El arte es mi forma de aprender: Damián Ortega

01/07/2018 - 12:05 am

El arte lo acompaña en la vida y no llega como alguien poderoso a cortar la madera para decir aquí estoy. Es un artista contemporáneo mexicano y desde hace 20 años expone afuera. Ahora acaba de sacar un libro con opiniones de muchos críticos, más algunas entrevistas que ahora la podremos leer. Para buscarlo, para entenderlo.

Ciudad de México, 1 de julio (SinEmbargo).- Una casa en San Ángel que Damián Ortega (Ciudad de México, 1967) parece haber reconstruido a sus necesidades y también a su antojo. Es una casa viva, con dos perros de la calle, que no corresponden a ninguna raza pero que sólo se avivan con las señales de amor.

Ahí, en la ciudad, cercano al Metrobús, cuando este hombre de 50 años trata de explicar sus conceptos, corre un viento suave que hace ondear los árboles y las hojas. Él, un artista que a través del ingenio y el humor convierte los objetos en en experiencias novedosas y situaciones hipotéticas.

“Ortega se mueve en una escala que va de lo molecular a lo cósmico, su obra aplica los conceptos de la física a las interacciones humanas en donde el caos, los accidentes y la inestabilidad producen un sistema de relaciones en flujo constante. Ortega explora la tensión que habita cada objeto: lo enfoca, reorganiza, escudriña e invierte su lógica para revelarnos un infinito mundo interior. El resultado de esta investigación exhibe la interdependencia de diversos componentes, ya sea dentro de un sistema social o en los engranajes de una máquina compleja”, cuenta la Galería Kurimanzutto.

“Aunque sus proyectos —concebidos a partir de dibujos— se materializan en esculturas, instalaciones, performances, videos y fotografías, para Ortega la obra de arte es siempre una acción: un evento. Sus experimentos existen en un espacio donde lo posible y lo cotidiano convergen para activar una nueva y trascendente forma de mirar a los objetos ordinarios y las interacciones rutinarias”, agrega.

Ahora acaba de salir un gran libro: Damián Ortega, Módulos de construcción. Textos Críticos, coordinado por Luciano Concheiro, donde merced a la palabra de críticos y colegas, extranjeros y mexicanos, entendemos parte de la obra. Hay además entrevistas para conocer un poco más a este gran artista que no muestra mucho en México y su gran trabajo se ve en el extranjero.

La escuela me pareció represiva, dice Damián Ortega. Foto: Cortesía

Damián Ortega comenzó su carrera como caricaturista político. Se unió al “Taller de los viernes”, con Gabriel Orozco de 1987 a 1992. En 2005 recibió el Hugo Boss Prize y en 2007 fue nominado al Preis der Nationalgalerie für junge Kunst.

Entre sus exposiciones individuales más importantes se encuentran: Play Time, White Cube Bermondsey, Londres (2017); El cohete y el abismo, Palacio de Cristal del Retiro, Madrid (2016); Damián Ortega, The Fruitmarket Gallery, Edimburgo, Reino Unido (2016); Casino, Malmö Konsthall, Suecia (2016), Pirelli HangarBicocca, Milán, Italia (2015); O fim da matéria, Museu de Arte Moderna do Rio de Janeiro, Brasil (2015) y Ape Culture, Haus der Kulturen der Welt (HKW), Berlín (2015), entre otras.

–Preguntarte por tu relación con Abraham Cruz Villegas, alguien que tiene mucho que ver contigo

­–Abraham y yo nos conocimos durante un concierto. A los dos nos gustaba cierta música y a partir de hicimos un cierto vínculo, que coincidió más adelante con un taller de caricatura que hicimos con Rafael “Barajas” El Fisgón. Él nos empezó a dar un curso sobre caricatura política. Nos hicimos allí muy buenos amigos y yo tenía la inquietud de meterme en un taller de arte, descubrí a Gabriel Orozco, lo fui a buscar a su casa en Tlalpan, le propuse hacer un taller de pintura, sobre eso empezamos a reunirnos los viernes e invité a Abraham. Fue todo un proceso para nosotros, incluido para Gabriel, de dejar de ser pintores, de insertar la caricatura dentro del trabajo y un proceso de ir coincidiendo para armar nuestro propio lenguaje y la identidad personal.

­–Junto con Gabriel Kuri ustedes cuatro serían como los cuatro intocables

–No intocables (risas). Fuimos los cuatro, Gabriel era el más grande, era nuestro maestro, había acabado la escuela y era hijo de un artista, un muralista, así que creció en medio de ese contexto. Tenía información formativa y fue un mentor. Nosotros éramos muy jóvenes y estábamos sedientos de todo. Sobre esa base se hizo un diálogo, una comunicación, Gabriel Kuri tenía una banda de rock, Abraham se metió a estudiar Pedagogía en la Universidad y yo había dejado la escuela. Tenía una buena relación con mis padres, mi padre era actor y director de teatro. Estaba también Gerónimo López (Dr.Lakra), que era hijo de Elisa Ramírez, socióloga y poeta y estaba Francisco Toledo, hermano de la artista Laureana Toledo…

No fue dejarla, sino entender que la pintura también era escultura. Foto: Cortesía

­–¿Por qué dejar la pintura?

–No fue dejarla, sino entender que la pintura también era escultura. La pintura tiene tridimensionalidad, tiene un plano, que está pintado con óleo y está dentro de un marco, que termina en un espacio público, como una galería o un museo. La pared está en un lugar y eso nos llevó a pensar que la pintura era un lenguaje cultural. Cada objeto tiene una realidad física.

–¿Se puede hablar entonces de deconstruir la pintura?

–Yo creo que sí, tenemos que reconsiderar las cosas. Hemos crecido con la pintura como representación y todo era deber. México tiene una cultura histórica en relación con la pintura como el arte. De pronto nos replanteamos eso con deseo, con imaginación, sin tener ningún tipo de compromiso.

Libro de Damián Ortega y sobre Damián Ortega. Foto: Especial

–¿Por qué hay artistas como Arturo Rivera que se oponen a ustedes ferozmente?

–No sé si se opone tanto, no lo he leído. Creo que tiene otra postura, que es la Academia, que es la educación formal, de dibujante y no creo que haya un pleito. Según yo. Uno va entendiendo su propio lenguaje y hace lo que necesita o quiere. No estoy en contra de la pintura. Me gusta o no. No hay una imposición de que uno deba pensar de una sola manera.

–¿Por qué todos los movimientos revolucionarios traen estas disputas?

–No hay uniformidad y eso es por suerte que no la hay. Todo se da a través de generaciones. Uno va aprendiendo una forma, una estructura, a la que se debe suscribir, pero luego va creciendo y explora otras cosas. Se sale de ese canon. La riqueza del arte es la diversidad y cada persona lo interpreta de manera distinta.

En su casa de San Ángel. Foto: Cortesía

–Ustedes generaron una revolución, digo más allá de la relación que hay a nivel personal

–Fue un movimiento lindo y genuino y eso lo hace interesante. No fue una cuestión demasiado estratégica, sino la necesidad de buscar un canal para encontrar una salida. Yo fui a ver la escuela cuando estaba en la Preparatoria y me pareció que no era que yo tuviera que estar ahí. ¿Cómo generar una cosa distinta? Mi padre era desertor de la carrera de Arquitectura y había un teatro por ahí y se hizo actor. Dedicó toda su vida al teatro. Yo sabía que era más en la calle, en la relación con otros artistas, que iba a tener un acercamiento más genuino. La educación me parecía represiva, lo que quería era generar curiosidades para llegar al conocimiento. Mi carrera fue un poco como tirarse al agua y mis padres fueron muy generosos, muy osados también. Confiaron mucho en mí y fueron también severos. Eso nos llevó a que no había una estructura muy clara, sino una tierra fértil y todos nos aventamos a crear un contexto.

­–Todos ustedes se fueron

–Por mucho tiempo hubo aquí mucha vida cultural. Había artistas. Nadie tenía espacio, los museos estaban cerrados, todos se organizaron para crear lugares alternativos y comenzaron a cobrar importancia las galerías. Empezamos entonces a trabajar con la Galería Kurimanzutto. Por un lapso fue muy importante, todos salimos a experimentar, a vender, a conocer, a explorar y todos empezamos a irnos afuera. Yo me fui a Alemania. Fue una fortuna, aunque una tristeza desmembrar un equipo muy natural que se había dado por mucho tiempo.

–Irse afuera para describir México

–Hay algo que es importante y es que nadie se ha puesto la obligación de describir la situación política de nuestro país. Si creer mucho en la forma de hacer, lo que implica el pensamiento mexicano, de cómo hacer las cosas aquí. Eso pasó. Trabajar en Berlín haciendo cosas “a la mexicana”. Abraham con la reconstrucción, por ejemplo. Uno mismo asumir o apropiarse de ir reconociendo ese lenguaje de la identidad.

No me siento famoso, dice Damián Ortega. Foto: Cortesía

–También ser artista mexicano

–No como algo nacionalista, sino ser como Nirvana, que se habla del sonido de Seattle, es un poco eso. Acabas teniendo particularidades, eres un sonido, un estilo, no caer en una escuela, en lineamiento formal, sino en la dinámica de cómo vas trabajando. Es un proceso de imaginación.

–Ahora sacas tu libro, entre ellos está Graciela Speranza hablando de tu muestra en el Júmex, comparándola con el “esperpéntico Museo de Slim”

–Me gusta mucho ese artículo, porque para mí fue una pieza increíblemente dolorosa, tortuosa. Y a pesar de que Júmex fue muy tolerante, muy maduro para apoyarme, Eugenio se sentó en la banqueta conmigo a hablar y fue muy leal su postura y por otro lado yo tenía una autocrítica, un compromiso, me gusta cómo lo planteó ella, porque si lo hubiera dicho yo sería una autocomplacencia. La obra de arte también es ejercicio de conocimiento, es una aventura, y en esa aventura te vas con golpes, con tropiezos, y creas una obra. El arte no tiene el nivel de efectividad que tiene el espectáculo, que tiene la industria, esto es un experimento intelectual, emocional y se hace una relectura de las cosas.

–Luego vino la fama que condicionó al grupo, a Gabriel Orozco, que todo lo que hace es importante, como pasó el año pasado con el tema del OXXO…

–Creo que la pieza de Gabriel fue espectacular, de provocación, de ironía, puso a todo el mundo de cabeza. Muchos curiosos y muchos envidiosos. No es fácil provocar a alguien en el arte y es un gran talento que tiene Gabriel Orozco. La gente no me identifica mucho, yo no he expuesto en la ciudad de México. Toda mi carrera, los últimos 20 años, ha sido afuera. Siento que vivo una vida muy privada, muy dedicado a mi trabajo, expongo afuera y regreso. Nunca me veo como alguien famoso. Siempre me acabo metiendo en terrenos novedosos, complicados, nunca hay esa capacidad del poderoso que llega y corta la rama.

–¿Qué quieres decir con tu arte?

–No es un manifiesto lo que quiero decir con mi arte, sino demostrar cómo el arte me acompaña a lo largo de mi vida. El arte son las manos con las que te acercas a trabajar el mundo. Sobre eso vas entendiendo y abres un conocimiento. Hay cosas que no hubieran llevado si no es trabajando materiales, una forma de relación con el mundo, esa es la dinámica más honesta. No estoy mandando una forma de vida, sino que el arte me da una forma de aprender.

 

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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