Trump persigue a mexicanos como a los judíos en la República de Weimar: Bruno Piché

03/06/2018 - 12:03 am

Ahora que están tan de moda las novelas “reales”, con Emmanuel Carrere a la cabeza, sale La mala costumbre de la esperanza­­­, que trata la historia de un personaje mexico-americano, Edward Guerrero, quien fue encarcelado pocos días antes de cumplir los dieciocho años de edad al declararse culpable de la violación de tres mujeres jóvenes en el año de 1971. Una novela de género y de migrantes.

Ciudad de México, 2 de junio (SinEmbargo).- El escritor canadiense Bruno Piché narra la historia del migrante Edward Guerrero, acusado y culpable de tres delitos de violación, junto a otros dos cómplices, poniendo en el tapete algo que pensamos y no nos animamos mucho a decir: ¿qué hacer con los delincuentes sexuales?

Nadie podría decir “estoy a favor de la pena de muerte”, pero ¿tienen reinserción, tienen otra vuelta para dar sentido a su vida y hacer que lo depositado en el preso rinda sus frutos?

Edward Guerrero, protagonista de la novela La mala costumbre de la esperanza, recibió en 1972 una sentencia que, si bien buscaba reorientarlo en un plazo razonable dada la gravedad de sus crímenes, lo ha mantenido tras las rejas más de 45 años ininterrumpidos, hasta convertirlo en uno de los pocos veteranos del sistema penitenciario del estado de Michigan.

Primero fue el joven encarcelado en 1971, adicto a las drogas, líder de pandillas callejeras de un grupo social y marginado, hasta este prisionero modelo que obtiene desde la prisión una licenciatura en sociología, diversos certificados de estudios técnicos, que se convierte en defensor y organizador de los derechos de las minorías, en el reo más respetado por directores y custodios de las distintas cárceles a las que, de tiempo en tiempo, es transferido.

Sin embargo, a sus sesenta y cinco años de edad y después de más de cuatro décadas de encarcelamiento, Edward Guerrero es incapaz de aceptar la naturaleza y el carácter brutal de las violaciones que cometió a escasos días de cumplir los dieciocho años.

Bruno H. Piché indaga en esa negación esencial y encuentra lo mismo la abierta inequidad y racismo del sistema penal en los Estados Unidos, como las complejas fantasías de redención y libertad que le permiten a Edward Guerrero mantener la cordura todos estos años.

El día veintiuno de mayo de 1972, Edward Guerrero se declaró culpable de tres delitos de violación sexual. Los cargos originales que se le imputaban ante la Corte de Circuito del Condado de Saginaw, estado de Michigan, incluían asimismo la comisión de otros crímenes: tres cargos por robo a mano armada y tres cargos más por secuestro en incidentes ocurridos el 20 de octubre, el 21 de octubre y el 30 de octubre de 1971. En una de esas intrincadas —y en apariencia caprichosas— negociaciones entre la fiscalía y la defensa, los cargos adicionales, robo a mano armada y secuestro, fueron retirados al declararse culpable de los tres delitos de violación y recibir a cambio tres sentencias de cadena perpetua con derecho a indulto, Life with Parole en la jerga legal estadounidense.

Guerrero fue arrestado y puesto bajo custodia temporal en la prisión del Condado veintidós días después de haber cumplido diecisiete años, edad suficiente en Michigan para recibir el trato judicial y la condena correspondiente a la de un adulto. Con él fueron arrestados Martín Vargas -también de diecisiete años de edad- y tres muchachos considerados como menores infractores, es decir menores de diecisiete y por lo tanto no sujetos al proceso judicial propio de un mayor de edad: José García, Felisiano Chacón Jr. y Rudolfo Martínez.

Con excepción del primer incidente de secuestro y violación, en el cual Edward Guerrero actuó solo, en cada uno de los delitos restantes participaron, con variantes en los actos delictivos cometidos, García, Chacón Jr. y Martínez.

En cartas dirigidas a autoridades varias, incluyendo una al presidente Barack Obama, Edward Guerrero no niega en ningún momento la “vileza” y el “daño infligido” a sus víctimas.

Desde mi primera entrevista con él a finales del otoño en Lakeland, la cárcel del poblado de Coldwater en la que se halla preso desde hace al menos cinco años, Guerrero ha asumido sin tapujos su responsabilidad en los crímenes que cometió hace casi medio siglo, cuarenta y cinco años para ser exactos. Las veces que me ha hablado de los hechos —me refiero a haber cometido no una, sino tres violaciones en un espacio de once días— Edward, un veterano del sistema correccional de Michigan sin nada que perder, invariablemente ha subrayado, levantando ambos brazos como si quisiera envolverme con la verdad, su verdad, que él no puede ni tiene otra opción que la de ser transparente. Es cierto que en nuestras conversaciones pocas veces ha abundado en los detalles de los crímenes por él cometidos, sin embargo en ningún momento, al menos así me lo ha parecido, Guerrero ha tratado de mitigar la gravedad que sus acciones ocasionaron. Me ha hablado sin tapujos de la suerte del brutal blitzkrieg de ácidos, speed, algo de mezcalina, al que se sometió y que le hicieron perder el juicio en esos once días de vorágine delictiva que, a diferencia de dos de sus compinches, él sigue pagando a la fecha.   

Bruno Piché no cree en los lectores perfectos. Foto: Cortesía

–Cuentas el caso de un migrante, tan tremendo…

–Sí, La mala costumbre de la esperanza cuenta dos historias de manera paralela. Por un lado es la historia de discriminación en la aplicación de justicia a un criminal confeso, de racismos, que no empieza con Donald Trump sino que tiene raíces históricas.  Por el otro el libro también trata el tema de la violencia de género, en especial, el terrible problema de las mujeres jóvenes, que fueron violadas de una manera salvaje. Una historia que se repite tanto en los Estados Unidos como en México.

–Cuentas el caso de Edward Guerrero, que se reivindica dentro de la cárcel, pero que todavía está ahí

–A él la justicia estadounidense, en esta deriva de discriminación a los mexicanos y descendientes de mexicanos, se aplica de manera selectiva. A los 17 años, en lugar de mandarlo a una correccional, lo mandan a una cárcel para adultos. El juez que lo condena le da cadena perpetua con derecho a apelación. La idea del juez es que Edward estuviera en la cárcel 10 años, apelara y saliera a la libertad. Por este tratamiento de discriminación a los hispanos, cada vez que pide indulto se lo rechaza. Y esto pasa durante 45 años.

–¿Qué es La mala costumbre de la esperanza, el título que elegiste para esta novela?

–A mí no me pasa lo mismo que a Gabriel García Márquez, quien decía que empezaba a escribir cuando tenía el título. Me pasa al contrario, me pasa como a Patricio Pron, escribo con mi biblioteca y con una montaña de expedientes. Para regresar al título, saqué de mis libreros la poesía completa de Philip Larkin, abrí, voy ojeando el libro y tomé uno de sus versos e inmediatamente dije: este es el título. Al final elegí el título, porque tenemos la mala costumbre de la esperanza, pero mi libro, donde yo soy otro personaje, apela a jugarse la vida por la vida misma y contra la desesperanza.

–¿Cómo se te presentó el caso?

–Empecé a enterarme del caso hace bastante tiempo y nunca pensé en hacer un reportaje, porque no soy reportero. El acercamiento al género de la no ficción se dio de manera natural, porque pensé que al contar la historia de Edward iba a poder contar mi propia historia. Al contar todo su periplo, de 46 años, también podía contar el mío, porque tengo la misma edad que él pasa en la cárcel.

–La literatura y el periodismo tienen una frontera cada vez más débil

–Yo creo en los géneros híbridos, estoy en contra de los cánones de librerías. No concibo la literatura a partir de los géneros, sino que concibo a la literatura con el lenguaje al que el autor se va a sentir mejor pertrechado para escribir. Me parece que en efecto hoy es difícil hablar el tema de la violencia de género sin tomar en cuenta lo que está pasando en la realidad o bien haciéndolo desde el ejercicio de la pura imaginación.

–Sobre todo también para los lectores, que cada vez respetan menos los géneros

–El lector está cambiando sus hábitos de lectura y si bien puede querer leer Guerra y paz de Tolstoi, también puede leerla como novela de no ficción, porque es pura historia. El final de Guerra y paz es una reflexión de Tolstoi sobre la historia y cómo se escribe a partir de la historia.

–El periodismo narrativo existe desde el principio del siglo XX…

–No quiero sonar pedante, pero el gran estimulador del periodismo narrativo es el escritor francés Victor Hugo. Él tiene una novela buenísima, que se llama Historia de un crimen, en el que él narra la disolución de la Asamblea a causa del Golpe de Estado que da Napoléon III.

–Justo te hace el prólogo Sergio González Rodríguez

–Sí, Serge y yo fuimos grandes amigos. Estoy convencido de que a pesar de que ya no está con nosotros, sigue estando aquí. Nos hicimos muy amigos luego de que leí su ensayo El hombre sin cabeza; a partir de esa lectura empezamos a coincidir más en intereses literarios, políticos, geopolíticos, mitologías, tras los que andaba Serge. Nos escribíamos casi todos los días y estando en Michigan, donde actualmente resido, le mandé un mensaje diciéndole que tenía la historia y la primera entrevista pactada con Edward Guerrero. Le pregunté qué decirle, para que no me mandara a volar y me dijo Serge: Dile que no tiene nada que perder, que te cuente su periplo. Y así lo hice.

–¿A quién te imaginas como lector de esta novela de no ficción?

–No creo en los lectores perfectos, porque no existen, me gusta el lector que a las tres páginas si el libro no los convencen, lo echan a la basura. Preferiría a un lector que no me botara a las tres páginas, un lector preocupado por la discriminación, de racismo y de persecución estilo la República de Weimar y después las Leyes de Núremberg, sostengo que con Trump vivimos un esquema que los mexicanos son perseguidos como los judíos. Así que un lector preocupado por esta situación y un lector preocupado por los casos de violencia de género, la violencia contra las mujeres, que sufren agresiones injustificables y terribles, es mi lector.

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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