Susan Crowley
21/12/2018 - 12:00 am
Milagro en Roma
Las familias mexicanas de clase media de los años setenta nos parecíamos. Éramos numerosas, casi no nos ajustaba el gasto mensual. Eso sí, contábamos con personal de servicio, nanas, jardineros y hasta choferes, aunque el presupuesto no alcanzara.
Las familias mexicanas de clase media de los años setenta nos parecíamos. Éramos numerosas, casi no nos ajustaba el gasto mensual. Eso sí, contábamos con personal de servicio, nanas, jardineros y hasta choferes, aunque el presupuesto no alcanzara.
Vivimos en casas rentadas en las que nunca se pensó que un gran auto americano comprado a plazos cupiera. Por las mañanas, el flamante modelo se echaba a andar, para calentar el motor, lo mismo se escuchaba XELA la estación de música clásica, que Haste la hora de México. No era raro que la abuela viuda viviera con nosotros y se convirtiera en guía sabia de los nietos o dolor de cabeza del yerno. La sala de televisión era el hogar, centro de reunión en el que cenábamos y compartíamos nuestra afición por los pocos programas en vivo que se transmitían desde Televicentro: Adivine mi chamba, Visitando a las estrellas, el premio de los 64mil pesos. Todos opinábamos y convertíamos a la caja idiota en el convidado de piedra.
Nuestro perro tenía dos funciones, la primera comerse las sobras de la comida y la segunda, estar amarrado en el patio y dejar sus “gracias” por todos lados. Estas eran pisadas por el jefe de familia que aparecía poco, pero que solía llegar agotado del trabajo por las noches. Una cosa llevaba a la otra, él estallaba furioso, la madre callaba sumisa y los hijos corríamos al cuarto de las nanas a buscar su cariño y protección. Amorosas, estas mujeres de pueblo eran protagonistas de nuestra historia de vida. Calladas, a diario recibían fuertes regaños por no cumplir con sus obligaciones, aunque las iniciaran desde el amanecer y fueran las últimas en apagar la luz. Con harta frecuencia aparecían cargando un embarazo de algún “fulano”, y en no pocas ocasiones el fulano era el patrón o a alguno de sus hijos. Entonces el producto de este desatino se convertía en un miembro más de la familia.
En más de uno de los hogares se vivió la dura experiencia del abandono del padre o que simplemente se evadiera ante los problemas. La muchacha, como la llamábamos familiarmente, se convertía en la mano derecha de nuestra madre y luchaba a brazo partido con ella. Todo podía faltar, a todo se podía acostumbrar la familia, menos a que quien lavaba los platos, recogía los cuartos, planchaba la ropa, cocinaba, no se presentara el lunes a primera hora.
Los tiempos han cambiado y las costumbres se modifican, el mundo de esos años contemplaba al cine como un ritual. Delante de la gran pantalla vivimos momentos de emoción, alegría hasta carcajadas o tristes historias que nos hacían llorar. Roma, de Alfonso Cuarón, es una película para verse en esas pantallas, para sentarse con las palomitas y el refresco y dejarse invadir por su belleza visual, por su sonido impecable, por los detalles que saltan a la vista en cada escena.
Pero esa costumbre parece quedar atrás. ¿Netflix está cambiando la manera de ver una película? Pasó con los libros, con la música y está ocurriendo con el cine. ¿Algo se perderá al modificar la plataforma? ¿Las historias de la gran pantalla serán condenadas a verse en un celular?
Difícilmente quien ha visto Roma no ha quedado fascinado y entusiasmado con la historia y se ha apresurado a sentirse parte y casi coautor. Cada escena nos remite a un momento cotidiano de nuestras vidas. Desde el inicio, el golpeteo del agua nos marca un ritmo que será constante. Cuadro tras cuadro, las imágenes nos llevan a vivir en la intimidad de una familia como cualquier otra, como en cualquier parte del mundo. Roma es el recuento de las costumbres, del sabor, la ternura, los sonidos, las carencias de una clase media en la que “no había ni demasiado ricos ni demasiado pobres” como decía Carlos Fuentes. La evocación de los pleitos de nuestros papás a puerta cerrada, las peleas entre hermanos, las vacaciones sin presupuesto, la crisis de los movimientos estudiantiles del 71 que desataron la violencia en las calles, las postrimerías del populismo de Echeverría, el paso del afilador gritando por las calles.
El México que vivimos, está retratado por Cuarón lleno de poesía visual, sin juicios, máximas o moralejas, simplemente las cosas como eran. En esta película no se pierde el tiempo con discursos, no fuerza a los personajes a decir cosas importantes que los vuelven pedantes. Claro homenaje al Neorrealismo italiano de De Sica, a autores posteriores como Scola, Olmi y en muchos momentos a Buñuel, Cuarón logra una pieza de autor contemporánea y original. Un homenaje al cine del pasado con una mirada fresca, novedosa. La diferencia entre el neorrealismo y el hiperrealismo de Cuarón es que éste toma imágenes del pasado y sabe actualizarlas con la tecnología y los procesos del cine de hoy. No deja de ser entrañable pero también nos impresiona el poder de la tecnología que permite ciertas miradas y narrativas que jamás se podrían dar en el pasado.
Los atributos de una película como Roma son formales, pero también de cualidad. Cada segundo en la pantalla está pensado y deseado por el autor: la fotografía, la iluminación, la actuación, el vestuario, la recreación del pasado sin preciosismos, sin artificios, tal y como fue. Es también la manera de reaccionar de los personajes, sus silencios, las sonrisas, las miradas que llenan una escena sin tener que explicarla. El close up a los momentos cargados de significado, íntimos, entrañables. La tristeza, la soledad, la angustia sin exabruptos, en una tesitura perfecta.
Por todos sus atributos Roma también nos coloca en una paradoja: todo lo que acabo de describir arriba ¿es susceptible de verse en una pantalla de celular o justamente es la expansión de los planos lo que permite percibir la textura y los pliegues encerrados en una mirada? ¿el cine debe ser visto en una sala como lo hacíamos o está obligado a ceder ante las nuevas plataformas?, una discusión importante y que incluso llevó a que la película quedara fuera de concurso y no pudiera participar en el Festival de Cannes. El fomento al cine visto en las salas es un intento de salvar un rito para el que fue creado. Curiosamente, cada vez más, contamos con tecnologías caseras que permiten que nos sintamos en un teatro, eso sin considerar que una ida al cine puede resultar onerosa, sobretodo si se le compara con la suscripción a Netflix y pago a 18 meses sin intereses de la pantallota y el equipo de sonido.
Ante esta disyuntiva, Cuarón propuso que la gente se reuniera a ver Roma en la sala de televisión, en los parques, incluso en lo Pinos (donde convocó a 3000 personas sentada en petates); con una sábana a manera de pantalla, en un bar, gimnasio o salón de clases. Es increíble, pero terminó convirtiéndose en un fenómeno, verdadero milagro que solo ocurría dentro de las películas neorealistas: los que nos hemos reunido para ver Roma no dejamos de reír y asombrarnos y descubrir situaciones en las que nos sentimos retratados. Es el cine dentro del cine. Podríamos hacer la otra película de nosotros viendo la película, gozando las reacciones, intercambiando nuestras experiencias, haciendo remembranzas.
Roma también nos dio la oportunidad de revivir una época, transmitir a los más jóvenes el sentimiento de un pasado reciente. Nos hizo recordar que lo tenemos, que lo vivimos hace años, aunque nos sintamos aún muy jóvenes para contarlo. Roma nos ha dado licencia para convertirnos en narradores de nuestras memorias sin juzgarlas, sin avergonzarnos, incluso reírnos de ellas. Las anécdotas íntimas, las situaciones que nos afligen dentro de casa, los mundos que se crean en nuestros hogares pueden ser los mismos que se narran en otros lugares y por eso son valiosos. El cine, no importa dónde o cómo sea transmitido, sigue siendo un arte si tiene la mirada de un artista.
Roma es una obra total, buena filmografía, una historia sensible y humana, es también un acto de amor y una pieza que será referente para generaciones futuras. Logrará su sitio como lo mejor del cine de nuestro país. Un milagro necesario en estos tiempos.
@suscrowley.com
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