"Es falsa la historia que nos enseñaron. Falsas las riquezas que nos aseguran. Falsas las perspectivas mundiales que nos presentan. Falsas las creencias económicas que se difundieron. Irreales las libertades que los textos proclaman". Son las reflexiones del filósofo y periodista argentino Raúl Scalabrini Ortiz plasmadas para siempre en el documental La hora de los hornos (1968) de los cineastas Fernando "Pino" Solanas y Octavio Getino. Palabras sobre el desencanto interminable de la América Latina, intercaladas entre imágenes del caos social y la represión militar de la dictadura del General Juan Carlos Onganía, de la Argentina empobrecida, del pueblo confinado y sometido.
La hora de los hornos cumple medio siglo como pieza clave del cine militante, como un extenso ensayo político en su disección de las estructuras de poder en Argentina, de la penetración del pensamiento colonial en los pueblos subyugados y de la transfiguración de los grupos de dominio: España, Inglaterra, Estados Unidos. La obra de 260 minutos se conforma de tres partes: "Neocolonialismo y violencia", "Acto para la liberación" y "Violencia y Liberación". Se gestó entre las sombras, entre la movilización militar, la protesta civil y la tortura; se produjo en la clandestinidad y se exhibió a puerta cerrada en un circuito alternativo creado por la generación de jóvenes del Grupo Cine Liberación para eludir el entorno de censura y represión. Se nutrió con los debates en las exhibiciones clandestinas, con las aportaciones de los espectadores presentes.
Han pasado 50 años y La hora de los hornos conserva su vigor visual y sonoro, el poder de sus metáforas en la riqueza de sus imágenes en contrapunto con la música y sonidos que las acompañan, en ese tono del cine experimental. Mantiene la convicción de su tesis política-social en donde Latinoamérica encuentra un espejo para explicar su historia condenada entre dictaduras, el subdesarrollo y la dependencia económica, política y cultural. Porque la miseria, el hambre, el analfabetismo y la injusticia social han sido la historia y son el presente de muchos países en este lado del mundo. Los rostros de los desposeídos, el yugo del analfabetismo, el desprecio a los pueblos originarios, la
negación a la dignidad humana y el clasismo indolente.
Fernando Solanas está presente en México en tan importante aniversario. El cineasta recibió el 19 de julio la Medalla Cineteca Nacional, convirtiéndose así en el sexto director en recibir este reconocimiento entre autores como Costa Gravas, Atom Egoyan y Miguel Littín. "Volver a México es una experiencia entrañable. Si hay un país generoso en América Latina, que acogió a todos los exilios, de múltiples colores fue México y sobre todo a los argentinos. Estoy muy feliz", expresó. Esa noche presentó también la primera parte de La hora de los hornos y el contexto de su realización: "En mi generación estábamos convencidos que era imposible cambiar la situación de nuestros países y su
grado de deterioro, de miseria, de injusticia social, de explotación, por las vías democráticas. En ese contexto nace esta película. La necesaria película en un momento preciso y trágico de la vida de Argentina y América Latina. La decisión fue hacerla con la misma libertad con la que un escritor escribe su libro. En esos climas de censura y de represión, nosotros organizábamos proyecciones en barrios populares, proyecciones privadas y el éxito era monumental."
Sus posteriores trabajos siguen el escrutinio del entorno político, económico y social de su país y replicas continentales. De paso, una mirada a la filmografía de Fernando Solanas en donde se documenta parte sustancial de la historia de Argentina y del mundo: Cineteca Nacional presenta una retrospectiva del director, programada del 20 de julio al 2 de agosto integrada por 12 largometrajes que incluyen: Tangos, el exilio de Gardel (1985), Los hijos de Fierro (1972-1978), Sur (1987-1988), El viaje (1992), La nube (1998) y Viaje a los pueblos fumigados (2018).
Son cinco décadas y la sucesión de imágenes de La hora de los hornos preserva el poder de hacer eco en las emociones y las conciencias. De convocar a la meditación y al diálogo, de incluir al espectador en ese mundo confinado de imágenes y reflexión. Y esa inmersión cinematográfica para conocer la geografía de esa "América Latina, la gran nación inacabada" merece experimentarse más de una vez.