Hace 11 años que a Romualda Méndez Hernández le detectaron cáncer de mamá en el IMSS. Desde entonces, dice, "mi vida ha dado un giro de 360 grados". A ella, como ocurre con el 60 por ciento de las pacientes mexicanas, le detectaron la enfermedad en estado avanzado. Le amputaron un seno y le aplicaron quimioterapias.
Pasaron los años y recayó. Fue al ISSSTE, donde por semanas ignoraron sus dolencias y luego vino un diagnóstico tardío: cáncer en la zona del esternón, para lo que sólo le ofrecieron quimioterapias paliativas y sólo para hacerle llevadero lo que quedaba de vida. Sin embargo, su esfuerzo y perserverancia, su insistencia para que los médicos la atiendan y el apoyo de su familia la ayudó a salir adelante. Hoy incluso, desde diversas organizaciones civiles, ayuda a mujeres a enfrentar al sistema de salud público en México y enfrentar su padecimiento con otros recursos.
En los siguientes días, SinEmbargo publica una serie de casos donde los pacientes de enfermedades crónicas describen desde su realidad la crisis de los sistemas de salud pública en México y las dolorosas implicaciones físicas, morales y económicas para ellos y sus familias.
CUARTA DE UNA SERIE
Ciudad de México, 21 de junio (SinEmbargo).– A Romi le detectaron cáncer de mama en etapa avanzada hace ya 11 años. Sobreviviente del llamado "enemigo silencioso", hoy enfoca su esfuerzo en apoyar a otras pacientes a librar esa batalla. No quiere que más mujeres recorran el camino lleno de piedras que ella sorteó: diagnósticos médicos erróneos y tardíos, escasez de medicamentos, depresión...
En el marco de un seminario dirigido a periodistas de salud, celebrado en la Universidad Panamericana, la médico genetista Paola Moyers expuso que el de mama es el segundo cáncer más frecuente en el planeta y el más común entre el sexo femenino.
Al hablar del caso de México, la experta informó que cada año se diagnostican entre 15 mil y 20 mil nuevos casos y a partir de 2006 se convirtió en la primera causa de muerte por cáncer en mujeres: cada 2 horas alguien fallece a raíz de la enfermedad.
Cuando Romualda Méndez Hernández tenía 36 años de edad le detectaron cáncer de mama en estado avanzado –tal y como ocurre al 60 por ciento de las pacientes mexicanas, según la genetista Moyers–. Recuerda como si fuera ayer que el miedo se apoderó de ella, temía morir y dejar en el desamparo a sus hijas que entonces tenían nueve y seis años.
Todo comenzó a los 31 años de edad, al autoexplorarse identificó algunas protuberancias en el seno izquierdo y aunque es hasta los 40 años cuando es recomendable practicarse la primera mastografía, acudió a una de las unidades móviles del Gobierno del entonces Distrito Federal. Allí le detectaron fibrosis quística y calcificación.
Años más tarde, un familiar tomó un curso de imagenología con un experto del Instituto Nacional de Cancerología (INCan), así que la invitó a participar como paciente. El maestro a cargo del grupo notó un cuerpo anormal en su seno y le sugirió realizarse una biopsia que él mismo pagó. Al ver los resultados y al mostrarlos a cinco especialistas más, concluyeron que se trataba de cáncer de mama avanzado.
El maestro Enrique Cuevas elaboró una carta en la que solicitaba tratamiento para Romi, la tarea de ella ahora era buscar atención médica. Estaba desesperada, llegó al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), en donde actualmente hay 43.4 millones de afiliados y en el que se destinan en promedio 3 mil 725 pesos anuales por paciente, de acuerdo con datos del Centro de Investigación Económica y Presupuestaria (CIEP). En el Centro Médico siglo XXI le realizaron nuevamente los análisis y una vez más se confirmó el diagnóstico.
"Desde hace 11 años que me detectaron la enfermedad mi vida ha dado un giro de 360 grados. Al momento que me dieron el diagnóstico yo tenía 36 años y dos hijas pequeñas, en ese momento me dio miedo morirme y dejarlas solas", recuerda.
Allí comenzaron los tratamientos. Un mes después del diagnóstico le realizaron la masectomía que es la extirpación quirúrgica del seno. Luego llegaron las quimioterapias y con ellas la pérdida de cabello, pestañas y uñas. Vino la depresión.
"Cuando me diagnosticaron y me amputaron el seno me dio mucho miedo y aparte me sentía incompleta, sentía que mi vida en pareja se había venido abajo, me daba pena que mi pareja me viera mutilada y con la cicatriz. Después, cuando vinieron las quimios me dio más dolor porque aparte de verme mutilada ahora me veía sin cabello, sin pestañas, sin cejas y con la piel amarilla y amoratada. Eso me impacto mucho. Después lo pude sobrellevar ya con una peluca, me ponía uñas postizas, maquillaje y una prótesis de hule espuma", narra.
Finalmente su matrimonio terminó en noviembre de 2009, tras dos años de iniciar con los tratamientos. "El encontró otra persona [...] Nunca faltó alguien que le extendiera la mano. Se sintió incomprendido", cuenta.
Posteriormente se sometió a una cirugía reconstructiva del seno en el Hospital General "Dr. Manuel Gea González" por la que pagó 7 mil pesos. Su ánimo cambió, recuperó la sonrisa. Nunca dejó de cuidar su salud, atendía cada recomendación de los médicos.
"Para mí fue regresar a la vida, volví a ser la misma", cuenta.
DIAGNÓSTICOS A DESTIEMPO
Por azares del destino continuó su tratamiento en el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), que actualmente alberga 6.8 millones de afiliados. Todo marchaba con normalidad, frente a todo pronóstico, Romi se sentía bien y cada vez faltaba menos tiempo para que cumpliera cinco años de mantenerse controlada con medicamento, análisis y visitas regulares al médico.
Una persona es declarada como sobreviviente de cáncer una vez que cruza la barrera de un lustro sin presentar complicaciones. Era abril de 2014 y en noviembre de ese año llegaría la fecha esperada, sólo faltaban siete meses. Sin embargo, comenzó a sentir que el aire le faltaba, detectó hinchazón en el cuello y una protuberancia en el tórax, así se lo hizo saber de inmediato al médico que la atendía en el Hospital Fernando Quiroz, del ISSSTE.
El galeno aseguró que se trataba sólo de inflamación, así que trató con naproxeno y diclofenaco durante varios meses.
"Te venden la historia de que si pasas los cinco años ya eres superviviente [...] Pero en abril le empiezo a decir al doctor: 'sabes qué, tengo una inflamación, me duele mucho, me falta el aire y siento que esto no es normal'. El doctor me decía que era normal, que era por la reconstrucción, me mandaba naproxeno y diclofenaco para desinflamar, estuve así varios meses. Él me revisaba y me decía: 'tú estás muy bien, se me hace que ya la libraste'", rememora.
Tras la insistencia de Romi, finalmente el médico accedió a enviarla a realizarse una tomografía, pero aclaró que únicamente lo hacía para brindarle tranquilidad, pues tenía plena confianza en que ella se encontraba en buen estado de salud.
La mujer, que hoy tiene 47 años, regresó con sus resultados al consultorio donde sólo se encontraba un pasante, quien le aseguró que estaba bien y le dio medicamento. Salió molesta, sabía que algo ocurría. Se encontró con su médico, quien aceptó revisar nuevamente el estudio. La tomografía reveló la existencia de un tumor de esternón.
"Tienes razón, no es inflamación, se nos fue de las manos, es un tumor de esternón", recuerda bien esas palabras del doctor. Después le realizó una biopsia para confirmar los resultados. La prueba salió positiva: volvieron a diagnosticarla con cáncer en etapa avanzada. Esta vez con un tumor de esternón. El oncólogo le dijo que no había más qué hacer por ella, pues la enfermedad estaba de vuelta con más fuerza.
"Esa parte me molestó, me entristeció, me dio impotencia porque me dijo: 'mira, aquí ya no podemos hacer nada por ti, aquí no. Vete al [Hospital] 20 de Noviembre, ahí es de Alta Especialidad. Pero, de una vez te digo que el cáncer viene muy agresivo, regresó muy agresivo y yo creo que ya no hay mucho para ti, discúlpanos se nos fue de las manos'. Fue la impotencia de decir: 'me estoy cuidando, no falté a ninguna consulta, dejé de comer muchas cosas', o sea, hacía todo lo que ellos me decían, entonces decía: 'no valió la pena'", reseña.
En la dirección de la unidad médica le firmaron una autorización para que comenzara a tratarse en el Hospital Regional Licenciado Adolfo López Mateos. Allí le ofrecieron las quimioterapias paliativas, cuyo objetivo es mejorar la calidad de vida del paciente con cáncer en etapa avanzada.
Cuando Romi preguntó qué era una quimioterapia paliativa, el doctor respondió: "No sabemos cuándo terminen tus días, entonces lo que te vamos a ofrecer es nada más quimioterapia paliativa para que te aminoren los tumores, para que tranquilicen un poco el cáncer y no detone con toda la fuerza, pero en algún momento esto va a terminar para ti".
–¿Cuánto tiempo me queda? –, preguntó Romualda.
–No sé –, le respondió el médico.
Rompió en llanto con su hija Jessica Lisette al lado. Era martes el día en que le diagnosticaron que el cáncer había hecho metástasis –cuando invade partes adyacentes del cuerpo o se propaga en otros órganos–. El sábado sería la fiesta de XV años de la adolescente. El doctor preguntó por qué lloraba.
–El sábado son sus XV años, dijo mirando a Jessica. No sabe cuánta emoción tenía por la fiesta de mi hija, remató.
–Te voy a dar un consejo, el sábado disfruta de la fiesta. Baila, canta, tómate una copa. Haz lo que quieras porque no sabemos cuándo esto te tire en una cama –, soltó el galeno.
Jessica miró a Romi con un gesto de pánico y ella prometió: "No te preocupes, hija, esto no va a ser tan rápido".
Y ha logrado cumplirlo, hoy a cuatro años de distancia, Romualda ha enfocado su energía y su esfuerzo en apoyar a otras mujeres a través de la Asociación Mexicana de Lucha contra el Cáncer, de la Red contra el Cáncer y de Toca Compartir es Vivir.
Las tareas de las organizaciones se centran en concientizar para prevenir, en alentar a las mujeres a autoexplorarse para identificar anormalidades a tiempo, en brindar apoyo emocional, en donar prótesis externas y pelucas, en impartir talleres de maquillaje oncológico para quienes se encuentran bajo tratamiento de quimioterapia y en que los pacientes conozcan sus derechos y así puedan exigir atención oportuna y tratamiento, pues recuerda que ella se enfrentó al desabasto de medicamentos, pero siempre los exigió y logró obtenerlos.
"Es nuestra manera de decir: 'no estás sola, hay una red que te apoya'. Cuando una mujer ayuda a sanar a otra, se sana a sí misma", concluye convencida.