Alejandro Páez Varela
03/12/2018 - 12:07 am
Un hombre humillado
Un hombre inteligente habría buscado una oportunidad para decirle a los mexicanos que se había tardado seis años, pero que había leído La Silla del Águila. Peña no lo hizo. Seis años después de la humillación en la Feria del Libro, lo que Peña hizo fue atender el guión equivocado, el que le escribió Luis Videgaray: se fue con otra águila, el Águila Azteca. Le entregó tan alta distinción, a pesar de las protestas, a Jared Kushner, al yerno de Donald Trump, el hombre que ha ofendido al pueblo de México.
Enrique Krauze sostiene que el Gobierno de Enrique Peña Nieto terminó en 2014, cuando se destapó el escándalo de la “casa blanca”. Yo creo que fue poco antes ese mismo año, con la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Esto nos dice que, como sea, el ex Presidente tuvo 2015, 2016, 2017 y 2018, cuatro años de seis, para tratar de recomponer su mandato. Y lo que nos dicen los números de la publicidad oficial es que no quiso recomponer, sino comprar: soltó el gasto en prensa a niveles históricos.
Entonces, ese hombre humillado la mañana del sábado pasado (cuando Andrés Manuel López Obrador le agradeció y luego le derramó una tonelada de cascajo de su propio gobierno) no quiso aprender. Tuvo tiempo para hacerlo, pero se concentró en el guión que le marcaron y no tuvo la inteligencia para mejorar en algo.
Podría jurar que Peña Nieto no leyó siquiera La Silla del Águila, el libro por el que fue humillado en público por primera vez, antes de asumir la Presidencia. Es más: no creo que haya leído un solo libro en estos años.
En aquella Feria del Libro de Guadalajara, cuando era candidato presidencial, Peña Nieto balbuceó algo que creyó suficiente para engañar a alguien. Hizo el ridículo. Fue, como digo, humillado. Y no salió de allí con ganas de leer el libro de Carlos Fuentes que lo ridiculizó: se metió en su camioneta de lujo, se tapó hasta los ojos y siguió adelante.
Esa actitud, sabemos ahora, es la que lo llevó a la desgracia y de paso, sumió al país en una crisis peor a la que heredaba de Felipe Calderón Hinojosa.
***
Hay algunas frases que vale la pena recuperar de La Silla del Águila. Lástima que Peña no lo leyó, porque se habría visto a sí mismo, allí. Habría visto su propio destino, un privilegio que tienen muy pocos hombres sobre el planeta. No lo aprovechó.
“Todo Presidente va dejando un rosario de dichos más o menos célebres –escribió Carlos Fuentes– que pasan a formar parte del folklore ‘polaco’”:
–En política hay que tragar sapos sin hacer gestos.
Era él mismo, Peña, esa mañana de humillaciones en el Congreso mexicano. Era su futuro: el del hombre humillado.
–Un político pobre es un pobre político.
Era la frase con la que él creció (atribuida al profesor Carlos Hank, fundador del Grupo Atlacomulco), y que simboliza la corrupción y la ambición... que lo llevaría al fracaso.
–El que no transa no avanza.
La frase usada hasta el cansancio por López Obrador para anunciar no sólo el fin del sexenio de Peña, sino el de una generación de políticos.
–Arriba y adelante.
Echeverría. PRI. La mentira encarnada: abajo y hasta el fondo. Peña ante sí mismo, sin ganas de saber de la historia de sí mismo.
–La solución somos todos.
López Portillo. PRI. Peña haría su propia versión de esta frase; una versión tan cínica como patética: “La corrupción somos todos, la corrupción es cultural”.
–Si le va bien al Presidente, le va bien a México.
Salinas. PRI. La frase no se sostuvo en el tiempo y es, hoy, una lección de cinismo: a los presidentes siempre les va bien aunque salgan con la cola entre las patas; a México, nunca.
[¿Qué escribió Carlos Fuentes?, le pregunté ayer a Ramón Córdova, su editor. ¿Una novela epistolar? ¿Una obra de teatro novelada? Me contestó: “Epistolar, sin duda. Hizo colapsar las telecomunicaciones para que la sociedad se pareciera a como fue en el siglo XIX: consciente del valor de cada palabra y de la inteligencia detrás de ellas. Adiós a la ‘supercarretera’ de la información; bienvenida la necesidad de razonar cuidadosamente”].Un hombre inteligente habría buscado una oportunidad para decirle a los mexicanos que se había tardado seis años, pero que había leído La Silla del Águila. Peña no lo hizo; no creo que lo hiciera. Seis años después de la humillación en la Feria del Libro, lo que Peña hizo fue atender el guión equivocado, el que le escribió Luis Videgaray seis años: se fue con otra águila, el Águila Azteca. Le entregó tan alta distinción, a pesar de las protestas, a Jared Kushner, al yerno de Donald Trump, el hombre que ha ofendido al pueblo de México.
Peña salió de su domicilio en Avenida de Las Palmas 1325, esquina Sierra Vertientes, en las Lomas de Chapultepec. Iba rumbo a su último acto de humillación, en el Congreso. “Me retiro de la vida política –dijo–, al ámbito privado. Y no deseo tener participación alguna en la vida política del país”. Luego dijo que ahora sí (¡ahora sí!) tendrá tiempo para “pensar y reinventarse”.
Para humillar a Peña, qué mejor que Peña, el hombre humillado por sí mismo.
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