Este ensayo fotográfico tiene como escenario los recintos del Museo Nacional de Historia Natural y, como actores principales a leones, tigres, osos, jirafas y aves. La primera parte de este trabajo está dedicada a una serie de retratos por los cuales desfilan varios animales: aves, un lobo, una jirafa, una pantera, entre otros. Los rostros de cada animal se encuentran suspendidos en un fondo negro y recuerdan a alguna pintura tenebrista del Barroco; acercamientos dramáticos, miradas trágicas y expresiones fieras. Pareciera que las criaturas retratadas se encuentran en alguna especie de arrebato místico y, que con aire sublime, se dejan fotografiar.
Ciudad de México, 17 de marzo (SinEmbargo).- “¿Y qué hacemos ahora con los animales?” es la pregunta en torno a la cual gira el texto de Mario Bellatin que acompaña el trabajo fotográfico de Ilán Rabchinskey. En general, las directrices de la fotografía de Ilán, nacido en México, son la tensión entre las fuerzas naturales y el desarrollo de las civilizaciones humanas, la composición física de la materia y el lugar históricamente asignado al ser humano con respecto a otras formas de existencia biológica y material. El medio terrestre es un acercamiento a la relación del ser humano con los demás seres vivos que habitan el planeta, y un cuestionamiento a nuestras concepciones de “lo salvaje”, “lo natural”. Este ensayo fotográfico tiene como escenario los recintos del Museo Nacional de Historia Natural y, como actores principales a leones, tigres, osos, jirafas y aves.
La historia que cuenta el libro está irremediablemente ligada a los recuerdos de infancia de Ilán, que pasaba horas de diversión recorriendo el museo cuando era niño. Me lo imagino corriendo por los pasillos en penumbras del museo; un niño pequeño en un mundo enorme. Me lo imagino acercándose con cuidado a las vitrinas, a los dioramas; fascinado, queriendo tocar. Imagino su temor ante los rostros petrificados de animales que sólo había visto antes en fotos, libros o televisión. Paisajes en miniatura, colmillos amarillentos, pieles opacas, ojos vidriosos: calcas extrañas de una realidad lejana.
“Fui a hablar con el director del museo, le platiqué lo que tenía en mente y al poco tiempo ya estaba trabajando con la gente de museografía, los lunes, cuando el museo está cerrado”, cuenta Ilán, que tuvo la fortuna de trabajar de cerca con el valiosísimo patrimonio natural del MHN. La primera parte de este trabajo está dedicada a una serie de retratos por los cuales desfilan varios animales: aves, un lobo, una jirafa, una pantera, entre otros. Los rostros de cada animal se encuentran suspendidos en un fondo negro y recuerdan a alguna pintura tenebrista del Barroco; acercamientos dramáticos, miradas trágicas y expresiones fieras. Pareciera que las criaturas retratadas se encuentran en alguna especie de arrebato místico y, que con aire sublime, se dejan fotografiar. El embellecimiento de las especies, la composición purista y la iluminación confirman uno de los discursos principales de este proyecto: la romantización de la “vida salvaje”. Ilán Rabchinskey combina lo sobrecogedor del arte a la Caravaggio y la frialdad de un encuadre contemporáneo para conformar efigies oximorónicas: naturaleza estática. Resulta bastante incómodo pensar en las implicaciones de que la única manera de retratar animales así de cerca, con tales expresiones y desplegados tan majestuosamente es haciéndolo cuando están muertos.
Por otro lado, la segunda parte del ensayo fotográfico se compone de un conjunto de fotografías de los dioramas y del montaje de estos. En esta sección apreciamos paisajes y atmósferas enrarecidas, un realismo extraño que, a pesar de estar apegado a las características de los ecosistemas que retrata, no deja de resultar extremadamente artificial, kitsch incluso. Una jirafa y una tríada de leones suntuosos con una montaña nevada de fondo; un par de tigres listos para atacar; un oso rugiente sobre sus patas traseras; un cocodrilo enseñando las fauces en medio de una jungla azulada; leopardos, pingüinos, aves, roedores en hábitats cuya construcción meticulosa evidencia su artificialidad.
El texto de Mario Bellatin que, junto con la fotografía de Rabchinskey, conforma esta obra, narra la historia de un rabino cuya mujer administra una taberna en tiempos sociopolíticos turbulentos. El rabino tiene un zoológico nocturno que se empeña en conservar a pesar de las dificultades, y cuando finalmente lo alcanza la diáspora y los animales son asesinados, decide disecarlos y llevarlos consigo. A lo largo de la narración se mencionan varias creencias judías respecto a la revelación divina, y una de ellas dice que “cuando los seres humanos se acuestan en sus camas, se duermen y sus almas salen: mientras dormitan en sus lechos, Él [Dios] abre el oído de los hombres”.
Después de experimentar varias desgracias el rabino decide echarse a dormir, alcanzar un estado de estatismo tal, que la verdad le sea revelada, pues “el ser humano es capaz de viajar por el camino de admonición del universo porque no se le informa mientras existe en vigor corporal”. Es necesario despojarse del cuerpo y elevar el alma para vislumbrar la gloria de Dios de la misma manera en que, para el humano, es necesario despojar al animal de su aliento de vida para vislumbrar su esencia de otro modo inalcanzable.
El medio terrestre empalma una pantomima de vida sobre cuerpos muertos, evidencia la imposibilidad de acercarse a lo verdaderamente natural y, por lo tanto, indomable. Presenta lo artificial como única posibilidad de aprehender lo salvaje. A través de la teatralización, pone de manifiesto el fracaso de la ambición humana de poseerlo todo. Podemos invadir los espacios de los animales, esclavizarlos, enjaularlos, talar bosques enteros, destruir sus hábitats, drenar lagos y creer que todo está a nuestros pies, pero no podemos poseerlos. Su naturaleza sigue bravía y profundamente ajena a la nuestra. Sólo un animal muerto posaría de una manera tan romántica, tan trágica y tan cursi para satisfacer las fantasías e idealizaciones humanas de “lo salvaje”.
La fotografía de Ilán Rabchinskey es terrible porque nos recuerda que sólo se puede poseer a través de la destrucción, de la muerte. Sólo exterminando podemos conocer y acceder, a medias, a la intimidad de una forma de vida que de otra forma permanecería velada para nosotros.
“Monté un estudio dentro del museo. Los museógrafos del MHN fueron muy amables y colaboraron de una manera impresionante […] me traían lobos, jirafas, lo que pidiera”. Las palabras de Ilán son dolorosísimas si pensamos que la esencia humana es destructora, y que gran parte de nuestro conocimiento del mundo natural proviene de la aniquilación de este. Qué ironía que sólo podamos acceder a lo natural a través de lo extremadamente artificial. Ilán Rabchinskey estaba muy consciente de esta contradicción y a través de su fotografía nos recuerda que aunque los escenarios sean exquisitos, los paisajes magníficos y la reproducción minuciosa, los ojos de cada animal retratado siguen estando vacíos.