ENTREVISTA | Vivo o muerto, uno siempre está buscando lo que ama: Pablo Soler Frost

23/06/2018 - 12:05 am

Una saga familiar y una novela de aprendizaje; un relato en el que se entretejen la migración, la persecución religiosa, el descubrimiento del deseo, del amor y de la culpa y la historia de dos países. Es la nueva novela de Pablo Soler Frost, Europa y los faunos, editada por Literatura Random House.  

Ciudad de México, 23 de junio (SinEmbargo).-BEF le dice al periodista Juan Carlos Valdés que Pablo Soler Frost (1965) “es un genio”. Antes de la entrevista, conversamos que difícil está el principio. En la nota, Pablo me dirá que no le gustan los principios que gustan.

Siempre amable, siempre dispuesto, el escritor se referirá a Europa y los faunos (Literatura Random House), su nueva novela. Alguien dirá que es sobre el holocausto, pero es en realidad sobre la vulnerabilidad. Ese sentirnos siempre frágiles en un mundo que se presenta cada vez más hostil.

Es 1943 en Copenhague. Los nazis han decidido erradicar a los judíos daneses. Alertados por un rabino, algunos consiguen escapar, entre ellos, David y su amigo Max. Adolescentes, casi niños, encuentran refugio en Suecia para después emigrar a México. Así, llegan a una nación hospitalaria, pero un tanto hipócrita, un país que, como ellos mismos, está en formación y efervescencia.

Europa y los faunos traza la constelación de soledades que es toda familia y, al mismo tiempo, logra ser una Bildungsroman colectiva: la novela de formación, no de un individuo, ni de un grupo de individuos, sino de un fragmento del mundo. Como todo novelista, Pablo traza un círculo que llega a estos tiempos de fascismo, de capitalismo a ultranza, donde los débiles nos juntamos para hacer centro y ayudarnos.

–Al principio del libro la escritura es como una escritura sacrosanta, luego el libro se abre…

–Puede ser. Quería yo un principio difícil, con un lenguaje no habitual, porque en general nos gustan mucho los principios, nos gusta mucho acordarnos de cómo empiezan las cosas. Y aunque pareciera una escritura sacralizada es en realidad una escritura desacralizada, en el sentido de que representa un principio falso. No sé dónde empieza la novela, pero sin duda no empieza en la primera página.

–Si escribiste este principio es por algo, pareciera ser que te vas al principio de Europa, cerrando un círculo a todo lo que pasa ahora con esa zona. El nazismo es una circunstancia, como algo sorpresivo…

–En El huevo de la serpiente también trataron de hacer esto, comenzar como en el mero principio preguntándose dónde está la raíz de ese mal. Por qué ese mal pudo crecer sin ser tocado. Mucha gente dijo en ese momento tengan cuidado como hay cientos de personas inteligentes diciéndonos ahora tengan cuidado. La magnitud de los acontecimientos y su propia inercia y también la comodidad de no querer ver, para no salir de nuestro confort. O la misma impotencia de qué puede hacer uno frente al poderoso vecino del norte. Comenzar desde el principio, lo decía Hannah Arendt, en el sentido de que decisiones muy terribles la toma gente normal.

–Vemos el tema del Holocausto siempre vigente, uno a veces es testigo de toda la gente que mataron y nadie hizo nada…

–Bueno, hubo muchos gestos individuales y salvaron a muy poca gente. Una cosa es esconder a una persona y otra es tratar de esconder a 100. Por eso me interesaba la historia de Dinamarca y los judíos daneses, porque allí fue un rasgo colectivo espontáneo, gente que decidió que el mal no ocurriese, sabiendo que arriesgaban la vida, los bienes y todo. Hay un libro de Carl Amery, Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? (Turner) y el subtítulo es tremendo: Hitler como precursor. Lo que el autor dice eso fue el experimento de lo que viene. Es tan terrible y nos parece tan nuevo porque es el experimento de lo que viene. Frente a eso, sobre todo frente al hecho de que están muriendo los últimos testigos, tanto víctimas como verdugos, hay muy poca gente que puede decir: yo estuve ahí…

–En Argentina, donde pasó la dictadura, hay mucha gente que no se sabe dónde está y se sigue preguntando. Si uno vive, pregunta

–Sí, es así. Por eso todos los esfuerzos para recordar son importantes. Cuando yo vi en las calles de Buenos Aires las placas que dicen: De aquí se llevaron a tal persona, dejas de caminar, de pensar, de soñar, se te para el corazón, es aterrador. Lo mismo en las estaciones de trenes en Alemania, que dicen: de aquí salieron los trenes con las víctimas y están los nombres…

–Recordar los nombres es muy importante

–Sí, totalmente. Recordar los nombres, porque recordar cifras no ayuda mucho. Nuestra imaginación no es tan matemática, excepto para los matemáticos. Dan una idea falsa de la magnitud de las cosas, pero de repente te encuentras con un solo nombre que por alguna razón te rompe el corazón. Cuando piensas en algún caso individual, es cuando más puedes identificarte. Para los verdugos los nombres no importan.

–Acaban de encontrar 5000 huesos en Sinaloa, ¿qué piensas de lo que está pasando acá, en México?

–Creo que para México, que tiene una historia tan sangrienta, es una historia aterradora. El hecho de que desaparezca la gente y que aparezca después destruida, carbonizada, sin nombre, sin huellas dactilares, sin que sus deudos le rindan un homenaje…recuerdo mucho a esas viudas japonesas que se iban a la selva de Borneo o a la selva de Birmania, a buscar huesos. A ver si de casualidad encontraban a un marido con el que habían estado seis meses y 50 años después iban a encontrar los huesos. Eso tiene que ver con el nombrar las cosas.

–Las autoridades le habían dicho a la gente que no siguiera buscando ahí

–Vivo o muerto, uno siempre está buscando lo que ama y eres capaz de hacer miles de cosas por ello. Cuando lo encuentras, aunque sea en una circunstancia aterradora, hay cierta paz en saber que puedes resignificar su muerte a partir del momento en que vuelve a pertenecerte.

Una de las cosas de Dinamarca es que no hay montañas, entonces un tanque de los que usaron los alemanes en la Segunda Guerra Mundial no tiene un obstáculo natural, dice Pablo Soler Frost. Foto: Facebook

–¿Estuviste en Dinamarca? Es un pueblo muy interesante, aunque a veces uno los confunda con los holandeses

–Se parecen mucho. Una de las cosas de Dinamarca es que no hay montañas, entonces un tanque de los que usaron los alemanes en la Segunda Guerra Mundial no tiene un obstáculo natural. En el caso de Noruega hay muchas montañas y la resistencia pudo existir, el rey pudo escapar. Dinamarca es muy pequeño y era muy fácil tomarlo. Por eso los nazis lo convirtieron en el protectorado ideal. Se quedó el rey, se quedó la policía, los bomberos, los ministros  y de momento parecía aunque el status quo era horrible, se podía aguantar. Evidentemente hay cosas inaguantables.

–Aparecen Max y David, esos dos dinamarqueses que rigen toda la novela

–He conocido a muchos dinamarqueses, pero ellos tienen que ver con Tom Sawyer y Huckleberry Finn, que con gente real. Siempre me han interesado las amistades entre varones que rozan el deseo homosexual o que están plenamente identificadas con él y tenía ganas de hacer una novela en que la amistad no se rompiera por el deseo.

–De todas maneras hay páginas en las que hablas mucho del deseo

–Creo que vivimos una época interesante porque nos interesa la vulnerabilidad de aquellos a quienes leemos, admiramos, seguimos o detestamos. Creo que lo vulnerable, lo frágil, es una característica de este siglo. En otros siglos nos interesaba más la dureza, la integridad de la persona. Los que miramos ahora a Simón Bolívar, por ejemplo, es distinta a como se miraba el siglo pasado. Antes buscábamos sus gestiones más heroicas, hoy lo vemos más frágil, más vulnerable. En ese sentido, la novela de Gabriel García Márquez es muy hermosa porque en El general en su laberinto, es un hombre totalmente derrotado. Ya está en su último viaje, está sufriendo todo y eso nos acerca más, porque estamos viviendo una época totalmente frágil. En el siglo XIX nos interesaba de Hidalgo sus proezas militares, pero hoy nos interesa más el hecho de que lo apodaran “El Zorro”, era un hombre que tenía mujeres, que tenía una hija que vestía de hombre y era Fernandito o Fernandita y que la gente pensaba que era Fernando VII. Esas cosas que antes eran pies de nota en la historia universal de las cosas, ahora son mucho más importantes.

–¿Hay un gesto autobiográfico aquí?

–Tenía muchas ganas de mostrar la vulnerabilidad de uno. Creo que además desmarcarse del hetero-patriarcado es una misión para los que podemos. Que no quede duda. Todos estamos vulnerables. Incluso a aquellos que creen que defienden a los que lo ayudan. A los que veo más perdidos en estos tiempos –a pesar de que no me caen bien-, los hombres heterosexuales privilegiados. Creo que no tienen lugar, no están en el centro, se están arrojando solos a márgenes no muy envidiables de la sociedad. Los que estábamos en los márgenes estamos tomando el centro ahora. Al final de cuenta, si vas a defender los derechos de una minoría, tenemos que defender el derecho de todas las minorías. Por eso nos estamos ayudando.

–En la novela aparece México como el gran refugio, México siempre es un gran refugio a pesar de que lo pase aquí adentro sea tremendo

–Mi padre llegó así. Creo que en el siglo XX así funcionó: México bueno para los que están afuera y malo para los que están adentro. En el 1940 había también pocos lugares de refugio o en 1976 o en 2018. Los lugares de refugio van variando. Hubo un momento en que la isla de Bali fue un gran refugio para los artistas homosexuales que deseaban escapar de Europa. Permite refugiarte y además ser tú mismo. Las cosas son muy pendulares y depende de dónde estés. Para mucha gente de Gabón o Senegal ahora Argentina es un refugio.

–Europa y los faunos, ¿es la novela que querías escribir?

–Uno siempre quiere escribir la siguiente. Ahora quisiera escribir la otra, pero hubo un momento en que esta fue lo que más deseaba hacer. Intentar muchas voces, intentar narrativas no tan lineales como siempre había hecho.

Fragmento de Europa y los faunos, de Pablo Soler Frost, con autorización de Literatura Random House+

La nueva novela de Pablo Soler Frost. Foto: Especial

1943

El mar era un espejo de obsidiana. Las estrellas brillaban consteladas. Cuando nuestro padre Abrahám se puso a contarlas en el firmamento estaba ya dispuesto a salir de su casa, acatando la promesa, feliz de lo prometido, confiado, lleno, ¿o dudando, angustiado, obedeciendo sin cumplir de buena gana, mascullando entre dientes, maldiciendo su suerte tal vez, mirando, con la proverbial astucia de los animales del desierto, un modo de blindarse, de desaparecerse sin tener que moverse en serio, sin hacerlo de a deveras, no fuera a ser la de malas? Ha logrado muchas cosas y de pronto esa voz no lo deja gozar de su heredad, pues quiere que salga de su casa. Que la abandone. Que se deje guiar como una yegua, hacia afuera. Ah, pero la voz le dice que si deja su heredad le dará entonces un heredero. Y que de él, aunque sea ya una rama vieja, habrán de surgir pueblos y naciones y gente, tanta como las miríadas que refulgen en lo alto.

Hmmm… Veamos lo que escribió usted como inicio de una novela, me dice el gusano. ¿Quiere usted dar la impresión de que el mar, el Oresund, corredor que une al Atlántico con el mar Báltico, trinchera y camposanto brutalmente oscuro, pátina de negrura ensombreciendo aún más las nubes enlutadas que se tienden sobre el bituminoso abismo era un tenebroso sudario marinero y que, por el contrario, el cielo nocturno estaba constelado de brillantes misterios girando sobre sí mismos, al unísono, en una armonía universal real pero no siempre aparente, una armonía simbólica y secreta cuya economía no es la nuestra? Pues ponga eso.

Ponga que la silente luz del pasado se reflejaba temerosa en el profundo piélago profundo y que la sombra negra lo cubría y que las cosas apenas y se percibían en su sabre enigma y que el mundo era peligroso y mortal. Ponga eso. Porque, aparte del riesgo de todo océano, y el Oresund, entre el Reino de Dinamarca y el Reino de Suecia, es famoso por sus corrientes traidoras, aparte, pues, de este hecho natural, estamos a finales del otoño de 1943, año meridiano de la contienda. Faltan todavía dos años más para que la degollina acabe. Mientras, escuadrones de bestias güeras, súper predadores en masa bajo sus estandartes con el símbolo de la muerte, están buscando a los justos. Han decidido que no quede un solo testigo. Tienen los medios y el nervio negro: otros van de azul, otros son cafés, lémures dedicados a hacer de la persecución algo implacable, diario, atroz y rutinario y a sumar totales de cuerpos destruidos hasta que ya no queden más. Ni uno que no sea pasto de los gusanos ni de las llamas.

Ok.

¿Sabe lo que intensamente significa el peligro de morir, por ejemplo, sabe cómo se manifiesta, cómo se siente, qué es morirse? Nuestra vida entera se va en un instante intenso del que usted por supuesto no sabe nada. Está bien eso de las estrellas. Pues esas estrellas en lo alto eran muchísimas, eran miríadas de fílmicas estrellas bíblicas, como hombres en la tierra o peces en el mar, tantos como shots. Millones de shots. Millones de drifts. Red shifts. Los clusters no son nada comparados con Los Pilares de la Creación que, a su vez, no son nada comparado con aquello que llaman Sloane’s Great Wall y los velos que cubren honduras de allá afuera y del afuera del afuera. A su vez son un soplo. Y en sus infinitas esferas millones de mundos infinitos fractalizándose como si el honguito prendiera. No está mal tampoco que recuerde que descienden ustedes de Abrahám. Sí, del que obedeció al Altísimo y salió de su casa. Confiado en la promesa, dicen los textos que he masticado con un mórbido deleite, es que salió de su casa.

Aquí, ahora, lo importante es: «salió de su casa». No es tan importante si iba triste o feliz. Se salió de su casa. Se decidió. Se levantó. Ur-Lazarus. Reunió todo lo suyo, juntó a sus familias y sus rebaños y sus aras y sus arras y sus armas y salió de su casa. Eso hizo Abrahám. Eso hizo Sara. Eso hizo Lot. Y la mujer de Lot. Eso hizo la mujer de Noé. Y Noé. Eso tuvo que hacer Eva, lo tuvo que hacer Adán. ¿O no? Caín tuvo que hacerlo. Dionisio también, muchas veces. Y Proserpina. Edipo, Casandra, Medea, Jasón, Teseo, Helena incluso. El príncipe Hamlet y el old mole. Y Moctezuma, el gran trágico cuya suerte aún me conduele, arrojado su maltrecho cuerpo en el remolino de Pantitlán. Hidalgo, Morelos, Maximiliano. Todos hubieron de salir: unos, es cierto, iban por la gloria, lo que resta en algo a su devoción. Pero aun así, se decidieron a salir. Eso es valentía. El humano, a pesar de toda la propaganda que se hace, no quiere quemar sus naves: quiere quedarse, como un gusanillo que se halla cómodo en una guayaba, pretendiendo que sea ésta, por los siglos de los siglos, su trono, su equipal. Pero el Otro quiere que salga a su encuentro. ¿Cuál otro, me dirá? ¿El Otro, otro? ¿El Que Es El Que Es? ¿O el Otro Amigo? ¿La cabeza de Apolo o la de Dionisio? ¿O las cuatro caras de la Diosa? ¿Aquel que se vislumbra en las visiones de Goya o las del «…que nieló de plata…» o las pátinas de Turner o la desesperante hambre de Köllwitz? ¿Cuál? Yo, que soy un gusano, se lo diría, si tuviera oídos para oír. En fin… Sea de ello lo que fuere… ¿cómo va a empezar?

Éste era un gato, con los pies de trapo y los ojos al revés. ¿Quieres que te lo cuente otra vez?

Vamos, vamos, siquiera finja seriedad, bufó el gusano.

La última tarde de ese septiembre en que ajustó catorce, David tuvo que abandonar su casa. No volvería en cuarenta años.

¿Que qué me parece? Está mejor. Más sencillo. Siga.

Sigo:

Esa tarde y esa noche fueron dramáticas, en muchos sentidos y para más de uno, en el reino danés. Desde agosto las cosas habían ido empeorando en Dinamarca como en toda la fortaleza Europa. En realidad en todo 1943 los golpes, de una y otra parte, fueron inmisericordes. Se lamía de sangre la hoja y se seguía. Se pasaba frente a los cadáveres en los canales y se seguía. El pan era una costra. Volaban en pedazos cementerios, iglesias, fábricas, hospitales, bosques, hombres y niños y mujeres y se seguía. La piel era una corteza doliente. Aún afilaban nuevas hachas. Cien mil acciones provocaban cien mil reacciones y, si como es Arriba es Abajo, los cielos también se estremecían con la deportación, el exterminio, la destrucción, cosas que, todas, alcanzaban cifras pavorosas (que nunca eran suficientes). Las cotas eran altísimas; los quebrados sueños de gloria, crueles; las risas, falsas; los planes, descabellados; pesadillescos, los sueños. La masacre continua droga. Matar enardece. Las horcas asomaban. La ciudad de Hamburgo sería derretida en noches de fuego. Kiev era un puto desierto.

Pablo Soler Frost vuelve con Europa y los faunos. Foto: SinEmbargo

Pablo Soler Frost (Ciudad de México, 1965) es un escritor y traductor mexicano. De 1991 a la fecha ha publicado siete novelas (Legión, La mano derecha, Edén, Malebolge, 1767, Yerba americana La soldadesca ebria del emperador) y varios libros de cuentos y ensayo. Ha traducido ensayos de Joseph Conrad, Horace Walpole, John Henry Newman, Walter Scott y James Alison y La vida de María de Rainer Maria Rilke. También ha traducido poemas de Elizabeth Bishop, Robinson Jeffers, Joanna Walsh, Hans Arp, Käthe Kollwitz, Theodor Däubler. Vive en Tlalpan.

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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