Ángel Ortuño es un poeta de enorme trayectoria. Su reciente libro Gas lacrimógeno y otras cosas que no son poemas, son textos considerados como una puesta en escena. Sobre todo como un melodrama, más que una escena teatral. Hermano del también escritor Antonio Ortuño, da cursos y cree, como Haroldo de Campos, que la poesía es una labor de ancianos.
Ciudad de México, 3 de noviembre (SinEmbargo).- Entrevistar a Ángel Ortuño (Guadalajara, 1969) equivale hablar con un poeta de larga trayectoria y es al mismo tiempo preguntarse si la edad, ese muro que todos debemos pasar, tendrá poesía fresca, del futuro.
Ángel cree en el poeta “maduro” y es cierto que, como él dice, cuando uno lee un poema no piensa en la edad de quien lo escribió.
Mecanismos discretos (Mano Santa, 2011), 1331 (Conaculta, 2013), Poemas swinger y otros malentendidos (Bongo books, 2014), El amor a los santos (El viaje, 2015) y Turbo girl: historias de la mamá del diablo (Trabalis / Aguadulce, 2015), son algunos de los libros que han salido de su convicción y trabajo.
En Tiempo de Literatura, de Mexicali, el poeta presentó su reciente libro Gas lacrimógeno y otras cosas que no son poemas (de la serie Cocodrilos, editada por la Universidad de Guanajuato), del que la crítica Amaranta Caballero ha dicho: “Un libro donde, en sus 92 páginas, se puede reconocer la imaginería y las influencias múltiples del autor, digamos: cine gore, cómics, letreritos y letrerotes de la calle, textos de boletos del camión, personajes bíblicos, romanos, griegos, personajes de la Warner Bross Entertainment y un sinfín de enfermedades”.
“Una poética irreverente, irónica y blasfema, con la cual el poeta se muestra ya en títulos anteriores, en su vocabulario personal, cotidiano, presentando escenarios de su vida —a veces ficticios, a veces no—, lugares comunes, diversas épocas donde la adolescencia adquiere una atención central y donde situaciones diversas entre lo rebelde, lo ridículo o lo misterioso mantienen este escenario en forma.”, agrega Caballero.
–En este libro te noté mucho más enfático que otras veces, como más teatral, ¿puede ser?
–Me interesa cada vez la lectura de los textos considerados como una puesta en escena. Ni siquiera como una lectura dramática, sino una muestra de una puesta en escena como una radionovela o del pregón del merolico. Ese tipo de registro me interesa cada vez más. Escribir pensando en una serie de los efectos de la lectura en voz alta.
–Un poema para ser leído
–Tengo algo de tiempo, incluso lo he trabajado en algunos talleres, he tenido oportunidad de convivir con gente más joven y he estado haciendo experimentos en torno a la idea de este asunto de la poesía con personajes, invariablemente en primera persona, pero esa primera persona como una especie de apelación o de proyección como lo que ocurre en los melodramas. Cuando el discurso está en primera persona surge esta identificación espontánea, con la heroína, con la malvada. El yo lírico como un personaje de alguna manera representado por la voz me interesa y tiene mucho que ver con este libro.
–¿Es una apelación a México también?
–Supongo que no hay manera de permanecer al margen y de alguna forma la insistencia en ese tipo de recursos, de melodrama, de radionovela, de casi invariable primera persona, tiene que ver con una idea del discurso lírico. Lo impersonal que pareciera formular unas certezas invariables, al menos no me siento en un momento que tenga alguna clase de sentido. Esta suerte de coreografía cósmica de la voz poética impersonal no me seduce. Creo más en el barullo de las calles, en las conversaciones en el transporte público, esa proliferación de primeras personas y que yo esperaría que hicieran una especie de coro.
–Vas a cumplir 50 años en 2019. ¿La poesía es un acto adolescente o no?
–Es curioso, porque para mí estos puntos de a qué momento corresponde la escritura de la poesía frente a este núcleo mítico de la poesía como la escritura joven por excelencia, los primeros tanteos de una persona que comienza a escribir, aunque luego muchos reniegan de sus primeros libros de versos, esta idea del niño prodigio a lo Rimbaud, esa clase de destellos juveniles, yo le opongo a Haroldo de Campos cuando decía que en realidad la poesía a él le parecía una labor de ancianos. Incluso lo dice con un poco de jiribilla, yo me siento cada año más tentado a creerle. Me acuerdo mucho de esta historia de Papini, a propósito de Gog, cuando va precisamente –el único personaje mexicano en esa colección de cuentos- a pedirle dinero al multimillonario para declararle la guerra a los muertos, porque le demuestra que hay más extensión de tierra, más comodidades, más dinero que se invierte, en las honras fúnebres que en quienes siguen vivos. Gog le dice que tiene razón, que le parecen muy claros sus argumentos, pero como él es un hombre viejo que está pronto de pasar al bando ganador no le importa subvencionar a quienes van a perder. La postura de Haroldo de Campos de considerar esta tarea de los versos como más adecuada para la edad madura y la vejez, cada vez me resulta más seductora.
–Este año la FIL de Guadalajara te dio la razón, premiando a Ida Vitale
–A mí me dio mucho gusto la noticia, cada vez que algún premio se le concede a un poeta me da enorme placer. Supongo que es parte de solidaridad gremial, pero en el caso de Ida Vitale, me alegró muchísimo. Tal vez la asociación o el cliché de la poesía como una especie de sarampión, tenga esa vuelta de tuerca y la poesía es la viruela de la vejez. Entonces, creo que además no hay una manera razonable de decirlo. No leo poemas de Ida Vitale y digo que son poemas escritos por una mujer grande. Pierde uno de vista la idea del contrapunto de decir, puedo notar a un poeta joven. Finalmente terminan por constituirse en categorías administrativas para decir a partir de qué edad no puedes competir por algún estímulo. Luego hay cosas cómicas. Yo, cuando ya había pasado los 30 años, era invitado a participar de poesía joven. No lo sé, si tuviera que hacer un parangón por edades, yo hablaría de una adolescencia perpetua en el caso de los versos.
–Claro, también uno puede leer a Rimbaud como si fuera un viejo
–Como un viejo, claro. En mi primer trabajo que salió en 1994, yo estaba muy obsesionado por la idea de la abstracción y del lenguaje. Vivía fascinado por la poesía de Vicente Huidobro, de no escribir ni relatar nada, de atenerse a la materialidad del lenguaje. Creo que eso ha ido cambiando a lo largo de mis trabajos posteriores, donde la descripción, la anécdota, las he ido considerando como parte de una paleta mucho más amplia. Pactar con una cosa no significa excluir a otra. Poner en duda de que tales categorías existan, de que esa cosa finalmente sea una anécdota y no un planteamiento abstracto o compositivo. Creo que hay poemas que pueden verse como el resultado de una disposición de elementos, pero al mismo tiempo son una anécdota, son una estampa. Me parece que parcelar la tarea ha ido cambiando y me fui haciendo cada vez más promiscuo.
–Y el poema además está en constante traducción y arreglo…
–Hay una sensación de extrañamiento frente al propio trabajo. Yo acabo de tener un extrañamiento hace un momento, porque cuando Olga Gutiérrez me invitó a leer un poema que yo había escrito en su revista, no recordaba el texto. En algún momento le iba a decir a Olga que era un error de impresión, que había leído el poema de alguien más. Creo que esa sensación de extrañamiento, la encuentro muy reconfortante.
¿QUÉ TE HICISTE, OH MUSA, QUE ESTÁS TAN SUAVECITA?
Tuve la suerte de conocer,
tuve la suerte de conocer
a un gran escritor.
Y era japonés.
Y era japonés.
Luego, me cansé de cantar e incendié un bosque.
Cuando llegó el oso a decirme
que había ciertas
ligeras
diferencias
entre una metáfora efectiva
y una mala acción
y que yo merecía
la muerte,
fue como si me hablara
en japonés.
¿Qué habría leído ese oso
para hablarme así, tan insolente
y con aliento a
salmón en reversa?
La cólera de Aquiles no era nada.
Y recuerden nomás cómo acabó.
CADA DÍA ES EXTRAÑO
Yo le dije a Jesús: Toma
el volante.
Porque yo estaba
ebrio
pero a pesar de todo, también
lleno de fe.
Él se quiso llevar al reino de los cielos
a un semáforo, creo,
y a dos botes de
basura. Tal vez no en ese
orden.
Lo relevante aquí
no es culparlo de todo,
sino cumplir con la misión que me asignó riendo:
Diles, hijo, que sé cuánto se gastan en cremas anti-arrugas.
Nada vale la pena.