Susan Crowley
25/01/2019 - 12:00 am
Al artista que no lo sabía, in memoriam
Dennis Crowley era artista. Fotógrafo en una época en la que la fotografía solo se concebía como una imagen impresa, antes de la era digital. Lo recuerdo con su cámara Nikon y su mochila llena de lentes, tripies y rollos de película 36 profesionales Agfachrom. Todo al hombro, incansable, salía cada mañana a retratar al mundo. En un baño de la casa adaptó su cuarto de revelado; en un walking closet su estudio donde solían venir chicas guapas, a veces las retrataba sin ropa para escándalo de quien se enteraba. Yo, muy pequeña pasaba horas frente a su cámara posando mientras escuchaba los clicks de su cámara. Por las noches, muy tarde, no era raro sorprenderlo estudiando cómo funcionaba un nuevo equipo. Nunca fue a una escuela ni estudió formalmente, como muchos artistas, era autodidacta. A la gente le gustaban sus fotos, pero también me tocó ver que las rompiera con coraje cuando le trataban de negociar el precio. A todas horas, todos los días, las tardes y hasta por las noches, el tema de mi papá era la fotografía. Cualquiera que lo hubiera conocido en esos años diría que su cámara era una extensión de su cuerpo, una manera de ver y entender al mundo. Mi papá ya no está y esos recuerdos me vienen en trozos, a partir de las fotos, se agolpan y mi memoria. Si observo cualquiera de sus fotos, puedo reconstruir mucho de mi pasado; algo hay de real en cada una y mucho de mi imaginación cargada de emociones y sentimientos.
Dennis Crowley era artista. Fotógrafo en una época en la que la fotografía solo se concebía como una imagen impresa, antes de la era digital. Lo recuerdo con su cámara Nikon y su mochila llena de lentes, tripies y rollos profesionales de película 36 Agfachrom. Todo al hombro, incansable, salía cada mañana a retratar al mundo. En un baño de la casa adaptó su cuarto de revelado; en un walking closet su estudio donde solían venir chicas guapas, a las que en ocasiones retrataba desnudas para escándalo de quien se enterara. Por las noches, muy tarde, no era raro sorprenderlo estudiando el funcionamiento de algún equipo nuevo. Nunca fue a una escuela ni estudió formalmente, como muchos artistas, era autodidacta. A la gente le gustaban sus fotos, pero también me tocó ver que las rompiera con coraje cuando intentaban negociarle el precio. A todas horas, todos los días, las tardes y hasta por las noches, el tema de mi papá era la fotografía. Cualquiera que lo hubiera conocido en esos años diría que su cámara era una extensión de su cuerpo, una manera de ver y entender al mundo. Yo, muy pequeña pasaba horas frente a su cámara posando mientras escuchaba los clics del obturador.
Mi papá ya no está y esos recuerdos me vienen en trozos y se agolpan en mi memoria. Si observo cualquiera de sus fotos, puedo reconstruir mucho de mi pasado; algo hay de real en cada imagen, pero aún más las emociones y sentimientos a las que me remite cada una de ellas.
La línea de la existencia es una suma de fragmentos, todos tenemos nuestra línea. El presente es instante, cualidad pura, gesto. La suma de todos los fragmentos es el total de la vida, el absoluto. El gran atlas de lo que hemos sido. ¿Cómo recuperar esos momentos? ¿intento vano de revivir el tiempo? Proust escribió En Busca del Tiempo Perdido para describir la duración interior de cada instante vivido y elaboró un continuo, infinito, profundo. Tuvo que hacerlo en siete tomos. El artista Wolfgang Tillmans ha dedicado su existencia a engarzar imágenes de todo tipo. Una especie de pulso constante, y en originales instalaciones, nos ha hecho recorrer los detalles, las miradas, la intimidad; en suma, los momentos, los trascendentes y los que no, los más posibles, que son el reloj puntual de su paso por el mundo. El artista alemán convirtió a sus cámaras (polaroid, instamatic y después equipos profesionales) en un ojo artificial con el que es capaz de afinar la vista, captar los detalles que escapan y acumularlos. Más allá de la memoria, impresa en miles de archivos, en rollos pequeños y gigantes acumulados en bodegas enormes, Tillmans va grabando el día a día de su línea vital. Porque sus instalaciones son líneas discontinuas, ventanas pegadas en la pared con tachuelas, con masquintape, enmarcados o no; en diferentes formatos. Sus amigos quedan retratados, gente común, bella, insignificante, divertida, ensimismada, reflexionando, exponiendo su sexo sin buscar provocación alguna, el hermoso cuello de alguien, los objetos cotidianos, los paisajes de una hermosura exultante, la azotea de un edificio sin nada que admirarle, las flores en un salón, unos jeans arrugados que dejan sentir la presencia de quien los vestía hace apenas un instante, sensación de un desnudo ausente perfecto.
El cuerpo de obra del artista no se detiene en estas significativas miradas. Además de agregar el video arte y la música (es un Dj talentosísimo), recientemente agregó a su trabajo la suma de accidentes, realmente afortunados, ocurridos en su laboratorio, los llama Blushes. Se crean por el efecto de la luz en combinación con los ácidos, es una imagen distinta, abstracta, involuntaria, bellísima. Digamos que es un proceso dado por el tiempo de exposición de los materiales con los que Tillmans se siente identificado, que son su materia y su ser. En una especie de pacto que nos recuerda al aprendiz de brujo, cobran vida y desatan su propio poder creativo.
La pasión de cualquier artista es observar. De muy pequeño, Tillmans observaba el cielo, quería ser astrónomo, su campo de experimentación eran las estrellas. Hoy son los pasajes en el metro, en una calle, en la azotea de un edificio. Lo importante, lo nimio, todo entra en su sistema artístico. No juzga, no alecciona, simplemente, recupera la fragilidad del tiempo que se nos va sin apenas poder apreciarlo.
Para quien pertenece a la era del celular, en la que este pequeño aparato prácticamente funciona como prótesis de nuestro cuerpo, el trabajo de Tillmans corre el riesgo de ser poco estimado. Podría no tener gran mérito captar imágenes, una detrás de otra y exhibirlas inmediatamente, sin meditarlo. ¿Qué comemos, ¿cómo nos vestimos hoy?, ¿con quién nos relacionamos?, ¿cuáles son nuestros gustos?, ¿con quién nos vamos de fiesta? Todo queda registrado en una red congelada en la que se suspende cualquier acto de espontaneidad; una especie de ratonera que acumula los cascajos de nuestras vidas. La diferencia con el trabajo de Tillmans es que estos cascajos no han sido reflexionados, incluso carecen de sentido. Es la banalización de la imagen, una pulsión que no retiene, solo fuga lo mejor de nosotros. Si cada acto de nuestra vida es sustraído de su propio devenir y exhibido, entonces la imaginación deja de construir y solo aparece como un motor de reproductibilidad infinito, sordo, vacío.
Mucho antes de la era digital y de la creación de aplicaciones que facilitan los procesos y que logran imágenes espectaculares, con colores deslumbrantes, archivadas inútilmente en el celular o en la nube, Tillmans ha almacenado miles de fotografías. Su labor como artista es reconstruir los actos olvidados, las escenas que pasan, la cualidad de los momentos.
Hace poco encontré una fotografía de mi padre que me llevó a invocar cierto momento del pasado, un relato que solo es mío, tal vez bello, o quizá no tanto. Lo cierto es que, de golpe, dejó de ser una simple imagen para convertirse en un eslabón de mi existencia. Pasé un buen rato mirando ese segmento y logré revivir algo de mi pasado como si estuviera frente a mí. Hoy, gracias a la obra de Tillmans, entiendo que esa pudo ser la intención de Dennis Crowley, el artista, aún sin saberlo. El logro de un creador no necesariamente deriva de su propósito sino de su capacidad para testimoniar y exhibir aquello que no se puede explicar.
@suscrowley
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