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Susan Crowley

30/11/2018 - 12:00 am

La perversidad de la fama

Lo femenino ha sido siempre una fuerza misteriosa, oculta, su condición es ser inexplicable. Habita en las entrañas de la tierra, ahí permanece agazapada esperando el momento de volver a surgir; es cíclica, irracional y dionisiaca. No respeta las normas impuestas por la sociedad porque las antecede. En su universo no existen leyes. Ante lo inconmensurable, la sociedad creó una fuerza reguladora: lo masculino. Apolíneo, ordenador, mesurado, su condición es esclarecer y degradar a las potencias originarias. Por un afán de control y dominio, el mundo contemporáneo eligió ser equilibrado, coherente; la cosmovisión masculina ha triunfado como ordenadora y custodio de la moral. Juzga, castiga e incluso ha abolido cualquier intento de liberar a sus antagónicos. Su objetivo: confinar las fuerzas femeninas a un rincón en el que poco a poco se amontonan como si fueran simples clichés.

El mundo contemporáneo nos hace prescindibles. Imagen especial.

“La prostituta, la seductora y la fascinante estrella de cine ostentan el antiguo poder vampírico de la mujer sobre el hombre”
Camille Paglia.

Lo femenino ha sido siempre una fuerza misteriosa, oculta, su condición es ser inexplicable. Habita en las entrañas de la tierra, ahí permanece agazapada esperando el momento de volver a surgir; es cíclica, irracional y dionisiaca. No respeta las normas impuestas por la sociedad porque las antecede. En su universo no existen leyes. Ante lo inconmensurable, la sociedad creó una fuerza reguladora: lo masculino. Apolíneo, ordenador, mesurado, su condición es esclarecer y degradar a las potencias originarias. Por un afán de control y dominio, el mundo contemporáneo eligió ser equilibrado, coherente; la cosmovisión masculina ha triunfado como ordenadora y custodio de la moral. Juzga, castiga e incluso ha abolido cualquier intento de liberar a sus antagónicos. Su objetivo: confinar las fuerzas femeninas a un rincón en el que poco a poco se amontonan como si fueran simples clichés.

Pero no debemos olvidar que esos clichés que abarrotan el escondrijo de los lugares comunes, alguna vez fueron arquetipos, origen y fuente de la que emanó el verdadero conocimiento humano. En nuestros días, una vez relegado lo femenino, deviene simulacro; marionetas que se dejan manipular al antojo de una industria vigorosa cumpliendo con el designio para el que fueron concebidas: ser consumidas y desechadas. Dioses, diosas y héroes ancestrales, hoy son sustituidos por estrellas del cine y de la música que brillan en los escenarios aun cuando se pregunten inquietos en qué momento se agotará su protagonismo. Tienen en común la fama, la fortuna, la admiración que despiertan a su paso; reinan en las noches, son duendes dionisiacos, ménades y vampiros, espectros que han sabido usar su ambigüedad sexual para llegar a las masas y enloquecerlas. Seres de ultratumba que quizá esperan retomar el vuelo, vampiros en sus sarcófagos, nos observan desde algún sitio esperando a cobrarse una víctima de vez en cuando.

Marilyn Monroe, James Dean, Elvis Presley, Rita Hayworth, Philipe Saymour Hoffman, Michael Jackson, Jim Morrison, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Kurt Cobain, Anna Nicole Smith, Prince, Amy Winehouse, Lady Di, desbordaron su talento y sensualidad, fascinaron a los miles de espectadores que los tomaron como referente. Desnudaron su alma, enaltecieron su lado oscuro, vampírico, aun muertos representan la fuerza de Lillith y la sombra de Eva. Su luz fue la irradiación de las marquesinas donde sus nombres fulguraron. Llenaron páginas de periódicos y revistas de reseñas, chismes y falsas biografías. Nos sometieron a todos al placer morboso de seguir sus vidas y presenciar sus espantosas muertes. Estrellas que brillaron en el firmamento, fueron admirados y odiados; incluso, se destruyeron delante de nosotros. Su papel fue ser chivos expiatorios, ejemplo del pecado: lujuria, ambición, decadencia, inmoralidad, desenfreno. Propiciadores de una insólita secta que rendía pleitesía al máximo atributo: la belleza. Carecer de ella es una desventaja, tenerla probablemente una maldición.

En el arte, personajes como Jan Michel Basquiat, Mike Kelly, Ana Mendieta, vivieron vidas desbocadas y finales trágicos. Si bien por distintas causas, ligaron el arte que ofrecieron al mundo con su tragedia personal. Basquiat fue arrojado a las fauces del éxito por los inclementes mercaderes. La sociedad de consumo exige obras de arte facturadas a libre demanda pagadas a sumas estratosféricas. Basquiat les dio a todos lo que codiciaban hasta consumirse. Kelly dedicó su vida a tratar de entender los crueles sistemas de educación de los que él mismo fue víctima. Con una inteligencia incisiva, crítica y un sentido del humor que rayaba en lo macabro, cuestionó a una sociedad que no ha atendido lo trascendente y busca salidas con discursos banales y de doble moral. Probablemente esto fue la causa que llevó a Kelly a suicidarse. Ana Mendieta, artista cuya vocación fue rescatar el poder de lo femenino en cada performance, tuvo un final poco feliz. Después de una violenta discusión con su pareja, el artista Carl André, sobre los privilegios que éste tenía por ser hombre dentro del mundo del arte, se arrojó por la ventana de un piso 34. Por lo menos eso es lo que André dijo a la policía. El trabajo de Mendieta, igual que su trágico destino, han servido como un ejemplo de la injusticia que todos los días se comete en contra de las mujeres artistas. Después de su muerte, su voz se elevó y no deja de estar presente cada vez que se habla de los derechos de la mujer y las políticas misóginas del mundo del arte. Los ejemplos anteriores podrían ser entendidos como otras metáforas de cómo el universo femenino resiste los embates que lanzan en su contra las jerarquías masculinas.

Un ejemplo más de cómo esta lucha se sigue entablando en nuestros días es la exposición Larger than Life de la artista Albertine Stahl en la galería Luis Adelantado. Hay que decir que la artista fue parte del programa de residencia Zona 6 que me tocó coordinar. Única mujer dentro del grupo, desarrolló un proyecto que, en gran medida, se orientó a la discusión de género, su ámbito es la pintura. Esta inquietud quedó representada en obras que muestran a ídolos amados y asediados por las masas y que, al mismo tiempo, son frágiles figuras que pueden ser usadas y desechadas. El trabajo de Albertine es exponer a estos ídolos a la fragmentación y obligar al espectador a reconstruirlos. Imposibles de concebirse como imágenes completas, recuperan un espacio en el que la materia se une a partir de sus contrariedades. Pero es justamente por esta anomalía que pueden formar nuevos imaginarios en los que se cuentan otras historias. Es en las apropiaciones de la artista donde se encuentran los vestigios de lo que fue el poder de cada personaje.

El mundo contemporáneo nos hace prescindibles, no hay una estrella, un héroe, ídolo que dure más de 15 minutos, decía Andy Warhol; sin embargo, ¿quién no tienen derecho a pretenderlo? Con esta suerte de invocación Albertine Stahl nos obliga a asumirnos como parte de un paraíso perdido, materia anhelante de permanencia y nos precipita a encarnar el olvido y la intrascendencia de la celebridad. Mas largo que la vida es el camino que habrá de recorrer un ídolo de las masas, un vampiro contemporáneo cuando solo queda de él su ausencia.

www.susancrowley.mx
@suscrowley.com

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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