El Instituto Tecnológico de Coahuila es una de las instituciones educativas con más prestigio en la entidad, pero detrás de su fachada de reconocimientos hay historias que muchas veces no son contadas por temor a las consecuencias, como la del acoso a alumnas.
Por Carlos Arredondo
Saltillo, 26 de marzo (Vanguardia/SinEmbargo).- La noticia llegó por correo electrónico: la profesora responsable de evaluarla le otorgó 95 de calificación. Era la última evaluación, la de “Residencia”. Había terminado finalmente la carrera… era libre.
Han pasado casi dos años desde ese momento, pero a Susana (un nombre que usaremos para proteger su identidad) aún le da miedo hablar abiertamente de lo que vivió en carne propia y de lo que sabe. Todavía teme que los profesores, las autoridades y el sindicato del Instituto Tecnológico de Saltillo (ITS) puedan actuar en su contra si da la cara y denuncia abiertamente lo que ocurre en una de las instituciones educativas de mayor prestigio de la capital coahuilense.
“Es muy buena escuela”…
—responde sin dudar cuando se le pregunta qué le aconsejaría a una adolescente que piense ingresar a dicha institución— "pero le aconsejaría que fuera lista, que si se siente insegura levante la mano, levante la voz, que no tenga miedo… que si tiene que dejar una clase, o la tiene que reprobar, la repruebe… simplemente que no permita que ese acoso llegue a más".
Y es que la realidad de las alumnas que estudian en el ITS, asegura, es una de violencia cotidiana. “Qué feo, ¿no?, que cuando entras a una escuela uno de los comentarios que te dicen es que, ‘en algún momento te va a tocar’… porque hay muchos profesores que ya tienen la fama”, explica.
Su caso, asegura, no es distinto al de muchas otras: prácticamente desde el primer día de clases recibió advertencias sobre los profesores a los que debería evitar porque tienen la costumbre de acosar a las alumnas en clase, organizar fiestas en sus casas y formular insinuaciones y propuestas inadecuadas.
Por lo regular, explica, se trata de profesores con una larga trayectoria en la institución y quienes tienen a su cargo las materias “difíciles” como Probabilidad y Estadística, Matemáticas y Costos. Todo mundo lo sabe, asegura, pero nadie se atreve a denunciar porque saben que las autoridades no harán nada y “el sindicato” los va a proteger.
EL MODUS OPERANDI
Los profesores que incurren en estas conductas, explica Susana, “son listos” porque se cuidan de iniciar sus insinuaciones de manera que no se les pueda señalar por acoso tan fácilmente.
La aproximación comienza pidiéndole a las alumnas que les gustan que pasen a borrar el pizarrón, o solicitándoles que acudan o sus cubículos —o les acompañen en el salón de clases— para “ayudarles a calificar exámenes”, como si se tratara de una situación inocente.
Si las alumnas aceptan, entonces siguen actos mucho más explícitos: saludos de beso en los que deliberadamente aproximan su boca a la de las alumnas, contactos durante la clase acercándose por detrás a las alumnas y tomándolas por los hombros; “susurros” al oído preguntándoles cómo están, o diciéndoles “estás muy bonita”.
Y dentro de las instalaciones del Instituto la situación puede escalar aún más. Susana cuenta el caso de un profesor de matemáticas, de nombre Juan Ángel, que “es muy sonado… súper sonadísimo que él sí es bien descarado. Él si es de que ‘pásale al pizarrón porque te quiero ver’… o sea, ¡bórralo!, te quiero ver”.
Luego vienen las fiestas, que los profesores provocan y a las cuales realizan invitaciones abiertamente, en el salón de clases. A Susana le tocó escuchar, a lo largo de su carrera, al menos cinco invitaciones a fiestas, realizadas por tres profesores suyos. Uno de los maestros “famoso” por organizar fiestas sería uno de los que imparte la materia “Costos empresariales”.
Nunca fue a una de esas fiestas, asegura, pero conoció muchas historias de profesores que abusaban del alcohol durante éstas y que eventualmente tenían contacto físico con las alumnas. No conoce ni le consta ningún caso de encuentros sexuales, aclara, pero sí de besos y caricias en público, durante las fiestas.
Tras acoso, llegan las amenazas: alerta víctima
Si las tácticas de aproximación no tienen éxito, los profesores pasan a las represalias, dice Susana, egresada del Tecnológico de Saltillo. A ella le ocurrió con Leonilo, el profesor de Probabilidad y Estadística, quien comenzó pidiéndole que se quedara con él en el salón para “ayudarle a calificar exámenes”.
“Él quería encontrar la manera en la cual yo estuviera sola con él. Y no nada más yo: me enteré que a varias compañeras mías, de ahí mismo del salón, también les pedía lo mismo”, explica.
Pero debido a que la “fama” de este profesor es conocida, las alumnas de su grupo desarrollaron una táctica de defensa: cuando alguna de ellas era invitada a permanecer con el profesor, las demás se quedaban en la puerta esperándola.
Entonces sobrevino el cambio de actitud: “Yo empecé a notar que el profesor ya se empezó a portar de una manera grosera conmigo. Cada vez que yo entraba a clase él me empezaba a decir: ‘a ti ya te veo el otro semestre’, o ‘tú ya no pasas’… o yo quería
participar y ya no me dejaba”.
De las palabras, el profesor pasó a los hechos: Susana comenzó a reprobar todos los exámenes parciales de la materia y fue necesaria la intervención de un familiar. Para buena suerte de ella, un familiar cercano y el acosador eran viejos conocidos.
De cualquier forma tuvo que presentar exámenes extraordinarios de la materia. En la última oportunidad para pasar, la razón de su “suerte” se hizo explícita: “dale gracias a tu familiar”, recuerda que le dijo Leonilo cuando le entregó el examen y, sin siquiera revisarlo, se lo devolvió con una nota aprobatoria.
LOS COMPAÑEROS TAMBIÉN
Tal como se denunció en la Facultad de Jurisprudencia, Susana refiere que en el caso del Tecnológico de Saltillo no son solamente los profesores quienes practican el acoso hacia las alumnas. También son sus compañeros de clase.
En uno de los complejos de la institución, identificado oficialmente como “Campus Miravalle”, se encuentra un espacio que los alumnos conocen como “el ejido”. Allí están los salones “N” y es una zona de acoso hacia las mujeres, según refiere Susana.
“Se juntan muchos chavos, atrás de la cafetería y cada vez que pasa una muchachita guapa, pues le aúllan… como perros… o sea, le ladran, le aúllan, le aplauden… se escucha hasta el otro edificio… yo tenía un profesor que abría la ventana y les gritaba: ‘¡cerdos, cállense!’”.
Tampoco existe solidaridad entre compañeros y eso vuelve más difícil que alguien se anime a denunciar y a exponer abiertamente la situación. Ni siquiera las integrantes mujeres del cuerpo docente se atreven a impulsar acciones para modificar la realidad dice Susana. A lo más que llegan, dice, es a recomendarles a las alumnas que se den de baja de la materia de los profesores acosadores.