RESEÑA | La mujer de los hermanos Reyna, una novela de fragmentos, de Hilario Peña

05/01/2019 - 12:03 am

Lorena Guzmán jamás se volvería a vender tan barato en toda su vida. De ahora en adelante, a quien tuviese el placer de gozar de sus atributos le iba a costar caro. Hilario Peña

Ciudad de México, 5 de enero (SinEmbargo).- Cuando Juan Rulfo publicó Pedro Páramo en 1955, después de acaparar la atención de escritores y críticos con el libro de cuentos El llano en llamas dos años antes, recibió un sinfín de críticas por una novela que parecía no aportar nada nuevo sino una mera “arreolización”—como lo llamo Eduardo Lizalde refiriéndose a la repetición de escenas propuestas por Juan José Arreola—, saltos temporales o la gran cantidad de personajes en tan pocas páginas. Otto Raúl González, poeta guatemalteco, incluso le aconsejó leer novelas antes de escribirlas, sin saber que eso era lo que había hecho Juan Rulfo durante toda su vida.

Pedro Páramo es una historia que debemos ir armando con las piezas (o voces) de entre los muertos que murmuran sobre un mundo vivo que existió debido al amor —y la codicia por alcanzarlo a toda costa— de un hombre (Pedro Páramo) por una mujer (Susana San Juan) en un pueblo idílico llamado Comala.

Una vez que se entendió la estructura de la novela y salieron textos como los de Carlos Fuentes comparando la búsqueda del padre de Juan Preciado con la de Telémaco en busca de Ulises o las traducciones al alemán realizadas por Mariana Frenk que internacionalizaron a un escritor silencioso nacido en Jalisco, los escritores jóvenes vieron en la narrativa rulfiana un modelo a seguir. Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, es una prueba fehaciente de la herencia de Rulfo, el Gabo escribió una vez que aprendió de memoria lo que ocurría en Comala y fundó Macondo, que le valió el premio Nobel de literatura en 1982, 27 años después de la publicación de Pedro Páramo y cuatro años antes de la muerte de Juan Rulfo.

La mujer de los hermanos Reyna, de Hilario Peña. Foto: Especial

A 56 años de la aparición de esta icónica novela, en el 2011, en un México completamente distinto al que conocieron Fuentes, Rulfo, Frenk o Márquez, sitiado por la tecnología, el narcotráfico y el consumismo en su máximo esplendor, el escritor de Mazatlán radicado en Tijuana, Hilario Peña (1979), escribe una novela fragmentaria bajo el título de La mujer de los hermanos Reyna conformada por 13 capítulos (Comisario Nicolás Reyna, Estación Naranjo, Tijuana, Bahía de Venados, El Sabinal, La crema de tortuga, El Gran Pacifico, La huida, El corrido del Brujo, Dicaprio, El Sindicato, El paraíso, Si lo sueñas es posible).

Su complejidad radica en que no sigue un orden cronológico en la historia que nos platica Nicolás Reyna en un lapso aproximado de 30 años (de 1981 a 2010), en la cual los personajes principales son él, su hermano Roberto Reyna y Lorena Guzmán, alias la Morena. En sus andanzas aparecerán otros personajes que es imposible esbozar aquí, pero son claves para el devenir de los hechos, ya que están entramados cuidadosamente por la pluma del escritor para que el drama se vaya tensando y no paremos de leer.

La mujer de los hermanos Reyna, en lo vertiginoso de sus páginas, impide que nos percatemos de que hemos llegado al final, por lo tanto, nos encontramos sin palabras precisas para asir lo que ha ocurrido al terminar entre tanta acción. Quedamos noqueados, literalmente, porque hacía la pagina 285 en el discurso de Lorena Guzmán como alcaldesa, debemos armar un enorme rompecabezas de lo acontecido con ella y los hermanos Reyna en aras del poder.

Intentaré bosquejar una pequeña parte del universo narrativo de este joven escritor, quien se está convirtiendo en una de las voces más importantes de la actualidad, no sólo por los temas que trata, sino por la agilidad de su escritura, la cual no deja espacios muertos para el bostezo de los lectores.

El escritor de Mazatlán radicado en Tijuana, Hilario Peña (1979), escribe una novela fragmentaria bajo el título de La mujer de los hermanos Reyna. Foto: Facebook

Todo inicia cuando la Morena sale de Michoacán a los 14 años en el tráiler de Óscar Duarte y termina en el parador El Oasis, lugar donde conoce a Roberto Reyna, quien le promete que regresará por ella, pero no es así. Diversos deberes hacen que el hombre se olvide de su promesa. Lorena, entonces, pierde la esperanza y comienza a entregarse a los traileros que pasan por el lugar, cobrando por ofrecerles un poco de placer entre sus muslos dentro de los camarotes de los viajeros. Este ejercicio sexual desmesurado —y mal remunerado económicamente— hace que quede maltrecha en manos de Carmelo García, un hombre bueno en apariencia, que se ofrece a cuidarla hasta convertirla en la mujer más bonita de la comarca. Ella accede. Lo que no adivina es que se convertirá en esclava de este hombre por temor a que se vaya con alguien y lo abandone ahora que quedó en perfectas condiciones luego del esmerado cuidado que le brindó. Este encierro comienza a sofocarla y por ello toma la decisión de escapar de sus garras a pesar de tener un hijo con él, al que nombran Esteban, el Grillito, pieza importante del engranaje de los sucesos en Estación Naranjo, Tijuana y, por supuesto, en la vida de Lorena Guzmán.

Tiempo después el destino hace que se encuentre de nuevo con Roberto Reyna.

Ambos inician una suerte de sociedad que pretende embaucar a gente inocente en sus negocios truculentos. La “sociedad” debe darse por terminada y separarse (una vez más) por culpa del soplón Víctor Valdez, un traidor que desmonta el tinglado construido por Diego Lizárraga, Hugo Morán, Margarita Valdez y los aludidos anteriormente, ya que es aprehendido con un cargamento de droga con destino a los Estados Unidos.

Esta tercera huida conduce a Lorena Guzmán a Estación Naranjo, ahí conoce a Nicolás Reyna, con quien se casa y tiene una hija —de dudosa paternidad— a la que bautizan con el nombre de Beatriz. Ambos emprenden un viaje a Tijuana para buscar a Roberto e informarle que su padre está enfermo y quiere verlo; sin embargo, la necesidad de dinero hace que ese fin se desvanezca y Nico, otrora Comisario de Estación Naranjo, debe probar suerte en el (¿honorable?) cuerpo de la policía y entrar en el juego de un capo conocido en el mundo del hampa como el Brujo. Nicolás no soporta las amenazas recurrentes del sicario, así que decide ponerle fin a las matanzas ocurridas en la región y alzarse como un verdadero héroe de la ciudad.

La última etapa ocurre en el 2010 y Lorena se reencuentra (¡otra vez!) con Roberto después de casi 20 años de haberse perdido la pista. Es el inicio de la batalla por el poder en Tijuana, donde ambos unen fuerzas para acabar con Pedro Rangel y lograr que ella termine como alcaldesa bajo el eslogan de su campaña “si lo sueñas es posible”.

Entre sus páginas hay muertes, persecuciones, negocios truculentos, traiciones, sexo, (más sexo), drogas y mucho sexo. Además hay anécdotas como la del boxeador Luis Resto, de Puerto Rico, que pelea el 16 de junio de 1983 sin relleno en los guantes, terminando con la carrera de Billy Collins Jr., un joven de 21 años que cayó en depresión y murió en un accidente automovilístico en 1984. También hay referencias al mundial de Sudáfrica 2010, donde México es derrotado 3 a 1 por una selección de Argentina muy superior a los compatriotas que lucían más preocupados por sus cabelleras y los patrocinadores, que por ganar y pasar al famoso quinto partido.

Los fragmentos que nos presenta Peña en La mujer de los hermanos Reyna son disfrutables, risibles, irónicos y, por lo tanto, reflexivos. Probablemente escribió inspirándose en los fragmentos de Pedro Páramo o pensando Cien años de soledad de Gabriel García Márquez o tal vez sólo quiso poner a prueba a un lector que gusta de enigmas detectivescos y decidió contarle una historia en dosis muy pequeñas en tiempos que van y viene alternadamente.

Finalmente he de mencionar un texto que Eduardo Antonio Parra escribió en el 2005 y tituló “Norte, narcotráfico y literatura” que era una suerte de respuesta a una publicación de Rafael Lemus en contra de los escritores del norte bajo el título de “Balas de salva”, dice Parra: “En los últimos años la narrativa escrita por norteños ha destacado en nuestras letras, debido, según ciertos críticos y lectores, a su vitalidad, a la búsqueda de una renovación en el lenguaje, a sus referencias constantes a la tradición literaria mexicana, a su estrecha relación con la realidad actual y, sobre todo, a la variedad de sus propuestas temáticas, pues, aunque se trata de obras que de alguna manera se identifican entre sí, sus autores poseen un sello propio que los distingue de los demás.” En ese entonces Hilario Peña aún no publicaba —recordemos que su ópera prima fue Los días de Rubí Chacón en el lejano año de 2007—, por ello no está inserto en la crítica de Lemus como sí lo están, sin sustento, el “ramplón de Élmer Mendoza”, Eduardo Antonio Parra “en la novela” o Heriberto Yépez en “los ensayos regionalistas”. Desafortunadamente para algunos críticos los escritores sólo están en los monopolios editoriales, cuando sabemos bien que muchas publicaciones quedan embodegadas sin posibilidades de promoción: recordemos la historia de Rafael Bernal y su El complot mongol que estuvo a punto de no conocerse nunca, pues creyeron los de Relaciones Exteriores que era un mensaje cifrado lo que estaba elaborando Bernal para evidenciar la mafia del gobierno.

Nótese que en ningún momento instauro a nuestro autor en un “género o (de)generación”, porque no me parece relevante en el devenir de la escritura, no obstante, hay quienes se afanan en este ejercicio de etiquetas. De cualquier manera en lo que sí podemos incluir a Hilario Peña es en las palabras de Eduardo Antonio Parra, porque se preocupa por la vitalidad del texto, en el lenguaje ágil y en que tiene un sello propio, no sólo en esta entrega sino en toda su obra hasta el momento, pues nos invita a contemplar letras que transforman nuestra lectura en un cosmos de algarabía mediante una realidad que está ocurriendo con más fuerza, no en el norte, sino en todo México y es preciso atender. Algunos críticos estaban errados al criticar a Rulfo, hoy no tiene por qué ser diferente con la crítica a los escritores del norte, sólo el tiempo lo dirá.

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