“¿Cómo se mantiene un escritor dentro del espectro literario del país a lo largo de los años?”, se le cuestiona a Guillermo Fadanelli. “Jugando ajedrez con la miseria”, responde Fadanelli, recientemente galardonado con el Premio Mazatlán de Literatura.
En unas semanas, anuncia, "se publicará una novela mía breve cuyo título es Fandelli (así me decían en la escuela secundaria). Es un impulso o un recurso desesperado para interrogarme y obtener de la memoria, las voces del pasado alguna clase de verdad o certeza. Fracasaré, y sólo espero que esta obra sea interesante para algunos lectores".
Ciudad de México, 2 de marzo (SinEmbargo).– Guillermo Fadanelli obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura de 2019. A diferencia de ediciones anteriores, en esta ocasión se premió el conjunto de su obra y no un solo libro. Considerando que Fadanelli ha sido un autor polémico y provocador, el otorgamiento del premio significa no sólo distinguir uno de sus trabajos sino plantear una revaloración global de toda su producción literaria.
Con un pie en la ficción y otro en la autobiografía (si es que eso existe), Fadanelli ha explorado lo mismo temas relacionados con la memoria que con el crimen; ha apostado a estrategias narrativas disímiles, adecuándolas para que se complementen de la mejor forma posible con el discurso que está generando, ya sea que esté en los terrenos de lo novelístico, ya que se desarrolle en los del ensayo.
Polémico como siempre ha sido, llama la atención que publica regularmente en medios disímiles. Es de todos estos temas que accedió a platicar con SinEmbargo.
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–Acabas de obtener el Premio Mazatlán de Literatura 2019. ¿Qué te significa este premio?
–Todos los premios o distinciones son diferentes. Depende de quién los otorgue, del jurado, de la circunstancia en que los recibes y de la fortuna o el azar que te hace víctima o héroe. Los premios en sí son accidentes inesperados –el escritor que anhela y espera un premio por sus obras es un hombre derrotado de antemano–: el Premio Mazatlán fue un buen accidente en mi caso, sobre todo porque se me concedió por la obra y no por un solo libro. Es decir, debido al trabajo de una vida, no a causa de un milagro editorial o de un solo libro. Y además obtendré algo de dinero que me servirá para pagar la renta. Al menos la mitad de los escritores a quienes se les concedió esta distinción en el pasado poseen un valor real y literario y entre ellos forman una tradición y le dan fortaleza a este premio. No obstante, quiero decir que soy un espectador de lo que sucede, un observador, y no el cándido escritor que cree que merece un premio.
–A diferencia de otros años, este Premio se te concedió por el conjunto de tu obra y ésta es extensa y variada, ¿en qué género te sientes más cómodo?
–Durante el principio de mi experiencia literaria (no carrera, sino camino) el relato breve me pareció ideal cono una forma de expresar mis impulsos creativos o suicidas. Algo semejante sucedió con el aforismo, aunque creo tener mayor oficio en las novelas, las cuales, además, nunca me dejan del todo satisfecho. Quizás Lodo, Mis mujeres muertas, Hotel DF, Al final del periférico y Educar a los topos me dejaron menos intrigado o en estado de desasosiego que el resto de las novelas. Hoy el género no es un obstáculo para mí, todas las obras se encuentran entrelazadas por el lenguaje y mi temperamento. Leo los ensayos como si fueran novelas, y los relatos como si se tratara de aforismos. Todo está relacionado con todo. La libertad me obliga a no respetar demasiado el género en cuestiones de escritura. He publicado cinco libros de ensayo también —en donde las fronteras entre los géneros son difusas— y un libro de crónica de viajes El billar de los suizos. Este último es quizás el único libro que no me arrepentiré de haber escrito y al que no le agregaría ni le quitaría un solo párrafo o una coma.
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Las memorias atendidas de Guillermo Fadanelli en “El billar de los suizos”
–Tu obra tiene una gran carga autobiográfica. ¿Cómo balanceas la parte personal con la ficción? ¿Cómo integras, además, tu postura crítica?
–La autobiografía es imposible. La memoria es un conjunto de traumas que conforman un mito; es una invención de nuestra imaginación; una casquivana. Es imposible transmitir tu pasado en la literatura, quizás compartas la esencia, o la dirección anímica, la enfermedad de tu ser individual, pero no los hechos estrictos (se trata de literatura, no de taxonomía, ciencia o archivos). La memoria es también una ficción. Yo escribo sobre de mí para saber quién soy, y también para tratar de ocultarme detrás de ese arbusto de palabras. No obstante, la historia tiene que ser verosímil y seducir, emocionar o disgustar; eso es lo único real, no el escritor ni su pasado. En unas semanas se publicará una novela mía breve cuyo título es Fandelli (así me decían en la escuela secundaria). Es un impulso o un recurso desesperado para interrogarme y obtener de la memoria, las voces del pasado alguna clase de verdad o certeza. Fracasaré, y sólo espero que esta obra sea interesante para algunos lectores.
–La ciudad es un factor común en buena parte de tu obra. ¿Cómo ha evolucionado la forma en que percibes a la ciudad para integrarla en tus novelas?
–La ciudad no es real, es una obsesión en mi caso; un trauma de lo vivido durante las últimas décadas en esta fosa común. Debido a que la Ciudad de México –o lo que llaman zona metropolitana más bien— es un hecho anómalo e imposible, prefiero juzgarla como una locura enquistada en esta tierra que alguna vez fue un lago. Podría decir perfectamente “La ciudad soy yo y el resto es una extensión de mi ánimo e imaginación.” ¿Cómo se puede vivir en este tumulto de zombis malhumorados y rencorosos? ¿Cómo se ha llegado a esto? Pues porque la prudencia no existe más que individualmente; casi no existen sociedades prudentes, sino suicidas, desbocadas y estrafalarias”.
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Meditaciones desde el subsuelo. Guillermo Fadanelli. Almadía.
–Sueles emplear diferentes recursos literarios para narrar tus novelas. ¿Cómo eliges las diferentes estrategias narrativas que empleas?
–Depende del tema y de mi ánimo; la técnica es también un sentimiento. En El hombre nacido en Danzig intenté hacer hablar a algunos de mis filósofos favoritos —Schopenhauer, Rousseau, Weininger—, como si hablara el panadero, el carnicero o el mesero de un restaurante, de manera sencilla y en palabras ordinarias y alejados del concepto minucioso; antes de hacer algo así tenía que leer a fondo las obras de estos filósofos. Lo hice, claro, a lo largo de los años y en la medida de lo posible pues cada filósofo es un barril sin fondo. Sus voces acompañaron una historia de los celos y de la imposibilidad de apropiarte —en todos sentidos— de la mujer que deseas. Allí, en esa novela, mezclé conversaciones, ensoñaciones, diálogos imposibles, memorias, etcétera.
–¿Cómo se mantiene un escritor dentro del espectro literario del país a lo largo de los años?
–Jugando ajedrez con la miseria. Yo no tengo dinero y hemos debido, sufrir, mi pareja y yo, para que la editorial Moho medio camine, para escribir y llevar a cabo cada uno de nuestros proyectos personales. No me molesta, así tiene que ser. El vacío y la nada es el destino de todo movimiento. Por tal razón busco becas que no me exijan nada (como la DAAD en Berlín) o que me garanticen la libertad absoluta en la creación de mis obras. No siempre tengo que demostrar o retribuir de forma ordinaria, puesto que se supone que la obra misma propiciará un bien común. A veces tengo suerte, a veces no. La libertad es una construcción y ésta se lleva a cabo lentamente, como es mi caso. “Para comprender me destruí”, escribió Pessoa. Y ello es lo que forma a un escritor de mi estilo: la conciencia de la tragedia, de la soledad y de la dulce y continua destrucción. Hoy casi no hay lectores en México, sólo moscas pegadas a la televisión, a las redes y al mal cine: alimentándose de lo que les ordenan las grandes empresas. Lo pequeño sigue siendo hermoso, creo yo, el cine de arte, la periferia creativa, la rebeldía individual. Hay más escritores que lectores en la actualidad. Y la ausencia de una crítica literaria formal y bien fundada aumenta la confusión literaria (hay escasos buenos críticos en los medios). Hoy cualquier escritor prescindible publica un libro y hace ruido y se aprovecha de la inocencia de los bípedos implumes, o seres humanos amansados.
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–Se te ha calificado de rebelde y de provocador. Al mismo tiempo, has colaborado con muchos medios que abarcan gran parte del espectro ideológico, ¿cómo concilias las diferentes posturas?
–No requiero conciliarlas. Hay una sola postura: escribiré en cualquier medio que respete mis ideas, anatemas u opiniones. La literatura tiene que ser peligrosa debido a que estimula la imaginación, la crítica, el desasosiego (y no la atrofia mental, el conformismo y la tranquilidad pírrica). La cultura y el arte tendrían que ser fundamentales en cualquier medio ideológico —sobre todo en lo que llamamos izquierda— que desee la rebeldía continua, el progreso moral, y extender los bienes de la civilización y de la creación humana, de las tradiciones y de la inventiva a todas las personas. Isaiah Berlin escribió que es un contrasentido decirle a una persona que es libre para comprar lo que desee cuando no tiene dinero para hacerlo (he allí una buena muestra de la inequidad, la injusticia social y el deterioro democrático). La literatura se hace esta clase de preguntas mejor que ninguna otra de las artes. Es legislación y parlamento; imaginación y también grito y suicidio. Yo no valoro a las personas por sus ideas, sino por sus acciones. Actuar es pensar. Mis escritos nunca han sido censurados en ningún medio que me permita publicar. Y aquellos medios que jamás me invitan a publicar saben que al final terminarán arrepintiéndose, censurándome o expulsándome de sus páginas o escenarios, por eso no lo hacen. Prefieren pensar que no existo o que soy una extravagancia sin poder alguno.