Susan Crowley
14/12/2018 - 12:04 am
Tu cuarta transformación es un fracaso
El día que López Obrador tomó posesión, para mi suerte, estuve a unos cuantos pasos del escenario.
El día que López Obrador tomó posesión, para mi suerte, estuve a unos cuantos pasos del escenario. Como millones de personas, a través de la televisión y presentes en el zócalo, fui testigo de la emotiva ceremonia en la que los representantes de los pueblos indígenas del país entregaron el bastón de mando al presidente electo. La energía y el poder que estos grupos confirieron a la toma de protesta fue única, histórica. Por primera vez, que yo tenga memoria, se dio un sitio relevante a nuestras raíces durante un acto oficial de esa envergadura. Después de seguir con todo respeto el ritual encabezado por los guías espirituales y chamanes, AMLO se hincó reconociendo la autoridad y jurisdicción de sus interlocutores. Quienes encabezaron la ceremonia han sido poco escuchados y casi olvidados a lo largo de nuestra historia, como no sea para explotar y exhibir su aparente belleza, colorido y folclor.
Apoyar a AMLO es ser populista, opinan muchos. En la celebración del primero de diciembre se hizo más grande la brecha entre lo que ciertos columnistas llaman peyorativamente el pueblo, y los mexicanos “neoliberales” detractores del nuevo gobierno. La presencia indígena lejos de provocar la emoción de la intelligenza fue tachada de acto demagógico.
No estoy de acuerdo. La cuarta transformación pretende devolver a las culturas primigenias un sitio que por dignidad y por derecho tienen y que jamás debieron perder. Son nuestros referentes originales y si se extinguen perderemos las raíces que nos protegen, lo mejor de nosotros. Pero es cierto que hoy nos estorban y nos complican la visión de superpotencia que anhelamos. Las doctrinas globalizantes están pasando de moda en el mundo y en la actualidad los bienes esenciales y locales comienzan a imponerse a las pretensiones materialistas. Con esto quiero decir que no se trata de un regreso a un patriotismo trasnochado, sino la recuperación de los valores de la “matria”, la tierra y su cultura de la que surgimos.
Así lo muestra la nueva película de Alfonso Cuarón, Roma: de lo local a lo universal; vale más una historia contada desde las entrañas y la vida íntima de un personaje, en el seno de una familia, en cierto lugar, que un producto comercial masificado. Nuestra gente y sus manifestaciones diversas son el más grande atributo que poseemos como sociedad; sin embargo, hoy se les ve como una carga, se les hace a un lado, se les considera flojos y la queja es que no se esfuerzan lo suficiente porque no saben sumarse a la modernidad. Pero es verdad que entre obligarlos asimilarse al mundo global y dejarlos morir en el olvido no hay diferencia.
El poder de una sociedad reside justo en sus valores primordiales que son culturales. La literatura, el cine, la danza, la música, los artistas visuales, existen antes, durante y más allá de la cuarta transformación. La cultura no tiene que llevarse a los lugares, más bien hay que resaltar lo bueno que hay en cada sitio, dar las condiciones para que surja y destaque. Seguir generando programas costosos para alcanzar a todos los rincones del país con un mensaje centralizado y supuestamente universal es un gasto innecesario; la cultura es un valor local que puede renacer en cada metro cuadrado de la república si se le sabe apoyar y podría extenderse más allá de sus límites.
Lo que nos falta en México es mayor proyección y estímulos de parte del gobierno, no necesariamente becas que implican un montón de trámites y en las que a lo largo de los años se crean intereses y manejos turbios. Con las políticas fiscales adecuadas, puede convertirse en motivador para la participación activa del capital privado. Iniciativa pública y privada, en conjunto, pueden ser una fuerza generadora de proyectos valiosos, a condición de que dejen en completa libertad el poder de creación. Debe pensarse ya en nuevos foros de exhibición de todas las disciplinas. Promover en cada rincón de nuestro país la educación y el conocimiento sin volverlos una imposición.
Un museo que permita el reaprovechamiento de cualquiera de los edificios en desuso, hay tantos, y en el que se exponga el arte de los creadores desde los años sesenta a la fecha y del cual no tenemos un recuento preciso. Cuidar que cada artista participe, quizá como pago por especie, con obras seminales es mostrar la riqueza de producción que ha habido en México durante los últimos cincuenta años. Los creadores que triunfan en el extranjero estarían orgullosos de ser exhibidos en un museo y eso crearía una escuela y legado para todos los mexicanos.
Los músicos, cantantes, compositores, bailarines también merecen ser disfrutados. Los calendarios de festivales deberían reforzarse en beneficio de los creadores y del público. Exhibir la cultura es un privilegio y una manera de educar. Nuestros grandes directores tan mentados en los diversos festivales y que triunfan en el mundo pueden regresar a México y abrir escuelas en las que más directores, guionistas, actores y creativos participen. Si bien contamos con un buen número de estrellas individuales, ¿por qué no pensar en generaciones y movimientos, colectivos y grupos que aquilaten un México que nos haga sentir orgullosos y que exalte nuestra identidad? El sueño de todos es que el presupuesto de cultura crezca, pero, ¿por qué no volver la secretaría una potencia económica internacional?
No se si el NAIM nos podría hacer mejores mexicanos, pero estoy segura de que la cultura constituye una oportunidad para escapar de la violencia extrema. Ignoro si un banco con sus altas tasas y comisiones nos llevará a ser una potencia mundial, pero afirmo categóricamente que la cultura sí podrá acabar con el retraso y exaltar valores reales que no son comprables; ahí están, han estado siempre. Es cuestión de verlos.
Frente al espejismo de una cultura mundial mediática y masiva, o los triunfos en premios internacionales que impulsan lo comercial como si fueran valores universales y única alternativa, México ofrece una cultura vastísima. Nuestra riqueza puede abrir camino a una mirada peculiar, a nociones que están enraizadas en nuestra esencia y que apenas se han explorado. El arte, aún el más arriesgado y complejo, el más oscuro y extraño, es una construcción del mundo. No necesariamente se logra con grandes presupuestos sino con la reivindicación y expresión de nuestros sueños, emociones, preocupaciones, incluso frustraciones pero también anhelos. La cuarta transformación brinda la oportunidad de enfocarnos en esa nueva vertiente y explotarla, llevarla más allá de muestras fronteras como un valor universal que puede acontecer en cualquier parte del mundo. Me encantaría que todos aquellos que opinan “tu cuarta transformación es un fracaso”, se equivoquen y dentro de seis años tengamos un mejor país, más justo, con menos corrupción, con más oportunidades, educación y arte.
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