Susan Crowley
10/05/2019 - 12:03 am
Ai Weiwei, ¿artista con causa o un oportunista?
¿Quién es Ai Weiwei? No se puede negar que se trata de uno de los iconos del arte contemporáneo. Su trabajo siempre ha sido sinónimo de arte político y global. Podría agruparse entre los llamados apropiacionistas.
En la sala del Museo Universitario de Arte Contemporáneo se aprecian las ruinas de una construcción china, se trata de el Salón Ancestral de la Familia Wang. Un poco más lejos, sobre el muro del fondo, los rostros armados a partir de Legos de 43 hombres; no es una imagen difícil de descifrar, son los jóvenes desaparecidos la noche de aquel 26 de septiembre en Ayotzinapa.
Ai Wewei ha decidido titular la exposición "Restablecer Memorias". Un título que en sí implica la intención del artista de venir a México, generar un proyecto a partir de la investigación y exponer. Si bien no se intenta asociar los dos temas de fondo (México y China), es imposible, una vez recorrido el espacio, no encontrar similitudes entre lo que ocurre en aquel país y lo que está sucediendo en el nuestro. Todos los días, la destrucción del patrimonio, la desaparición inexplicable de tantas personas, soportar la irresponsabilidad de las instituciones públicas, asumir que tarde o temprano terminaremos siendo víctimas de un sistema que encubre a los poderosos y deja indefensos a los desvalidos. En ambos países el pasado es sistemáticamente destruido por el espejismo de una versión distorsionada de la modernidad. No obstante, lo que se ofrece a cambio de esta negación de la historia es un incierto futuro para las nuevas generaciones que sufren por violencia y falta de oportunidades todos los días. Es innegable, existe un gran parecido entre China y México que permite a Ai Weiwei seguir horadando en el túnel del olvido la indiferencia y la ineficacia política de nuestros países.
Y lo hace sin dar rodeos a los asuntos, sin una pizca de retórica, directo, implacable, como la violencia y muerte que sufrió su padre, un poeta que fue condenado por la revolución china. Igual que sufren cada día muchos de sus conciudadanos los atropellos de un sistema atroz. El título de la exposición es parte de la ya acostumbrada manera de hacer las cosas de Ai Weiwei. Romper con las barreras impuestas por el mal Gobierno, utilizar todos los elementos a su alcance para retar la inteligencia del espectador, ponerlo a prueba. Cambiar por completo la forma de acudir a una exhibición. Y la pregunta obligada, ¿hasta dónde puede llegar el artista en su afán de denunciar?, ¿hasta dónde su público será capaz de seguirlo?
Sin embargo, han llovido críticas en contra de esta exposición. Weiwei es atacado por ser un oportunista que aprovecha cualquier tema rasposo para convertirlo de inmediato en una exhibición. Se habla ya de la marca Weiwei, una firma que, independientemente de lo que exponga tendrá asegurada la taquilla. ¿Quién es Ai Weiwei? No se puede negar que se trata de uno de los iconos del arte contemporáneo. Su trabajo siempre ha sido sinónimo de arte político y global. Podría agruparse entre los llamados apropiacionistas. Son artistas que reutilizan objetos comunes (encontrados) en sus prácticas: un escusado convertido en fuente y exhibido en un museo, una caja de zapatos vacía en medio de una sala de exposición, etcétera. Hoy casi todos lo hacen, ¿qué es lo original en Ai Weiwei? El artista chino se apropia la tragedia, la injusticia, el abuso, la pérdida de valores y el dolor de los débiles. No deja escapar cualquier intento de impiedad a su alcance para formar con él su próxima obra. Su discurso es un grito de libertad que tunde a los represores, es una constante ironía y caricaturización de los poderosos. Las cárceles, los desalojos, las fábricas en las que sobreviven millones de chinos trabajando sin apenas recibir una remuneración digna.
Ai Weiwei es un dolor de muelas. Un iconografista de la cruda realidad que vive el mundo. Como podremos suponer, esto también lo ha convertido en el enemigo público de las autoridades y ¿por qué no? de quienes lo acusan de oportunista. No importa, él sigue adelante y se vuelve a reír en la cara de sus detractores. Y no es que lo haga con ese propósito, pero su compromiso pone en evidencia a quien lo cuestiona. Hasta ahora ha resultado mucho más inteligente que sus oponentes.
Una mañana los periódicos despiertan con una de las notas más desgarradoras que se hayan visto jamás. Otra tragedia de refugiados. El cadáver de un pequeño niño yace en la costa del Mediterráneo. No tiene nombre, probablemente tampoco origen, no tiene unos padres que lo entierren, tal vez murieron durante el naufragio. La humanidad recibe este golpe y da la vuelta a la página. Pocos días después una fotografía de Weiwei cimbra al mundo. Emula la posición del niño, boca abajo, como si estuviera muerto, es la misma playa. La imagen es espeluznante, opinan algunos. Esta vez si rebasó el límite, lo políticamente correcto; se vale denunciar, pero, ¿es una parodia? No contento con esto el artista exhibe una escultura elaborada con inflables, es gigante, son los pasajeros de un bote salvavidas, no tienen rostro, pero reconocemos que son las siluetas de las víctimas que hemos visto un montón de veces en los noticieros. Meses después, en la fundación Marciano de Los Ángeles, la misma lancha, ahora tejida con delgadas varas de palma. Los tripulantes han adquirido un rostro zoomorfo, podrían ser espíritus orientales: dragones, perros, serpientes, ratas. La ligereza y transparencia de sus formas nos hacen pensar en que esta embarcación va navegando por el cielo. Frases del poeta Cavafis y de Homero, nos recuerdan el viaje, el de los náufragos y el nuestro, nos hacen uno solo ante el dolor y la nostalgia. La ausencia de aquellos seres es de nuevo presencia. Reivindica su absurda muerte; es un abrazo al dolor de cada uno de ellos y un recordatorio para nuestra pérdida de memoria. Ai Weiwei ha logrado cifrar uno de los principios básicos del arte contemporáneo: acercar el arte a la vida. El padecimiento es nuestro, le toca al arte transfigurarlo.
Illumination 2014, Ai Weiwei se toma una selfi mientras es arrestado por la policía china. La imagen no solo se “viraliza”, de inmediato, convierte al artista en un verdadero influencer en el mundo. Pasa un buen tiempo en la cárcel por evasión de impuestos. Durante el arresto recibe un golpe propinado por uno de sus guardias. Como consecuencia sufre daños cerebrales que ameritan una serie de operaciones que podrían costarle la vida. Sale ileso. Su estudio es demolido por órdenes del Gobierno. ¿Qué más puede pasarle? En todo el mundo los fans esperan la próxima aventura de su héroe. Los detractores piensan nuevos argumentos para denostarlo. Pero Ai Weiwei siempre toma la delantera usando una eficaz arma de ataque: su genialidad, su rigor y su profundo sentido de lo humano enmarcados por una belleza que pocas veces se ve en el arte hoy; con un temperamento iracundo a veces y sarcástico siempre. Así gana una y otra vez las batallas que le toca pelear, siempre inmune en contra de sus adversarios, del implacable paso del tiempo, de la frivolidad, del ego de tantos otros artistas. Los niveles de venta de sus obras y sus precios rayan en lo absurdo, pero, ¿qué le vamos a hacer si todos quieren un Ai Weiwei?
Con "Restablecer la memoria", Ai Weiwei abre su universo combativo, disidente, rebelde y apropiacionista; en él coloca a los olvidados y a los débiles. Se embiste como el héroe de los que piensan el arte como un arma de poder, si no para cambiar al mundo, sí para hacer justicia a las voces olvidadas. ¿Con su trabajo podrá hacer algo por esclarecer la tragedia de Ayotzinapa?, ¿quién lo sabe aún?
@suscrowley
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