Susan Crowley
01/06/2018 - 12:00 am
Ligeti y las arañas de Louise
Demandó a Stanley Kubrick por utilizar sin autorización su Requiem en la famosa Odisea del Espacio (curiosamente la película popularizaría su hasta entonces desconocida música). La compensación que exigió fue de sólo 5 dólares, así sentó un precedente de respeto a los derechos de autor.
Demandó a Stanley Kubrick por utilizar sin autorización su Requiem en la famosa Odisea del Espacio (curiosamente la película popularizaría su hasta entonces desconocida música). La compensación que exigió fue de sólo 5 dólares, así sentó un precedente de respeto a los derechos de autor.
El cuerpo de obra de este compositor exalta los máximos valores universales: el encuentro y el perdón a través de la música y no sólo, como se podría pensar, un reclamo por las víctimas, la muerte y el dolor en el periodo nazi y durante el sistema soviético. ¿Cómo ha de ser el sonido que logre curar las muchas heridas infringidas? ¿de qué manera rehabilitar el daño causado a la historia?, ¿cómo debe gestarse la reconciliación? ¿existe la posibilidad de que un sonido penetre e inocule el olvido, dejando a nuestro cuerpo en su estado puro, y permita recuperar la inocencia?.
El domingo, como parte de los festejos de 100 años del Teatro de la Ciudad, tuve la oportunidad de asistir a un concierto del grupo Tambuco en el que atinadamente incluyeron una obra de Gÿorgy Ligeti(1923-2006). Es para percusiones y mezzo-soprano, se llama Sippal, dobbal, nadihegedúvel (Pífanos, tambores, violines) y representa en términos emocionales una respuesta a las “barbaridades de este mundo”(así me lo hizo saber Ricardo Gallardo, miembro de Tambuco). Las percusiones, la sublime voz de Katalin Karolji (para quien Ligeti compuso varias de sus obras) fue más allá de una simple melodía, cruzó de cuajo la atmosfera del teatro y lo llenó de algo misterioso, indescriptible, un poder que solo la música tiene; ese “no se qué”, diría San Juan de la Cruz, en el éxtasis de la Subida al Monte Carmelo.
Mi cabeza se obsesionó con la idea de entender que podría ocurrir en el cosmos musical del compositor que con sonidos percutivos, ritmo y voz, liberaba y conducía mi cuerpo, nuestro cuerpo, hacia una nueva geografía. Tal vez es el mismo ejercicio espiritual que demanda San Juan, una mezcla de mística y de conocimiento profundo de la forma; voluntad para llevar más allá las limitaciones del ser, exigir lo sublime, el encuentro con los bordes del pensamiento, los lindes de lo no explorado.
La ausencia de armonía, las palabras ininteligibles, la profusión de gemidos y exclamaciones casi salvajes nos obliga a escuchar desde otro lado. ¿Qué papel juega la voz femenina en este entramado de nuevos signos? Pareciera surgir del poder disonante que posee: agudos, estridencias e intervalos, característica de su dinamismo (a eso llamó Ligeti micropolifonía) que genera un flujo con cambios casi imperceptibles. Es tanta la intensidad, que afecta los sentidos, los sacude colocándolos así en una disposición inédita. Acción en la que el instante (presencia pura, diría Bergson), logra ser gesto. Gestar es dar a luz (Lux Aeterna, tituló a una de sus obras), dar a luz es momento de definición, es aterrador, incluso es un mal sueño, la congoja de una vida que no finaliza sino hasta la muerte. El mismo Ligeti califica a esa sensación aterradora como una pesadilla eterna: en su habitación había una telaraña gigante en constante metamorfosis que todo lo devoraba. Aterradora y bellísima al mismo tiempo; no había posibilidad de detenerse en la contemplación de su belleza; a cada instante se transformaba condenada a movimientos súbitos e inesperados, pulsiones que no tenían principio ni fin, sin estructura interna que le permitiera subsistir. Vértigo y fascinación concurrían en esta visión. ¿A qué podría asemejar una obra cuyos elementos bordan en el instinto y tejen el horror para exhibir la plenitud en su estado de perfección?.
Louise Bourgeois (1911-2010), en sus poderosas imágenes logra expresar la totalidad de los sonidos de Ligeti. Absolutamente femenina, mucho más allá de la frontera del feminismo, en transformación constante, su obra, llena de imágenes monstruosas, de protuberancias que evocan cavernas y espacios misteriosos, falos con erecciones turgentes, nidos en los que arañas inmensas apresan los objetos, seres extraordinarios femeninos y masculinos que se contorsionan devorándose unos a otros; maternidades primitivas que evocan el ritual, todos ellos habitan en los intersticios del tremendum. Espesa red creada en el inconsciente, juega dentro y fuera de él denostando la razón. No es necesario elaborar en un discurso, antes de que esto ocurra, Louise, la tejedora de redes cumple con la función de aterrar, fascinar. La araña de Ligeti anda por ahí, en el mismo universo, nadie la ha visto, todos sabemos que existe, la tememos, la deseamos. Cada noche, cuando abordamos el tránsito de la ensoñación, justo antes de entrar en las redes de Ligeti, donde habitan los personajes que esculpió Louise desde muy pequeña, esa araña acecha dispuesta a seducir.
Poco a poco nos guía hacia el mundo de las alucinaciones, para ser más precisos, de las pesadillas. Algo en él resulta fascinante, profundamente perturbador; una vez dentro quedamos atrapados, nos convertimos en víctimas y nos dejamos envolver hasta no saber de nosotros, crisálidas a punto de nacer, a punto de morir. Ligeti y Bourgeois conocían esa geografía, la de eros y thanatos, pulsión de vida, estertor de muerte.
Pensé por un momento que la comparación de Ligeti con el arte visual podría encajar en alguno de los muchos actos performáticos del grupo Fluxus; indagué y descubrí que este movimiento no hubiera coincidido con él pues lo consideraba demasiado provocador. Al contrario, el compositor estaba profundamente comprometido con la idea de que la música dejara de ser lo que hasta entonces (un montón de notas colocadas de manera armoniosa) o la posibilidad de optar por las innovaciones que la dodecafonía había dejado. Nada de esto era suficiente; siguiendo las enseñanzas de Bela Bartók (su gran maestro), continuó la transformación que aquél había iniciado, adentrándose en uno de los movimientos más propositivos e influyentes en cuanto a música, literatura y arte, el Avant Garde. La obra de Louise Bourgeois, se ha asociado erróneamente con los surrealistas, pero esta comparación hubiera sido demeritarla, reducirla a una serie de fantasías insuficientes para nombrar el infinito y subyugante imaginario que nos dejó en su cuerpo de trabajo. Hasta hoy no es posible ubicarla dentro de un movimiento artístico, Louise es Louise. La Bourgeois se atrevió a retar todo lo establecido; incluso se la jugó a ser psicoanalizada por uno de los herederos de Freud, tan de moda en los años cincuenta. Curiosamente, durante las sesiones, afloró el deseo infantil de asesinar a su padre (hecho con migajón de pan, con los genitales perfectamente representados, Louise lo había mutilado). Sus casuales encuentros con artistas como Eva Hesse y Richard Serra, parte del movimiento de Abstracción Excéntrica (Antiform), tampoco fueron una razón para que la artista se decantara como parte de ellos. El arte y la fuerza de Louise se mide con otros conceptos, responde a teorías que aún se siguen desarrollando. Entre ella y los demás hubo siempre una clara diferencia, no era lo mismo hablar del inconsciente que tener el poder de transitar en él y después contarlo.
Pocas veces se ha creado una obra que contenga la fuerza de lo sagrado y el espanto de la muerte en un mismo balance; en raras ocasiones un artista ha podido encontrar el registro que desborde los sonidos y las imágenes y nos lleve a vivir el misterio y a permanecer en él. Ambos nos conducen por un flujo aterrador y maravilloso, Gÿorgy Ligeti y Louise Bourgeois se encuentran, sin duda, entre los más grandes autores del cambio del siglo XX; los precursores del arte que dio sentido a un siglo aterrador y pleno de luz y belleza.
Para quien quiera deleitarse con la obra de Ligeti, aquí está la liga de Youtube:
PD: Ligeti ganó su demanda en contra de Kubrick.
@suscrowley
www.susancrowley.com.mx
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