Recuerdo todavía hace unos años cuando Amos Oz iba a participar en una videoconferencia dirigida por José Gordon, en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara. Creo que era cuando vino invitado como país de honor Israel. No pudo ser. El autor de Un descanso verdadero faltó, tanto como ha faltado en estos últimos encuentros, probablemente como víctima de un cáncer que terminó con su vida ayer, 28 de diciembre.
Su hija, Fania Oz-Salzberg, una conocida en México, dio el anuncio. Había muerto uno de los escritores israelíes más leídos en el mundo, ganó decenas de premios, entre ellos el Príncipe de Asturias de las Letras (2007) y el Premio Israel de Literatura (1988), pero nunca ganó el Premio Nobel.
Hace poco le pregunté al escritor Etgar Keret, compatriota de Amos Oz, porqué nunca iba a ganar el Nobel. “La razón no es por falta de merecimiento, sino que nunca va a recibir el Nobel es porque mientras él siga vivo no se va a resolver el conflicto entre palestinos e israelíes. Por una parte debe entenderse con la ideología con que enfrenta este conflicto y por el otro es que esta violencia lo sitúa en una posición que le impide competir por el Nobel”, había dicho Keret.
Es cierto eso. Oz era pacifista y creía en dos Estados en el conflicto de Israel con Palestina.
“Amos Oz falleció el día de hoy. Lo recuerdo así con estas palabras al final de una memorable conversación: Hay momentos, momentos pasajeros, en donde se caen las máscaras y podemos vernos uno al otro. Algunas veces a través de la literatura, algunas veces a través del amor, algunas veces mediante la curiosidad. Son solamente momentos. No hay forma en que podamos meternos dentro de la piel de otra persona por siempre, por mucho tiempo, por un mes, por una semana, por un día. Este milagro solo ocurre por unos instantes y este milagro es una comunión, es una comunión entre una persona y otra persona. Al leer libros, algunas veces me ha pasado como lector que un personaje se vuelve por un rato, por un momento, en una página, se vuelve totalmente una parte de mí. Me envuelve. Este es el milagro de la literatura”, dijo José Gordon, mientras Miriam Moscona puso en su muro de Facebook: “Qué triste me puso la muerte de Amos Oz. Un escritorazo, un alma única, una postura valiente, arriesgada. Y encima: sencillo y guapo, guapísimo, me fascinaba...¡Un lugar de privilegio allá arriba a Amos Oz!”.
Lo último que leí de él fue Entre amigos, editado por Siruela: “Como en el poema “Los justos”, de Jorge Luis Borges, las criaturas de Entre amigos cultivan un jardín -como quería Voltaire-, agradecen que en la tierra haya música o acarician un animal dormido y es en esos destinos ínfimos donde los personajes del escritor nacido en Jerusalén en 1939 se convierten en grandiosos héroes que aprenden y enseñan lo que la vida tiene de esencial”.
“Entre amigos también es un tratado desgarrador sobre la soledad que nos acompaña desde que nacemos hasta que morimos. Si por un lado la vida en una comunidad donde las normas son estrictas y bien planteadas, tiende a generar una convivencia armónica y placentera para todos sus miembros, por el otro no hace más que exacerbar esos sentimientos íntimos y privados que constituyen la savia de toda experiencia individual”, decía.
Con más de 27 libros traducidos a más de 40 idiomas, Amos Oz vivía en Arad. Tenía 79 años y la vida es más triste sin él.