ADELANTO | Política, guerra y la vida de Winston Churchill en la investigación de Richard Toye

11/05/2019 - 12:00 am

¿Cómo Winston Churchill continúa siendo una figura conocida mundialmente? Descúbrelo en el libro de Richard Toye, profesor de la Universidad de Exeter. 

Ciudad de México, 11 de mayo (SinEmbargo).– ¿Cómo abarcar en una biografía una personalidad y una actividad política tan complejas como las de Winston Churchill? Richard Toye, profesor de la Universidad de Exeter, ha tenido la idea de coordinar para ello a un equipo de especialistas que han investigado diversos aspectos de su vida, entre los cuales figuran historiadores de tanto relieve como Jeremy Black, Richard Overy o Chris Wrigley, para que cada uno se ocupe del período de la vida de Churchill, o del aspecto de su actividad política, que mejor conozca.

Tenemos así una sucesión de capítulos que, comenzando con sus primeros pasos en la política y con su discutida gestión al frente del Almirantazgo en la primera guerra mundial, van siguiendo su trayectoria hasta los años de la «guerra fría»; luego, otros capítulos están dedicados a temas específicos como su relación con el mundo islámico, con el imperio británico, con las armas nucleares o, en un plano muy distinto, con las mujeres que marcaron su vida.

Fragmento del libro Winston Churchill, de Richard Toye. Copyright: 2019, Crítica. Traducción de Yolanda Fontal. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

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Churchill como primer lord del Almirantazgo, 23 de octubre de 1911-24 de mayo de 1915

Martin Thornton Universidad de Leeds

Cuando Winston Churchill trabajó en el Almirantazgo antes de la primera guerra mundial, mantuvo una serie de actitudes positivas y negativas hacia Alemania. Admiraba muchos aspectos de sus programas de modernización y reformas sociales, pero veía en su expansión naval una amenaza directa para la paz. Cuando reclamó un programa de construcción de acorazados en una proporción de dos a uno a favor de Gran Bretaña, también propuso unas «vacaciones» en la construcción, una idea que Alemania no se tomó en serio. Churchill parecía estar en su elemento en el Almirantazgo, ejerciendo tanto de microgestor como de pensador estratégico. A su vez, la primera guerra mundial justificó muchos de sus temores respecto a Alemania y le convirtió en un hombre de su tiempo. Sin embargo, su mandato en el Almirantazgo estuvo acuciado por las malas noticias en el mar y culminó con la infausta campaña de Galípoli. Irlanda también preocupó profundamente a Churchill, incluso cuando fue primer lord del Almirantazgo, pero este tema se aborda en otros análisis.

Siempre se pueden consultar los textos y discursos publicados de Winston Churchill, en los que expone los problemas del mundo en la época en que vivió. Es válido en el caso del apaciguamiento, la segunda guerra mundial y los orígenes de la guerra fría, y también del primer ejercicio de Churchill como primer lord del Almirantazgo entre 1911 y 1915. Su obra La crisis mundial 1911-1918 (que cuenta con diferentes ediciones, pero fue publicada por primera vez en cinco tomos en seis partes entre 1923 y 1931) es un tour de force para explicar la importancia de los preparativos navales ante la amenaza de una guerra inminente y los acontecimientos trascendentales de la primera guerra mundial. Curiosamente, la obra iba a ser en un principio un ensayo sobre el poder naval e inicialmente se iba a publicar con el título más singular de The Great Amphibian, pero por consejo de su editor, y después de que Churchill ampliara su alcance, pasó a titularse La crisis mundial.

A finales del siglo XIX y en la primera parte del siglo XX, las armadas de Gran Bretaña y Alemania eran un símbolo de poderío y prestigio nacional. También se las consideraba cruciales para el mantenimiento y la expansión de los imperios y para la seguridad del mar del Norte. La rivalidad naval entre Gran Bretaña y Alemania aumentó debido a las políticas de construcción naval consignadas en las leyes navales aprobadas en Alemania en 1898 y 1900, que estuvieron motivadas por los deseos del almirante Alfred von Tirpitz (ministro de la Marina Imperial Alemana, 1897-1916) y del káiser Guillermo II de crear una armada alemana prestigiosa. A ambos les unía el rechazo a la clara superioridad naval británica. La expansión naval alemana y británica también formó parte de cuestiones más amplias relacionadas con los gastos de defensa que afectaron a las potencias europeas de Gran Bretaña, Alemania, Francia, Rusia, el Imperio Austrohúngaro e Italia. Una de las grandes preocupaciones de las potencias europeas fue la posibilidad de una guerra global en Europa. Las razones que explicarían el estallido de la primera guerra mundial son múltiples. En muchos de los debates académicos sobre las causas de la guerra se incluyen, en concreto, las disputas estratégicas internacionales y los problemas internos de los distintos estados. Fuera o no la expansión del armamento naval un factor dominante en el estallido de la primera guerra mundial, el gobierno británico y Winston Churchill consideraban que la política naval de Alemania era agresiva y constituía una amenaza directa para la seguridad nacional del país y el funcionamiento de la Marina Real.

Los grandes buques de guerra (a los que se suele denominar acorazados y cruceros de combate) se convirtieron en parte de la carrera armamentística naval entre Inglaterra y Alemania. En 1906 se terminó de construir la clase de buques británicos fuertemente artillados HMS Dreadnought, con el patrocinio del almirante sir John «Jacky» Arbuthnot Fisher, primer lord del Mar (posteriormente lord Fisher de Kilverstone), y se construyeron más en 1909. En 1910 los británicos aprobaron un programa para construir ocho nuevos buques para 1913. Los británicos introdujeron en ellos mejoras en la velocidad y una mayor potencia de fuego. A los buques con cañones bastante grandes (aunque el tamaño variaba) y propulsados por turbinas de vapor se los solía denominar acorazados o superacorazados. La construcción de acorazados británicos estaba programada para un largo período de tiempo, pero en los años siguientes se completaron varias clases: la clase Bellerophon en 1909; la clase St Vincent en 1909- 1911; la clase Colossus en 1911; la clase Orion en 1912; la clase King George V en 1912-1913; la clase Iron Duke en 1914; la clase Queen Elizabeth en 1915-1916; y la clase Royal Sovereign en 1916-1917.2 La clase Queen Elizabeth (que incluía el Queen Elizabeth, el Warspite, el Barham, el Valiant y el Malaya) ya se había programado en 1912- 1913, pero fue entregada en los años 1915-1916.

Alemania construyó acorazados similares, que incluían la clase Nassau, 1909-1910; la clase Helgoland, 1911-1912; la clase Kaiser, 1912-1913; y la clase König.4 La clase Nassau (los acorazados Nassau, Westfalen, Rheinland y Posen) fue programada para el período entre 1906 y 1908, lo que indica, junto con la construcción británica de buques, que la carrera armamentística naval se había materializado con bastante rapidez tras la construcción del primer acorazado. El Almirantazgo afirmó en septiembre de 1912 que la expansión naval británica entre 1905 y 1908 no había forzado la expansión naval alemana. Sostenía que, hasta 1909, los británicos no se habían visto obligados a aumentar sustancialmente la cantidad de buques que poseían. Esta respuesta se explica por el hecho de que los nuevos buques construidos por Alemania eran más baratos de mantener y reparar que algunos de los barcos más antiguos de Gran Bretaña. También en 1909 el Almirantazgo autorizó una amplia revisión de la situación naval y la seguridad del imperio británico: «Ese año, se entregaron ocho buques capitales en Gran Bretaña, y la Commonwealth de Australia y el Dominio de Nueva Zelanda aportaron, respectivamente, otros dos: diez en total».

En 1909, Winston Churchill (ministro de Comercio) no era tan pesimista acerca de la amenaza naval alemana como el entonces lord del Almirantazgo, Reginald McKenna, que solicitó la construcción de seis nuevos acorazados Dreadnought antes de llegar a un punto crítico, que se preveía en 1912. Se sugirió que el margen de superioridad naval de Gran Bretaña se vería negativamente afectado por la construcción de acorazados anunciada públicamente por Alemania, así como por la construcción en secreto, lo que sería especialmente preocupante para Gran Bretaña en 1912. Churchill creía en ese momento que sería suficiente con construir cuatro nuevos buques en 1909 y tal vez otros dos más posteriormente. No obstante, el temor generalizado a la amenaza alemana tuvo como resultado una confusa expansión británica: «El Almirantazgo había solicitado seis barcos, los economistas ofrecieron cuatro y nosotros nos comprometimos con ocho. Sin embargo, cinco de los ocho no estuvieron listos antes de que “el peligroso año” de 1912 hubiera transcurrido en paz».

Lo que se reconocía ampliamente en Gran Bretaña era que la Marina Real no se podía permitir ir a la zaga de Alemania en la fabricación de acorazados o Alemania no tardaría en alcanzar su superioridad naval. Churchill dejó constancia de sus recuerdos sobre lo que pensaba al respecto con su inimitable estilo:

Había una sensación creciente y profunda, que ya no se limitaba a los círculos políticos y diplomáticos, de que los prusianos tenían malas intenciones, de que envidiaban el esplendor del imperio británico y de que, si se les presentaba una buena ocasión, la aprovecharían a nuestra costa. Además, se empezó a comprender que no serviría de nada intentar detener el curso de Alemania absteniéndose de adoptar contramedidas. La reticencia por nuestra parte a construir barcos se atribuyó en Alemania a una falta de espíritu nacional y se entendió como otra prueba más de que una raza viril debía avanzar para reemplazar a una sociedad decadente, excesivamente civilizada y pacifista que ya no era capaz de mantener su inmejorable posición en los asuntos mundiales.

La conclusión de Churchill era que Alemania quería una gran armada con un «propósito maligno».8 Su análisis, influido por su posición como ministro de Comercio, también le indujo a creer que, pese a su admiración por las reformas sociales emprendidas en Alemania, el programa de expansión naval había sometido a la economía alemana a una considerable presión, lo que podía generar malestar interno. El inconveniente para Gran Bretaña era que el gobierno alemán quisiera aliviar la situación económica y social interna promoviendo alguna aventura en el extranjero. Una máxima de las relaciones internacionales es que los gobiernos recurren a la cuestión de los enemigos externos para unir a un estado nación en torno a una causa nacionalista y mitigar así las críticas internas. En el caso de Alemania, empezó a parecer una profecía autocumplida, ya que la costosa expansión naval fue la causa de algunos de los problemas económicos.

Gran Bretaña adoptó una política a largo plazo para asegurarse de que el estado nación más poderoso de la Europa continental no amenazara sus intereses. De este modo, la preocupación de Rusia y Francia por Alemania también se convirtió en una preocupación para Gran Bretaña. Tanto Francia como Rusia aumentarían sus ejércitos, mientras que Gran Bretaña ampliaría su armada. La estrategia británica consistió en fortalecer sus relaciones con las potencias, Francia y Rusia, ya que también percibían a Alemania como una amenaza. Los temores de Churchill al respecto eran especialmente profundos: «La marina alemana, de un modo rápido, seguro y metódico, aparecía ante nuestras puertas, exponiéndonos a peligros que solo se podían evitar mediante denodados esfuerzos y una vigilancia casi tan intensa como en una guerra real».

En 1910, y al año siguiente, la competitividad naval anglo-alemana se aceleró y tanto Gran Bretaña como Alemania estaban construyendo acorazados. Los alemanes se habían comprometido a crear una gran flota de treinta y tres acorazados de varios tipos en la Ley Naval de 1912 y los británicos creían que se verían superados en aguas territoriales. Al gobierno británico le preocupaba especialmente que, en caso de que Gran Bretaña se viera forzada a retirarse del Mediterráneo, se pusiera en tela de juicio su influencia mundial y, en consecuencia, esta disminuyera.

Los acontecimientos ocurridos en 1911 hicieron pensar que cabía la posibilidad de que estallara una guerra entre Francia y Alemania. Francia reclamó partes de Marruecos, donde Alemania parecía tener pocos intereses discernibles, y los franceses creyeron que los alemanes se contentarían con la compensación colonial en Congo. Sin embargo, el gobierno alemán envió el Panther, una cañonera, a proteger sus intereses en el puerto de Agadir, en Marruecos. Para sorpresa de Alemania, Gran Bretaña se mostró interesada y puso de manifiesto que apoyaba a Francia. Al gobierno británico le preocupaba la protección de las rutas comerciales y quiso dejar claro que, en caso de guerra entre Alemania y Francia, Gran Bretaña apoyaría a Francia. La crisis de Agadir no se intensificó y se llegó a un acuerdo diplomático después de que Francia hiciera concesiones, pero esta disputa planteó la posibilidad de que pudiera surgir un grave conflicto si Francia y Alemania se comportaban de manera imprudente. El papel de Churchill, a la sazón ministro del Interior (nombrado en 1910), fue bastante marginal, aunque fueron raras las ocasiones en las que no se interesó personalmente en los asuntos internacionales de la época.

Winston Churchill fue nombrado primer lord del Almirantazgo en octubre de 1911 (un mes antes de cumplir treinta y siete años) después de que el primer ministro Herbert Asquith le ofreciera el puesto. En realidad, Asquith y Churchill habían discutido la posibilidad de que Winston se pusiera al frente del Almirantazgo en marzo de 1908, pero pese a que creía que era el «puesto ministerial [más] relumbrante», aceptó el cargo de ministro de Economía el 10 de abril de 1908.10 Churchill se convenció de renunciar al puesto en el Almirantazgo en 1908. No estaba seguro de cómo podía influir en la estructura y la organización del Almirantazgo, y quería ocuparse de asuntos como las finanzas, la maquinaria administrativa del Almirantazgo y la profesionalidad del servicio naval prestado a la nación. Es evidente que Churchill quería imponer su autoridad en el Almirantazgo, pero creía que en ese momento no era posible. Nepotismo aparte, no quería verse en la situación de reemplazar a su tío, lord Tweedmouth, y soportar la vergüenza de proponer de inmediato un cambio radical.

Los presupuestos del gasto naval y el programa de construcción para 1912-1913 ya estaban muy avanzados cuando Churchill dejó de ser ministro del Interior para convertirse en primer lord del Almirantazgo en 1911, pero creía que era necesario adoptar contramedidas adicionales que pudieran disuadir a Alemania. Su opinión de que Alemania representaba un «peligro omnipresente» se vio reforzada:

En la pared, detrás de mi sillón, había colocada una caja, dentro de cuyas tapas abiertas se desplegaba un gran mapa del mar del Norte. En este mapa, un oficial del Estado Mayor señalaba todos los días con banderitas la posición de la flota alemana. Ni una sola vez se omitió esta ceremonia hasta que estalló la guerra y los grandes mapas que cubrían todo un lado de la Sala de Guerra empezaron a servir. Me acostumbré a mirar el mapa cada día cuando entraba en mi despacho.

Esto refleja el entusiasmo juvenil de Churchill por el trabajo, pero era algo más que un inteligente principiante con sed de conocimientos técnicos navales e ideas estratégicas y no tardó en recurrir a los consejos y las ideas del septuagenario lord Fisher, a quien al principio Churchill mantuvo como un asesor informal con el que se reunía e intercambiaba cartas.12 Como primer lord, Churchill era el responsable ante el Parlamento del Almirantazgo y tuvo a cuatro lores del Mar a sus órdenes. El primer lord del Mar era jefe del Estado Mayor Naval, e inicialmente fue el almirante sir Francis Bridgeman y después el almirante y príncipe Luis de Battenberg (1912-1914), al que reemplazaría el almirante de la Flota lord Fisher (1914-1915).

La supremacía naval de Gran Bretaña figuraba entre las principales prioridades de Churchill. En febrero de 1912 proclamó en Glasgow, haciendo gala de una actitud pública un tanto maliciosa hacia Alemania, que consideraba que la marina de Gran Bretaña era una «necesidad», pero, en cambio, la marina de Alemania era un «lujo».13 La ampliación del tamaño de la marina alemana, prevista en la Ley Naval alemana, animó a Churchill a presionar al gobierno británico para que prosiguiera con la expansión naval.14 Esta expansión británica, basada en la consideración del programa de construcción alemán, significaba un «60% en Dreadnoughts más que Alemania, siempre que esta se ciñera al programa declarado en ese momento, y dos quillas por cada una adicional puesta por ella».15 Se trataba de un compromiso muy firme por parte de Churchill de construir dos acorazados para el gobierno liberal por cada uno que pudiera construir Alemania, una política en potencia bastante costosa para el gobierno liberal. Lo presentó como parte del presupuesto naval que entregó a la Cámara de los Comunes el 18 de marzo de 1912. La decisión estratégica que Churchill se vio obligado a tomar consistió en concentrar a la flota británica en aguas territoriales y retirar los acorazados del Mediterráneo, cargando a Francia con la responsabilidad de controlar el Mediterráneo con grandes buques. Obviamente, esto vinculaba más estrechamente a los británicos con la toma de decisiones estratégicas de los franceses. Churchill se lo expresó así al primer ministro el 23 de agosto de 1912: «tenemos las obligaciones de una alianza sin ninguna de sus ventajas y, sobre todo, sin sus estipulaciones precisas».16

Winston Churchill también reclamó una política naval para los dominios, que comportaría disponer de una escuadra imperial flexible que pudiera navegar por el imperio y turnarse por los mares de todos los dominios.17 El enfoque de Churchill del programa de construcción en relación con los dominios no contaría con ningún barco que estos pudieran aportar. Cualquier barco facilitado por estos sería adicional y los esfuerzos de los dominios incrementarían claramente la potencia naval de Gran Bretaña. El 14 de abril de 1912, Churchill pidió consejo al primer ministro Asquith para apoyar una política naval para los dominios o, más bien, una política naval para Gran Bretaña que incluyera a los dominios.18 Cualquiera que fuera la distribución de la flota imperial británica en tiempos de paz, Churchill quería protección frente al «gran perro» (Alemania) en aguas territoriales británicas durante cualquier guerra; esa flota se podría volver a redistribuir después de un conflicto importante.19 Cualquier administración que implicara disciplina y adiestramiento estaría controlada por el Almirantazgo y Churchill esperaba que, en los primeros años, los británicos aportaran la mayor parte del personal de servicio. Su idea era que la escuadra de los dominios se dirigiera a las aguas donde fuera necesaria y pudiera utilizar las instalaciones portuarias que necesitara, por ejemplo, en Vancouver, Simonstown o Sídney.20 Los propios dominios se encargarían de su defensa costera. Churchill creía que Australia y Nueva Zelanda ya estaban haciendo un gran esfuerzo y que Louis Botha, el primer ministro de Suráfrica, también cumpliría. Sin embargo, sería necesario convencer a los canadienses. Surgió la idea de recibir ayuda financiera de los dominios, pero la aportación canadiense de 35 millones de dólares canadienses nunca se hizo efectiva debido a la derrota del proyecto de Ley de Ayuda Naval en el Senado canadiense. Esto hizo que la escuadra imperial flexible fuera inviable y el inicio de la primera guerra mundial cambió las prioridades.

Churchill había conseguido muchos aliados internos con sus dramáticas declaraciones sobre la expansión naval, entre ellos el líder de la oposición y miembro del Comité de Defensa Imperial, Arthur J. Balfour. Aunque hasta entonces había tenido dudas sobre las intenciones de Alemania, Balfour escribió a Churchill:

Iniciar una guerra sin más objetivo que restaurar el imperio germánico de Carlomagno de una forma moderna, me parece a un tiempo algo tan perverso y tan estúpido que resulta casi increíble. Y, sin embargo, es prácticamente imposible entender la política alemana moderna sin atribuirle esa intención.21

Más difícil fue convencer al ministro de Economía, David Lloyd George, de la necesidad del presupuesto naval para 1913-1914, pero a Churchill no le faltó asesoramiento sobre cómo se podía financiar el gasto naval.22 Esto molestó aún más a Lloyd George a principios de 1914, cuando Churchill presentó sus presupuestos para 1914- 1915. Aunque las opiniones del ministro de Economía sugieren que le inquietaban los cambios en los presupuestos presentados por Churchill, el ingenio del «mago de Gales» quedó patente en su respuesta a Winston: «Ahora comprendo plenamente su idea de un trato: es un argumento que obliga al Tesoro a no intentar siquiera realizar nuevos ahorros en interés del contribuyente mientras no impone en absoluto obligación alguna al Almirantazgo de contraer nuevas obligaciones».23

En este contexto, y como contraposición, Churchill ya había planteado la idea de unas «vacaciones navales» con los alemanes en el año 1913 (es decir, no construir barcos en 1913). Se suspendería la construcción de los tres buques planeados por Gran Bretaña si se dejaban de construir los dos barcos planeados por Alemania. Como señala John Maurer, para los políticos alemanes más destacados la idea tenía muy poco sentido: «el káiser Guillermo envió a Churchill un mensaje “cortés” diciendo que unas vacaciones navales “solo serían posibles entre aliados”. Sin embargo, según sus íntimos, Guillermo fue mucho menos cortés: calificó el discurso de Churchill de “arrogante”».24 De haberse producido una «paralización» de la construcción naval, sin duda habría favorecido la posición de Gran Bretaña desde el punto de vista del equilibrio de poder naval existente, incluso aunque se presentara como que no supondría una desventaja adicional para Alemania. A Alemania también podría beneficiarle que se retrasara el programa de modernización británico. Seguía pareciendo paradójico que fuera el primer lord del Almirantazgo quien estuviera promoviendo aplicar restricciones navales, pero esta propuesta general también debilitó a algunos de los elementos más radicales del propio Partido Liberal de Churchill.25

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