Dos genocidios ocurridos con un siglo de distancia en México tienen algo en común: la intervención de Estados Unidos, indica Francisco Pineda Gómez, antropólogo e investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
Ciudad de México, 27 de abril (SinEmbargo).– El ejército de Estados Unidos ayudó a Venustiano Carranza a cometer un genocidio durante el periodo revolucionario, y también participó, casi un siglo después, en el origen de la brutal violencia que hoy lacera a México, señala Francisco Pineda Gómez, autor de La guerra zapatista, 1916-1919.
En el último tomo de una tetralogía histórica (precedido por La irrupción zapatista, 1911; La revolución del sur, 1912–1914, y Ejército Libertador, 1915), Pineda Gómez “establece nuevas formas de entender lo ocurrido en México durante la guerra civil que se llevó a cabo entre 1915 y 1919, especialmente en Morelos y zonas aledañas. Junto a la resistencia denodada de los pueblos, se reconstruye en meticuloso detalle cómo esa guerra civil devino en guerra contrainsurgente de exterminio y cómo culminó en genocidio”, señala Rafael Medrano, prologuista de La guerra zapatista, 1916-1919.
En entrevista para SinEmbargo, Francisco Pineda Gómez habla sobre las luchas vigentes de Emiliano Zapata; el cambio de régimen que ocurrió en México en 2018, y las formas en que Estados Unidos intervino e intervine en los territorios de su vecino del sur.
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–En el libro hablas sobre un genocidio llevado a cabo por el ejército constitucionalista de Venustiano Carranza. Cuéntanos sobre eso.
–El genocidio que hizo el ejército constitucionalista, llamado constitucionalista, en territorio zapatista fue enorme, desastroso. La población de Morelos descendió en un nivel enorme y sólo recuperó su tamaño demográfico hasta 1940, 30 años después de que inició la Revolución. En testimonios zapatistas quedaron grabados los incendios de pueblos, fusilamientos sumarios, secuestros masivos de familias. Decía el comandante Benjamín Gil que llegaron mil presos zapatistas por la batalla de Cuernavaca (Morelos)... que no hubo batalla, en Cuernavaca los zapatistas se replegaron y fueron secuestrados... Decía Gil: pues vamos a mandarlos a haciendas de Yucatán para que aprendan a ser útiles a la sociedad bajo vigilancia militar, es decir, esclavos. Se despobló el territorio zapatista. Hay testimonios del crimen de lesa humanidad en los mismos documentos de Carranza. En el archivo histórico están, por ejemplo, los informes de la masacre que los carrancistas hicieron en Milpa Alta, aquí en el Distrito Federal: agarraron a toda la gente y la fusilaron con ametralladora. En otro documento, un jefe carrascista dice que, según las órdenes que recibió, iba a mandar a familias (mujeres, niños, hombres) a cuarteles. Hubo genocidio en Tlaltizapán, violación de mujeres; genocidio en Jiutepec... se usaron hasta granadas de gas asfixiante en la guerra contra el zapatismo, por órdenes de Pablo González. Este genocidio no se puede entender si no se tiene en cuenta la experiencia militar de aquella época, la doctrina militar contrainsurgente y el pensamiento racista que tuvieron gobiernos de Francisco León de la Barra, Francisco I. Madero, Victoriano Huerta y Venustiano Carranza. Aquí tengo un manifiesto:
General Pablo González, jefe del ejército de operaciones del sur, a los habitantes de Morelos –fechado en Cuautla, el 16 de abril de 1919, después del asesinato de Emiliano Zapata–.
Emiliano Zapata tenía que caer por el ineludible imperio de la ley biológica que condena a los seres inferiores y deformes. Hará siempre triunfar –la ley biológica– a la civilización sobre la barbarie, a la cultura sobre el salvajismo, a la humanidad sobre la bestialidad.
Los carrancistas decían que Zapata tuvo una vida miserable y vulgar, y por su cretinismo congénito y por su inferioridad mental, fue simplemente un bandolero, un criminal, un azote maldito de su propia tierra natal. Ese es el pensamiento racista que guió las operaciones genocidas del carrancismo. Tampoco se puede explicar el genocidio sin el apoyo militar de Estados Unidos. Estados Unidos apoyó las operaciones de Carranza, por ejemplo, con la invasión a Chihuahua. 35 mil soldados estadounidenses entraron a México, invadieron México, y 150 mil más que estuvieron desplegados en la frontera, que eran de la Guardia Nacional, modelo imperialista y contrarrevolucionario. Esta invasión le permitió al Gobierno de Carranza trasladar fuerzas del norte para invadir Morelos y hacer el genocidio. Además recibió de Estados Unidos grandes cantidades de municiones y armamento. No se podría entender el genocidio sin ametralladoras, artillería, grandes cantidades de municiones. Eso señalo en el libro con fuentes documentales. Hay gente que dice que no existió eso. Los historiadores del carrancismo dicen: no, eso no existió, pero no dicen sus fuentes. Hay que ver los archivos, donde se concentraron informes militares semanales.
Carranza hizo un acuerdo secreto con Estados Unidos para que el ejército invasor pudiera utilizar los ferrocarriles de Chihuahua y abastecerse de víveres. El acuerdo se mantuvo en secreto, pero se filtró en la prensa de Estados Unidos. Cándido Aguilar, Secretario de Relaciones Exteriores de Carranza, protestó: han avergonzado a Carranza. ¿Cómo Carranza va a estar facilitando los ferrocarriles mexicanos al ejército invasor? Y no nada más los ferrocarriles, también las transmisiones inalámbricas, pues al principio tuvieron problemas para establecer comunicaciones entre barcos. El Gobierno de Carranza facilitó la invasión de Estados Unidos a México, la invasión de 1916 que terminó en 1917.
–A 100 años, los pueblos siguen siendo despojados de sus tierras. Son desplazados, por ejemplo. ¿Estamos igual?
–No, no estamos igual. Precisamente los zapatistas acabaron con el régimen de propiedad colonial que implantó Hernán Cortés con las haciendas azucareras. Pero ahora, o es algo que me acabo de enterar ahora que fui a Cuautla, las empresas españolas están explotando los ingenios azucareros y a los trabajadores cañeros les están pagando una cantidad ínfima por la entrega de caña de azúcar. En la carretera Cuautla-Tepoztlán están construyendo un gasoducto en zona sísmica, y lo está haciendo una empresa española. No es igual, no es la hacienda colonial, sino que ahora son las empresas apoyadas por gobiernos que se resisten a escuchar los justos reclamos de los pueblos. Están construyendo la termoeléctrica de Huesca y ahí no hay agua. ¿Cómo van a enfriar las máquinas? Con agua de pueblos que sí la tienen... Quieren establecer en el oriente de Morelos muchas fábricas industriales para explotación de trabajadores. Se están resistiendo [los pueblos]. En Atenco, Estado de México, han resistido contra el Nuevo Aeropuerto. Un desastre por la tierra. Se sigue luchando por el agua y las tierras. El régimen de dominación y de explotación es saqueador de los pueblos.
–La nueva administración ha adoptado la imagen de Emiliano Zapata, entre otros personajes. ¿Crees que vienen otros tiempos para los pueblos?
–Yo creo que México entró en un nuevo periodo político y social, pero se debe a los más de 30 millones de mexicanos y mexicanas que votaron en las elecciones del año pasado. Las luchas de los maestros, de los pueblos, los familiares de asesinados y desaparecidos son los portadores de un posible cambio. No hay que esperar mucho del propio Gobierno. Tiene sus compromisos. Busca la conciliación. ¿Conciliación con quién? Con la gran burguesía, con el ejército. Les quita Texcoco y les entrega Santa Lucía. Y hay muchos negocios más. No es mucho lo que yo podría esperar del propio Gobierno, sino que hay que esperar del nuevo periodo lo que puedan lograr las luchas de los trabajadores de México. Ahí está la posible transformación de México, pero apenas estamos en el inicio, vamos a ver qué pasa.
–Sin salir de las comparaciones. ¿Qué tan diferente es el México de hoy, el de la violencia, con el de aquel genocidio, el que narras en el libro?
–Yo pienso que vivimos una situación de militarización del país de nuevo tipo, o sea, no es como la de Pinochet, con golpe de Estado, sino de nuevo tipo. En 2006, México vivió una situación insurreccional en varias regiones. Los obreros metalúrgicos en Michoacán; Atenco, en el Estado de México, y Oaxaca, donde no pudieron con caravanas de la muerte derribar barricadas. No pudieron aplastar los levantamientos de los pueblos. El 1 de diciembre, Felipe Calderón Hinojosa declara su guerra al narco, y comienza el despliegue militar en todo el país. Es una estrategia de constrainsurgencia: la ocupación de territorio.
Es un proceso de militarización que no ha terminado y que ha significado lo que estamos viviendo desde hace años: un enorme genocidio de la población civil. Buscan aterrorizar a la población. Antes de que se firmara o entrara en vigor el Tratado de Libre Comercio, a finales de 1993, el ejército de Estados Unidos hizo una reunión en la frontera con México para discutir la situación en este país. Ellos dijeron: el ejército que tiene México, establecido en zonas, no va a servir para contener las luchas de los campesinos. Necesita transformarse y crear grupos especializados que tengan una enorme movilidad para trasladarse al lugar en que ocurra un enfrentamiento. Después de crearon el cuerpo de Fuerzas Especiales o Grupo Aeromóvil de Fuerzas especiales (GAFE), donde recibieron entrenamiento de Estados Unidos, Guatemala e Israel. De los GAFES surgieron los principales mandos de los Zetas, y los Zetas fueron los que empezaron a colgar gente, a decapitar gente, a destripar. Los Zetas comenzaron con la masacre para aterrorizar a la gente. Eso caracteriza la intervención militar de Estados Unidos en México.
–No es una guerra contra cárteles, plantea Carlos Fazio. Él lo plantea como una guerra contra el pueblo.
–Claro. Desde la época de la Revolución mexicana, en la lucha contra el zapatismo, se vio claramente que el ejército empleaba a los grupos paramilitares. Los más conocidos son los batallones rojos. Bandas coordinadas con el ejército. La matanza de Acteal fue eso: bandas protegidas por miembros del ejército mexicano.
–¿Por qué contar esta historia, la del zapatismo, en cuatro grandes tomos?
–Para recuperar la experiencia revolucionaria de México desde el zapatismo, desde la revolución campesina. Soy del sur. En Taxco, Guerrero, de donde soy, se acuñaban monedas zapatistas, había luchadores zapatistas, hay una tradición de lucha revolucionaria. Zapata lo decía: las montañas del sur son el baluarte por la independencia de México. Hay una trayectoria histórica. Eso me llevó a tratar de comprender, investigar y difundir con información, ofreciendo fuentes.