Un íntimo, poderoso e inspirador libro de memorias de la exprimera dama de Estados Unidos publicado por Penguin Random House. Haciendo gala de su ingenio y honestidad, Michelle Obama invita a los lectores a entrar en su mundo y nos relata su extraordinario recorrido desde el South Side de Chicago hasta la Casa Blanca, narrando sin rodeos la historia de su vida con sus propias palabras. En un lanzamiento mundial sin precedentes, el libro es publicado en 31 países y 24 idiomas.
Ciudad de México, 19 de noviembre (SinEmbargo).- Protagonista de una vida plena y exitosa, Michelle Obama se ha convertido en una de las mujeres más icónicas y cautivadoras de nuestra era. Como primera dama de Estados Unidos de América y primera afroamericana en desempeñar esta función, Michelle Obama contribuyó a que la Casa Blanca alcanzara sus mayores cuotas de apertura e inclusión de la historia, erigiéndose también en destacada defensora de las mujeres y las niñas en Estados Unidos y en el resto del mundo, introduciendo cambios drásticos encaminados a promover una vida saludable y activa entre las familias y acompañando a su esposo cuando el país atravesaba algunos de los momentos más desgarradores de su historia. Por el camino, nos enseñó algunos pasos de baile, causó furor en el programa Carpool Karaoke y consiguió criar a dos hijas con los pies en el suelo bajo el implacable escrutinio de los medios de comunicación.
En sus memorias, profundamente reflexivas y cautivadoras, Michelle Obama invita al lector a entrar en su mundo, relatando una tras otra las experiencias que han forjado su carácter, desde su infancia en la zona sur de Chicago hasta los años en que fue inquilina de la residencia más famosa del mundo, pasando por su etapa como alta directiva durante la que tuvo que compaginar la maternidad con su vida profesional.
Cálido, lúcido y revelador, Mi historia es un relato excepcionalmente íntimo de una mujer que una y otra vez ha superado todas las expectativas y cuya historia nos inspira a seguir su ejemplo.
"Este libro ha supuesto una experiencia profundamente personal. Es la primera vez que dispongo de un espacio donde reflexionar de forma honesta sobre la inesperada trayectoria de mi vida. En él hablo de cómo una niña del South Side de Chicago encontró su voz y desarrolló la fuerza necesaria para empoderar a otros. Confío en que mi viaje inspire al lector a encontrar el valor para convertirse en quien desee ser.", dice Michelle.
Fragmento de Becoming, Mi Historia de Michelle Obama, Plaza & Janés, noviembre 2018.
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Pasé casi toda mi infancia oyendo el sonido del esfuerzo. Llegaba en forma de música mediocre, o al menos música amateur, que se colaba por los tablones del suelo de mi habitación: el golpeteo de las teclas del piano de mi tía abuela Robbie a manos de sus alumnos mientras aprendían lenta, rudimentariamente las escalas. Mi familia vivía en South Shore, un barrio de Chicago, en una pulcra casa de ladrillo propiedad de Robbie y su marido Terry. Mis padres alquilaron un apartamento en la segunda planta y mis tíos abuelos vivían en la primera. Robbie era tía de mi madre y durante muchos años había sido generosa con ella, pero a mí me parecía terrorífica. Remilgada y seria, dirigía el coro de la iglesia local y era también la profesora de piano oficial de nuestra comunidad. Llevaba unos tacones discretos y unas gafas de lectura colgadas del cuello con una cadena. Tenía una sonrisa burlona, pero, a diferencia de mi madre, no le gustaba el sarcasmo. A veces la oía reprender a sus alumnos por no haber estudiado lo suficiente o a sus padres por haberlos llevado tarde a clase.
"¡Buenas noches!", exclamaba en pleno día con la misma exasperación con la que uno diría "¡Por el amor de Dios!". Al parecer, pocos satisfacían las expectativas de Robbie.
Sin embargo, el sonido del esfuerzo se convirtió en la banda sonora de nuestras vidas. Había golpeteo por las tardes y por las noches.
En ocasiones venían señoras de la iglesia a practicar himnos y su devoción atravesaba las paredes. Según las normas de Robbie, los niños que asistían a clases de piano no podían trabajar en más de una canción a la vez. Desde mi dormitorio los oía intentarlo, nota incierta a nota incierta, para ganarse su aprobación y dar el salto de "Hot Cross Buns" a la "Canción de cuna" de Brahms, pero solo después de muchas tentativas. La música nunca resultaba molesta, tan solo persistente. Subía por el hueco de la escalera que separaba nuestro apartamento del de Robbie. En verano entraba por las ventanas abiertas y acompañaba mis pensamientos mientras jugaba con mis Barbies o edificaba pequeños reinos con bloques de construcción.
El único respiro lo teníamos cuando mi padre llegaba a casa al acabar el primer turno en la planta de filtración de aguas de la ciudad y ponía el partido de los Cubs en el televisor, a tal volumen que acallaba todo lo demás.
Era finales de los años sesenta en South Side de Chicago. Los Cubs no eran malos, pero tampoco excelentes. Me sentaba en el regazo de mi padre, él en su butaca reclinable y lo escuchaba explicar que el equipo sufría el habitual agotamiento del término de la temporada o por qué Billy Williams, que vivía en Constance Avenue, muy cerca de nosotros, bateaba tan bien desde el lado izquierdo de la base. Fuera de las canchas de béisbol, Estados Unidos se hallaba sumido en un enorme e incierto proceso de transformación. Los Kennedy estaban muertos. A Martin Luther King Jr. lo habían asesinado en un balcón de Memphis, lo cual desencadenó disturbios en todo el país, incluida Chicago. La Convención Nacional Demócrata de 1968 se tiñó de sangre cuando la policía persiguió a los manifestantes contrarios a la guerra de Vietnam con porras y gas lacrimógeno en Grant Park, situado unos quince kilómetros al norte de donde vivíamos. Entretanto, las familias blancas abandonaban la ciudad en tropel, atraídas por los barrios residenciales, la promesa de mejores escuelas, más espacio y probablemente también más blancura.
Yo no me daba cuenta de nada de todo aquello. Era solo una niña que jugaba con sus Barbies y sus bloques de construcción, que tenía dos progenitores y un hermano mayor que cada noche dormía con la cabeza a unos noventa centímetros de la mía. Mi familia era mi mundo, el centro de todo. Mi madre me enseñó muy pronto a leer; me llevaba a la biblioteca pública y se sentaba a mi lado mientras yo pronunciaba en voz alta las palabras impresas en una página.
Cada día, mi padre iba a trabajar enfundado en un uniforme azul de empleado municipal, pero por la noche nos enseñaba lo que significaba amar el jazz y el arte. De niño había estudiado en el Art Institute of Chicago y en la secundaria pintaba y hacía esculturas.
En la escuela también había participado en competiciones de natación y boxeo y de adulto era aficionado a todos los deportes televisados, desde el golf profesional hasta la NHL, la liga nacional de hockey. Le gustaba ver triunfar a la gente fuerte. Cuando mi hermano Craig se interesó por el baloncesto, mi padre dejaba monedas encima del marco de la puerta de la cocina y lo animaba a saltar para tomarlas.
Todas las cosas importantes se hallaban en un radio de cinco manzanas:
Michelle Obama fue primera dama de Estados Unidos de 2009 a 2017. Licenciada por la Universidad de Princeton y la Escuela de Derecho de Harvard, inició su carrera como abogada en el bufete Sidley & Austin de Chicago, donde conoció a Barack Obama, su futuro esposo. Más tarde trabajó en el ayuntamiento y en la Universidad de Chicago y en el centro médico de dicha institución. También en esa ciudad fundó la sucursal de Public Allies, una organización que prepara a gente joven para trabajar en el sector de los servicios públicos.