Óscar de la Borbolla
01/10/2018 - 12:00 am
"Tú puedes" es falso
Aunque tarde, me alegra haber terminado de entender lo que de unos años para acá me ha hecho más fácil la vida: desterré, por fin, la idea de que era yo omnipotente. Esta idea, obviamente absurda, me fue inoculada desde la infancia y para mi infortunio no he tropezado en mi camino más que con personas que me la han reforzado.
Aunque tarde, me alegra haber terminado de entender lo que de unos años para acá me ha hecho más fácil la vida: desterré, por fin, la idea de que era yo omnipotente. Esta idea, obviamente absurda, me fue inoculada desde la infancia y para mi infortunio no he tropezado en mi camino más que con personas que me la han reforzado.
No me decían, por supuesto, "eres omnipotente", pero me decían: "tú puedes", "échale ganas" y otras frases por el estilo; todas tendientes a que me esforzara. Y lo hacía, y a veces los pequeños triunfos -que los he tenido- me convencían de lo acertado de esas exhortaciones, y así crecí y así seguí hasta convencerme de que no había empresa que se me resistiera, que todo era una cuestión de tenacidad o, en otras palabras, que todo dependía de mí, que yo era omnipotente si no desmayaba en el esfuerzo.
Y estoy hablando de poder de todo: desde obtener un 10 en la primaria hasta saltar, en ese entonces, más de 3 metros con el breve compás de mis piernas o terminar de leer un libro gordísimo, o conseguir mi ingreso a la UNAM, o mi primer empleo de maestro, o querer educar a mi hijo, o esforzarme para que los demás me tomaran en cuenta, o publicar un libro y luego otro, y así hasta hoy: hasta llegar a lo que sea que soy ahora.
Esos pequeños triunfos que yo, al igual que todos, traigo como las preseas de mi vida han sido el resultado del "tú puedes". Un "tú puedes" que, a pesar de no haberme permitido conseguir cuanto me he propuesto, sí fue robusteciendo en mí la peregrina convicción de que era omnipotente y de que si fallaba sólo era el caso de echarle más y más y más ganas, o dicho de un manera más clara: convencerme de que siendo omnipotente fracasaba no por no poder, sino porque no me había esmerado bastante, o sea, convencerme de que yo era el culpable del fracaso, porque un yo omnipotente que no puede sólo se explica por su falta de empeño.
Y fui almacenando, como cualquiera, un costal enorme de deseos incumplidos por mi culpa, un montón de sueños rotos por mi culpa y, además, como cuando tenía suerte, mis anhelos se realizaban a medias, me recriminaba arduamente por mi falta de esmero, de tesón, de fuerza de voluntad.
Hoy comprendo, sin embargo, que hay más deseos y sueños, muchos, muchísimos que definitivamente no se pueden, y que no dependen de las fuerzas que uno ponga en la empresa de alcanzarlos y, también comprendo, que la calidad de lo que uno sí alcanza no depende sólo de uno. Son tantos los factores que intervienen junto con nuestra voluntad que mal hacen quienes nos venden la idea de que somos omnipotentes.
Sé que hay muchos fanáticos de la autorreligión del “tú puedes”. Pues lo siento, el “tú puedes” es una deidad falsa.
Twitter: @oscardelaborbol
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