Tener un derrame cerebral es como entrar en un túnel donde nunca se ve la luz al fin. Uno camina solo y desmañado por pasillos donde va definiendo qué cosas lo marcan y lo construyen a uno. Es muy difícil de decir, de expresar, porque al principio tiene que ver la primera manifestación: la de uno para uno.
El libro de Olivia Rueda, No sabes lo que me cuesta escribir esto (Blackie Books) es testimonio de este vivir a solas tratando de sobrevivir. El mundo no sabe absolutamente nada de ese instante en que el cerebro comienza a ser algo extraño para la persona.
De pronto caminas, escribes en un segundo una frase, hace tres o cuatro cosas a la vez y en un minuto tu cabeza comienza a ver todo raro, no sabe cómo nombrar a las cosas que si alguien te hubiera preguntado un segundo antes lo hubieras respondido con cierta sonrisa soberbia.
“Antes de empezar a leer este libro tienes que saber una cosa: es el libro más difícil de escribir que habrás leído jamás. Porque quien lo escribe no sabe escribir. ¿Cuánto has tardado en leer esta frase? ¿Un segundo? ¿Menos? Pues yo la he tenido que reescribir diez veces. Puede que incluso más. Hace siete años tuve un ataque de epilepsia. Los médicos descubrieron que estaba provocado por una malformación en mi cerebro. Una bomba de relojería que había que desactivar. Me operaron varias veces. En la tercera operación tuve un derrame. La cosa se puso muy fea. Desperté sin poder expresarme con palabras, y tuve que aprender a hablar y a escribir de nuevo. Hablar es muy difícil. Explicar por qué no puedes hacerlo lo es todavía más.”
Olivia Rueda era productora de televisión, alguien denominado “muy inteligente” por el resto. Tiene dos hijos. Un marido y de pronto un día le duele la cabeza. Ella sufre unos ataques de epilepsia, le diagnostican MAV y pasa por tres embolizaciones. Tras la tercera sufre un derrame y despierta con afasia.
Afasia es no poder hablar, pero también es no poder pensar exactamente. Esa cosa de la imaginación que uno tiene, sobre todo si es periodista, comienza a ser un fantasma que siempre se escapa. Al principio, si la afasia es total, la persona no puede decir una sola palabra, como le pasó a Olivia, quien ha hecho este libro y que seguramente no volverá a hacer uno más, “porque este libro me ha llevado cinco años y lo hice, no para ser ejemplo de nadie, sino para realmente contar lo que me pasaba”.
Es un libro que si lo compras lo leerás de cabo a rabo y lo tendrás muy cerca, en la mesa de noche. Tal vez no te agregue gran cosa a tus conocimientos sobre tal o cual escritor, ni pienses que leerlo te dará una gran sabiduría. Precisamente por eso, porque toda la sabiduría está en la persona que escribe el libro y nosotros sólo podemos aprender, saber exactamente qué fascinante es el cerebro: se quita de ti y luego reaparece para que ella, hemipléjica del lado derecho, comience otra vez a hablar, a escribir y a hacer “la historia de cómo recuperé el lenguaje”.
“Hermosas, sarcásticas y llenas de vida” son las memorias de Olivia, porque ella, a pesar de la afasia y su ictus, sigue siendo una persona inteligente y una buena periodista.
“A veces me preguntan: ¿pero cómo puedes seguir adelante con todo lo que te ha pasado? Bien, no es una elección. Si a ti te encerraran en un lugar y te tiraran encima un montón de prendas de ropa o de trastos o de tierra, ¿qué harías? Intentarías salir de ahí, ¿no? Pues yo hago lo mismo. Sobre todo porque sé que fuera me esperan mis hijos, Roberto y la gente que me quiere. No soy una heroína, eso lo tengo claro. Solo hago lo que puedo”, concluye Olivia.
El epílogo, a cargo del dibujante Miguel Ángel Gallardo, es conmovedor. Dice, entre otras cosas, que “Olivia es ahora una escuchante. Y a veces nos mira por el rabillo del ojo y se ríe de nosotros”.