Puntos y Comas

Con un siniestro detective, Jorge Gudiño narra en La velocidad de tu sombra la maldad en la CdMx

13/04/2019 - 12:02 am

En La velocidad de tu sombra, Jorge Gudiño toca temas como la maldad, el amor y la búsqueda de redención, mientras revela la geografía cotidiana y oculta de los barrios de la Ciudad de México. 

Por José Pablo Salas

Ciudad de México, 13 de abril (SinEmbargo).– La velocidad de tu sombra (Alfaguara, 2019) es la tercera entrega sobre el comandante Cipriano Zuzunaga que escribe Jorge Alberto Gudiño. Si en la primera novela de la saga, Tus dos muertos(Alfaguara, 2016), conocimos a Zuzunaga, un oscuro comandante de provincia venido a menos, con el paso de las páginas Gudiño nos ha ido revelando a un personaje lleno de claroscuros, con sus propios miedos y frustraciones.

Esta vez, Zuzunaga intenta resolver una serie de asesinatos en la autopista Urbana Norte, mientras lidia con la traición, la corrupción y su propia debilidad de carácter.

Gudiño toca temas como la maldad, el amor y la búsqueda de redención, mientras revela la geografía cotidiana y oculta de los barrios de la Ciudad de México. Sobre la evolución de su personaje y la saga habla Gudiño en esta entrevista.

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–¿Cómo ha sido el proceso de escribir a un personaje a lo largo de tres novelas y tener que hacerlo evolucionar o cambiar en cada una de ellas?

–Es una pregunta que yo me planteo constantemente. Cuando escribí Tus dos muertos, pensé que sería una novela única, no el inicio de una saga. Entonces, cuando estuve frente a la posibilidad de escribir las siguientes entregas, pensé en que, en realidad, estoy escribiendo una novela más larga. En ese sentido, prefiero pensar que Zuzunaga evoluciona más de lo que cambia. Por otra parte, pasa poco tiempo entre las novelas. Apenas unos días entre una y otra. Eso me ha permitido no soltar al personaje. Seguir dentro de su mismo flujo vital. Todos los cambios a los que se enfrenta, se enfrenta un personaje muy parecido al del inicio pero que ha sabido incorporar su experiencia reciente.

–Zuzunaga es un personaje formado con características muy reconocible. Digamos, el judicial corrupto y violento, pero con cada nueva entrega nos ha ido revelando partes más vulnerables y sentimentales de él ¿Qué le ha provocado escribir a este personaje lleno de claroscuros?

–No quiero caer en el lugar común de que todos tenemos algo de eso. Al contrario, me parece que Zuzunaga, ante todo, es un personaje siniestro pero, para poder tratarlo como tal, es necesario que se vuelva más complejo, más personaje. Su ambigüedad moral es una de las cosas que más me interesaban, que fuera humano. Sé que la novela policiaca está llena de lugares comunes y personajes maniqueos. Es casi inevitable caer en algunos de ellos. Sobre todo, si se considera que están en la historia para cumplir con una función clara. Sin embargo, eso se vuelve inverosímil cuando se analiza con calma. Por eso lo llené de claroscuros.

–Hay una exploración de las sensaciones físicas a lo largo de la saga. Especialmente noto un cuidado muy particular en describir la textura de los alimentos de Zuzunaga, pero también el los golpes, el vidrio, el asco de la morgue, todo remite a una cierta fisicalidad dolorosa e incómoda ¿Por qué?

–Cuando estamos acorralados nuestros sentidos se ponen alertas. Y Zuzunaga vive acorralado. Por otra parte, soy de quienes no creen en la separación de las diferentes entidades existenciales. Vamos, no es que no crea en los diferentes planos que nos conforman: cuerpo, consciencia, espíritu… Lo que no creo es que puedan ser pensados por separado. Cuando hay asco en la morgue, estoy asociando una sensación física con una incomodidad a nivel conciencia de la misma forma en la que intento que Zuzunaga disfrute la comida en determinados momentos de su trajinar. Me resultan muy atractivas las sinestesias. Entonces, las uso cuando puedo.

 –¿Cómo equilibra el “pretexto” narrativo de la resolución de los asesinatos con la auto- exploración del personaje y su evolución?

–Me parece que ése es uno de los mayores retos dentro de la construcción de estas novelas. No pretendo escribir una saga indeterminada, en la que al detective se le presenten casos y los resuelva. Para eso ya hay mucha ficción televisiva. Me interesa, mucho más, contar la vida de Zuzunaga, desde el momento en que llega, defenestrado, a la Ciudad de México. Entonces necesito contar algo más que sus casos. Éstos son una consecuencia de su oficio pero sólo eso. El resto es su plano personal, el familiar, sus propias dudas y todo lo que lo va rodeando.

¿Qué “ventajas” o “desventajas” tiene el escribir novela negra en el contexto de México, un país donde la justicia es lenta y poco eficaz y la violencia es constante y casi asumida?

–Me parece que no sólo en el caso de Zuzunaga sino en una buena parte de la literatura policiaca contemporánea, los escritores damos una respuesta a cierta ficción que en nuestro país sería inverosímil: las morgues de CSI, los análisis de ADN gringos, la solidez de las instituciones encargadas de la impartición de la justicia. Eso no sucede aquí. No sólo tenemos tasas de crímenes mucho más elevadas sino que la impunidad es altísima. Entonces, lo que interesa es resolver ciertos casos, no todos. La ventaja, entonces, es que no hay miedo ante el fracaso, tampoco una noción elevada de la justicia. Si Zuzunaga resuelve no es porque le interese que paguen los malos sino porque busca un beneficio propio.

La velocidad de tu sombra (Alfaguara, 2019) es la tercera entrega sobre el comandante Cipriano Zuzunaga que escribe Jorge Alberto Gudiño. Foto: SinEmbargo.

En la novela hay un interés por las sombras. De manera explícita pero también figurativa, parece que Zuzunaga siempre está persiguiendo una sombra, algo que no existe, una paz imposible ¿por qué escogió esta figura para explorarla en la novela?

Hace ya varios meses, cuando estaba trabajando con las ideas iniciales para esta novela, me encontré, después de décadas de no vernos, con mi primer amigo. Nuestras mamás nos sacaban al mismo parque cuando ninguno de los dos sabía caminar. Se mudó cuando éramos adolescentes y nos dejamos de ver. Él, ahora, es doctor en física y se ocupa de proyectos incomprensibles. Yo siempre he tenido una curiosidad científica reprimida. Reencontrarme con él me abrió la posibilidad de discutir y aprender de ciertos temas. Yo ya sabía que una sombra se puede desplazar más rápido que la luz pero le pedí que me explicara lo que había detrás de eso. Fue tan fascinante que decidí incluirlo en la novela. Además, me funcionaba para saltar de lo figurativo a lo abstracto.

–Hay un punto en la novela en que narra el pasmo, casi cinismo, de Zuzunaga ante el terremoto de la Ciudad de México de 2017, ¿por qué decide que su personaje tome esta postura?

–Hay dos razones. La primera es porque él es un extranjero en la ciudad. No está acostumbrado a los temblores. La segunda es porque no me cuadraba un Zuzunaga heroico, con esa necesidad de salvar vidas o de ayudar que experimentamos todos o casi todos. Me parece que lo común cuando la tragedia fue ver a la población en las calles, ayudando porque, claro, era lo natural, lo que se espera de otro ser humano. Sin embargo, debió haber miles o millones de personas que no lo hicieron. Y me parecen literariamente más atractivas las razones de quien decide no ayudar que las de quien decide hacerlo.

Toda la saga de Zuzunaga toma lugar en colonias de la Ciudad de México, ¿cómo ha sido su proceso para definir y escribir sobre esta enorme urbe?

–Todo parte de Tus dos muertos. Necesitaba que fuera la ciudad pero no cualquier parte de la ciudad. Necesitaba un universo limitado. Entonces elegí una colonia aledaña a la de mi infancia. Es el típico barrio de las afueras de la ciudad de donde sale gente a trabajar durante el día y vuelve por la noche. No hay un tránsito excesivo en su interior pero está lleno de pequeños negocios: fondas, vulcanizadoras, juguerías y demás. Le cambié el nombre y me sorprendió cuando varios lectores me comentaron que se parece a la colonia donde viven. Entonces me quedé con el escenario para las siguientes novelas.

Lo cierto es que la ciudad es inabarcable, entonces hay dos caminos: o uno opta por lo icónico y la hace de guía de turistas; o elige lo cotidiano, buscando encontrar ecos de otros habitantes en esas lecturas.

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SinEmbargo comparte un fragmento del libro La velocidad de tu sombra, :copyright: 2019, Jorge Alberto Gudiño. Cortesía otorgada bajo el permiso de Alfaguara.

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Eusebio Jiménez tiene una pizca de cabello en cada sien. Revuelta. Eso, y un nerviosismo desesperante. Te dan ganas de abofetearlo. Bajarle las ansias de un mandoble. Ni hablar. Lo necesitas. Junto con su pierna en constante movimiento. Y sus manos. Y la mirada paranoica.

¿Cómo obtuviste la información? Le señalas la noticia de la portada. Tomaste un nuevo ejemplar de su propio escritorio. Hasta arriba de la pila. Colecciona sus primeras planas. El mérito de los invisibles.

Responde con rapidez. Las horas de espera en el turno de la noche. Las frecuencias de la policía y las ambulancias interceptadas. Servicios de emergencia. El oído aguzado. Los códigos numéricos. La carrera para llegar antes que la autoridad. Sólo así se consiguen fotos. Buenas fotos. Las que ganan las portadas. Lo habitual.

Reparas en que así es como debió conseguir la primicia el reportero que tomó las fotos de Cherry. ¿Cuánto ha transcurrido? Hasta podría ser el mismo Eusebio. Apenas algunos meses. Ignoras por qué ese caso te suena a pasado remoto.

Niegas. No te interesa el frenesí de la guardia nocturna de la nota policiaca. Roja. Como la ciudad. Plagada de moscas. Buscas entender cómo reunió los datos. Moscas revoloteando sobre cadáveres. La información dura.

¿Fuma? Ofrece Eusebio Jiménez.

A veces. Eres sincero. Tienes vicios frente a los que mantienes una postura bien definida.

Salen a un patio interior de fumadores. A lo que hemos llegado. Media docena de personas. Una nueva revelación repta con lentitud. Los nombres son lo de menos. Tampoco importan sus historias. Decenas de colillas anegan los ceniceros. Lo que les pagan a los reporteros son las fotos. A alguien sin muchas luces se le ocurrió dejar pasto en lugar de adoquines. Las palabras las ponemos después. Bastarían unas gotas para que esto fuera un lodazal.

¿Después? ¿Después cómo?

Después. Replica Eusebio Jiménez. Si tenemos suerte, la policía nos da información. Se las compramos, pues. Es eso o que nos jalemos para la morgue. A hablar con quien conozca al muerto. A veces hasta le toca dar la noticia a uno. Otras, nos regresamos sin historia. Entonces debemos inventar. Lo importante son las imágenes. Eso, y un encabezado poderoso. La mordida del tiburón, le dice el jefe. La mordida del tiburón es lo que vende.

Vale madre. Chupas el cigarro hasta que la brasa recorre varios milímetros. ¿Qué esperabas? ¿Fidelidad? ¿Apego a los hechos? Si los encargados de la justicia no cuentan con expedientes confiables por qué iban a tenerlos quienes viven del morbo.

¿Entonces no es cierto?

¿Qué cosa?

Que es el tercer asesinato de este tipo.

Eusebio Jiménez voltea. Te conduce a una de las esquinas del patio. No hay cenicero. Las colillas abonan la grama.

Eso sí es cierto. Susurra. No hay nadie cerca pero susurra. Son tres síes… quizá más. Yo sólo he detectado tres.

Lanza el cigarro y te pide que lo sigas. Jalas hondo. No te importa exhalar humo dentro de las oficinas. La bodega huele a tinta. A tinta y humedad. Eusebio Jiménez busca en archiveros. Saca una carpeta. La abre. Las fotos son muy parecidas a las del diario en cuestión.

No se publicaron. Hubo otros muertos para la portada. Explica el periodista.

Es el baúl de las noticias no publicadas. Cientos y cientos de carpetas con muertos que no consiguieron interesar a algún editor. Ni siquiera sirvieron para alimentar el apetito de sangre y cráneos destrozados del público lector. Tal vez también tengan un archivo así de las tetonas descartadas. Ni hablar, no lo puedes pedir ahora. Imaginas la desilusión de Eusebio al guardar a sus propios muertos en las carpetas. Lo sentimos. Su deceso no satisface nuestras expectativas de morbo.

Pasas las fotografías. En la parte posterior hay palabras escritas con lápiz. Fechas. Hora. Nombre. Lugar. Un hilo de la madeja. El nombre.

¿Son sus nombres? Reiteras más para ti mismo.

Sí, son. Dice mirando a sus espaldas.

Los copias.

¿Tienes las fotos digitales?

Sí, las tengo.

Le pides que te las envíe a tu correo.

Eusebio te acompaña a la salida. La ciudad se siente pesada. Te ofrece otro cigarro. Declinas.

¿Te toca guardia hoy?

Sí, me toca. Su nerviosismo parece acrecentarse conforme fuma. Algo no está bien en Eusebio Jiménez. Debe haber visto al horror demasiado cerca. Seguido. Sentirse acechado.

¿A qué le tienes miedo? Tu pregunta nace de un impulso. De la desesperación por su ser acorralado. Un animalito en medio del fuego. Un roedor sin escapatoria.

A nadie. ¿Por qué?

Olvídalo. Te despides.

¿Y usted? Alcanzas a escucharlo a unos pasos de distancia. ¿A quién le tiene miedo usted?

Alzas la mano. Sin detenerte. Restándole importancia. No es la pregunta que necesitas responder ahora.

Tus miedos. Son tantos.

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