Escribo para los otros, con los otros: Kike Ferrari

17/11/2018 - 12:03 am

Kike Ferrari es argentino e hincha de River. Como tantos en su país se muerde las uñas para que este 24 de noviembre su equipo acceda a la Copa Libertadores, al ganarle a Boca Juniors, su eterno rival. Como representante de la novela negra de su país, ha estado en el Festival de San Luis Potosí y en el de Acapulco Noir, que organiza Iris García Cuevas. Su novela va por la segunda edición, tanto en México como en España. Como Paco Ignacio Taibo II, su gran amigo, dice escribir para ser leído. Si se va a una isla desierta, va a tratar a salir de ahí. No va a escribir.

Ciudad de México, 17 de noviembre (SinEmbargo).- Kike Ferrari (Buenos Aires, 1972) es conocido por trabajar en el Metro de su ciudad y por dedicarse a la escritura. Aunque en Sudamérica es más común que los escritores tengan un empleo que nada tiene que ver con la literatura, llamó la atención que él ganara un premio muy prestigioso y todos fueran a buscarlo, para hacerle una nota, al transporte público.

Dice que tanta promoción le ha servido, entre otras cosas para llegar a la editorial Alfaguara, donde ahora deberá demostrar por sí mismo lo buen escritor que es, en un género que tiene a buenos exponentes en Argentina, el policial, aunque él no está totalmente cazado con la novela negra.

Ahora se reedita Que de lejos parecen moscas, una novela que se refiere al 2000 y que hoy, por esas cosas de los gobiernos, de la derecha, de que las crisis siempre vuelven en Latinoamérica, los primos y hermanos del señor Machi (el protagonista) hoy mandan en Argentina. Hace casi un año que salió en México y en España y ya va por la segunda edición.

­–Está bueno trabajar en otro lado, no solo ser escritor

–Mi vida fue así, siempre. Nunca salí del estadío amateur del todo, no están dadas las condiciones materiales, además no vi todavía la necesidad. No hay nada que me impida escribir, le puedo dedicar la cantidad de horas prudente para escribir. No interfiere para nada con las otras tareas. Las otras tareas también me permiten cierta libertad.

–Hay gente que dice: trabaja en el Metro, pero yo diría “se acaba de meter a la literatura”

–Lo que empieza a tropezar ahora es lo que está fuera de la literatura. Los viajes. Este año estuve 10 días en España y esta es la tercera vez que vengo a México. El año que viene la novela sale en julio en Inglaterra y los Estados Unidos. Ya sé que en julio necesito vacaciones. Tengo 23 días de vacaciones, ahora sólo me quedan dos. En la relación entre trabajo y literatura no le veo ningún problema.

–Aquí los escritores están acostumbrados a ser escritores, tienen becas, subsidios…

–Si hubiera crecido acá no pensaría nada de todo esto que pienso. Cuando vine acá una vez hablaba con un escritor en el Festival Huellas del Crimen y él me decía: La verdad es que ya puedes vivir de la literatura. Y lo cierto es que no. El único año que me entró plata fue este año, pero no estoy seguro de que el año que viene se repita. Tengo tres hijos, alquilo, no tengo casa…es una lógica distinta a lo que pasa en México.

–Decía Juan José Millás que dudó mucho antes de dedicarse solamente a escritor. ¿Si mañana aparezco tonto?, decía

–Sí, se acaba. Es una cantera que se seca, ser deportista de élite tiene una vida corta, pero la literatura no es tan larga. No quiero transformarme en una banda que le hace tributo a Los Beatles. Muchos escritores se convierten en homenaje a sí mismos, al final. A todos nos va a tocar.

–¿Eso por qué es? En la poesía no pasa eso...

–La poesía es un universo misterioso para mí, cuando hablo de literatura hablo de narrativa. En un momento se acaba lo que tenías para decir, no tiene que ver con el género, pero pienso en grandes autores que se han desmoronado en algún momento. Jorge Luis Borges, que termina siendo un mal poeta de sí mismo. Hay un declive notorio, lo que pasa es que la peor página de Borges es mejor que cualquiera de lo que uno escriba.

–¿Cuándo creíste que ibas a hacer género negro?

–No sé cuánto me voy a quedar, ni cuando me voy a ir del género. Me da una serie de posibilidades y las aprovecho todo lo que puedo. En este oficio lo importante es saber qué material es para cada cosa. Hay historias y personajes que requieren que uno habite un género y no enamorarse de lo que es más fácil, en ese juego de ajedrez me convendría escribir género negro, pero la próxima novela ya no es género negro. Para eso trabajo en el Metro, para no preocuparme demasiado por las etiquetas.

Trabaja el género negro, aunque sin ataduras. Foto: SinEmbargo

–¿Cómo te fue en el Festival de Novela Negra en San Luis Potosí?

–Me fue muy bien. Me encantan los festivales, me dan siempre dos alegrías paralelas, una es la posibilidad de cruzarse con colegas que sólo lo ves en los Festivales. Con la gente que me quiere no suelo hablarle con los problemas que tengo con la voz narrativa, porque a mi mujer, a mi madre, a mi hija, no les interesa. Cuando uno se junta con otros escritores uno puede sacar las alas de acero y que nadie se asombre. La otra es conocer a escritores reales. No pienso en la literatura como un hecho individual y masturbatorio. Mi escritor preferido es Juan Carlos Onetti, él ha hecho una imagen del escritor solitario, pero no creo en eso. Si me voy a una isla desierta, no pensaré en escribir, pensaré en cómo salir. Si escribo es para ser leído.

–Te pareces un poco a Paco Taibo?

–Sí. Escribo para los otros, con los otros.

–Con respecto a tu obra, en Argentina está Claudia Piñeiro…

–Claudia es una escritora deliciosa y una persona tremendamente generosa. Una mujer que está en términos de popularidad muy por encima de todos nosotros, pero es muy generosa. Tenemos poéticas que no están muy cerca, intereses narrativos que no están pegados y eso es lo que enriquece el género de novela negra en Argentina. En España escriben todos igual y cuando alguno es distinto es tan notorio, pienso en Carlos Zanón, en Alexis Ravelo, en Marcelo Luján, Cristina Fallarás. Rompen una cuerda en la que escriben todos igual.

La historia del señor Machi que ahora gobierna Argentina. Foto: Alfaguara

–Cristina Fallarás escribe muy bien

–Creo que a Cristina Fallarás debes leerle la lista del supermercado. Es una máquina, un torbellino. Las niñas es una novela increíble, los Últimos días en el puesto del Este es maravillosa.

–Hace poco se hizo un especial de novela negra en Guadalajara

–La novela negra en la Argentina tiende a tener un pie en el costumbrismo. Es difícil contar género negro sin contar lo local. Lo más habitual es que uno use lo que mejor conoce. Prótesis, de Andreu Martín, transcurre en Barcelona, pero la leí en Buenos Aires, tenía 14 años y la leí igual. No sé en el discurso cómo quedamos, depende mucho de los representantes que elijas. Ernesto Mallo y Guillermo Martínez tienen una mirada especial del género negro, si eliges a Leo Loyola, Nico Ferraro o Gabriela Cabezón Cámara –la mejor de todos nosotros, para mí-, vas a tener otra mirada. Dependerá el recorte que quieras.

–¿Cómo es tu posición dentro de la literatura argentina?

–Lo que quería yo era llegar a Alfaguara, así que me sirvió lo del Metro. Ahora si mi trabajo se defiende solo o no. No tengo idea de cómo me veo en la literatura argentina. No tengo percepción de mí mismo. Trato de no pensar mucho en eso, trato de pensar en escribir el mejor texto que pueda.

–¿Por qué elegir esta novela para ser reimprimida por Alfaguara?

–Fue una decisión de Alfaguara. La editorial me convocó y hablamos de los libros que tenía hasta ese momento, me piden los textos y eligieron esa, Que de lejos parecen moscas. Compraron además la novela que estaba en escritura. Con la distancia que uno tiene con respecto a su propio trabajo, que es poca, entiendo que es una decisión que está bien. La novela está bien, salió redonda, está bien trabajada, hay otros libros que no me tienen tan conforme. Tiene una cosa que funciona.

–¿Qué es hablar de Argentina en estos tiempos?

–Me parece que es una de las cosas que me llamó la atención, la unión de dos tradiciones en la literatura. La literatura está construida sobre la violencia política; y la tradición de la novela sobre textos que son híbridos y sobre la violencia que son Facundo, El Matadero y el Martín Fierro. El Matadero es un cuento, pero los otros dos no se sabe qué género son. Casi todos los escritores tienen un texto que roza esa tradición. El libro Que de lejos parecen moscas tiene una segunda vida, creo, es que yo lo escribí en 2009 y cuando se publicó en 2011 estaba un poco anacrónico. La realidad vino a ponerse a tiro con mi novela, los amigos y los primos del protagonista gobiernan en nuestro país. Son malas noticias para la clase trabajadora. Trato de no dejarme ganar por el desasosiego, las clases populares argentinas tienen la posibilidad de presentar batalla pero ellos avanzan igual y no veo que paren.

¿De River-Boca?

–Soy muy hincha de River. Tiene que ganar River la Copa Libertadores, un poco para hacerle tristes los días al Presidente de la Nación y para darle una alegría a casi todo el país que es de River.

Fragmento de Que de lejos parecen moscas, de Kike Ferrari, con autorización de Alfaguara

1

El señor Machi se apoya en el respaldo del sillón, hunde su mano en la melena rubia que se mueve rítmicamente entre sus piernas y cierra los ojos. Los primeros rayos de sol de la mañana se cuelan en forma de triángulo por la ventana y avanzan sobre el escritorio iluminando a su paso la lapicera, los dos vasos semi-vacíos, la miniatura del Dodge de Fontanita, el teléfono antiguo, el papel abierto, la pila de merca, la tarjeta de crédito con los bordes blanquecinos por el uso y el cenicero sucio, para derramarse finalmente sobre el cuadro con la foto familiar en la que el señor Machi, diez años más joven, sonríe junto a sus dos hijos y su mujer en una playa del Mediterráneo. Cuando el vértice del triángulo de luz alcanza la cabellera rubia, los movimientos de esta empiezan a ser menos rítmicos y a acompañar los estertores del cuerpo del señor Machi, que cierra su mano sobre un puñado de pelo rubio y vocifera su orgasmo en un ronquido ahogado. Después se desploma en el sillón, se afloja el nudo de la corbata, saca un Dupont de oro del primer cajón del escritorio y prende un Montecristo mientras la mujer acomoda su melena, se limpia la comisura de los labios y se arma una línea.

Querés, pregunta.

Tiene un rostro joven ligeramente avejentado y el rímel corrido bajo el ojo izquierdo, lo que le da cierto aire de dejadez, de abandono, de desesperanza.

El señor Machi piensa en sus problemas cardíacos y en la pastillita azul que tomó hace poco menos de una hora y que garantiza que su sexo, aún ahora enhiesto, tenga una retirada lenta y altiva.

No, no, contesta con el humo del tabaco en la boca, soltándolo luego para que se mezcle con el creciente triángulo de luz que ingresa por la ventana y dibujen —la luz y el humo— figuras en el aire que nadie va a mirar.

La mujer joven de pelo rubio jala —una, dos, tres veces— y putea, gustosa y engolosinada: a la calidad de la merca, a su suerte, al triángulo de luz que anuncia otro día hermoso —maldición— y al sabor del semen del señor Machi en su boca.

Me voy, Luis, anuncia.

Cerrá la puerta, yo tengo que quedarme un rato más. Que Eduardo y Pereyra se ocupen de que estén todos temprano esta noche, eh, acordate que vienen los mexicanos…

Tranquilo, arreglo todo con ellos; nos vemos esta noche, corazón, se despide la mujer joven con un beso en el cuello. El señor Machi se deja besar y sigue jugando con el humo del Montecristo, como si ella ya no existiera, como si vaciado de deseo, aquella chica de melena rubia y nariz ávida no fuera ya más que una molestia. Después, cuando ella se da vuelta y se va caminando hacia la puerta, moviendo las caderas dentro de la pollera verde, le mira el culo.

Mañana se lo rompo, piensa.

Una vez solo en la oficina va hasta el baño y se mira al espejo.

Ve éxito en el espejo, el señor Machi.

¿Qué es el éxito para él?

Sonríe al espejo y piensa que el éxito es él.

Éxito es una pendeja rubia chupándote la pija, Luisito —piensa sonriente frente al espejo—, el sabor de un Montecristo. Éxito es la pastillita azul y diez palos verdes en el banco.

Vuelve a darle fuego al tabaco que lo espera en el cenicero sobre el escritorio y marca un número en el teléfono antiguo. El triángulo de luz ya se hizo dueño de la oficina y no deja dudas sobre la llegada de la mañana.

Hola, contesta la voz somnolienta y brumosa de la mujer, acentuando la a.

Hola, recién termino, en un rato salgo para allá.

¿Recién terminás?, se burla ahora la mujer con afán de pelea, qué amable en llamar, ¿te lavaste antes, al menos?

No me rompas las pelotas, Mirta, ¿querés?, prepará algo para el desayuno que en una hora más o menos estoy en casa, retruca el señor Machi con más aburrimiento que enojo.

Bueno, le puedo pedir a Gladis que prepare algo si querés, la voz de la mujer parece desperezarse tras la malicia de la frase, ah, no, a Herminia le puedo decir…

Otra vez con eso, Mirta, se queja el señor Machi. Piensa, mientras le da una nueva pitada al Montecristo, por qué no le habrá dicho a la chica de melena rubia y pollera verde que se quedara y le rompía bien el culo, si por lo visto la pastillita todavía está trabajando.

¿Y a qué voy a deber el honor de desayunar con vos, si se puede saber?, la voz de la mujer, Mirta, pierde somnolencia y gana ira con cada palabra, puede sentirse el temblor nervioso en las vibraciones de las s, pronunciadas como un siseo de serpiente.

Es mi casa, ¿no?, replica el señor Machi, que siente que se le acaba la paciencia, sos mi mujer, ¿no? Bueno, hacé algo rico de desayunar, dale… En una hora, más o menos, llego.

Corta.

Rompepelotas, piensa.

Decide que pese a la pastillita azul y sus problemas cardíacos se va a tomar un pase antes de irse.

2

Buenos días, señor, ¿todo en orden?, pregunta el gorila de cabeza afeitada que —la mirada atenta, las manos cruzadas en la espalda, ningún gesto en el rostro impersonal— custodia la puerta del garaje, en el subsuelo de El Imperio.

Qué hacés, contesta el señor Machi con las mandíbulas tensas.

Chasquea los dedos y estira la mano.

Llaves, dice.

Llaves, repite sin dar tiempo a nada.

El gorila de cabeza afeitada se mueve rápido, con una agilidad inesperada en un cuerpo tan grande y pesado.

Señor, dice sin un gesto en el rostro cuando pone las llaves del BM en la mano estirada del señor Machi, que sigue caminando sin siquiera pensar en la palabra gracias.

Esperá que yo haya salido y en un rato andate a dormir, gordo, dice el señor Machi mirando hacia otro lado y sin dejar de caminar.

Después hace sonar dos veces la alarma del BM. Sube. Es una sensación fantástica el asiento. Él mismo eligió el tapizado.

Parece la caricia de un culo joven, piensa el señor Machi.

Se saca la corbata, la guarda en el bolsillo del saco y ajusta el espejo retrovisor para mirarse. Hace una mueca que sin cocaína hubiese sido una sonrisa. Se observa los ojos, los dientes, las encías, por último las fosas nasales buscando restos. No hay. Vuelve al espejo y a pensar en el éxito.

Este auto es el éxito, Luisito, la merca de primera que tomaste recién, papá, tu colección de corbatas de seda italiana, piensa, y hasta la rompepelotas de Mirta es el éxito.

Busca en la guantera los anteojos de sol Versace y se los pone. Ahora sí, está listo. Entonces gira la llave de contacto y el motor del BM se enciende, inaudible y poderoso. Ni bien las puertas del garaje se cierran tras las luces traseras del automóvil negro que se pierde en Balcarce a contramano hasta alcanzar Belgrano, el gorila de cabeza afeitada escupe al suelo, se afloja la corbata y, moviendo la cabeza como si negara, dictamina: Hijo de mil putas.

3

Es un rayo negro que cruza la General Paz a las siete de la mañana y va dejando miradas de asombro y envidia a su paso. El señor Machi siente como una caricia esas miradas celosas de su suerte que chocan contra la carrocería del BM que pasa como si se deslizara por el asfalto hasta alcanzar el Acceso Norte hacia Panamericana. El celular suena justo en el momento en que la curva se abre y se cierra y el rayo negro sube a la Panamericana.

Machi, responde.

Hola, pa, disculpá que te joda a esta hora pero necesito saber si el otro día no se me cayó de la cartera un libro en tu auto, lo necesito para la facu y…

El señor Machi, que ya dejó de escuchar, apoya el teléfono en el asiento del acompañante mientras conecta el manos libres y empieza a buscar con la mirada el libro de su hija. Cuando se pone el auricular ella sigue explicando la urgencia por encontrarlo.

…tengo un parcial la semana que viene y resulta que…

Un vértice anaranjado asoma apenas entre el asiento del acompañante y la puerta. El señor Machi, sin bajar la velocidad ni sacar la mano izquierda del volante, se estira y lo toma. Es el libro: Las palabras y las cosas.

Acá está, Luciana, interrumpe el señor Machi el monólogo de su hija, pasá a buscarlo por casa cuando quieras. O por El Imperio esta noche, ahora te dejo que estoy manejando, nena.

Ok, pa, pasamos esta noche con Fe, entonces. Nos vemos tipo nueve. Te dejo un beso, dice la hija, pero el señor Machi no la escucha. Cortó inmediatamente después de la palabra nena para concentrarse de lleno, ahora sí, en el placer de pilotear el rayo negro que se desliza por el asfalto de la Panamericana.

No quiere pensar en sus hijos, ni en Luciana ni, sobre todo, en Alan. Y ya no necesita preguntarse qué es el éxito, porque lo siente en el poderoso ronroneo sordo del acelerador bajo el pie derecho, en la suavidad del asiento y la docilidad de la dirección, en el reflejo del sol y las miradas de asombro y envidia que brillan contra la carrocería del BM.

No ha pasado ni un kilómetro desde el segundo peaje cuando el señor Machi siente un tironeo en el volante y que el coche, que cruzaba como un rayo negro el asfalto, se bandea hacia la izquierda.

Pinché una goma, piensa.

Piensa: delantera derecha.

Endereza el BM con una maniobra de virtuosismo casi profesional y lo acerca a la banquina.

Mierda, dice en voz alta el señor Machi.

Mierda.

Mierda.

Debe hacer veinte, veinticinco años que no pincho una goma, piensa, ¿para esto gasta uno 200 lucas en un auto?

Después, sin parar el motor, apoya la cabeza en el tapizado que él mismo eligió y cierra los ojos por un instante. Tiene que armarse de paciencia y tolerancia para salir del auto. Y sobre todo prepararse para soportar las miradas de burla que el resentimiento dibujará en aquellos que en sus viejos Duna, Quinientos Cuatro o Diecinueve, autos que valen lo que él gasta en una puta o en un almuerzo, pasen junto al BM varado al costado del camino y que hace apenas unos instantes lo vieron deslizarse como un rayo negro. Sabe que todos esos pobres diablos se van a alegrar de verlo tirado allí, con una goma en llanta.

Una pequeña victoria para sus vidas minúsculas, piensa.

Así que mientras deja pasar la primera tanda de Duna, Quinientos Cuatro y Diecinueve, antes de salir a confirmar la goma pinchada, abre el libro de su hija y lee:

Este libro nació de un texto de Borges. De la risa que sacude, al leerlo, todo lo familiar al pensamiento.

Qué, se pregunta.

Mueve la cabeza, de un lado al otro. Lee un poco más y decide que lo que lee es una enumeración absurda, una estúpida lista que se le podría haber ocurrido a un nene de cinco años.

¿Para eso le pago la facultad?, piensa, ¿para que lea estas boludeces? Si por lo menos estudiara abogacía, o ingeniería, pero no.

¿Y estos tipos son a los que reverencia Luciana? ¿Así que cosos como este pelotudo, al que le causa gracia una lista que podría haber escrito un nene de cinco años, son los que con tanta devoción estudia su hija en la facultad que le sale 450 dólares por mes? ¿Estos son los filósofos, los sociólogos, los pensadores? ¿Esto le inculcan a Luciana los profesores a los que él les paga el sueldo? ¿Qué saben hacer, a ver? ¿Pueden levantar un imperio de la nada, como hizo él? ¿Pueden pagar a sus hijos caprichos universitarios de 450 dólares mensuales? ¿Eh? ¿Pueden?

La mano se crispa sobre el libro.

Este libro nació de un texto de Borges, vuelve a leer.

¿Esto escribía Borges? ¿Entonces eso es lo que hacía el gran escritor nacional? El señor Machi se felicita por no haberlo leído nunca. Vuelve al libro para aumentar su irritación.

Así, pues, ¿qué es imposible pensar y de qué imposibilidad se trata?, lee.

Abre la ventanilla indignado, el señor Machi, y tira el libro de tapas anaranjadas al medio de la Panamericana. Mira todavía con regocijo cómo uno, dos, tres autos le pasan encima, antes de bajar del BM con la palabra vagos temblándole en la boca.

4

En sesenta minutos a más tardar va a llegar su auxilio, señor, gracias por llamar, le dice una voz amable pero impersonal desde el teléfono.

¿Sesenta minutos?, bram ...

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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