llegaría a ser la más grande cantante del mundo fueron estelares, con públicos que se dejaban cautivar y arrasar por ella. Siendo aún muy joven había iniciado su propio mito, como una diosa Callas ascendió y se convirtió en pieza necesaria de un amplio repertorio operístico para sopranos y mezzos. Fue en ese periodo en el que conoció a quien sería una figura importante en su vida, Giovanni Batista Meneghini, un hombre tres décadas mayor, rico y enamorado de su voz. Convertida en su esposa, María consolidó su carrera. Pero faltaba algo. Su obsesión por la belleza hizo que a los treinta años bajara 36 kilos. Elegante, bella, con una voz única devino la musa de los más grandes diseñadores. Su imagen se extendió mucho más allá de su especialidad, modeló para Dior y Saint Laurent y así se convirtió en una personalidad cuyo magnetismo solo se puede equiparar al que provocan las estrellas del pop. Perseguida, asediada, adorada, pero también juzgada y agredida por sus detractores; frágil y con una debilidad siempre a flor de piel. María escaló cada vez más alto. Vinieron los años de gloria y esplendor. Los teatros se la peleaban al mismo tiempo que no se le autorizaba un fallo. Cualquier cancelación por enfermedad la convertía en la diva berrinchuda, caprichosa, voluble, inconstante. Su carrera se llenó de adjetivos positivos y negativos por igual. Hasta que conoció al amor de su vida y abandonó todo para seguirlo.
De ahí su carrera se precipitó al infierno que significó la encrucijada entre las ganas de seguir cantando y la necesidad imperiosa de complacer a su amante. Soñando con una relación estable abandonó todo sin importarle los plantones a su público. Así vino la decadencia y luego la traición de un amor en el que depositó todo. María se enteró a través de los periódicos del matrimonio de Onasis con la no menos famosa socialité e icono de la elegancia, Jackie Kennedy. En sus cartas transmite el dolor profundo que esto significó. Perdió la voz y ya nada la rescató. El final de su carrera se llenó de oscuridad, una mediocre interpretación de Medea bajo la dirección de Passolini; María no solo era actriz, era un personaje mucho mas complejo, su capacidad histriónica estaba ligada a su voz, al sufrimiento, a la música. Los últimos años los dedicó a impartir clases maestras, salir de gira y recoger el aplauso de quienes todavía sostenían el mito.
Pero el poder y la fuerza de María fueron tan formidables que sería simplista pensarla como víctima, aun cuando ella misma habla de sus victimarios. Hoy me gusta concebirla como lo que fue, una diosa eterna que aún sigue siendo escuchada; a pesar de la antigüedad de sus grabaciones, continúa siendo referente para todas las cantantes de hoy. No hay nadie que incursione en esta carrera que no aspire a alcanzar su grandeza. Fue tal su dominio que en cierta manera usó a sus victimarios para su propio provecho: su madre, Meneghini, los críticos, los reporteros caníbales y el gran depredador Onasis. Quizá todos ellos fueron un simple pretexto para que las cuerdas de su garganta se crisparan y emitieran los más dolorosos y profundos sonidos: graves perfectos, pero también aquellos agudos, a veces de gato que maullaba, a los que nadie se atrevería a cuestionar. Sin duda fueron los mejores momentos de la historia de la ópera hasta esos días y para muchos por siempre.
María Callas, predispuesta a la infelicidad, con una garganta que hacía llorar al público y que era un contador del tiempo que la llevaría a la muerte. Abusiva de su voz y de su desdicha amó y fue amada como Isolde. Murió de amor una tarde parisina con el único compañero fiel, el mito que la ha sobrevivido tantos años. En una época en la que nadie muere por amor, dejó de existir a la altura de las heroínas de sus óperas: Violeta, Cio- Cio San, Norma, Carmen, Fiora Tosca. Al interpretarlas, María Callas terminó encarnando su fatal destino.
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