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Antonio Salgado Borge

26/10/2018 - 12:03 am

El lado claro de la luna

Cuando la nave Apolo 8 logró llego a su destino hace cincuenta años, nunca un ser humano había estado en la órbita lunar.

Así lo vivieron los astronautas en del Apolo 8 en 1968. Foto: Archivo

Cuando la nave Apolo 8 logró llego a su destino hace cincuenta años, nunca un ser humano había estado en la órbita lunar. Para su tripulación el tiempo era limitado y la responsabilidad ilimitada; los estudios debían iniciar de inmediato. Los astronautas no descenderían a la superficie de la Luna; eso tendría que esperar al viaje del Apolo 11 en 1969. Para los astronautas del Apolo 8 en 1968 su misión era puntual: tomar desde la órbita registros de la Luna y fotografiar parte de la interminable serie de cráteres que domina su superficie.

Después de tomar cientos de fotografías, el astronauta William Anders, cansado de la monotonía del paisaje, notó que el planeta Tierra empezaba a emerger en el horizonte. Anders no lo pensó dos veces y apuntó a nuestro planeta con su cámara; un cráter menos representado en su rollo fotográfico no haría gran diferencia. La belleza de la esfera azul que emergía en el fondo negro bien valía una fotografía.

Cuando la tripulación del Apolo 8 regresó a casa, sus integrantes fueron recibidos en calidad de héroes. Pero entonces sucedió algo inesperado, aquella espontánea fotografía no requerida, una mera ocurrencia convertida en souvenir, gradualmente capturó la atención de miles de personas y terminó por convertirse en el ícono del viaje. Y es que los astronautas y el público empezaron a apreciar algo que la NASA no tomó en cuenta originalmente: los seres humanos no habíamos estado nunca tan cerca de la luna; pero tampoco habíamos estado antes tan lejos de nuestro planeta.

La fotografía tomada por Anders fue la primera imagen de la Tierra vista desde la Luna. La historia detrás de esta fotografía, convertida en documental recientemente por el cineasta Emmanuel Vaughan-Lee para el NY Times, es un recordatorio de lo mucho que los seres humanos nos hemos limitado a lo que tenemos frente a nuestras narices o a abrazar fabricaciones sociales sin sentido, y de lo poco que solemos poner en perspectiva nuestra existencia.

Así lo vivieron los astronautas en del Apolo 8 en 1968. A su retorno, en diversas entrevistas, los tres tripulantes afirmaron que la experiencia de ver nuestro planeta a la distancia les cambió la vida y les aclaró su concepción del mundo. El documental del NY Times muestra a Frank Borman, capitán de la nave, dando un discurso poco después de haber completado su viaje: “La sola emoción avasalladora que traemos con nosotros es el hecho de que verdaderamente existimos en un pequeño globo”. Posteriormente, en una entrevista, Borman abundó en su sentimiento afirmando que sus viajes espaciales le hicieron entender que las fronteras que tenemos son realmente artificiales y que la perspectiva que el Apolo 8 había traído a la Tierra sería transformadora: “podré ser ingenuo, pero creo que eventualmente, a través del programa espacial y a través de la exploración del espacio desde la tierra, y lejos de los intereses nacionalistas, podríamos de alguna forma desarrollar una relación más cercana aquí, entre la gente. Lo creo firmemente”.

Borman, desde luego, se equivocó. Cincuenta años después, en 2018, cientos de miles de individuos desesperados dejan lo poco que tienen en sus lugares de origen y migran cruzando mares, desiertos o amenazas humanas en busca de supervivencia. Pero en los países con mejores condiciones económicas, aquellos que podrían ayudarles, encuentran puertas cerradas y desprecio. Además, en estos países, que en no pocos casos son causantes directos de las condiciones que generan las migraciones, han tomado cada vez más fuerza voces y gobernantes que no sólo piden cerrar fronteras, sino que criminalizan sin evidencia alguna quienes migran; que culpan o desprecian a aquellas personas que más requieren la más elemental ayuda humanitaria.

Los tres astronautas del Apolo 8 con conscientes de que su viaje no logró impactar a las personas que viven en este planeta como ellos hubieran esperado. William Anders, el autor de la foto, se lamenta que este programa espacial no pudo traer al mundo la visión interconectada que el había esperado. James Lovell, otro de los tripulantes, se refiere así al impacto de su viaje: “Me hace sentir decepcionado. Hicimos algo que terminó mostrando la tierra y su gente exactamente como existían; dónde nos encontramos; que verdaderamente estamos aquí en la tierra, una nave espacial, y que todos somos astronautas. Y que, nos guste o no, tenemos que trabajar juntos como astronautas para completar la misión; pero eso no es lo que está pasando”.

Y tiene razón. Definitivamente eso no es lo que está pasando. Los nacionalismos mal encauzados, la deshumanización, la xenofobia o el racismo ya no son, como solía pensarse, anomalías o fenómenos marginales. La semana pasada lo corroboramos en México. Fue sorprendente cómo se reprodujo el discurso racista y xenófobo de la ultraderecha en redes sociales a partir de la incursión de la llamada “caravana migrante” en nuestro país. Así, personas con quienes nos une historia, raíces y cultura de pronto se convirtieron en criminales, y personas que decían repudiar a Donald Trump se convirtieron en fieles replicadores de sus sandeces. Mucho peor luce el panorama en Brasil, que podría elegir a un fascista como presidente y reconfigurar, para mal, la vida en varios países Latinoamericanos.

Pero que la perspectiva desde la Luna no haya logrado cambiar al mundo no significa que lo que entendieron los tripulantes del Apolo 8 no sea cierto. Los astronautas no se equivocaron en al menos dos aspectos. El primero es que buena parte de los hechos presentes que consideramos fijos o inmutables, como las fronteras, las migraciones, las religiones, las razas, o las disputas entre naciones, son en realidad estados de cosas contingentes o fabricaciones humanas.

Un poco de historia, por ejemplo, es suficiente para poner en perspectiva las migraciones presentes a partir del conocimiento del papel que las migraciones han jugado desde los inicios de la historia de la humanidad. Un poco de biología o filosofía pueden ayudar a poner las categorías raciales forman parte de la larga serie de constructos sociales que no tienen referente biológico. Un poco de información muestra que los migrantes no son más criminales que el resto de la población. Una mínima toma de perspectiva ayuda a ver que lo que hoy viven seres humanos desesperados lo podría vivir alguien cercano o uno mismo en el futuro.

El segundo aspecto en que los astronautas del Apolo 8 no se equivocaron es que conforme una persona rebasa lo presente o lo inmediato, en la medida en que logra ver más allá de lo que se ve desde la posición que se ocupe en el mundo, desaparecen los individuos aislados. Hace más de trescientos años, Baruch Spinoza vio, con claridad insólita, que es una verdad tan firme como las de la geometría que el ser humano es una parte que se deriva lógicamente del mundo, y que reconocer este hecho es la puerta lo mismo para conocer nuestro lugar en la naturaleza que para lograr vivir la mejor vida posible.

Desde luego, la naturaleza que Spinoza tiene en mente abarca absolutamente todas las manifestaciones de existencia -incluida “la cara de todo el universo”-, y todo lo que es está incluido en su concepto. Así, Spinoza defendió, contra los fanáticos religiosos de su tiempo, que es sólo cuando conocemos este concepto de naturaleza, y cuando entendemos la forma en que nos encontramos “dentro” del mismo, que podemos conocer adecuadamente quiénes somos y cómo relacionarnos con otras personas. Es decir, que en la medida en que uno va abriendo la imagen, las conexiones, ontológicas -físicas, si se quiere- y epistemológicas, se extienden sin remedio.

En tiempos en que el desprecio a la historia y a la ciencia alimentan el odio que amenaza a la humanidad, y cuando el negacionismo ignorante y el antiintelectualismo ha puesto en riesgo al planeta, tendríamos que recordar y defender, con Spinoza, que ni un individuo ni la humanidad en su conjunto son un “dominio dentro de otro dominio”; aprender a tomar distancia y a apreciar que, nos guste o no, ni nuestra vida, ni nuestro tiempo, ni nuestra especie flotan en la naturaleza aislados; que si pudiéramos observarnos desde la perspectiva en que Borman y compañía observaron a la Tierra en 1968 veríamos todo esto claramente.

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Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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