Susan Crowley
04/01/2019 - 12:00 am
El Reino de Carrere es de este mundo
Dentro de los temas históricos hay un subgénero que se considera sencillo y comercial, la biografía. O eso es lo que le argumenta su editor a Emmanuel Carrere, quien enfrenta una crisis de impotencia literaria. La idea sería dejar a un lado la complejidad de la ficción y tomar una salida práctica que suele funcionar muy bien en el mercado de lectores. Y en algo no andaba equivocado el editor: las biografías se venden como pan caliente, pues apelan a la misma curiosidad morbosa que lleva a los lectores a comprar ¡Hola! Para muchos la vida de Leonardo o Picasso resulta igualmente apasionante que la de Marilyn o Lady Di, a condición de que revelen secretos íntimos.
Dentro de los temas históricos hay un subgénero que se considera sencillo y comercial, la biografía. O eso es lo que le argumenta su editor a Emmanuel Carrere, quien enfrenta una crisis de impotencia literaria. La idea sería dejar a un lado la complejidad de la ficción y tomar una salida práctica que suele funcionar muy bien en el mercado de lectores. Y en algo no andaba equivocado el editor: las biografías se venden como pan caliente, pues apelan a la misma curiosidad morbosa que lleva a los lectores a comprar ¡Hola! Para muchos la vida de Leonardo o Picasso resulta igualmente apasionante que la de Marilyn o Lady Di, a condición de que revelen secretos íntimos.
El Reino, escrito por Emmanuel Carrere, podría considerarse una novela histórica o una biografía. Aborda la vida del apóstol Pablo y su relación con Lucas, uno de los cuatro evangelistas, los años que siguieron a la muerte de Jesús y el inicio de la era cristiana. En manos de Carrere deja de ser una crónica fácil y se convierte en uno de los libros más apasionantes, lúcidos y complejos que he leído sobre el tema. Desde luego mas que una biografía es una disertación, una exégesis que recorre los momentos que habrán vivido quienes colocaron los cimientos de algo que modificaría el pensamiento, el arte y la moral del mundo occidental.
A lo largo de la historia de la Iglesia estos personajes devinieron iconos indispensables para el fundamento de las ideas. Con pocas y muy sencillas frases, consolidaron una religión que dio lugar a la iglesia de mayor poder en el mundo, curiosamente, una secta en su inicio. Acostumbrados a contemplarlos como frías y hieráticas esculturas en los altares, pintados en sus formas zoológicas en los techos de las iglesias o representados en las diversas escenas en cuadros de distintas épocas, descubrir sus vidas llenas de incertidumbre, miedo, inseguridad, pero a fin de cuentas de una fe incuestionable, narrada por Carrere es una experiencia inigualable.
La mayor virtud de esta obra es hacernos sentir que los evangelios repetidos al cansancio están habitados por seres que cobran vida y cuyas acciones nos involucran, afectan e incluso nos hacen reír y entristecer en ciertos momentos. ¿Cómo fueron los hechos?, ¿ocurrieron los milagros?, ¿Jesús murió en la cruz y resucitó al tercer día?
Los evangelios son los testimonios de la vida de Jesús. Retratado de miles de formas, desde los inicios de la Nueva Era, primero como el Xristo del buen pastor, después el Pantocrator, el emperador Dios. Su imagen causó crisis iconoclastas, destrucción y persecuciones, se humanizó al paso del tiempo y después se manipuló en montones de cuadros que abarrotan los museos y sitios emblemáticos del mundo. La Última Cena de Leonardo, Las Bodas de Cannan de Veronese, El Evangelio según San Mateo de Bach, Jesús y La vocación de San Mateo de Caravaggio, la Crucifixión de Rubens, los grabados de Rembrandt, el crucifijo de Dalí, el Jesús de Montreal de Dennis Arkand (un actor que representa la pasión y cuya resurrección se resuelve en la donación de órganos), el hippie desatado rockero, JesusChristSuperStar de Andrew Lloyd Weber, el Jesús de Mel Gibson que nos salpicó de sangre creando la primera película “gore” cristiana, el de Iztapalapa, que cada Semana Santa es sacrificado en una de las representaciones más populares del mundo; el Cristo de Woody Allen en Hanna y sus Hermanas, que venía como regalo en los paquetes de pan Bimbo (un holograma por demás kitch, rubito y de ojos azules que abría y cerraba un ojo según se le moviera). Todas estas imágenes se entienden como diversas interpretaciones de un dogma.
Pero El Reino está invadido de lo contrario, del polvo, de la pobreza, del absurdo de una serie de ideas que permeaban al mundo de manera eficaz pero mucho más lenta y dolorosa de lo que alcanzamos a percibir en los Evangelios directamente.
Los personajes son retomados por Carrère y transformados en héroes, antihéroes, heroínas y villanas en una trama que podría ser de por lo menos cuatro temporadas de una serie en Netflix: Jesús, a veces iracundo, otras humilde lavando los pies de los gangrenados ante los ojos asombrados de un Pedro que más bien quería seguir al triunfador arrogante hombre de éxito. Pero el nazareno prefería ser el líder de los desarraigados, los pordioseros, los ladrones y todo tipo de alimañas que no tenían en qué caerse muertos; fue crucificado y así creó la nueva era de Occidente.
Flavio Josefo, el historiador que juega un doble papel de agente entre judíos y romanos y que como hombre culto puede entender lo que está ocurriendo y tomar distancia e incluso prevé quiénes serán los vencedores y vencidos; Herodes que condena a Jesús y que ha sido parafraseado por tantos hijos de puta que perpetran actos inconscientes e irresponsables, con un simple, “me lavo las manos”; Vespasiano, emperador del Imperio Romano en pleno año 69 soñándose vencedor de Jerusalén; los apóstoles Pedro, Pablo y Juan, columnas vertebrales del cristianismo apostólico y quienes iniciaron la propagación de las ideas. En la novela todos son de carne y hueso.
Sin juzgar, pero como un eterno desconfiado, Carrère toma los paradigmáticos momentos. La alta sociedad que se podría comparar con nuestra gente bien y que sucumbe al llamado de salvación de moda y aporta grandes cantidades de dinero. Así con la suma de tantas variables se conformó la Iglesia que terminará siendo el centro del poder, el gran negociador de las sucias políticas de estado y solapador de los peores vicios internos.
Carrère nos vuelve cómplices de sus diatribas e investigaciones. Igual se inscribe en un crucero temático en “pos de las huellas de Pablo”, lo mismo que nos comparte su oculta preferencia por cierta pornografía. La búsqueda espiritual termina siendo una crónica deleitante que abre las puertas a otras y muy renovadoras rutas, llenas de humor (negro por supuesto), de inteligencia abismada, de dudas lógicas en una mente contemporánea y permite sumergirnos en los inicios de una historia que, nos guste o no, creamos o no, es parte de nuestra cultura.
Carrère es lúcido, sarcástico, crudo, bestialmente inteligente; un autor capaz de encuerar las historias para hacernos padecer al ritmo de sus personajes. Después de dejarnos en estado de angustia eterna con El Adversario y de arrojarnos a una serie de infiernos rusos en Limonov y Una Novela Rusa asfixiándonos con pasajes siniestros, dolorosos y escudriñar dentro de los infiernos más escabrosos nos entrega esta nueva novela. ¿Es el nuevo apologista del catolicismo? ¿O de todo lo contrario? Cualquiera que sea nuestra fe o la ausencia de ella, El Reino terminará sacudiéndola.
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@suscrowley
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