Francisco Ortiz Pinchetti
13/07/2018 - 12:00 am
Los despojos del PAN
Hace justo tres años, en el marco de la contienda por la presidencia nacional del PAN de 2015, escribí en este espacio que ese partido había perdido su esencia luego de 12 años de ejercer la Presidencia de la República. Javier Corral Jurado, contrincante de Ricardo Anaya Cortés por la dirigencia en ese entonces, basó su campaña en un llamado a la militancia panista para rescatar al partido fundado por Manuel Gómez Morín en 1939. Opiné entonces que, aunque era encomiable su empeño, la verdad era que el chihuahuense llamaba a restaurar a un PAN inexistente.
Hace justo tres años, en el marco de la contienda por la presidencia nacional del PAN de 2015, escribí en este espacio que ese partido había perdido su esencia luego de 12 años de ejercer la Presidencia de la República. Javier Corral Jurado, contrincante de Ricardo Anaya Cortés por la dirigencia en ese entonces, basó su campaña en un llamado a la militancia panista para rescatar al partido fundado por Manuel Gómez Morín en 1939. Opiné entonces que, aunque era encomiable su empeño, la verdad era que el chihuahuense llamaba a restaurar a un PAN inexistente.
Y es que para entonces el deterioro ético del partido --evidenciado por los casos de los “moches” y los excesos de sus legisladores entre otros escándalos-- era de tal gravedad, que habían corroído sus principios ideológicos y fomentado la proliferación de cacicazgos locales que se habían apoderado de la estructura partidista para satisfacer intereses meramente personales, incluido el enriquecimiento sin medida.
Anaya Cortés se apoyó precisamente en esos cacicazgos corruptos para adueñarse de la dirigencia nacional de mala manera, como en su momento lo denunció el hoy gobernador de Chihuahua. Consciente del deterioro de la imagen de su partido, simuló entonces una batida contra los malandros incrustados en las dirigencias estatales y en los grupos parlamentarios albiazules. Designó al ex presidente nacional panista Luis Felipe Bravo Mena como titular de una naciente Comisión Especial Anticorrupción.
Y se atrevió a declarar que empezar por casa daba a los panistas la autoridad moral para denunciar la corrupción rampante en el gobierno federal. “La Comisión Especial Anticorrupción deberá trabajar para que los militantes y servidores públicos emanados del PAN, cumplan la obligación de actuar dentro de un marco de valores éticos, y vigilará que en el ejercicio de sus funciones se hagan responsables de sus actos”, dijo entonces.
Resultó puro cuento. Han pasado tres años desde entonces. En todo ese tiempo, el llamado “Zar Anticorrupción” del PAN no pescó ni una pobre trucha, mientras los tiburones le pasaban encima. Bravo Mena habló concretamente de al menos 10 expedientes de investigación abiertos, pero ninguno de ellos resultó en alguna sanción. Casos flagrantes de corrupción se diluyeron en la impunidad, y peor, en la complicidad evidente.
En esos mismos cacicazgos corruptos basó Anaya Cortés su estrategia para hacerse de mala manera de la candidatura presidencial para 2018. Usó para su causa los recursos burocráticos, financieros y logísticos del partido, violó la normatividad democrática y pisoteó los estatutos al negarse a abandonar la dirigencia nacional para someterse a un juego parejo y limpio entre los aspirantes a la nominación.
Se alió nuevamente, sin pudor, con liderazgos nefatos como el cacique del PAN capitalino, Jorge Romero Herrera, ex delegado en Benito Juárez y actual jefe de la bancada panista en la Asamblea Legislativa, a quien nombró su coordinador de campaña en la Ciudad de México… con los consabidos resultados. Romero Herrera, reiteradamente acusado por la falsificación del padrón interno del partido en la capital y en otros ilícitos, se vio involucrado recientemente en el escándalo del “secuestro” en la ALDF de 14 mil millones de pesos del fondo de reconstrucción por el sismo de septiembre pasado. A ese sujeto llamó “mi gran amigo” Anaya Cortés durante su campaña.
También recurrió a la negociación tramposa y a escondidas de posiciones electorales para la contienda de 2018, a cambio de convertirse en candidato de la coalición del PAN, el PRD y MC. Para decirlo en pocas palabras, traicionó a su propio partido y provocó una fractura que puede ser definitiva entre sus militantes, que incluyó la salida de Margarita Zavala Gómez del Campo, de ex dirigentes nacionales y de cuando menos cinco senadores de la República.
Más allá de la debacle electoral del PAN del pasado 1º de julio, cuando obtuvo su peor votación en 40 años (apenas 12.5 millones de votos y una mermada representación legislativa de sólo 79 diputados federales y 22 senadores.), la verdadera desgracia del partido es la podredumbre interna prohijada por sucesivas dirigencias a lo largo de dos décadas pero envilecida por el ahora derrotado candidato panista en su desmedida ambición por contender por la Presidencia de la República, a quien hoy repudian hasta sus mismos cómplices.
A la hora de repartir las culpas, sin embargo, sería injusto endilgárselas todas al ex niño maravilla queretano. Del desastre son responsables también quienes se aliaron con él para robarse al partido, pero también quienes, inclusive años atrás, se mantuvieron indiferentes ante un creciente deterioro de los más caros postulados del panismo: Quienes optaron por disfrutar de las mieles del poder, mientras les duró, a costa de los valores esenciales.
No le gustó a Javier Corral mi comentario de hace tres años, en el sentido de que llamaba a rescatar a un partido ya inexistente. Hoy quedan del PAN sólo despojos. Posiblemente ahora comparta mi visión. Válgame.
@fopinchetti
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