Alma Delia Murillo
30/06/2018 - 12:00 am
Matar al padre, matar al PRI
Una marcha eterna, vagar atravesados por la rabia, por el agotamiento, sin descanso, sin la posibilidad de un duelo con la certeza de un cuerpo. Sin nada.
Esperar, preguntar, llorar, esperar, marchar sobre el asfalto de tantas ciudades abrazando al pecho una foto de su hijo perdido.
Las madres y padres de los desaparecidos de Ayotzinapa han envejecido sin tregua los últimos cuatro años. ¿Los han visto?
Una marcha eterna, vagar atravesados por la rabia, por el agotamiento, sin descanso, sin la posibilidad de un duelo con la certeza de un cuerpo. Sin nada.
Cuatro años después me atrevo a decir que Ayotzinapa fue el parteaguas, el punto de quiebre: cuando abandonamos esa lucha le dimos permiso al PRI de hacer lo que quisiera, una tragedia dantesca como esa no paralizó al país porque los mexicanos nos rendimos pronto ante la labor titánica de pedir justica, de esclarecer genocidios. Ayotzinapa y su impunidad fueron un espaldarazo para permitir el daño más grande que el PRI nos ha hecho: partir al país en dos Méxicos. El que goza el privilegio de una democracia elitista que le permitirá ponderar su voto en función de intereses, información, datos, preferencias.
Y el otro México, ese cuyos sesenta millones de habitantes parecieran ser la merma de este sistema perverso, el México de Tlatlaya y Xochiaca y el de los municipios más pobres de Veracruz, Guerrero, Michoacán, el de los padres que buscan hijos desaparecidos y encuentran cuerpos desmembrados y a sus hijas violadas y que recorren un vía crucis de un centro de atención al otro, de una instancia policial a la otra, de un papeleo ridículo al otro en el límite de la desesperación. El de la gente de Oaxaca que se quedó sin casa tras los sismos y cuyos nombres se usaron para cometer fraudes con las supuestas tarjetas de ayuda, gente que hoy sigue sin tener la seguridad de un techo.
Ese otro México, esa fábrica de pobres —permítanme la desafortunada imagen, que creó el PRI no puede sentir otra cosa que un profundo rechazo a su creador. Rechazo, rabia, frustración al límite cuando para ellos vivir en en este país es estar en la raya constantemente. En el límite de que termine otro día sin comer, de morir por un cáncer tratado con agua y azúcar, de ser levantados a la orilla de una carretera, de terminar en un basurero o en alguna de las tantas fosas que atiborran de muertos la tierra mexicana. Para ellos el nombre del juego no es democracia, no se trata de elegir a un partido, ni siquiera a un candidato. El tema no es AMLO en esta elección, creo que el inminente triunfo que se le atribuye y el fanatismo de algunos de sus seguidores ni siquiera tienen que ver con el tabasqueño.
Tiene que ver con el hartazgo, con la desesperación, con estar en el límite, con decidir si tiras o no del gatillo cuando tu verdugo está frente a ti y tienes oportunidad, por fin, de sacártelo de encima antes de que siga matándote de hambre, de pobreza, de corrupción. No es AMLO el motor de ese voto que muy probablemente le dará el triunfo. Es la desesperación. Sí, es un voto emocional ¿y cómo culpar a quienes quieren votar contra los que les arrebataron a sus hijos, su patrimonio, su paz, su posibilidad de un milimétrico avance en la escala social?
Es el PRI quien le dio todos esos votantes a AMLO como se los daría a cualquiera que estuviera dispuesto a representar al México jodido, al México de ciudadanos merma, los que pueden desecharse en bolsas negras de basura y ser arrojados a la orilla de un canal. El PRI gestó, creó, prohijó esta estampida de votos de rabia, de venganza, de agotamiento. Luego de Ayotzinapa se desbordaron los casos de gobernadores priistas (más de diecisiete) que cometieron desvíos de fondos federales, nos enteramos de la Gran Estafa orquestada al interior de las secretarías y los funcionarios más cercanos a Enrique Peña Nieto. Después vinieron los sismos de septiembre y otra vez los funcionarios priistas saquearon los camiones con toneladas de ayuda que con tanto trabajo reunimos los
ciudadanos, luego vimos el fondo de desastres manejado de forma sucia y corrupta, y las tarjetas de ayuda multiplicadas que jamás llegaron a sus destinatarios y probablemente sólo se utilizaron para desviar dinero.
No es AMLO. Es la vida miserable de millones de mexicanos, son las estadísticas de desaparición y muerte y violencia, son los datos reales y los funestos resultados de 80 años de PRI.
Es contra ese padre violento, asesino, vergonzante y corrupto contra el que en estas elecciones se levanta su propia creación, su propia criatura de millones de cabezas. Y es que esto es así, a veces para crecer hay que matar al padre.
@AlmaDeliaMC
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