¿Quiénes son los soldados que cometen violaciones a los derechos humanos? “¿Qué pasa y ha pasado en su vida para llegar a ese punto? ¿Cuáles son sus historias? ¿Cómo y para qué han sido entrenados? ¿Cómo, en qué momento, por qué un soldado decide asesinar, torturar, desaparecer? ¿Duermen en calma? ¿Han sentido la necesidad de hablar con las madres, hermanas, novias, hijos de sus víctimas?”. Los periodistas Daniela Rea y Pablo Ferri, con la colaboración de Mónica González Islas, intentan responder en La Tropa. Por qué mata un soldado.
Ciudad de México, 18 de mayo (SinEmbargo).– Los periodistas Daniela Rea y Pablo Ferri, con la colaboración de Mónica González Islas, realizaron un viaje de años, un viaje que los condujo a la cárcel militar de la Ciudad de México, a un consejo de guerra en Veracruz, y a patrullar con militares en Tamaulipas. El resultado de la investigación, La Tropa. Por qué mata un soldado, ganó el Premio de Periodismo Javier Valdez Cárdenas en 2018.
“En la última década, el ombusman mexicano ha recibido más de 11 mil quejas por presuntas violaciones a los derechos humanos cometidas por militares. ¿Quiénes son esos soldados? ¿Qué pasa y ha pasado en su vida para llegar a ese punto? ¿Cuáles son sus historias? ¿Cómo y para qué han sido entrenados? ¿Cómo, en qué momento, por qué un soldado decide asesinar, torturar, desaparecer? ¿De qué manera lo decide? ¿Qué mecanismos psicológicos activan su decisión? ¿Lo niegan? ¿Se vuelven cínicos? ¿Duermen en calma? ¿Han sentido la necesidad de hablar con las madres, hermanas, novias, hijos de sus víctimas? ¿Han vuelto a ser felices tras matar? Cuando esos soldados mataron, ¿tenían otra opción?”, cuestionan en el prologo de Por qué mata un soldado. Las preguntas intentan, a través de entrevistas con militares, hallar respuestas.
Pablo Ferri, reportero de El País, habla con SinEmbargo sobre el libro que nació en el México violento.
***
–Pablo, ¿por qué mata un soldado?
–Los testimonios de los militares que aparecen en el libro son de soldados, cabos, sargentos, subtenientes y tenientes. Son los que están poniendo rostro y manos a la estrategia del Estado en el combate a la delincuencia organizada desde hace 12 años. Hay diferentes motivos [para matar]. Hay uno que tiene que ver con un adiestramiento ineficiente. Dejaron atrás actuaciones como en el Plan DN–III, ayudar a la población ante desastres naturales, etcétera, o apoyo puntual a policías estatales… Se convirtieron en el núcleo humano de la estrategia contra de lo que llamaron el crimen organizado, la delincuencia organizada, los cárteles, lo que sea. Hay una ineficiencia en el adiestramiento. Luego un ejército es un instrumento para derrotar a un enemigo; es una herramienta para derrotar, para matar, para sobreponerse sobre un enemigo. Entonces en el caso de México vimos que se configura la imagen de un enemigo: el crimen organizado. Y a partir de ahí, en la forma en que se refieren a él en los cuarteles, los batallones, en las reuniones que tengan mandos con tropas, se va a armando una idea que permite que en vez de actuar como si estuviéramos en un Estado de derecho, en realidad estamos, para ellos, en una estación bélica, en la que muchas cosas que para ti y para mí no se valdrían, pues estamos –repito– en un marco de derecho, en una democracia, etcétera.
Entraría una tercera variante, una tercera condición: la discrecionalidad de cada uno. En el libro hay una parte en la que contamos la historia de un capitán que hace unos años, en el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa... Su mayor organiza el secuestro de dos personas, a las que él acusa después de formar parte de no sé qué grupo delictivo. Ordenan el secuestro y se los llevan a un cerro que hay en Ecuandureo. El mayor coordina para que el capitán se encargue de asesinarlos, con su órdenes. El capitán dice: “no, yo no los mato’’. A eso me refiero con discrecionalidad. Nosotros pusimos esa historia en el libro porque nos parecía extraordinario que eso ocurriera. Sabemos cuánto pesa la cadena de mando en el ejército, y sabemos durante cuánto tiempo se aprende como recluta, y luego como soldado, y luego como cabo, y luego como sargento. Incluso si vienes de la escuela militar, como subteniente, cuando vienes del ejército pesa la obediencia, las relaciones día a día entre la tropa y los mandos. Nos sorprendía mucho esa historia y, de alguna forma, contradecía cosas que habíamos estado diciendo antes en el libro. Eso nos interesaba destacar: no hay una respuesta común. A veces es por esto y por esto, pero a veces [el soldado] no mata. A veces el que tiene que matar dice: “no”. Pocas, probablemente. La obediencia define la relación castrense.
–¿Cómo estar preparados para acercarse a personajes como Ulises y Antonio, dos de las voces en La Tropa?
–Nosotros tuvimos una discusión ética muy intensa que empezó cuando fuimos a la cárcel militar a entrevistar a los primeros militares. Tiene que ver con la posición que teníamos que adoptar nosotros frente al otro. Llegó hasta el punto en que al final [del libro] ya nos empezamos a plantear si en realidad nosotros teníamos el derecho de acercarnos a hacer estas preguntas, no sólo por ellos, sino por las víctimas. Nos pasó muchas veces, sobre todo cuando íbamos a la cárcel militar, ya hace algunos años. Salíamos de allá medio eufóricos porque habíamos conseguido una buena entrevista, quizá por el hecho de haber conseguido esa entrevista o si habíamos profundizado en la empatía con la persona que habíamos entrevistado, si sabíamos que era un tipo que estaba procesado por un homicidio y nos contaba, y nosotros ubícanos el caso, en lugar de pensar “yo conozco a la familia’’ o “yo he visto entrevistas con la familia’’, de alguna forma la situación conducía a un estado excepcional de comunicación entre ambas partes, que luego cuando se rompía en el metro o cuando salíamos de ahí, era como [una sensación] de cruda. Estabas allá adentro, en la cárcel, y estabas feliz porque habías conseguido una entrevista… Al final fueron años para conseguir unas entrevistas. Había jueves que íbamos y no conseguíamos nada, entonces cuando la conseguíamos nos sentíamos muy bien. Salíamos de ahí y empezábamos a darnos cuenta de las cosas que nos habían contado, de las cosas que habías asumido que podías llegar a entender como normales, “bueno, nosotros tenemos unas órdenes y nos dicen que vayamos a patrullar de tal forma’’, “entonces pasa esto’’, “no fue culpa mía”. Uno decía “sí, sí’, pero luego sales y dices: “no se puede justificar tanto, ¿no?’’.
Siempre ha habido un equilibrio y una pelea entre nosotros y ellos [los militares], en el sentido de tratar de entender su justificación, pero no convertirla en el núcleo de su alegato. Eso era importante. No podías acercarte a Ulises y que te contara la historia de la perra y quedarte… No sé, igual. Al tipo lo ves y era un señor ya retirado, un tipo que tenía un puesto de cierto privilegio en su pueblo, que tú lo veías y te parecía buena gente... Igual no es mala persona por haber hecho lo de la perra, pero la anécdota de la perra lo te permite entender es que la preparación que ellos tenían era brutal. Es como en el caso de otro de los soldados: en el 94, el 1 de enero, salen de Tabasco de madrugada, hacia Chiapas por el levantamiento zapatista. Te va contando que van sin saber a quién tienen que enfrentar, pero no importa: la idea es que ellos tienen que enfrentar algo, a alguien. No importa quién sea, sino la orden que le han dado. Tuvimos que ser muy conscientes de con quién estábamos hablando. Hay veces en las que tú empiezas a hablar con alguien, cuando vas a reportera, lo que sea, y hasta después te empiezas a dar cuenta de quién es. Nosotros teníamos muy claro quiénes eran: militares retirados o militares en activo.
A partir de 2006, con este paradigma de uso del ejército, raro es que si has estado en el norte, en Chihuahua, Tamaulipas o Nuevo León, con los operativos, o en Michoacán, con las autodefensas, no hayas incurrido en alguna ilegalidad. Es difícil.
Hay otra parte del libro en la que contamos que fuimos a patrullar a Tamaulipas. Nos fuimos a patrullar con militares a la frontera y ¡caray!, te das cuenta que casi matan a dos mujeres y a una niña. Se le escapó un balazo a uno. Llevan la paranoia tan adentro y piensan que todo el mundo los va a matar. Ellos responden a la mínima. A la mínima a veces no es mínima, a veces no es nada. Están con la paranoia a flor de piel. Están en un estado de nervios y de tensión, de rabia. A veces ni siquiera está justifica esa rabia, pero así es.
–Ulises dice que se levantaba y buscaba su arma. La anécdota de la perra… Los rondines en Tamaulipas. ¿Cómo te afecta lo que escuchas?
–Cada cosa es distinta. Lo de Tamaulipas… Yo nunca había tenido la oportunidad de hacer un trabajo tan de cerca con militares que están patrullando en una zona complicada. ¿Por qué fuimos a Tamaulipas? En el primer capítulo, que es durísimo, hay muchos datos: decimos que, de diciembre de 2006, cuando empieza el sexenio de Calderón, a finales del de Peña, en 2018, hubo más de 4 mil enfrentamientos entre militares y civiles. “Enfrentamientos” los llama la Sedena. De esos más de 4 mil, casi la mitad ocurrieron en Tamaulipas. Cada día, de 2006 a 2014, hubo un civil muerto en enfrentamientos con militares. Buena parte de los muertos fueron en Tamaulipas. Dices: “¿qué pasa ahí?”. Buscamos la forma de ir allá a patrullar y entender qué significaba un enfrentamiento allá, aunque no estuviéramos cerca de uno. Necesitábamos saber en qué circunstancias los soldados los encaraban. ¿Qué significaba vivir en un lugar en el que casi cada día vas a tener un enfrentamiento? Tuvimos la suerte de conocer un teniente en 2017. Este señor que llevaba casi 18 años en el ejército, lo mandan a la frontera, a un cuartel allá, y como es teniente le ordenan que comande una base de operaciones, con 20 0 30 hombres. Habíamos hablado mucho con él. Me dijo: “voy a estar aquí, te puedo recibir tales días”. Fuimos. Estuvimos ahí sin el permiso de Sedena. Eso fue maravilloso. Te evitas el maquillaje y las escenas preparadas. Si vas a Sedena y dices: “oye, quiero hacer tal’’, “sí, sí, espera que te lo preparo”. Hace poco fui a Guanajuato, cuando lo del huachicol. Se puso fuerte Sedena en el corredor Celaya-Salamanca. Ahí sí fui con permiso de Sedena. Es otra cosa. Me pasé la mitad del tiempo en el comedor del cuartel con el comandante. Allá no [en Tamaulipas], allá íbamos y así era la cosa.
Cuando salimos a patrullar y ocurre esta situación que narramos: viene un carro y estos tipos [los soldados] ya piensan que habrá un enfrentamiento terrible. Cortan cartucho, el de la ametralladora se prepara, todos junto al Río, nosotros nos tiramos al piso con un casco. “¿Ahora qué va pasar?”. Escuchas el disparo. Levantas la cabeza y te das cuenta que en realidad son dos mujeres y una niña, y el pollero que iba con ellas. “¿Y ahora qué?”. Ves el estado, el nerviosismo, el estrés, y la rabia por haber gastado energía para nada. “¿Ahora qué van a hacer?”. Yo pensaba que podía ocurrir algo jodido: estábamos a mitad de la nada. No sabía cuál iba a ser la reacción del teniente. No sé. Pensé muchas cosas. Me quedé con la sensación de “si esto ocurre...”. Los militares amenazaron a las mujeres como si fueran narcos. ¿Qué no harán con los cabrones que sí están metidos en esto o con los que ellos creen que sí están metidos en esto? A partir de ahí se puede uno imaginar qué pasaría.
Recuerdo lo de Oaxaca, lo de Ulises. Lo leo y me pregunto: “¿hasta qué punto te han doblado el cerebro para que tú obedezcas a instintos básicos como comer, saciar tu hambre?”. Está cabrón. Me acuerdo en la Facultad, en sociología nos explicaban lo que era la Pirámide de Maslow, básicamente es que uno va cubriendo necesidades básicas, a partir de eso puede plantearse otras cosas. Si tienes hambre, frío o sed, no te vas a plantear sobre los postulados de Krauze… te vale madre. Quieres comer o quieres beber. Eso pasaba con esa gente. Te van tirando tan abajo… Cubres tus necesidades básicas. Es una locura. Aunque hubiera pasado mucho tiempo desde la historia de la perra, decías: “de alguna forma la perra debe seguir existiendo, al menos metafóricamente, en los cuarteles de adiestramiento de este país”. Debe seguir existiendo una estrategia de los capacitadores de adhesión de los reclutas que no tienen el convencimiento intelectual, sino el animal. Tienes gente a la que le dices: “matas”, y mata. Le dices: “disparas”, y dispara.
–¿Cómo investigar cosas así en un país tan violento? Apenas se cumplieron, por ejemplo, dos años desde el asesinato de Javier Valdez.
–Los compas que trabajan en situaciones así son los que más jodido lo tienen. Imagínate lo de Cuernavaca la semana pasada: balancearon a dos porque estaban ahí en medio. Dices: “bueno, es que no iban contra ellos”. Da igual. Que alguien saque un arma en el Zócalo de Cuernavaca y se ponga a disparar… El nivel de violencia va creciendo, el nivel de homicidios aumenta, también otros delitos de alto impacto. Ser periodista en un contexto así es más jodido. Y más en zonas en las que el Estado de derecho es muy débil. Si tú vas a la zona en la que mataron a Moises, en Medellín de Bravo, Veracruz, pues ahí el Estado de derecho es otra cosa que no tiene que ver con aquí [en la Ciudad de México], y estamos a 4 o 5 horas en carro. Si vas a los pueblitos a los que estuvo reportando Miroslava en Chihuahua, lo mismo o peor. Incluso en Culiacán. No me imagino que eso pueda ocurrir aquí. No puedo contestar a eso como algún colega que vive en Culiacán, en el Puerto de Veracruz, en Xalapa, Oaxaca, Sonora, Baja California, donde surgen problemas que tiene que ver con violencia organizada. Salvo esa vez en Tamaulipas, yo no he sentido peligro de nada.
–En el libro hablan sobre la promesa que hizo AMLO de sacar al ejército de las calles. ¿Cuál es el panorama?
–No sé cómo va a evolucionar la violencia. Yo pensaba que tenía que tener un tope, pero hasta el momento no lo ha tenido. Nos interesa pensar en que lo mejor en un futuro cercano sería la creación de foros en los que participaran todos los autores implicados en la violencia. Poner en foros a militares que han estado presos por homicidio, desaparición, a familiares de víctimas, y a gente que ha estado metida en el crimen. Es decir, actores de todo tipo que te puedan explicar cómo ha funcionado todos estos años. Si nos quedamos con el esquema “buenos, malos’’, si seguimos pensando el día de hoy, con los niveles de violencia que tenemos, que la culpa es de lo huachicoleros, o de narcos, o de secuestradores, pues estamos mal. No está bien ser secuestrador o huachicolero, evidentemente, pero no se puede explicar el actuar de unos sin el actuar de otros. ¿La Tropa cuenta historias de soldados asesinos? No, contamos historias de soldados. Se trata de mostrar la imagen de un tipo, un soldado, un sargento, el militar mexicano que está patrullando las calles, que no ha tenido una tarea fácil, y eso no significa que se justifique lo que ha hecho o dejado de hacer, pero significa que no puedes explicarlo con un: “no puede ser que los militares estén en la calle porque están adiestrados para matar”... Sí, pero hay matices. O “no puede ser que haya problemas de violencia y mandemos al ejército”... Sí, pero mira lo que pasa. Hay que entender quiénes son estas personas, cómo actúan y por qué actúan como actúan. Y si siguen actuando, qué puede ocurrir… Ahí es donde nosotros entramos.