Susan Crowley
07/12/2018 - 12:03 am
Art Basel Miami, Sodoma y Gomorra redimida
Una de las películas más recordadas de los ochenta es sin duda Scarface, del director Brian de Palma.
Una de las películas más recordadas de los ochenta es sin duda Scarface, del director Brian de Palma. Cómo olvidar aquella escena en la que, a plena luz del día, Tony Montana (Al Pacino), está a punto de ser cercenado en la regadera de un motel en Miami Beach. Una escena perfecta, la mezcla del ambiente contaminado por la incipiente guerra entre narcos y la estética de un Miami que ha quedado muy lejos, no solo en el tiempo sino en su tendencia a ser la capital del vicio y la depravación.
Esta semana se lleva a cabo uno de los eventos más esperados del arte contemporáneo. Precisamente, a un costado de donde se filmaron las crudas escenas de Scarface, el Miami Beach Convention Center. Art Basel, Miami, junto con su matriz en Basilea (que ocurre en junio), se celebra una vez al año, precisamente este fin de semana. Una cita inexorable: difícilmente alguien vinculado al mundo del arte, no se encuentre ya en Miami. Del miércoles 5 al domingo 10 de diciembre, el único deseo es que el día tenga más de 24 horas y funcionar con la adrenalina necesaria para poder resistir el ritmo. Es una prueba de esfuerzo y una muestra de la capacidad a la que cierto aspecto del arte nos expone, solo cierto aspecto: los openings, cocteles, cenas de gala, fiestas y afters, todo está listo para recibir a miles de concurrentes que se toman muy en serio los ríos de champagne y el dress code de las noches miamenses. Pocas veces en el mundo se ve la cantidad de aviones en los hangares privados del aeropuerto, tampoco es fácil volver a ver los numerosos Picassos reunidos en una sola galería. Gente muy pero muy bonita de todo el mundo, no importa si han tenido que recurrir a los más extremos tratamientos de embellecimiento, circulan con garbo. Ellas sobre sus stilletos, que aumentan de manera importante la estatura, con actitudes sofisticadas y desenfadadas de quien sabe moverse entre los pasillos, disimulando los pies destrozados. Al paso de las galerías de donde penden los más grandes artistas de moda del mundo, los besos dobles al aire, las miradas perdidas de quien no quiere perder tiempo con cualquiera, dispuesto a encontrar a los que sí hay que saludar. Una ojeada rápida al reloj para ver cuánto falta antes del cierre de la feria y así acudir al evento de inauguración de la noche, aunque no se tenga invitación. No importa que afuera las bajas temperaturas, contra todo pronóstico, provoquen escalofríos en las epidermis expuestas, hay que caminar como top model con los minivestidos de moda.
La idea de una feria es someter al coleccionista a una prueba de fuego: en escasos cuatro días su capacidad adquisitiva será llevada al límite, deberá depositar su confianza en cierta galería y en un artista en particular. Delante de las masas reunidas para la ocasión, cerrará tratos millonarios para llevarse a casa la tan ansiada pieza que pasará a formar parte de su colección. Quien no aspira a ello, se contentará con circular a lo largo de los pasillos codeándose con la crema y nata del arte contemporáneo: artistas, comerciantes, consultores, coleccionistas en menor escala, diseñadores, fashionistas, socialités, excéntricos, pretensiosos, que piden a gritos ver y ser vistos y en un descuido quedar en la memoria de alguna página de las revistas de sociales de moda. Los merchants dentro de sus stands tratarán de cerrar ese trato tan anhelado, gracias al cual pagarán la fortuna que cuesta tener un espacio en la feria y, para cuando llegue el domingo, se resignarán a rebajar los precios de las piezas que queden con tal de regresar sin carga extra en el equipaje. Parece difícil dejar de enumerar lo vistoso y superfluo que resulta cada año este evento, sin embargo, no cae mal hacer un poco de historia sobre los orígenes y las razones por las cuales Art Basel es la feria de referencia en el mundo.
Tuvo su origen en Basilea, Suiza en los años setenta, cuando un grupo de galeristas, entre los que se encontraba Ernst Beyeler, decidieron reunir a 90 galerías de 10 diferentes países en un mismo espacio. Más de 16,000 visitantes se dieron cita, iniciando una de las formas mercantiles más espectaculares y vertiginosas del arte, solo superada por las subastas millonarias. En 1990 Norman Braman, un exitoso vendedor de autos de Miami, se atrevió con solo 10 galerías a abrir una nueva sede de la ya exitosa feria de Basilea. Sin duda era un proyecto arriesgado sobretodo si pensamos que la ciudad de Miami tenía una pésima imagen mundial y no era precisamente un ámbito que se hubiera desarrollado culturalmente. El primer fin de semana de diciembre de ese año el centro de convenciones estaba disponible y los pocos interesados acudieron más por curiosidad que con un afán de coleccionistas. Después del primer año y con la suma de atinadas decisiones: grupo de inversionistas, consejo curatorial, director con un curriculum impresionante, Art Basel Miami se fue posicionando en el mundo hasta lo que es hoy. Como consecuencia surgieron en la ciudad un montón de nuevas propuestas: Untitled, Aqua, Art Miami, CONTEXT, Spectrum, Red Dot , Scope, NADA y Pulse por mencionar solo algunas ferias paralelas que acontecen en la misma semana.
Hoy en día, Miami es uno de los centros culturales más potentes de Estados Unidos con una variedad de museos espectaculares abiertos no solo en estas fechas sino durante todo el año: Pérez Art Museum, MOCA, ICA, Bass Museum, Winwood Walls y colecciones como De la Cruz, Rubell, Margulies.
A todo esto, hay que agregar el poder de ciertos eventos que nos permiten adentrarnos profundamente en la propuesta contemporánea. Por ejemplo, en esta ocasión, el performance de Autoconstrucción: To Insist, to Inist, To Insist, en el que el artista Abraham Cruzvillegas borra por completo los límites entre las diferentes disciplinas artísticas y nos permite una experiencia en la que lo visual se suma a lo sonoro y gestual para crear un ámbito en el que ponemos a prueba los límites del pensamiento. Tres acróbatas danzantes, establecen un reto físico con esculturas que penden del techo. Ya las conocemos, un cúmulo de objetos encontrados por el artista: sillas, asientos de autos, lámparas, mesas, puertas, resortes de colchones etc., el sonido generado por instrumentos como el violín, una batería creada con objetos improvisados, muy a lo Cage, va aumentando hasta llegar a un crecendo que nos provoca la sensación de totalidad que un momento después es destruida por las misma danzantes. El poder del performance es difícil de ser descrito, hay que vivirlo y experimentarlo. Una vez más Cruzvillegas insiste en su proyecto vivencial, a la inmanencia de los objetos olvidados agrega el sonido más allá de la música, la belleza de los cuerpos que se enfrentan al poder de la masa acumulada, distópica. Una maravilla en su conjunto.
En resumen, algo inesperado está sucediendo en Miami a contrapelo del cliché centrado en la frivolidad y en el culto al cuerpo, el perene ciclo playa-gym-antro y la mala imagen de las películas de antaño, en cambio, ha surgido una vocación cultural equilibrada y vanguardista. Si las demandantes noches lo permiten, no cae mal levantarse a buena hora y probar un poco de la oferta cultural. Sí, la Miami que alguna vez fue un émulo de Sodoma y Gomorra y que nos mostró a un Tony Montana ambicioso, cruel y muy sexy, nos ofrece una redención contra el consumismo, la frivolidad y banalización del mundo del arte.
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