El historiador, periodista y escritor, José Luis Durán King (México, 1957) es un asiduo a los temas de los criminales. Cuenta con dos libros publicados: Gentiles caballeros del terror (2000) y Vidas ejemplares (2004), en los que da cuenta de los mayores criminales y asesinos seriales del mundo. No obstante, cada sábado, en su columna del diario Milenio, escribe sobre estos temas, por lo que la crítica lo ha llamado amante de los temas weird o bizarros, temas que para él son necesarios para causar interés en el lector.
Ciudad de México, 29 de septiembre (SinEmbargo).- Desde hace años las series como Pablo escobar, el patrón del mal (2012), El cartel de los sapos (2008) o Rosario Tijeras (2016), comenzaron un boom televisivo que la gente religiosamente consumía en cada entrega. Asimismo, una infinidad de títulos en los escaparates seducen a los lectores con la vida de criminales perseguidos por los distintos héroes policiacos que crean autores como John Connolly (Irlanda, 1968), que inaugura la serie de su detective Charlie Parker siguiendo la pista de “El viajante”, asesino de su mujer e hija. O al Inspector y poeta Jefe Chen Cao, creado por el escritor chino Qiu Xiaolong (Shanghái, 1953). A este respecto, el diario El País se dio a la tarea de mencionar a los autores policiacos más importantes en el 2016, donde, por cierto, se encuentra el mexicano Élmer Mendoza (Culiacán, 1949) con la serie del “Zurdo” Mendieta. Ahora, en el 2018 la lista sigue creciendo vertiginosamente por muchos rumbos. Pero, ¿qué ocurre con los asesinos y las víctimas en la vida real? ¿Por qué le rehuimos a la realidad del crimen, pero nos acercamos a la ficción de novelas como A sangre fría (1959-1966), que no es sino el testimonio novelado del asesinato de la familia Clutter a manos de Perry Smith (Nevada, 1928-1965) y Richad Hickock (Kansas, 1931-1965) quienes pagaron su crimen ahorcados y “perpetuados” por la pluma de Truman Capote (Estados Unidos, 1924-1984)?
El historiador, periodista y escritor, José Luis Durán King (México, 1957) es un asiduo a estos temas. Cuenta con dos libros publicados: Gentiles caballeros del terror (2000) y Vidas ejemplares (2004), en los que da cuenta de los mayores criminales y asesinos seriales del mundo. No obstante, cada sábado, en su columna del diario Milenio, escribe sobre estos temas, por lo que la crítica lo ha llamado amante de los temas weird o bizarros, temas que para él son necesarios para causar interés en el lector. Lo que hace José Luis Durán no es amarillismo sensacionalista, es periodismo negro, una temática que nos seduce a todos –según sus palabras— porque es parte de nuestra condición humana. Además, Durán King fue uno de los pioneros en el periodismo digital con una revista que bautizó como Opera mundi (Arte, sexo, provocación, periferia y creación en el gran sueño universal que engendra monstruos). En entrevista con él, pudimos descubrir que es una persona como usted o como nosotros, no un ente que deambula en la oscuridad buscando víctimas qué seducir y encerrar en mazmorras, es un periodista en busca de la verdad desde diversas perspectivas. Esto fue lo que nos contestó en entrevista:
–¿Cómo es un día de José Luis Durán King?
–Tiene cuatro años que me levanto a las 4:30 am. Antes a esa hora me dormía. Platicando con Xavier Velasco (México, 1964) acerca de que llegas a escribir en la noche, él decía algo interesante: ese kilómetro extra que recorres es el que hace la diferencia, por eso debes dedicarle tiempo. No he tenido el hábito ni la costumbre de escribir de día, siempre lo hago de noche. Cuando estaba en la redacción de Milenio salía a medianoche y todavía llegaba a escribir mi columna. Ahora trabajo en una sociedad de compositores, es un trabajo que se hace de día y a las 3pm estoy libre. Un día mío es monótono. La gente se hace un arcón de imaginería en torno a mi persona por lo que escribo, pero no vivo en mazmorras, no visto de negro, no soy un vampiro, no torturo a nadie.
–¿Qué es el periodismo negro?
–El periodismo negro de alguna manera surge con Truman Capote o un poco antes, cuando Jack el Destripador le da acta de nacimiento al asesino serial y empieza a tener vínculos con la prensa por medio de cartas. Pero como un tema que repercute en la literatura es con Capote. El periodismo negro se alimenta no solo de cómo se dio el hecho, sino por qué: psiquiatría, psicología, geografía (porque hay una geografía criminal), literatura. Por ejemplo, George Orwell (India, 1903-1950) tenía un libro de ensayo que se llama La decadencia del asesino inglés (1946) y de alguna manera sirvió para el periodismo negro.
–¿Cómo comienza en el periodismo negro?
–En el periódico El Nacional, con una entrevista que traduje de Brian Masters (Londres, 1939) —uno de los grandes biógrafos británicos de diferentes figuras públicas— donde entrevista a Dennis Nilsen (Londres, 1945-2018), un asesino serial británico, a propósito de Jeffrey Dahmer (Estados Unidos, 1960-1994), “El caníbal de Milwaukee”. Nilsen da un perfil muy acertado de su contraparte en Estados Unidos: los dos eran homosexuales, los dos mataban cuando veían la amenaza de quedarse solos, con la diferencia de que uno canibalizaba y el otro los descuartizaba, los bañaba, es un perfilamiento muy exacto. La entrevista me llegó por medio de José Carreño Carlón (México, 1942) y la traduje. Fernando Solana Olivares (México, 1954) estaba de jefe de sección, él tuvo las agallas de publicar la traducción en cinco partes y se volvió de culto porque se trataba por primera el periodismo negro en México. Yo tenía un poco de experiencia en ese género a través de lecturas, apegado a lo que se hacía en Estados Unidos en torno al crimen, lo veía fascinante porque no era la nota roja de aquí, sino que se hablaba de la vida de los asesinos, un contexto social e histórico que muchas veces se empieza a dar después de las guerras mundiales. Por ejemplo, el francotirador de la Torre de Texas, Charles Whitman (Estados Unidos, 1941-1966), no se hubiera dado sin el contexto de la Guerra de Corea, donde quedó completamente dañado, con un tumor cerebral muy fuerte. Pidió ayuda a un psiquiatra y a un cura, les dijo que sentía que estaba a punto de hacer algo malo y lo ignoraron. Así que un día se subió a la torre y empezó a dispararle a la gente. Era uno de los mejores francotiradores que había habido en esa guerra. Todo esto siempre me interesó como historiador, me gustan los indicadores, el dato duro. Una de las grandes cosas que aprendí en la universidad fue la metodología. En el momento de encarar una nota, una crónica o una reseña, ya tengo por lo menos mi hipótesis parcial, un título tentativo, mis indicadores… y el texto ya viene por añadidura. De la literatura tomo la eufonía para garantizar que me sigan leyendo. Trato de dar un estilo, de que la lectura sea agradable aunque sea muy cruento el hecho que estoy narrando.
–De acuerdo a los temas que escribe pareciera que es un lector de novela negra, ¿es así?
–Me encanta la urbe. Soy de cafés, de cines, de grandes avenidas. Me encanta la colonia Clavería. Desde niño tuve un padre intelectual de izquierda que nos impedía sacar sus libros de Marx y de Flores Magón porque nos iba a detener la policía —mi padre estuvo dos veces preso por sus ideas— y yo a los 12 años ya había leído a Lenin, Marx, La Fontaine, Edgar Allan Poe. Cuando empecé a percatarme de lo que es la crónica negra, me di cuenta de que no hay ninguna diferencia entre los cuentos infantiles de hadas y los asesinos seriales: en ambos casos esta la casa embrujada, en ambos casos están los niños en el costal, está el ogro, la bruja, llega el leñador y existe un desenlace no tan bueno muchas veces. Hay una gran cercanía entre ambos. Si yo no tuviera esa fascinación que tengo por lo extraño —para mí no hay cuento más perfecto que Barba Azul—, no podría ver lo importante de la vida en muchos aspectos, donde hasta la geografía juega un papel esencial en la investigación. Todo es válido en el periodismo negro, menos falsificar los datos, pero por lo demás soy el contador de cuentos. Lo mío no es la novela negra, es el periodismo negro.
–¿Qué es Opera mundi?
–Yo formé parte de un suplemento que se llamaba “Dominical” de El Nacional, cuando dirigía el periódico José Carreño Carlón y el suplemento Fernando Solana. Ahí participamos Xavier Velasco, José Luis Martínez, Pepe Fernando, Alberto Román, Roberto Priego, Sergio González Rodríguez, Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, Salvador Elizondo, etcétera. Fue un gran suplemento que se hizo por la gran capacidad de convocatoria que tenía Fernando para traer toda esa gente a la sección. Ahí escribía temas raros, como el uso del opio en los grandes escritores. Cuando murió el suplemento determiné que era tiempo de sacar una revista digital. Comencé a tener internet en 1994, usaba un buscador que se llamaba Magallanes y se me hizo una idea maravillosa porque él fue quien hizo el viaje de circunnavegación y a mí me pareció muy atinado ese nombre porque era una metáfora de la circunnavegación del mundo digital. La revista tuvo una primera época en el 2000, era puro dossier y generalmente eran traducciones que hacía, era muy estática. La dejé. Luego vino una segunda época al lado de una compañera del INBA y esa fue la más oscura de Opera mundi que continuó siendo de dossiers. La tercera es esta que empieza hace casi 10 años, donde me ayuda Karina Apodaca y creo que ha sido la más completa, porque rompe el esquema del monotematismo e invitó a otras personas a escribir.
–¿Cuáles son sus proyectos a corto plazo?
–Retomar Opera mundi y sacrificar algunas secciones como la de sexualidad e incluir la robótica, porque creo que tiene mucho qué decirnos en la cultura y es una de las grandes tendencias, se va a llamar Galatea. Vamos a invitar a colaboradores, regresar a las traducciones, queremos volver a dictar agenda. Hay experiencia para hacer un buen periodismo digital, retomando esa gran tradición de los suplementos, eso que se perdió con el periodismo digital.
–¿Qué hace falta en el periodismo?
–Los editores que te den un norte. Un buen editor hubiera hecho maravillas con lo que sucedió en la UNAM [en el CCH Azcapotzalco]. Un editor te da una mirada panorámica, no puedo dejar de lado la gran enseñanza que me brindó El Nacional. Mi gran maestro y amigo fue José Carreño Carlón. Los proyectos se ven cada vez más reducidos, como el “Laberinto” de José Luis Martínez. Lo deseable sería que emigraran al periodismo digital y que se aprovechara su experiencia para hacer un periodismo serio.
–¿Hay proyectos de algún libro?
–Tengo una novela pendiente. Yo inicié en el periodismo escribiendo cuento y publiqué seis, los cuales tienen que ver con una parte autobiográfica narrados en primera persona. En mi novela pretendo hablar sobre la gran crisis que hubo en Santa María la Rivera, una colonia de abolengo: ahí vivía Thalía, familiares de Porfirio Díaz, futbolistas, yo vivía en la calle amado Nervo y el grupo de Los belmonts vivía a la vuelta de mi casa. Recuerdo unos cafés que se llamaban Los kikos y su emblema era un oso koala, eran una suerte de cafés europeos: bancas, piel de color verde y la madera caoba y las mesas igual. Ahí concurrían unos personajes que en México les llamaron los existencialistas, no el fenómeno que dejó André Bretón, era la herencia del fenómeno bet y se reunían en esos cafés que estaban en San Rafael, Santa María la Rivera y la Alameda. La novela se ubica en los '80, donde ya se dio la decadencia de Santa María la Rivera.
–¿Qué encanto descubre en hablar de asesinos en serie?
–Jeffrey Dahmer anuncia el cierre de siglo XX, porque fue un asesino tan prominente que durante su juicio la gente se arremolinaba para entrar a verlo. Dicen que era un hombre de mármol, no hablaba, al grado de que la gente que estaba afuera comienza a comprarles suvenires a la gente había estado adentro. Un fiscal en su discurso dice que pongan mucha atención en Dahmer, porque es como el cometa Halley: un asesino de esa naturaleza nace cada 70 años. Tiene toda la parte literaria, pero no es literatura, es real. Un asesino serial es ADN puro. Hay mucha oscuridad en ellos, pero al menos en su formación no hay nada que pueda determinarlo: cultura, deseos, química: los asesinos seriales son diferentes. La parte del ritual, la forma en que acomodan los zapatos, los trofeos que toman, las formas que idean para matar, cómo se mueven, cómo seducen, ninguna se repite y ese es el éxito de mi columna “Vidas ejemplares”: ninguna historia se parece a la anterior.
–¿Cuándo surge la columna “Vidas ejemplares” en Milenio?
–En 1991 surgió porque a José Luis Martínez se le ocurrió que yo podría hacerla luego de que uno de mis colegas la dejó y no quiso continuar. El nombre se toma a partir de un cómic de 1954 de Editorial Novaro que se llamaba así, Vidas Ejemplares, estaban las vidas de los Santos, pero José Luis Martínez decía que el ejemplo puede ser para bien o para mal. El santo o el pecador. Quiero que el lector se imagine al asesino, no de una forma cruenta sino como un cazador, donde no hay buenos ni malos, sino acciones. Escribir sobre asesinos seriales es hacer que imaginen a un animal que caza. ¿Quién dice que el asesino serial no tiene necesidad de cazar?
–¿Cómo escoge los temas para su columna?
–Busco relaciones, semejanzas; hay asesinos de niños, de prostitutas, asesinos músicos, escritores, asesinos niños. De pronto hablo de algo que no he hablado o hago un seguimiento de los casos y pongo palabras claves en todo lo que tengo escrito. Lo demás es metodología. Para mí lo más difícil es encontrar qué escribir y cómo comenzar el primer párrafo, lo demás solito viene. Antes era más periodismo negro y todas las voces se escuchaban, la del psiquiatra, la de la familia, la de asesino, etc., ahora es más bien la narración del caso, porque mi columna era de 8600 caracteres y ahora es de 3600.
–¿Qué diferencia hay entre un asesino serial de otras latitudes con México?
–El asesino serial es un fenómeno mediático. Desde Inglaterra el asesinato se mandó al sensacionalismo. Inglaterra ha tenido asesinos de todo tipo, pero ahí estaban, entrevistándose y saliendo en páginas centrales. Luego aparecen las mujeres asesinas en la época victoriana en primera plana. Desde finales del siglo XIX se empiezan a ver los periódicos tipo tabloides —que eran tabletas que se podían consumir de una sentada— el obrero siempre iba leyéndolo, era un medio de exhibición. En México no ocurre eso. He tratado de entrevistar a Mario Aburto Martínez (Hidalgo, 1971), a Orlando Magaña (México, 1977), traté de entrevistar a “La Mataviejitas” [Juana Barraza Samperio (Hidalgo, 1957)], a José Luis Calva (México, 1969-2007) y no he podido. En México el asesinato va muy ligado a los funcionarios; es decir, está vinculado con la política. En Estados Unidos no, ahí mandan el asesinato a los espectáculos.
–¿Por qué conoció a Robert Ressler?
–Fue una cuestión binacional. Vino para investigar el caso de las desaparecidas de Ciudad Juárez. Él ya estaba retirado, pero advirtió que eso era una confluencia de cosas, un síndrome, hablaba de una presencia de 10 asesinos seriales. Esa comisión se canceló, fue un gobierno panista quien la detuvo porque atentaba contra la ciudadanía. Pero es necesario que se le dé seguimiento a los casos. El tema tiene un mercado muy amplio, lo ves en cine y en televisión, está en boga y no es otra cosa que la mente humana.
–¿En las universidades existen clases de periodismo negro?
–No. Hace años me propusieron dar clases de maestría en la escuela Carlos Septién García, después ya no hubo reiteración de eso; sin embargo, quiero proponerles que se abra una cátedra de crónica y nota de periodismo negro. Fernando Montoya Vargas [Director] también me invitó a dar clases en el Claustro de Sor Juana, pero ya no se concretó nada porque las clases son en la mañana y no me autorizaron en mi trabajo. Claro que me gustaría impartir la cátedra, porque siento que habría muchos alumnos interesados y la docencia es algo que siempre me gustó, creo que sería un buen colofón.