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No hice una autobiografía, lo tengo prohibido, pero en Dolor y gloria estoy al desnudo: Almodóvar

22/03/2019 - 12:02 am

En este entrevista sobre su película número 21, Dolor y gloria, el director español Pero Almodóvar habla sobre los excesos de la llamada Movida, su infancia en dos colegios religiosos y la pasión como niño y como septuagenario.

Por Mónica Zas Marcos

Madrid/Ciudad de México, 22 marzo (ElDiario.es/SinEmbargo).- Pedro Almodóvar (Calzada de Calatrava, 1949) sale del carrusel de entrevistas y pide una Coca-Cola. Enfrentarse a horas de promoción de golpe después de dos años le provoca hipoglucemia a cualquiera, y más si es con un filme como Dolor y gloria.

El cineasta manchego se niega en rotundo a que su vida quede plasmada en una biografía, pero su película número 21 es lo más parecido a narrarse a sí mismo que ha hecho jamás. A través de Salvador, el personaje de Antonio Banderas, Almodóvar ha saldado cuentas pendientes con su madre, su primer deseo homosexual, sus díscolos actores y su conciencia. Una confesión violenta que se multiplica en cada encuentro con la prensa.

Vestido con unos vaqueros y un polo rojo a juego con la pañoleta de flores que lleva al cuello, Pedro se desnuda emocionalmente frente a un periodista tras otro. Lo hace con la campechanía que no ha perdido en 40 años de profesión, pero con el orgullo de saberse "de nuevo" Almodóvar. Está muy satisfecho con su última cinta y no hay necesidad de falsas modestias. "Me ha salido muy bien", confiesa a eldiario.es y a otro medio en la intimidad de su despacho de El Deseo.

Al fondo, un mural de fotografías inunda una pared azul. Están Tarantino, Spike Lee y muchas Penélopes, pero no todos los actores que han trabajado con él ni todas sus películas. Entrar en el paseo de la fama del icono del cine español y de uno de los directores más exigentes de la industria en general es duro. A veces, incluso más que conseguir una baldosa en forma de estrella en una acera de Los Ángeles.

–Se habla de Dolor y Gloria como la película más personal de Almodóvar. ¿No siente que se ha abierto sobre situaciones más comprometidas en otras?

–¿A cuáles te refieres? Bueno, a todas en realidad. Sí, yo también lo creo. En ésta estoy emocionalmente desnudo, pero en las demás hay una parte confesional. Yo no quiero escribir una autobiografía y lo prohibiré mientras viva (y cuando muera también lo prohibiré). Mi vida, toda ella, está en las películas que he hecho. En este caso es más evidente porque el protagonista es un cineasta. No, no. Estoy de acuerdo en que el ejercicio de impudicia aquí no es mayor.

–Pero quizá es la primera vez que habla del dolor de una forma menos abstracta. Se ven los achaques físicos, los emocionales y los mentales. ¿Qué le ha llevado a hacer ese ejercicio terapéutico justo ahora?

–No hay que tomar la película de un modo absolutamente literal porque el personaje de Antonio [Banderas] está bastante peor que yo (ríe). Y es verdad, ¿por qué ahora? Quizá porque no tenía ninguna otra historia mejor que contar. Al principio me dio un poco de vértigo, pero cuando escribo es cuando soy menos pudoroso. Tengo un guión apartado desde la promoción de Julieta, como muchas veces me ocurre, así que me era más fácil hablar desde mí mismo, desde un lugar donde no tenía que documentarme sobre nada. En ese sentido fue una decisión pragmática. El dolor estaba presente, de hecho nace de una situación dolorosa que es la espalda. Pero hay una inflación de historias. Lo bueno es que todas fluyen muy bien, pero se cuentan muchas más cosas. Me ha salido muy bien intercalar todas esas etapas y esos personajes, que forman lo contrario a una película cronológicamente ordenada. Y más que el dolor, lo que está en el centro de todas es la impotencia que le genera al director ese dolor.

Familia Almodóvar en Dolor y gloria. Foto: ElDiario.es

– De hecho, su alter ego se vuelve adicto a la heroína para eclipsar el mono de su verdadera adicción: rodar películas. ¿La ha sufrido usted también?

– Pues sí. El gran problema del personaje es casi la seguridad de que no va a volver a rodar. Aunque existe ese coqueteo con la heroína, la gran dependencia de Salvador es el hecho de hacer cine. Sin una película a la vista, su vida carece de sentido. Esa es una sensación que yo conozco y que también me ocurre. ¿Hasta cuándo voy a seguir haciendo cine? ¿Cuál será la próxima película? Porque no te sirve cualquiera. Yo, afortunadamente, puedo rodar en el momento en el que me lo proponga, pero no me sirve cualquier historia, sino algo que realmente me apasione. Y ese miedo a no encontrarlo o a no estar en las condiciones físicas idóneas, también me atenaza.

Dolor y Gloria es una película de reencuentros con la infancia, con la Movida, con antiguos amores y con actores difíciles con los que ha trabajado. ¿Cuáles fueron los que más le removió escribir?

–Desde el principio concebí la película con esa alternancia: por un lado están esos reencuentros físicos, algunos de ellos muy aliviadores, y por otro la necesidad de mirar atrás al quedarse inmovilizado y aislado en su casa. Ahí se reencuentra con momentos muy luminosos de su infancia, a pesar de que solo lo fue vivida desde los ojos de un niño. Desde los ojos de la madre, no era nada luminosa.

Quizá esos me removieron más, pero porque me encantan los recuerdos infantiles. La mayoría son inventados, pero podrían haber sido parte de mi vida. A los 9 años no me enamoré de ningún albañil –y me da igual que me crean o no (ríe)–, pero me podría haber ocurrido perfectamente.

–Pero eso le va a pasar con casi todo lo que ocurre en la película, incluida la parte de la heroína (risas).

–(Ríe) Me temo que lo van a decir. Conozco bien el mundo de la heroína porque en los 80 se movía en círculos muy próximos de amigos con los que salía todos los días. Por alguna razón, yo he intuido siempre que esa droga no iba conmigo. La razón yo creo que fue ver los efectos devastadores inmediatos. Se manifestaban demasiado pronto. Y tampoco era la droga que le va a mi carácter... en cualquier caso no la tomé, pero conozco el ambiente.

Soy una persona formada en los 80, donde este tipo de cosas eran las comunes y las cotidianas. Y en esa época las drogas eran algo cotidiano. No quiero decir que yo no me haya metido: la mía era la cocaína.

–Durante el reencuentro con el actor, el personaje de Antonio admite la dureza con la que le trató en el rodaje, aunque al mismo tiempo lo defiende. ¿Es de los que piensa que es necesario ese punto autoritario para sacar lo mejor de los actores?

–He tratado de no tenerlo, aunque lo he tenido alguna vez: en el momento en que me he encontrado directamente con actores que no querían hacer lo que yo quería hacer. Nunca he tenido que utilizar mi autoridad. Es decir, el director tiene una autoridad natural, pero yo nunca la he expresado. "¿Por qué lo vas a hacer? Porque lo digo yo". En una ocasión sí, no voy a decir la película ni el actor porque se ha hecho amigo con los años.

Esa es la peor situación que se puede vivir entre un director y un actor. Yo tengo la suerte de haber tenido una relación buenísima con el 98 por ciento de los actores y actrices (y he trabajado con muchísimos). Pero sí que he estado en la tesitura de no estar de acuerdo en un montón de cosas y tener que discutir. Pero no discutir en el sentido de pelearte, sino de tener que imponer lo que piensas.

La profesión del actor se basa en la generosidad y en no estar muy centrados. Porque de verdad, alguien que está dispuesto a cambiar de piel cada mes o seis veces al año como lo hacen ellos... de no hacerlo tendrían que estar tratándose con un psiquiatra. Yo no lo haría. Su necesidad de cambiar es algo muy especial, psicológicamente hablando. Pero la generosidad no va con los contratos, va con la persona.

Antonio Banderas y Pedro Almodóvar. Foto: ElDiario.es

–A primera vista parece una de sus películas menos comprometidas, pero lo es al reflejar el despertar homosexual de un niño en un ambiente rural y católico. ¿Le sorprende que sea un acto valiente 60 años después y en medio del auge de la extrema derecha?

–Es la parte más delicada. Cualquier tema en el que intervenga un niño hay que tratarlo con enorme delicadeza. Yo no soy consciente de que sea tan importante contarlo ahora, lo que pasa es que lo hago con convicción. No lo hago en plan combativo, sino que es algo muy delicado que el cine tiene que tratar. Recuerdo mis primeras pulsiones sexuales a los 9 años. Y recuerdo cómo y en qué circunstancia. La sexualidad empieza a esa edad, no eres consciente porque tampoco lo eres de tu cuerpo ni sabes qué tienes que hacer. Pero el deseo existe dentro de ti.

–También habla de la Iglesia como institución succionadora de niños.

–Yo me he maleducado en dos colegios de curas y todos saben perfectamente lo que ocurría: era terrorífico y en cantidades ingentes. El español y la española (porque también ha habido víctimas niñas) somos muy vergonzosos con estos temas. Te da un apuro tremendo decirlo en la familia y mucho más socialmente, pero los abusos existen desde que existen los colegios de curas y son escandalosamente numerosos. Ya va siendo hora de que salgan a la luz.

Yo fui testigo de muchísimos y recuerdo perfectamente cómo se resolvían. Viví un caso, que me inspiró para La mala educación, en el que eran tales los abusos a los niños del colegio que trascendió extramuros, en Puebla de la Calzada, y se originó un verdadero escándalo. Así que no les quedó más remedio que reaccionar. El modo de sancionar a este cura fue mandarlo a otro colegio de Sevilla donde no hubiera tantos niños pequeños, que fuera al bachiller superior.

Ese era el modo cuando el nivel de escándalo era enorme. El acosar a dos o tres, era peccata minuta. Pero qué podemos esperar, cuando el Papa anterior ha encubierto a un verdadero psicópata, a Marcial Maciel.

–Hay una escena muy sensual entre dos hombres mayores que debería no ser una provocación en la España de hoy, pero lo es. ¿Puede ser un revulsivo al nivel de sus primeras películas?

–Yo soy dueño de mis historias e impongo mi universo con todo el orgullo y toda la prepotencia que eso otorga. Y en mi universo hay dos señores mayores que se besan con pasión y, justo después, uno de ellos regresa a su vida con su mujer y sus hijos.

Esa parte me parece revulsiva, y por eso mismo estaba encantado de hacerla. En mis películas aparece mucho la bisexualidad porque los bisexuales tienen menos modos de manifestarse, aunque estén incluidos en las LGTBI. ¿Son personas que llevan una doble vida? Lo pueden razonar así si quieren, pero hay momentos en los que amas a un hombre y otros en los que amas a una mujer. Y es tan sincero uno como otro.

Es más, queda claro que si el personaje de Leo [Sbaraglia] se hubiese quedado, habrían follado toda la noche (ríe). Pero el personaje de Antonio le dice que no porque es más frágil y se habría enterrado en un socavón con los fantasmas del pasado.

–Habla del protagonista como un hombre frágil frente a los sentimientos pasados y el amor. En ocasiones le han criticado por mostrar esa dependencia emocional hacia un hombre únicamente en las "chicas Almodóvar". ¿Es una réplica?

–Yo no escribo de un modo visceral, hay una técnica narrativa que tienes presente. En el momento en el que soy más libre es cuando estoy escribiendo, pero no soy del todo consciente de lo que pongo. Es decir, lo soy en términos dramatúrgicos, pero no respecto a lo que significa para la sociedad o para los espectadores que van a ver la película.

Creo que la pasión del hombre es más aburrida cinematográficamente hablando que la de la mujer. Las mujeres tenéis muchos más registros y a la vez mucho menos pudor, todo eso hace que seas mucho más interesantes como sujetos dramáticos. Además, como la mujer ha estado condenada a estar callada tantísimo tiempo, me resulta mucho más interesante de descubrir. A la hora de abordar una pasión, el hombre puede ser tan apasionado y sufrir tanto como la mujer, pero las pasiones masculinas se enturbian o me resultan menos interesantes.

Pedro Almodóvar habla de su más reciente película Dolor y gloria. Foto: ElDiario.es

–Ha dicho que cree que a sus hermanas no les va a gustar la película. Cuando un director se expone biográficamente como hace en Dolor y gloria, ¿se olvida del pudor de la gente que le rodea?

–Los que leyeron por primera vez el guión me dijeron que me estaba exponiendo demasiado. Yo no era consciente, no tengo la sensación de haberme abierto en canal. Mis hermanas aún no la han visto y yo con ellas no he hablado de casi ningún tema de los que aparecen en la película, pero gran parte de la infancia corresponde a sus recuerdos.

Las he preparado porque tampoco sabes cómo van a reaccionar. Es muy delicado. Alguien que escribe historias inevitablemente se basa en la realidad, y esa realidad es la tuya, la que lees, la que te cuentan, la que te imaginas y también la realidad de los demás.

Recuerdo en Mujeres en un ataque de nervios, el papel de María y su aventura con los terroristas chiitas estaba basado en una de mis mejores amigas. Ocurrió, pero no eran chiitas, eran etarras. Fue una experiencia horrorosa. Cuando la terminé estaba encantado porque pensaba que había convertido esa experiencia tan negra en algo humorístico. Pero mi amiga, cuando vio la película, me dijo: Pedro, no tienes derecho a hacer esto. Y yo le dije: ¿pero has visto cómo se ríen? Con el tiempo me di cuenta de que, en efecto, al hablar tu vida tienes el peligro de meter a gente ajena que quizá no se sienta bien.

–Antonio Banderas dijo que la escena en la que ruega comprensión a su madre por haber sido diferente podría ser una conversación pendiente con ella. ¿Es así?

–Me sorprende mucho porque es una escena que todo el mundo da por hecho que ha ocurrido. Es en la única parte que me emocioné tanto que me costaba dirigirlos, se me saltaban las lágrimas. La escribí la noche anterior para Julieta [Serrano] porque ella me encantaba.

Tengo la sensación de que no estoy hablando de mi madre estrictamente, pero sí de mi infancia, de mi adolescencia y de la sensación de extrañeza que yo sentía a mi alrededor. Es curioso tener que haber rodado la película entera para arañar un sentimiento del que nunca he hablado, primeramente porque es muy desagradable y doloroso. Hay cosas de mi infancia que he borrado deliberadamente para que no tuvieran peso en mi vida, y una de esas fue ese modo de mirarte como alguien distinto y peyorativo que está incluida en la película. Es una sensación muy fea para recordar y la eliminé en cuanto vine a Madrid.

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