Seis años después de la inquietante Tenemos que hablar de Kevin (2011), la directora y guionista escocesa Lynne Ramsay entrega otro largometraje sobre una mente perturbada en Nunca estarás a salvo (You were never really here, 2017), esta vez aprisionada en el cuerpo de Joe, un veterano de guerra que suma pasados tormentosos. Un infierno con doble cara: pesadillas familiares generadas por un padre violento y los amargos recuerdos de la experiencia militar grabados con sangre en la memoria.
Entre la intensidad de un mercenario al servicio de las almas inocentes y los tormentos de una mente fragmentada, ¿quién mejor que Joaquin Phoenix para encarnarlos en pantalla? Ese mismo apasionamiento ha manifestado en papeles anteriores, como su encorvado y lerdo Freddie Quell, otro soldado con estrés postraumático en The Master (Paul Thomas Anderson, 2012), cuando manipulado por un experto embaucador y en un estallido de desesperación se golpea repetidamente contra la pared y una litera. O en la creciente locura del Emperador Commudus, el hijo parricida hambriento de poder de Gladiador (Ridley Scott, 2000). Dos ejemplos de que los personajes con duelos internos son habituales en sus interpretaciones.
En Nunca estarás a salvo, Joe rescata jovencitas de las garras de pedófilos, trabajo que realiza de incógnito. El contacto con el mundo "normal" es la tranquila convivencia con su madre en una casona solitaria en donde se sumerge en los vestigios del pasado familiar violento, la experiencia extrema de la hipoxifilia y juegos letales con dagas. Su siguiente encomienda es liberar a Nina (Ekaterina Sansonov), la hija de un político que ha sido secuestrada por una red dirigida desde las altas esferas del poder. Esa misión se tornará en la más arriesgada de su vida y la que, finalmente, le permitirá la redención.
Si la trama invita a un filme de acción ése es, sin duda, el último de sus propósitos. Los enfrentamientos físicos de Joe -armado con su mortífero martillo- con sus contrincantes son captados a distancia, así como también se insinúa la pericia combativa del vengador a sueldo. La narración se concentra en el enfrentamiento entre el abismo interior de Joe y la debacle moral del mundo exterior con su saldo de víctimas. Salvar a los inocentes implica de alguna manera rescatar al Joe-niño. El filme demanda al espectador la estructuración de un rompecabezas a partir de piezas pertenecientes a distintos espacios temporales, o en donde confluyen la realidad con las ráfagas de recuerdos y el resquebrajamiento mental y emocional de Joe.
La complejidad interna del personaje, los conflictos y tormentos profundos se exteriorizan de manera fascinante, sea con la cámara subjetiva que da cuenta del mundo que recorre el protagonista: una sala cobijada bajo las sombras, pasillos asfixiantes o sinuosas calles despobladas; y con la música sombría y discordante del entorno. Al igual que en Tenemos que hablar de Kevin, Ramsay recurrió a los acordes del prodigioso guitarrista inglés Jonny Greenwood, perteneciente a la banda Radiohead, para sonorizar la estridente atmósfera en la que se desenvuelve Joe, donde es difícil establecer líneas divisorias entre la realidad y su particular percepción del mundo.
La película está basada en el libro homónimo del estadounidense Jonathan Ames, ex columnista del New York Press, quien por cierto se ha declarado complacido tanto por la adaptación como por la actuación de Phoenix. El actor obtuvo por este papel la Palma de Oro en el Festival de Cannes 2017, en tanto, Ramsay, ganó el premio al Mejor Guión, compartido con el griego Yorgos Lanthimos y El sacrificio de un ciervo sagrado (2017).
Nunca estarás a salvo hace alusión a las infancias perdidas y sus efectos imperecederos en los adultos. Sea el adiós a la inocencia en el resquebrajamiento familiar, en las desoladoras trincheras o en las trampas feroces de una sociedad corrupta. Si en el filme anterior de Rimsey era inevitable hablar de Kevin, en esta ocasión es inevitable comentar de Phoenix bajo la piel del afligido Joe.