No sabes cuánto pesa una pelota de fútbol. Ese balón con que todos los fines de semana algo hace para llamarte tu atención.
Tal vez fue de cuero y hoy es de plástico. Tal vez no llevaba ninguna marca y hoy te das cuenta de que sin adidas o nike no podría jugarse. Esa esférica de 32 caras ¿alguna vez la tuviste entre tus piernas? ¿Intentaste meter un gol o hacer un tiro libre?
No. Sin embargo, el futbol o el fútbol te vuela la cabeza. ¿Qué recuerdas? ¿Por qué eres tan aficionada a ese juego de 11 contra 11 y –decía Gary Lineker- siempre gana Alemania?
Había una vez una niña rubia, con todos los pelos removidos sobre la cara, le volaban los mocos y se sentaba al lado de un banco que era más grande y miraba los partidos. A su lado el padre. Era miserable la casa. No había mucho para comer y la televisión era en blanco y negro. Pero lo viste a él ponerse nervioso con las jugadas, levantarse cuando venía el gol y aprendiste, como ese perro de Pavlov, a salivar mientras corría el metrónomo, a hacerte “hincha de fútbol”.
Tenías pocos años durante el Mundial de 1978. Más tarde de eso sabrías lo que era la dictadura argentina, te llevarían presa y cuando vino la democracia a levantarse las cajas de Pandora y con ello a aparecer los desaparecidos, los asesinados, los tirados vivos desde los aviones, tu patria, tan agredida, tan podrida.
Pero era el Mundial de 1978 y saliste con tu primo a festejar el campeonato y un hombre te tocaba en el camión, no sabías cómo decirle a tu pariente y de pronto en la fiesta “del pueblo” saber cómo es tratada una mujer. No querrías eso para ti en el futuro.
¿Qué querías para el futuro? Tal vez que tu hermano se convirtiera en jugador de fútbol. Lo llevabas a él a entrenar a Estudiantes de Buenos Aires. Él jugaba y tú perdida y sola en la tribuna. Llevarlo y traerlo, hasta que un día no lo llevaste más y él estuvo a punto casi de morir por ir a festejar la victoria de Chacarita.
Tu madre estaba embarazada de tu hermano más chico y ella con su panza, con sus kilos de más, con su saberse madre en cualquier circunstancia, salir corriendo en socorro de tu hermano.
No, para ti no era ese futuro. ¿La vida por los demás, la vida por esos hijos que nunca te lo agradecen y sólo piensan en ti cuando estás muerta?
¿Cuánto mide una pelota de fútbol? Recuerdas que cuando jugaba River, el equipo que era de tu padre, te tenían que mentir si era derrotado. ¡Ganó River!, clamaban a tu alrededor y todos se guiñaban el ojo. ¿La vida ha sido a veces fruto de una mentira? ¿Alguien que viene y te dice que ganaste en una carrera que en realidad ni siquiera se ha realizado? No lo sabes, pero las caras con los ojos guiñados te atropella en sueños y hace poco entrevistaste a un escritor que te dijo que los sueños no eran producto del inconsciente. Que los sueños suceden así, porque sí. No lo puedes creer, si en sueños tú buscas a tu madre, a tu padre, a ese hombre que tanto quisiste y que ni siquiera se parece a ese que hoy lleva su nombre y su estatura.
Querrías vivir en sueños.
Como cuando gana River. Como cuando gana la selección argentina. Como cuando gana el Cruz Azul.
Pero vives en la realidad. Esa vez tan real que tu padre le pegó una trompada a tu primo y se pelearon casi para siempre. Él, tan joven, tan patán, le hizo una broma acerca de River y le habló de San Lorenzo, porque mi primo era de San Lorenzo. Tu padre le dio una trompada y ya está.
Cuando murió tu padre, tú llorabas mucho, pero tu primo también. Cuando murió tu madre, tu primo estuvo al lado de tus hermanos y también sufría mucho. Un primo que es casi un hermano. A veces lo ves y te dan ganas de decirle cuánto lo quieres, pero te da vergüenza.
¿La vergüenza es patrimonio del fútbol?
Te da tirria de sólo pensar las cosas que dicen en el fútbol y por las que mañana no te levantarás y qué suerte que tus compañeros en la oficina nunca te molesten por eso.
¿Hay calidad para describir eso que llaman vergüenza, algo que hoy a los 50 años es tan fuerte como cuando tenías 10?
¿Puedes describirle a alguien esa sensación de que si tu equipo juega mal en la cancha mañana no sabrás cómo salir a la calle?
Crees que es así.
Como esa cancha verde, tan gigante, donde te sientes una marciana perdida en algún horizonte extraño. ¿Pisaste alguna vez la cancha? Varias veces, como siendo testigo de una fiesta que sólo ves desde lejos. Tu hermano no fue jugador de futbol. No tienes ningún pariente ni amigo cercano que sea jugador. Tampoco rockero. Bah, una vez tuviste un novio que cantaba en un grupo de rock y te dedicaba canciones desde el escenario. Hoy está sentado en la estación de tren, ahogado por el alcohol y seguro que ya ni te recuerda.
El rock. El futbol. Esa vida en la que no eres protagonista. ¿Tu vida es como un sueño que sólo acontece, que sólo transcurre, que es fruto de la imaginación y que ni siquiera el inconsciente participa?
¿Cuántas caras tiene una pelota de futbol?
Son 32 caras que muestran un rostro diferente del destino. Piensas en la poesía, en la literatura: de eso sí te sientes parte. ¿Pero parte cómo? ¿Escribirás alguna vez un poema como T. S. Eliot o como Eugenio Montale? ¿Alguna vez saldrá de tu cabeza una novela como la de Roberto Bolaño o un cuento parecido al que hizo una vez Julio Cortázar?
Hace poco una amiga te regaló un libro. Te dijo: elígete uno. Estaban en una librería y de pronto pusiste el dedo en la cara barbada y siempre de niño de Julio. Sus cuentos. Volver a leer sus cuentos como si fuera la primera vez.
El rock. El fútbol. La literatura. ¿La existencia te tiene así, de testigo de las carreras que los otros hacen? Estás a un costado de la vida mirando como esos ciclistas rompen el aire y llegan a una montaña, con su cuerpo magro, su cuerpo tibio, su cuerpo en permanente temblor. Lo contarás.
Estás aquí para contar las cosas que hacen los otros. Una vez un actor que era fruto de esa vida de mentira, con los ojos guiñados, te dijo: yo soy lo que pasa en la vida, tú cuentas lo que pasa.
Algo en ti te hizo dar la vuelta como en una licuadora. ¿Contar lo que pasa no es estar en la existencia? ¿Sólo lo que pasa es fruto de algo esencial, natural, lo otro es como esa vez que te decían que ganaba River pero no, los ojos que se guiñaban de un lado a otro?
Esa camiseta pegada al cuerpo, con un esqueleto que nunca tendrás.
Esa voz que expande las nubes hasta hacerlas llover con un trino que nunca poseerás.
Esa caligrafía de T.S.Eliot o de Eugenio Montale que nunca será de tu pulso.
Estás aquí para contar el esqueleto, las nubes, las poesía que tú no escribirás nunca pero mucha gente tendrá que escucharla.
Como un relámpago que acontece detrás de la ventana estás con un papel en la mano, mientras empieza otro partido que alguna vez ganará River.
Eso es. Así es el futbol, la pelota -¿cuánto pesa? ¿cuánto mide-, ese hombre que te dedicaba canciones cuando eras adolescente. Si no estás para contarlo, alguien lo olvidará.
El olvido es la muerte vivida dos veces. Y no quieres ser su cómplice.