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Susan Crowley

22/02/2019 - 12:04 am

La ensalada que cambió al mundo…del arte

A partir de las enseñanzas de Duchamp y de su estancia en Oriente, John Cage utilizó los sonidos aislados como nuevo campo de acción. La generación de obras interpretadas con objetos cotidianos y ruidos, además del silencio, permitieron una ampliación sin precedentes. Por cierto, sus piezas suelen ser incomprensibles si no se asume su carga conceptual.

Pero cuando esa ensalada común y corriente deviene un performance y es cocinada en uno de los teatros más prestigiados del mundo, el Disney Concert Hall, de Los Ángeles California, las cosas se complican. Esto ocurrió el pasado viernes dentro de la celebración del Festival Fluxus.  Foto: Especial.

Para cocinar una ensalada se necesitan varios ingredientes. Las maneras de prepararla son tantas como la imaginación lo permite. En la actualidad, lo que comemos, cómo lo comemos, dónde lo comemos, por qué razón lo comemos, para qué lo comemos, se ha vuelto una especie de biblia de la salud. Comer antes era una necesidad, hoy es una actitud. Nadie pasa por el departamento de verduras y toma una bolsa de lechugas sin examinar cuidadosamente sus atributos, entre más sellos de calidad mejor nos sentimos con nosotros mismos. Lechugas, jitomates, pepinos, rábanos y zanahorias mezclados con aceite de oliva, vinagre balsámico y pimienta.

Hasta aquí todo bien. Pero cuando esa ensalada común y corriente deviene un performance y es cocinada en uno de los teatros más prestigiados del mundo, el Disney Concert Hall, de Los Ángeles California, las cosas se complican. Esto ocurrió el pasado viernes dentro de la celebración del Festival Fluxus. Una semana en la que se pudo ver a muchos de los precursores de este importante movimiento reinterpretando las acciones más extravagantes. Cabe aclarar que no por alocadas y aparentemente transgresoras, han perdido sustento al paso de los años. Preparar una ensalada dentro del espacio dedicado al arte marca uno de los paradigmas más significativos de la década de los sesenta. Una era en la que el arte amplió sus límites como pocas veces lo ha hecho.

Este cambio se debe a figuras de gran importancia: John Cage, Joseph Beuys, Goerge Brecht, Nam Yuk Paik y Yoko Ono, entre otros, fundaron un movimiento llamado Fluxus. Traducido en español rápido y común significa fluir sin contención alguna, en resumidas cuentas, diarrea. Este fue el principio liberador que permitió que los jóvenes artistas de aquellos años llevaran a cabo prácticas nunca antes imaginadas. En su mayoría las nuevas generaciones se habían dejado afectar por el dadaísmo, un movimiento que, si bien había convulsionado la escena europea, apenas había modificado las formas de pensar el arte. Estos jóvenes coincidieron en la necesidad de llevar los procesos intelectuales a nuevas formas participativas que obligarían al público a ser algo más que un simple espectador. Su labor es importante para la historia del arte ya que promovieron acciones performáticas que consistían, entre muchas cosas, en convertir los espacios en foros de experimentación sin límites.

A partir de las enseñanzas de Duchamp y de su estancia en Oriente, John Cage utilizó los sonidos aislados como nuevo campo de acción. La generación de obras interpretadas con objetos cotidianos y ruidos, además del silencio, permitieron una ampliación sin precedentes. Por cierto, sus piezas suelen ser incomprensibles si no se asume su carga conceptual. La obra Water walk, consiste en los sonidos de una olla exprés haciendo ebullición, una tina llena de agua golpeada con platillos, un radio encendido, el sonido de un sifón mientras el agua quinada es vertida en un vaso de wiski con hielos, un pato de plástico que hace ¡cuac! y un piano; es decir, un escándalo y burla para el público. Y no se diga su obra 4´33´´, que consiste en un silencio absoluto. Su estreno es legendario, primero el público se reía nervioso, luego hubo reclamos y hasta insultos, incluso algunos exigieron la devolución de su dinero y arrojaron sus programas furiosos a los músicos. Como performance no pudo ser mejor, esto era solo el principio.

Al poco tiempo George Manciunas acompañado de Nam Jun Paik destrozaban un piano. Josep Beuys utilizó grasa como material de purificación en sus performances y Yoko Ono sometía su cuerpo a la humillación a través de una acción que permitía a los hombres cortar en pedazos la prenda que la cubría. Una forma de expresar la fragilidad y el abuso contra la mujer. En forma de manifiestos o simples enunciados, cada uno de estos artistas fue dotando de un legado invaluable a las siguientes generaciones.

La acción Proposition #2: Make a Salad de Alison Knowles (1933), se llevó a cabo en 1962 por primera vez. Estaría de más decir que el acontecimiento causó polémica y dividió las opiniones de la concurrencia. Hubo desde los que consideraban el uso de vegetales y la creación de una obra de arte (ensalada) como la ritualización de los actos cotidianos a los que no atribuimos ningún valor, hasta quienes salieron furiosos al sentir que Knowles y sus artistas solo estaban tomando el pelo. Aún así la misma acción se ha representado en más de una docena de ocasiones en diferentes espacios del mundo, entre ellos la Sala de Turbinas de la Tate Modern en Londres o el Hi Line de Nueva York.

Ahora casi sesenta años después de su debut, ocurrió lo mismo. Esta vez en el Disney Concert Hall. Muchas de las personas que acudieron no resistieron más allá de los primeros diez minutos del performance en los que el escenario se transfiguró en una suerte de recipiente gigante, tan solo cubierto por una lona en la que caían trozos de vegetales espolvoreados con sal y pimienta y regados por balsámico y aceite de oliva. La gente que se quedó un poco más, se reía atónita y trataba de entender qué demonios estaba ocurriendo. Hay que reconocer que nos hemos acostumbrado a los espectáculos efectistas y que nos provocan la risa inmediata, difícilmente nos exponemos a una experiencia que nos exija más. Conforme pasaba el tiempo (duro una hora con veinte minutos) la gente dejaba de reírse y se iba incomodando cada vez más. Después de cortar rítmicamente los vegetales eran arrojados al piso, un dripping que no sabemos si hubiera satisfecho al exigente artista Jackson Pollock. Tal vez lo hubiera indignado o tal vez no. Pero lo que es un hecho es la relación con el “action painting” creado por él. Cuando habían pasado más de 40 minutos del “ritual”, la misma Knowles a sus 85 años, caminando con dificultad, tomó un rastrillo y se dio a la tarea de mezclar el aliño con los demás ingredientes. Los sentidos se agudizaron al olor del vinagre, las papilas gustativas se activaron, las manos sudorosas ante la incertidumbre, los sonidos sincopados molestaban a los oídos. Al final, los asistentes recibieron el plato de ensalada que la artista les ofrecía y se lo comieron.

Molestia, frustración, coraje, rabia, todos estos sentimientos son lógicos y no sería la primera vez que un performance los despierta. Lo que es un hecho es que ninguna de las obras que visité en Los Ángeles durante la semana de la Frieze, la feria de arte, exigió mi atención y mi discernimiento como esta. Probablemente vi cosas que me parecieron sublimes, otras muy comerciales, olvidables más de las que quisiera; pero más allá de todas ellas, Proposition #2: Make a Salad, ha sido una de las experiencias artísticas que jamás olvidaré. Gracias Alison Knowles.

Por si mueres de la curiosidad, aquí algunos videos de Cage y de Knowles

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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