Por Carlos Samayoa*

La mayoría de la población mexicana se mueve en transporte público, que por lo regular ofrece un pésimo servicio, muchas veces humillante e inseguro, como denuncian a diario mujeres desde sus redes sociales y quienes ya han tomado las calles para manifestarse en contra del acoso que viven, es evidente que el transporte público, digno, seguro y eficiente debe ser una prioridad en la agenda pública.

El reto que tenemos por delante es hacer que la forma en que operan las ciudades cambie. No se trata de que optemos por un auto para “ganar” seguridad o status sino de que todas y todos podamos usar el transporte público de manera segura y en las mejores condiciones, así como tener alternativas de movilidad como el uso de la bicicleta. Muchos gobiernos ya saben esto; sin embargo, sus metas en este tema siguen siendo mediocres, su atención continúa lejana y sus avances son sumamente lentos en un contexto que exige cambios radicales y respuestas inmediatas ante el acoso a las mujeres y el cambio climático.

La falta de políticas públicas de movilidad en las que las personas sean la prioridad y no los automóviles ha dado como resultado ciudades mexicanas en detrimento y precariedad. En 2015, de las 20 ciudades más importantes del país, 15 no invirtieron ni un centavo en transporte público. Al no haber sistemas de transporte público seguros y en condiciones óptimas, mucha gente prefiere el auto como su única opción de movilidad, creando así un círculo vicioso en donde hemos dejado de vivir nuestras ciudades porque el parque vehicular es tan excesivo que el aire está contaminado, lo que impacta nuestra salud; privilegiar el uso del automóvil nos está costando caro.

En México, la tasa de vehículos crece más rápido que la propia población. De acuerdo con el Índice de Movilidad Urbana 2018 del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), de 1990 a 2015 se registraron 3.5 veces más vehículos nuevos en las calles que nacimientos. Las grandes corporaciones trasnacionales de automóviles continúan vendiendo miles de unidades mes a mes, y se han convertido en uno de los pilares del desarrollo económico mexicano. El éxito del automóvil ha significado el fracaso de nuestras ciudades.

Actualmente, los hogares en Estados Unidos o la Unión Europea gastan el 10 por ciento y 13 por ciento de sus ingresos en transporte respectivamente, mientras que en México se gasta hasta el 22.4 por ciento. Gastamos mucho a cambio de poco. Hay ciudades en el mundo que han apostado por desarrollar proyectos ambiciosos de redes interconectadas y eficientes de transporte público, lo cual ha demostrado ser la clave para reducir los tiempos de traslado y la congestión vehicular; una forma de reducir la pobreza integrando a las periferias, mejorando a su vez el desempeño económico; una forma de mitigar problemas ambientales y de salud asociados a la mala calidad del aire, y por tanto, una forma de elevar la calidad de vida de la gente.

La ciudadanía comienza a dejar en claro que necesitamos ciudades equitativas y para ello se requiere trabajar en aspectos tan básicos como mejorar las condiciones de acceso al espacio público, donde la seguridad, la dignidad y la eficiencia al trasladarse estén al alcance de toda la gente, que es quien vive las ciudades.

*Carlos Samaya es responsable de los temas de movilidad de Greenpeace México

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