Nunca quería ir a La Bota.
Me invitaban a menudo, pero me resistía.
Tal vez alguna noche, de esas cuando sales del Metropolitan y comienzas a caminar por las oscuras calles del Centro Histórico, añorando la bella Buenos Aires de tus amores, ese lugar donde puedes ordenar una cena a la 1 de la mañana, agradecías que apareciera ese local pintoresco, enmarcado en un bullicio ensordecedor, pero hasta ahí.
No me sentía parte, no podía integrarme.
¿Lo veía muy hipster? ¿Lo consideraba demasiado a la moda para mi pertinaz tendencia a lo antiguo, lo casual? No lo sé, pero tallaba en mí un prejuicio fuerte, una rebelión sincera y elocuente, aunque incomprensible.
Pero hubo un día.
No sé cuál.
No sé cuándo.
Hubo un día, decía, que La Bota se convirtió en mi casa. Así, sin más. Del territorio comanche que me expulsaba, hasta el nido tibio que me albergaba.
¿Fue la comida? No, aunque he probado manjares en sus mesas.
¿La bebida? Tal vez. Sobre todo porque sirven sidra y eso me lleva a la infancia, cuando empinaba las sobras de los vasos de los mayores en las fiestas navideñas sin que me vieran o si hicieran como que no me veían.
¿Fue Antonio Calera? Obvio. Fue apenas conocerlo y saber que era un hermano de la vida.
¿Los hermanos del hermano? Seguro. Allí están los Calera para sonreír y saludar al caminante como si adivinaran que todos llegamos a La Bota desde el desierto de la soledad y la apatía, desde la sangre mansa del ostracismo, buscando un abrazo que nos saque del run run y la nostalgia por lo que nunca ya seremos o viviremos.
Ahora ya no es La Bota. Es Mi Bota. Y si me quedan 10, 20, 30 años más por vivir, así será.
Además de todo esto, hay una editorial Mantarraya Ediciones, que ha dado a conocer a poetas tan inmensos como Alejandro Tarrab y de la que Gerardo Grande ha escrito que "las lecturas de Mantarraya Ediciones se dan en un bar, en una feria de libro o en una plaza pública, pero también en lugares insospechados como puede ser un estacionamiento de Food trucks".
"Muchas veces, la presencia de la editorial va de la mano con un proyecto paralelo que es La Chula Foro Móvil. La Chula es una combi de los años 70 que lo mismo ofrece un recital de poesía que una proyección de películas y demás eventos", cuenta.
Un libro donde los asistentes a la hostería cuentan su experiencia o elogian a la hostería es material de lujo para su dueño, Antonio Calera-Grobet, columnista de SinEmbargo.
"Una vez en las aulas de la primaria me pasaron un papel doblado que decía: ¿ya viste las pisadas de elefante que hay en el techo? Yo alcé la cabeza y todos a mi alrededor se burlaron de mi candidez. ¡Sin embargo juro que las vi! Eran monumentales y perfectamente definidas. De igual manera, te suplico alces la mirada cuando estés en La Bota, comensal. ¿Las ves?", se pregunta el editor de Paraíso Perdido, Gabriel Rodríguez Liceaga.
"La Bota es, ese sentido, un espacio común, una instantánea de nuestra capacidad de permanecer, de transitar los espacios propios, reivindicar y colapsar el tránsito de un urbanismo que amenaza con achatar a través de la regulación de horarios o fachadas, de usos y costumbres. Un espacio como éste nos recuerda cómo resurgir y retomar, retrasar y vincular. No lo dejemos, no lo olvidemos", predica la poeta Mónica Nepote.
"La Bota tiene un líder espiritual y una cofradía espléndida. Un bar donde se come por placer y se bebe con literatura, sólo podía estar dirigido por alguien que goce a profundidad estos placeres; esto es, un chef que es escritor, que es editor, que es promotor de la poesía y el arte, que son finalmente formas de la felicidad. Antonio Calera-Grobet", dice el escritor Edgar Krauss.
No sabemos si se vende el libro en La Bota o en La Chula Móvil. Lo que sí sabemos es la leyenda que está en el final: "Antes del fin de este mundo escribiremos otro". Así sea, ¡Salud!