Vodka Naka es un gran libro de crónicas sobre Rusia. La periodista vivió durante tres años en Moscú, trabajando para RT y sus experiencias las volcó a un libro editado por Almadía y Producciones Salarios del miedo. Lo recordamos en este contexto, tan de Siberia.
Ciudad de México, 23 de junio (SinEmbargo).- “El primer libro de la reportera Georgina Hidalgo, Vodka Naka, se lee como una serie de postales mandada por una amiga aventurera y entusiasta, que ha cambiado las banquetas chuecas y el clima templado de la Ciudad de México por las calles resbalosas con hielo y las temperaturas congeladas de Moscú. Como mucho de los mejores escritores, las viñetas de Georgina –que vivió en la capital rusa durante casi tres años a principios de la presente década. Describen con compasión una cultura y un pueblo, pero sin sentimentalismo. Con un poder de observación frío y despiadado y un sentido del humor incansable”, dice David Lida en el prólogo.
Le hicimos una entrevista a Georgina Hidalgo –de la que se esperan muchos libros más- en 2014, cuando salió este libro, pero ahora, con el mundial de Rusia, en esos tiempos que nos dan los partidos –cuando lloramos o reímos, de acuerdo al resultado- hemos ido otra vez a estas crónicas editada por Almadía y Producciones Salarios del miedo.
Son tres años que Georgina vivió en Rusia, trabajando para RT y sus postales son maravillosas y nos ayudan a adentrarnos en un país difícil y lejano, pero que la palabra lo trae cercano.
Hemos elegido la crónica “Aquí no gays”, con el permiso de su autora.
En la Unión Soviética se solía decir “Aquí no hay sexo” y con esa irónica forma de no hablar de sus intimidades, se consolidó toda una cultura de tradiciones, tabúes y represiones.
En la Rusia postsoviética el sexo sigue siendo un tabú y la empoderada Iglesia ortodoxa se ha aliado con el gobierno para revertir la baja tasa de natalidad del país a punta de subsidios, publicidad y sermones que exaltan el valor de la maternidad y la “natural” familia heterosexual.
La nueva sociedad no oculta su homofobia y su intolerancia a las minorías. Apenas en 1993 el país dejó de considerar delito ser homosexual y hasta 1999 todavía se le incluía entre las enfermedades mentales. Desde 2006, los intentos de activistas homosexuales para organizar la Marcha del Orgullo Gay en Moscú fueron reprimidos no solo por neonazis y grupos religiosos sino por la propia policía ante la indiferencia, cuando no el aplauso represivo, de la mayoría. Las declaraciones del entonces alcalde moscovita, Yuri Luzhkov, ilustran bien la forma de pensar de esta “nueva y democrática” sociedad. “En Rusia no ha habido ni habrá desfiles gays, pues esas marchas tienen algo de demoníaco”.
Luzhkov, depuesto por su negligente actuación ante los incendios del año pasado, alcanzó a proscribir “durante 100 años” la homosexualidad en Moscú. En febrero de 2011, San Petersburgo –la que se supone que es la capital cultural del país- se unió al insólito edicto, promulgando incluso una ley que prohíbe defender, hacer apología de la homosexualidad o repartir propaganda entre niños, so pena de ser multados con hasta 100 mil rublos (30 mil dólares) o varios años de cárcel.
Condenados a socializar en los sótanos moscovitas o en viejos almacenes de la periferia, el mundo gay no tiene nada de rosa. Doce Voltios, Tres Monos, Central Station, El 69, Chuba Bar y Propaganda son algunos de los bares tolerantes, aunque clandestinos de Moscú. Su oferta consiste en espectáculos travesti, varias pistas de baile, cuartos oscuros, bailarines guapísimos, drogas a montones, dj memorables y baños mix. Las razias y las golpizas y extorsiones corren a cargo de las autoridades y los locos extremistas de afuera.
Entonces, si no hay gays en Moscú, ¿cómo es que termino siempre rodeada de jotos? Ahí está Armen, un diecisieteañero que me pide prestado mi delineador para pintarse los ojos e irnos a patinar a sabiendas de que deberá despintarse para llegar a casa. O Erix, cuya nariz francesa quedó más afrancesada después de una golpiza por andar besando a Jeff en las “playas”. O Alexéi, cuyo plan es casarse con su novia lesbiana, tener hijos con ella y disfrutar ambos de su promiscuidad gay fingiendo ante los demás “naturalidad”. O Natasha (acá todas se llaman Natashas), socialmente exitosa pero incapaz de confesar sus preferencias a sus amigos por miedo al rechazo. O Seriosha, un joven restaurantero que cayó víctima del asesino del Grinder, un psicópata que aprovecha la famosa aplicación telefónica para matar horriblemente a sus víctimas.
Para las mujeres, aunque es socialmente aceptado cierto lesbianismo a la hora de beber (las rusas borrachas siempre terminan besándose entre amigas), “salir del clóset” implica dinamitar las esperanzas familiares y nacionales de criar hijos, casarse bien y convertirse en una bella y feliz matrioshka dueña de su hogar. Rusia necesita más hijos, hay que cumplir con la patria. Es un clóset muy grande y cómodo, mientras no quieras salir de él.
¿Prácticos o hipócritas? La doble vida seguirá siendo para los “no naturales” o “con tendencias sexuales no convencionales” la válvula de escape a un mundo hostil, donde la indiferencia y la negación de su existencia es el único destino, porque en Rusia, ya se sabe, no hay gays.