Susan Crowley
20/07/2018 - 12:00 am
Manifiesta 12: una voz para los olvidados
Palermo, la capital de Sicilia, es uno de los sitios más fascinantes de Europa. Visitar esta pequeña ciudad, centro vital de la isla, nos somete a un mar de contradicciones y nos confronta con algunos de los mejores ángeles y los peores demonios de la sociedad occidental. El esplendor de la Magna Grecia, la belleza de sus iglesias y edificaciones medievales (normandas, bizantinas, árabes, otomanas), la exuberancia de los palacios renacentistas y barrocos españoles y franceses, la vida que brota en sus calles llenas de turistas, la popular Vucciria, mercado en el que conviven la belleza de los productos con el agitado trajín de sus vendedores, la deliciosa gastronomía mediterránea o el paisaje en el que igual encontramos una palma egipcia que un agave mexicano. En fin, una riqueza de olores, sabores e imágenes que contrastan irremediablemente con la basura en las calles, la pobreza de muchos de sus barrios y, lo más grave, con la dolorosa tragedia de la Europa de hoy, la migración.
Palermo, la capital de Sicilia, es uno de los sitios más fascinantes de Europa. Visitar esta pequeña ciudad, centro vital de la isla, nos somete a un mar de contradicciones y nos confronta con algunos de los mejores ángeles y los peores demonios de la sociedad occidental. El esplendor de la Magna Grecia, la belleza de sus iglesias y edificaciones medievales (normandas, bizantinas, árabes, otomanas), la exuberancia de los palacios renacentistas y barrocos españoles y franceses, la vida que brota en sus calles llenas de turistas, la popular Vucciria, mercado en el que conviven la belleza de los productos con el agitado trajín de sus vendedores, la deliciosa gastronomía mediterránea o el paisaje en el que igual encontramos una palma egipcia que un agave mexicano. En fin, una riqueza de olores, sabores e imágenes que contrastan irremediablemente con la basura en las calles, la pobreza de muchos de sus barrios y, lo más grave, con la dolorosa tragedia de la Europa de hoy, la migración.
Durante estos meses Palermo también es sede de Manifiesta 12, una feria nómada que se celebra cada dos años en algún lugar del continente europeo. Es una exhibición mundial itinerante que permite explorar los intereses propios de cada ciudad y al mismo tiempo generar nuevas y distintas discusiones sobre el arte entre países. La posibilidad de diálogo que ha establecido en sus anteriores ediciones la convierte en un espacio de reflexión, crecimiento, impulso y cuestionamiento fundamental en las nuevas formas de hacer el arte. Manifiesta 12 en Palermo tiene el objetivo de atender las preocupaciones, obstáculos y posibilidades de los proyectos locales y cómo se pueden relacionar con distintas visiones. El tema es: El Jardín planetario. Cultivando la coexistencia (The Planetary Garden. Cultivating Coexistence).
¿Cómo habitar este vasto jardín que hoy es el planeta?, ¿cómo motivar la coexistencia de grupos disímbolos, diferentes razas, culturas, sueños y posturas? Convivir en esta nueva realidad con las secuelas de la globalización es el tema central de las exposiciones.
Es urgente y no es posible seguir con ambigüedades y dando vueltas al asunto. El mundo entero es testigo de las escenas más dolorosas; barcos repletos de gente que tratan de cruzar hacia Europa. Las condiciones de pobreza y de dolor que viven los migrantes terminan por convertirse en un problema de todos. Nos atañen porque somos parte de ese terrible cáncer generado por el capitalismo del que estamos viviendo los estertores. El consumismo, el ansia de poseerlo todo, la avaricia, el exceso de dinero circulante, el dispendio, el calentamiento global, los deshechos que inundan el planeta, la escasez y las hambrunas son realidades que coexisten dolorosamente. Cerca de África, Sicilia se ha convertido en un puente de acceso natural a Europa. Los migrantes buscan mejores condiciones, huyen de la guerra, de los conflictos entre etnias, de las matanzas de terroristas que han tomado los gobiernos de sus pequeños pueblos volviéndose los más terribles dictadores; sus tribus no son ya víctimas del esclavismo colonial, no rinden pleitesía a los imperios, ahora son sobajados y usados por los nuevos gobernantes. No existe ley que los regule y controle, pueden robar, esclavizar, violar. Además de revelarse contra el hambre que sufren y la desesperanza, hombres y mujeres de medio Oriente y África buscan su anhelada libertad. Aceptando los más duros y humillantes trabajos apenas pagados, deben sobrevivir con la esperanza de algún día trasladar a los suyos. El mundo entero vive lo mismo. Las fronteras se han desbordado por los desplazamientos de seres humanos ilusionados por encontrar mejores condiciones de vida.
Cada uno de los trabajos que se presenta toma en cuenta un factor de convivencia interracial, un cuestionamiento acerca de la injusticia en contra de los débiles que dejan atrás una vida miserable para encontrar una realidad dura y ajena en la que jamás serán aceptados. La metáfora es dolorosamente bella: cada desplazamiento es una planta arrancada de su hábitat; corre un riesgo al ser trasladada, sufre un periodo de adaptación doloroso y sin garantía.
Los sistemas impuestos por el otrora poderoso imperialismo, la cultura ilustrada, la intelectualidad como una ostentación permanente, el arte como sinónimo de poder y magnificencia no están siendo suficientes. Es prioritario dejar a un lado la frivolidad del sistema artístico y atender estas infamias que ya no se puede soslayar.
Hoy el verdadero valor, el auténtico, se encuentra dentro de cada cultura, en su terruño, en lo más íntimo y particular de esos grupos despojados de lo básico para vivir. El arte tiene un compromiso, impulsar y proteger la recuperación de las culturas ancestrales. Destaca la participación de Kader Attia que hace un recuento de la pérdida que se sufre, desde la mutilación de un órgano hasta la pérdida de la propia identidad. Uriel Orlow guía al espectador a través de la historia de Benedicto, el primer santo africano adorado en Europa y al que los migrantes se encomiendan cuando inician la lucha por conseguir un empleo. La española Cristina Lucas muestra su fascinación en Unending Lightning por el poder de los medios que todo lo registran, la muerte y el dolor hecha en una contabilidad, minuto a minuto, los bombardeos sufridos en distintos territorios acompañados de una tela en la que minuciosamente se borda cada estallido. También podemos compartir virtualmente las experimentaciones con plantas alucinógenas, o los testimonios que un pequeño camión recoge de los seres que habitan las periferias de migrantes en Palermo, por mencionar solo algunos de los treinta trabajos expuestos.
Cada una de las exhibiciones pone el acento en la pérdida, en la desesperanza, pero también es un empeño en recuperar los valores de la naturaleza, nuestras raíces y quiénes somos antes y después de la era global; es un reflejo de la realidad y una responsabilidad de todos hacerse cargo. El intento de rescatar al mundo a través del arte, puede ser cuestionado, incluso tachado de ingenuo. Pero Manifiesta 12 no se agota en las exhibiciones, la idea es convertirse en archivo, una enciclopedia móvil, vibrante, humana, necesaria para poner en pausa las intenciones capitalistas que todo lo venden, que todo lo consumen, que todo lo desechan, empezando por el ser humano. Devolver al arte su parte significativa, humana, comprometida y responsable es lo único que puede dignificar a todos los que somos parte de este jardín planetario.
@suscrowley
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