Eran días de hace veinte años, eran días de hoy. El autor diciéndose de nuevo. Así describe Pilar del Río, la esposa de José, el nuevo cuaderno con el número 6 que fue encontrado en su viejo ordenador. A 20 años del Premio Nobel, Saramago vive entre nosotros más que nunca, con su manera de entender el mundo –siempre desde la perspectiva del ser humano, siempre desde la sensibilidad hacia los desfavorecidos, los vulnerables, los oprimidos por el sistema- es hoy más necesaria, más urgente que nunca.
Ciudad de México, 22 de diciembre (SinEmbargo).- Ella no quiere que le digamos viuda, sólo la esposa de José, el portugués mexicano (como lo dijo Carlos Fuentes), como le gusta decir a Pilar del Río, quien en el marco de la reciente Feria del Libro en Guadalajara, recordó las andanzas del Premio Nobel 1998 por nuestro país.
Pilar, quien fue esposa de José Saramago y su principal traductora al español, expresó que el escritor conocía a México mucho antes de conocerlo en persona, porque conocía y amaba su literatura gracias a autores como Sor Juana Inés de la Cruz, Juan Rulfo, Carlos Fuentes y José Emilio Pacheco.
Recordó también una ocasión en la que Saramago acudió a la Feria en Guadalajara y tuvo que firmar cientos de ejemplares a la gente que hacía largas filas, incluso fuera del recinto, a tal grado de que a su salida tuvo que sacar la mano de la ventanilla de su auto y, como estrella de rock, saludar a todas las manos extendidas a su encuentro. Esa noche, Saramago dijo que aquí, en Guadalajara, había ganado su nombre: José, como lo coreaba la multitud.
Saramago se involucró a fondo con la lucha zapatista que emergió en 1994. Varias veces visitó Acteal, el lugar donde ocurrió una masacre a manos de paramilitares. Ahí dijo: “Vengo a poner mis palabras a sus órdenes”. A partir de ese momento, fue portavoz de muchas causas por la libertad y dignidad desde una perspectiva de “humanismo comprensivo”, como definió su esposa, humanismo que habitó en todos sus libros y todos sus actos.
UN LIBRO POR LOS 20 AÑOS
Por otro lado, se cumplieron 20 años del Premio Nobel que sacudió a Portugal y al mundo y para ello se ha hecho un libro, El país levantado en alegría, con la firma de Ricardo Viel, una reconstrucción de los días que rodearon al nombramiento del galardón.
Es tierna, da felicidad y nostalgia, recordar aquellos hechos, la primera vez que un portugués ganaba un premio semejante y cómo Saramago recibió la noticia en un aeropuerto de Frankfurt, de donde no lo dejaban ir, sin su mujer y sin poder cambiarse de ropa ni de emoción.
Alfaguara ha sacado una caja con el libro inédito del escritor, El cuaderno del año del Nobel.
Fruto de un hallazgo fortuito en el archivo de José Saramago, El cuaderno del año del Nobel es el último de los diarios personales que el escritor portugués dejó escrito y que se quedó, como declara el propio autor, “agarrado al disco duro del ordenador”.
En sus páginas, que recorren día a día la vida de José Saramago durante 1998, hay apuntes personales, sí, pero sobre todo hay reflexiones e ideas sobre su postura cultural y ética. Ahí radica, sin duda, su excepcionalidad: en ellas el lector descubre que la manera de entender el mundo de Saramago -siempre desde la perspectiva del ser humano, siempre desde la sensibilidad hacia los desfavorecidos, los vulnerables, los oprimidos por el sistema- es hoy más necesaria, más urgente que nunca. Su voz nos llega invariablemente viva porque, como él intuía, el tiempo es una tira elástica, y estar cerca o lejos solo depende de la voluntad.
–¿Cómo encontraste el libro inédito, Pilar?
–No estaba revisando la computadora. Yo había muchas veces ese archivo Cuadernos, siempre pensé que eran los cuadernos publicados. Ese día necesitaba confirmar la fecha de una conferencia, para un libro que estaba haciendo con Aguilera. No tenía los libros en mi casa y entonces fui a su ordenador y entré al archivo Cuadernos y de pronto veo el Cuadernos 6. Pincho, pensando que había algunas notas y lo que encuentro es día 1, día 2, día 3…empiezo a temblar. Veo que hay un libro, fue un momento espectacular.
–Uno ve esas cosas y piensa en los muertos que te mandan señales…
–Bueno, la gente no piensa esas cosas o sí. Hay una amiga que dice que José juega conmigo. Yo tengo que decirte que en ese momento, aparte de la emoción, del desgarro, de la sorpresa, estar en esa madrugada, de silencio, no es que sintiera miedo de los espíritus sino que sentía que estaba siendo transportada a otra dimensión.
–¿En qué consiste el libro?
–Tiene una serie de reflexiones, de artículos, de conferencias. Hace 20 años podrán estar escritas para hoy. Son imprescindibles, hemos avanzado en desfachatez, en inconsistencias. Los grupos de poder están avasallando a los ciudadanos y le están quitando el derecho a una vida digna y una muerte en su tiempo. Esas reflexiones, esa forma de estar en la vida, son más necesarias hoy.
–Saramago parece un autor circular, un autor que ha cerrado su pensamiento y por eso está tan vivo. ¿Compartía contigo todas sus visiones?
–Compartíamos, hablábamos, no se trata de que estuviéramos permanente de acuerdo. Compartíamos la misma sensación frente a la vida. Y si es verdad que el mismo impulso que lo llevó a escribir cuando tenía 60 años, comenzar una vida de escritor, es el mismo que tenía al terminar cuando escribía Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas. El mismo impulso de rebelión hacia los preconceptos, las ideas fabricadas, la estulticia y los dogmas como normas de vida.
–¿Cómo se maneja la Fundación José Saramago?
–Es una fundación sin fines de lucro, se sustenta con los derechos de autor de José Saramago, no recibe financiación de ningún estado y resume su legado, con la declaración de los derechos humanos, con el medio ambiente y con el respeto que nos debemos a nosotros mismos y al prójimo. No pararemos en conseguir el respeto por la dignidad del ser humano, todos, pobres o ricos.
–Este es un libro de José Saramago para los millenials
–Pienso totalmente así. Hace unos meses en la Feria del Libro de Madrid, se produjo una situación muy interesante, cuando una periodista joven hablando de Memorial del Convento dijo: Blimunda es nuestra, Blimunda es una millenials. Este es un libro para los jóvenes, Lidia George, una escritora portuguesa, ha escrito un texto en donde dice que si alguien que nunca ha leído a José Saramago y le pregunta por dónde empieza, ella diría por aquí, por los Cuadernos. Esos cuadernos contienen esa fuerza, ese espíritu, ese sentido de no desistir, de explicar, de saber…
Fragmento de El cuaderno del año del Nobel, de José Saramago, con autorización de Alfaguara
Y si el Sexto Cuaderno no llegó a ver la luz del día y permaneció agarrado al disco duro del ordenador, fue solo porque, envuelto de repente en mil obligaciones y compromisos, todos urgentes, todos imperativos, todos inaplazables, se me quebró el ánimo y también la paciencia para revisar y corregir las doscientas páginas en las que se habían acogido las ideas, los hechos e igualmente las emociones con que el año 1998 me benefició y alguna vez me agredió. Eran palabras que ya consideraba definitivamente condenadas al limbo, pero, como dice la sabiduría popular, tras un día, otro viene, y lo que ayer fue duda puede convertirse mañana en certeza. Algo así sucedió cuando Amaya Elezcano, mi editora, me pidió que explicara a los lectores las razones por las que este Quinto Cuaderno era el último de la serie. Ahora bien, existiendo, inédito, un Sexto Cuaderno, está claro que sería jurar en falso decir que después del Quinto Cuaderno no habría nada más. De manera que no quedaba otro remedio que esta confesión pública y, ya de paso, la noticia de que el dicho Sexto Cuaderno aparecerá en breve en Portugal. José Saramago.
Epílogo de la edición de Alfaguara de Cuadernos de Lanzarote II, octubre de 2001
El limbo de los discos duros y el tiempo
Algunos libros necesitan una explicación, y este es uno de ellos. No será por el contenido, continuación feliz de cinco volúmenes anteriores que se publicaron en tiempo y hora, sino por las circunstancias que han hecho posible que hoy, querida lectora, querido lector, estas páginas lleguen a sus manos, veinte años después de que fueran escritas y diecisiete años más tarde de que el autor anunciara que aparecerían “en breve” porque el destino de los libros escritos es llegar a los lectores, no permanecer alojados en el limbo del disco duro del computador.
José Saramago dio noticia de la existencia del Sexto Cuaderno de Lanzarote en el epílogo que escribió para la edición en español del Cuaderno de 1997 y en la posterior presentación del libro en Madrid, que tuvo lugar en octubre de 2001. Al saberse la novedad, los editores aplaudieron y los lectores nos felicitamos y nos pusimos a esperar la narración de los días del año en que el escritor recibió el Premio Nobel, seguros de que esas páginas, además de un nuevo acercamiento al ser humano que conocíamos, nos desvelarían detalles de los días de Estocolmo, que suponíamos extraordinarios. Unos y otros demandamos la publicación de este diario cuanto antes, pero pasaba el tiempo y el nuevo Cuaderno de Lanzarote no aparecía, aunque sí llegaban noticias de viajes, conferencias y otras actividades públicas que justificaban que el lanzamiento del volumen, pese a haber sido anunciado, se fuera posponiendo. Por aquellos días, José Saramago cambió de computador y, por decisión de quien con él estaba, dejó de tener en la pantalla la amenazadora lista de asuntos pendientes que tanta ansiedad le provocaba: para cumplir con el oficio de escribir bastaban las exigencias propias de la literatura y de su personal proyecto de no tener prisa y no perder tiempo, así que se le limpió el paisaje de otras presiones sin ser conscientes de que junto a apremios prescindibles pudieran encontrarse flores recién cortadas, frescas y luminosas, como era el diario del 98. A veces alguien preguntaba por el Sexto Cuaderno, pero con tanta discreción lo hacía que ni el propio autor se sentía aludido, como si haber anunciado que el libro se publicaría en breve fuera suficiente para que cumpliera su destino. Así fue pasando el tiempo, apareció La caverna, otros libros aparecieron, y el sexto volumen de sus diarios no tuvo más remedio que atrincherarse de nuevo en el disco duro del ordenador, perdido de la humana vista del autor, también de los editores y de los lectores, resignados por fin a no conocer de primera mano la vida de aquel feliz año. Han sido necesarias varias casualidades “saramaguianas”, como las define el profesor Eduardo Lourenço, para que el texto escrito hace veinte años se haya manifestado por sí mismo dando lugar a este volumen que ahora tiene en las manos, querida lectora, querido lector; otra vez Lanzarote, otra vez el testimonio personal de días vividos y escritos con expresa voluntad de compartir.
El poeta y ensayista Fernando Gómez Aguilera, autor de la cronobiografía de José Saramago y comisario de la exposición “La consistencia de los sueños”, asumió el reto de organizar un volumen con las conferencias y discursos pronunciados por José Saramago en distintos países y fechas, algunos publicados, otros conservados en papel, otros archivados digitalmente. En el proceso de recopilación fue necesario rastrear con voluntad detectivesca los distintos computadores que José Saramago utilizó a lo largo de su vida digital, que abarca desde Historia del cerco de Lisboa hasta Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas, estudiando los archivos que el escritor organizó de forma precisa. Uno de ellos, alojado en el computador sustituido, se titula “Cuadernos”, rótulo que tanto para Fernando Gómez Aguilera como para quien esto escribe acogería libros acabados, los cinco volúmenes de Cuadernos de Lanzarote, imprescindibles en este trabajo de organización, siempre manejados en las ediciones en papel. Por esta razón el archivo digital titulado “Cuadernos” permanecía tal como el autor lo había creado, sin que ninguna mano lo hubiera tocado. Imaginen la sorpresa cuando la voluntad investigadora hizo oprimir la opción “abrir” y apareció, con todas sus letras —la fantasía me hace ver el título del libro parpadeando y en color, aunque sé que no es cierto—, el documento titulado Cuadernos 6, el último según el orden lógico con que José Saramago archivó los diarios. “¿Seis? ¿Cómo es posible, si solo hay cinco volúmenes?”, fue la absurda pregunta lanzada al aire antes de empezar a leer sin respirar, ni hablar, ni ver más allá de la pantalla, que siendo pantalla era también voz y narraba un tiempo distante que se hacía presente al manifestarse así, esa noche, en esa casa; allí, en lo que hasta ese momento era silencio. No será necesario que describa el pasmo del instante, la sorpresa y la emoción, el tiempo detenido, la ansiedad y la alegría, la nostalgia, el peso y una levedad que rompía todas las leyes de espacio y tiempo. Eran días de hace veinte años, eran días de hoy. El autor diciéndose de nuevo...