Rubén Martín
21/04/2019 - 12:04 am
La congruencia revolucionaria de Zapata
Francisco Pineda Gómez, el principal historiador del zapatismo, recuerda que en mayo de 1911 el jefe suriano escribió una carta que se publicó en un diario de la capital, donde explica las razones de su alzamiento: “Es necesario que desechen esa farsa ridícula que los hace tan indignos y tan despreciables, y que tuviera además tacto para tratar con gente honrada. Yo me he levantado no por enriquecerme sino para defender y cumplir ese sacrosanto deber que tiene el pueblo mexicano honrado y estoy dispuesto a morir a la hora que sea”.
No hay otro dirigente político mexicano o héroe de la historia nacional que tenga el arraigo y enraizamiento popular que tiene la figura de Emiliano Zapata, jefe supremo del Ejército Libertador del Sur, la fuerza popular más radical y más organizada de la Revolución Mexicana.
Ahora que se cumplió un siglo de la trampa que le pusiera el Gobierno de Venustiano Carranza para citarlo en la hacienda de Chinameca, y mediante esa traición asesinarlo a mansalva, quedó de manifiesto que la memoria de Zapata sigue viva en los pueblos y organizaciones del México de abajo.
Como manifestaron en un pronunciamiento los pueblos organizados en el Congreso Nacional Indígena (CNI) y el Concejo Indígena de Gobierno (CIG): “A cien años del asesinato del compañero general Emiliano Zapata nos declaramos en alerta ante la urgencia con la que las empresas y los mercenarios en los que se respaldan y que están tanto en el Gobierno como en los cárteles de la delincuencia organizada, de una forma salvaje y letal están apropiándose de nuestros territorios, parándose sobre la destrucción que han dejado no sólo en nuestro país, sino en el mundo. Al compañero general Emiliano Zapata y al compañero Samir Flores les decimos que sus semillas de libertad, democracia y justicia, nacen y crecen en cada rincón donde nombramos la vida, donde les nombramos con la resistencia de los pueblos que apostamos a un nuevo mundo”.
Como se sabe, los pueblos de Morelos se alzaron en marzo de 1911 en seguimiento del Plan de San Luis, lanzado por Francisco I. Madero para deponer a la dictadura de Porfirio Díaz, tras el fraude en las elecciones presidenciales de 1910.
Pero apenas llegó al poder, Madero traicionó su compromiso con las bases campesinas que cargaron el peso principal de la Revolución. Debido a esa traición, Zapata lanzó y convocó al Plan de Ayala, en cuyo primer punto denuncian la traición maderista: “(…) Francisco I. Madero ha tratado de ocultar con la fuerza brutal de las bayonetas y de ahogar en sangre a los pueblos que le piden, solicitan o exigen el cumplimiento de sus promesas a la Revolución llamándoles bandidos y rebeldes, condenando a una guerra de exterminio, sin conceder ni otorgar ninguna de las garantías que prescriben la razón, la justicia y la ley”.
Para millones de mexicanos, Zapata fue el líder popular congruente que nunca claudicó, nunca traicionó y nunca se vendió. Fue un líder que rechazó los múltiples intentos que hicieron los gobernantes en turno para comprarlo, desde la dictadura de Porfirio Díaz hasta el cínico de Madero, quien apenas llegó al poder en la Ciudad de México pretendió hacer a un lado a Zapata, primero, ofreciéndole dinero y una hacienda a cambio de retirarse y desarmar su ejército, propuesta que el dirigente de los pueblos armados de Morelos rechazó de modo tajante.
Francisco Pineda Gómez, el principal historiador del zapatismo, recuerda que en mayo de 1911 el jefe suriano escribió una carta que se publicó en un diario de la capital, donde explica las razones de su alzamiento: “Es necesario que desechen esa farsa ridícula que los hace tan indignos y tan despreciables, y que tuviera además tacto para tratar con gente honrada. Yo me he levantado no por enriquecerme sino para defender y cumplir ese sacrosanto deber que tiene el pueblo mexicano honrado y estoy dispuesto a morir a la hora que sea”.
Además de dejar de manifiesto sus convicciones, Pineda sostiene que “con esas palabras lo que está haciendo Zapata es definir los campos del enfrentamiento: por un lado el pueblo trabajador mexicano, el pueblo mexicano honrado, y por otro el enriquecimiento de los indignos y despreciables… es una lucha de los campesinos pobres, con los gobiernos de los terratenientes, hacendados”.
Fue justo esta actitud digna y congruente la que propició que desde el poder se diseñaran múltiples operativos políticos y militares para deshacerse de Zapata, mediante celadas para asesinarlo.
Francisco Pineda, sostiene que a 100 años de su asesinato por los poderosos de entonces, el legado del líder campesino es su “congruencia revolucionaria”, pues Zapata se comprometió con los pueblos a luchar contra el estado de opresión, despojo y dictadura que padecían los mexicanos trabajadores, honestos, de abajo.
Y esa “congruencia revolucionaria” es la que no le perdonaron sus enemigos que querían que pactara, que transara, que negociara, que se vendiera, como hacían (y hacen) la mayoría de los dirigentes políticos. Zapata no lo hizo y no lo perdonaron.
Finalmente lograron asesinarlo el 10 de abril de 1919, en la hacienda de Chinameca, en una decisión tomada por Venustiano Carranza y operada por Pablo González y Jesús Guajardo. Sus adversarios creyeron que con el asesinato de Zapata, se terminaba el zapatismo. Como tituló con letras rojas el diario Excélsior entonces: “Murió Emiliano Zapata: el zapatismo ha muerto”. Nada más alejado de la verdad. Zapata, a través de sus ideales, su congruencia, su memoria, sigue cabalgando entre el México de abajo, y para temor del México de arriba.
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