Sandra Lorenzano
24/03/2019 - 12:00 am
Una alquimista de la mirada
A lo largo de los años su obra ha construido una suerte de cartografía de las mujeres de nuestro país.
Taumaturga de la imagen, alquimista de la mirada, Lucero González sugiere historias y certezas, pasiones y temores en cada una de sus fotografías, haciendo de ese punto liminar entre lo retratado y aquello que llamamos “realidad”, un espacio mágico de reconocimiento y a la vez de sorpresa. Como si lo que nos muestra despertara nuestra memoria más antigua; una memoria ancestral cuya existencia habíamos olvidado y que, como a sus personajes, nos vincula a la naturaleza, a quienes nos rodean y, sin duda, a nosotras mismas, a nosotros mismos. Su lente privilegiada pone en escena los elementos esenciales: la naturaleza, la vida, los cuerpos, y teje con ellos una urdimbre que es raíz y es hogar. Pertenencia tibia, siempre.
A lo largo de los años su obra ha construido una suerte de cartografía de las mujeres de nuestro país. O mejor dicho: del cuerpo de las mujeres. Oaxaqueña de origen y amante de esa tierra a la que regresa una y otra vez, sus imágenes parecen querer descifrar las huellas de la vida sobre la piel de las protagonistas. Pienso en algunos de sus proyectos como “Raíces” o “El suelo bajo sus pies” en que los lazos entre lo femenino, la creación y la naturaleza se funden dando lugar a una unidad inseparable.
Lo estético se juega en una búsqueda profunda de un lenguaje propio que abreva en la mejor tradición fotográfica de nuestro país, incluidas las mujeres, por supuesto (Lola Álvarez Bravo, Graciela Iturbide, entre otras), usualmente en un blanco y negro sugerente y esencial, donde el protagonismo de los rostros o cuerpos suele fundirse en un entorno protector. La mirada privilegiada de Lucero es también la mirada de quien ha dedicado su vida a la lucha por los derechos de las mujeres. Como feminista, un eje comprometido y consciente, atraviesa todo su trabajo, convirtiendo cada imagen también en un sutil espacio de reflexión.
En los años 70 formó parte del Movimiento de Liberación de la Mujer y del colectivo La Revuelta. Cercana a Marta Lamas, a Alaíde Foppa y sus hijos, y a otras intelectuales, artistas y activistas, Lucero es un personaje clave en la historia de feminismo mexicano. Entre otras cosas, es miembro del Consejo Editorial de Debate Feminista desde su fundación, hace más de 25 años, es fundadora también del grupo Semillas, (Sociedad Mexicana Pro Derechos de la Mujer, AC), una organización que cambió la noción de filantropía, y de GIRE (Grupo de Información en Reproducción Elegida). Con el premio que recibió como reconocimiento a sus treinta años en el movimiento feminista, creó uno de los proyectos más importantes que se han realizado en el campo del arte producido por mujeres: el MUMA (Museo Virtual de Mujeres Artistas Mexicanas, “un espacio pionero en América Latina que incluye un extenso archivo digital de pinturas, esculturas, fotografías, performances, y videos creados en nuestro país por mujeres artistas durante el siglo XX” , y lo que va del XXI.
Su solidaridad y su vocación por la sororidad marcan todas sus relaciones. Decidió en algún momento de la vida pasar de la sociología a la fotografía, y en los últimos tiempos ha sumado también el video a su producción artística. Documentales, ensayos, retratos, propuestas como “La siembra del agua” en la que recupera rituales zapotecas, brasileños y vietnamitas vinculados a la tierra y la fertilidad, o el video “Ayuuk, que es la palabra mixe para referirse al ritual en el que simbólicamente se fertiliza a la tierra para después sembrar el maíz”, por citar sólo un par de ejemplos, son expresiones de este entretejido en que la mirada creadora enraíza en los derechos humanos y en su vínculo con la naturaleza.
He escrito poemas y artículos sobre el trabajo de Lucero porque siempre me ha interesado y conmovido; hemos soñado con algún libro hecho juntas (ya llegará…), tenemos planes y recuerdos. Lucero, Lux, es “polvorita”: siempre está creando nuevos proyectos individuales y colectivos, artísticos y sociales, con una energía y un entusiasmo envidiables, y tan contagiosos como la risa y el amor a la vida que inundan su charla.
En este sentido “Tierra caliente”, su exposición más reciente (aún puede verse en la Biblioteca Henestrosa de Oaxaca) continúa esta exploración que es a la vez estética y ética.
“Cuando era niña conocí Pinotepa Nacional y me impresionaron las mujeres con su cuerpo desnudo y sus enredos de color púrpura. Es una imagen que se me quedó grabada”, me cuenta Lucero. Ahora es a nosotrxs a quienes se nos quedan grabadas estas imágenes de torsos desnudos y largas cabelleras. En el transcurso de los siglos el cabello como símbolo femenino ha despertado veneración, atracción y miedo. En las fotos de Lucero es suavidad y dulzura, sensualidad y fuerza, atisbo de rostros y vidas que estamos invitadas a descubrir.
El tiempo ha ido modelando los cuerpos de sus mujeres, volviéndolos espacios de calma, de conocimiento y sabiduría. Cada uno es una historia, un relato que en clave cifrada habla de pudores, pasiones y desvelos. Y nos toca a quienes los miramos intentar descifrarlos o sumergirnos con ellos en el misterio.
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