Las mujeres acusadas perdieron a sus hijos y esposos en la derrota de ISIS, ahora un tribunal en Bagdad las condena a muerte bajo la premisa de que si eligieron vivir en territorio ISIS son culpables y no pueden apelar a una defensa informada.
Madrid, 25 de mayo (ElDiaro/SinEmbargo).- En una pequeña celda instalada en un tribunal de Bagdad, la ciudadana francesa Djamila Boutoutao sostiene en su regazo a su hija de dos años y suplica ayuda.
Boutoutao, de 29 años, está acusada de ser miembro de ISIS. La vida se había vuelto insoportable, susurra en su idioma materno al alcance del oído de las otras acusadas de pertenencia al grupo terrorista. Como ella, todas son extranjeras.
“Me estoy volviendo loca aquí”, afirma Boutoutao, una mujer baja, con gafas y de mirada inexpresiva. “Me enfrento a pena de muerte o cadena perpetua. Nadie me dice nada, tampoco el embajador ni la gente de la cárcel”, añade.
Los guardias y sus compañeras acusadas –todas mujeres de Asia central y Turquía que han perdido a sus maridos y, en algunos casos, también a sus hijos con la derrota de ISIS– se acercan a Boutoutao mientras prosigue: “No dejen que me quiten a mi hija”, implora. “Estoy dispuesta a ofrecer dinero si pueden contactar con mis padres. Por favor, sáquenme de aquí”.
Con eso se cierra la breve conversación y Boutoutao vuelve a un rincón esperando la llamada del juez en la sala adyacente. No hay autoridades francesas presentes en la sala y nada en absoluto que pueda conectar a esta mujer con su anterior vida en Lille. Si es condenada por unirse al grupo terrorista, se enfrenta a cadena perpetua en una cárcel de Bagdad o a pena de muerte en la horca.
Las 15 mujeres juzgadas la semana pasada son viudas de la guerra que finalmente expulsó a ISIS de buena parte de Irak, matando a decenas de miles de sus miembros y sustituyendo sus promesas de una utopía islámica por una derrota aplastante. En algunos casos, estas mujeres se habían unido voluntariamente al grupo viajando solas o con sus parejas desde Europa y Asia central a lo que creían que era la tierra prometida.
Se calcula que más de 40 mil extranjeros de 110 países viajaron a Irak y Siria para unirse al grupo yihadista. De ellos, unos mil 900 son franceses y alrededor de 800, británicos.
Boutoutao llegó a Irak en 2014 con su marido, Mohamed Nasseredine, y sus dos hijos. A su marido lo mataron en Mosul en 2016, igual que le ocurrió a su hijo, Abdulá, un año después. Ella fue capturada por los peshmergas kurdos al norte de Irak y finalmente fue enviada a Bagdad, donde el fortificado juzgado en el centro de la capital se ha convertido en un centro neurálgico de la era postISIS.
UNA DEFENSA DE 10 MINUTOS
Hasta mil mujeres acusadas de pertenecer a ISIS han sido trasladadas de las ruinas de pueblos y ciudades iraquíes y actualmente están retenidas en Bagdad para enfrentarse a un ajuste de cuentas por parte de una sociedad y un Gobierno llenos de cicatrices de guerra por los últimos cuatro años. Además, buena parte de su ira se dirige contra los combatientes extranjeros y sus familias. Hasta 820 menores acompañan a estas mujeres. Y algunas están embarazadas.
Los procedimientos dan una sensación de urgencia, al igual que las vistas de 10 minutos en el tribunal penal central de Bagdad con las que se ha despachado a las mujeres acusadas. Desde el derrumbe del califato, Irak ha condenado a muerte a más de 40 mujeres y a decenas más a cadena perpetua.
Las extranjeras, a menudo con bebés en sus brazos, son procesadas con una eficacia intransigente raramente vista en otras partes del sistema judicial iraquí. Tras la derrota de ISIS, el sistema judicial ha asumido la misión de cerrar este capítulo con la operación de limpieza. Mientras los iraquíes intentan reconstruir un tejido social desgarrado, sigue habiendo un profundo resentimiento hacia los yihadistas, cuya violencia ha afectado al espíritu nacional que todavía no se había recuperado de las sanciones, de la invasión y de la guerra civil.
Francia y otros países europeos mantienen una posición hostil con sus ciudadanos que ahora se enfrentan a los tribunales iraquíes, insistiendo en que deberían enfrentarse a la justicia local en el extranjero. El Gobierno francés ha mostrado cierta indulgencia con los menores que han quedado huérfanos por los combates, pero ninguna con los adultos que tomaron la decisión de unirse al grupo.
A principios de este año, la ministra de Defensa, Florence Parly, afirmó que aquellos que regresasen a Francia “asumirán la responsabilidad de sus actos”. Sin embargo, las autoridades francesas han comunicado a los gobiernos de la región que no cabe misericordia con aquellos que no lograron escapar.
Con ISIS ahora prácticamente expulsado del territorio iraquí, poco se habla de la reconciliación. Preguntado qué diría al líder de ISIS, Abu Bakr al Bagdadi, si le tuviese enfrente, Qais al Khazali, líder de uno de los grupos paramilitares chiíes más temidos de Irak, Asaib ahl al Haq, señala: “Le diría que ha fracasado. Que no ha sido lo bastante bueno. Que no es nadie y que está por debajo de todos nosotros”.
Mustafa Rashid, comerciante de coches del este de Bagdad, también se muestra mordaz con los prisioneros extranjeros. “Al diablo con ellos”, afirma. “No se merecen piedad. Las mujeres, tampoco”, añade.
En el mismo tribunal un día antes, una mujer iraquí ha sido absuelta de todos los cargos y puesta en libertad tras alegar que fue su hermano quien le obligó a unirse a ISIS. Aunque algunas mujeres iraquíes y muchos hombres han sido detenidos por su papel en la violencia del grupo terrorista, solo un pequeño grupo de mujeres extranjeras ha recibido algún tipo de concesión.
ESPECIAL FOCO EN LOS EXTRANJEROS
“En la mente de los iraquíes, del poder judicial y del Gobierno, el hecho de que seas extranjero y de que elegiste vivir en territorio de ISIS denota voluntad en lo que hiciste y, por lo tanto, mayor culpabilidad”, señala Belkis Willie, investigador de Irak en Human Rights Watch. “No es lo que ocurre en el caso de las mujeres iraquíes, donde a menudo pruebas muy específicas están rebajando condenas. Si te compras un billete de avión, cruzas una frontera y tomas tus decisiones, estás mucho más expuesta”, añade.
El juzgado de Bagdad está lleno de hombres que son arrastrados a un banquillo en el centro de la sala. Un grupo de 12 es condenado a muerte en la horca y posteriormente escoltado hasta sus celdas. La siguiente es Zahraa Abdel Wahab al Kaja. Acaba de cumplir 17 años y es originaria de Tayikistán. También lleva un bebé, a quien ha vestido con un hijab, y parece desorientada.
“Me trajeron a Siria hace cinco años con mi madre y mi padre”, señala. “Me casaron con un hombre turco. Era bueno conmigo. Este es su hijo. Nos asentamos en Irak. Mi padre y mi marido murieron y ahora estoy encarcelada con mi madre y mi hija. Quiero volver a casa, aunque mi país no sea bueno. No llevaba hijab en casa. ISIS es bueno, me enseñaron cómo cubrirme”, añade.
Más mujeres entran y salen: una turca, una rusa y dos de Kirguistán. En cada caso, uno de los tres jueces pregunta bruscamente varias cuestiones y posteriormente ordena a la acusada salir de la sala. Un fiscal hace una breve declaración y un abogado de la defensa lee un informe. Fuera, uno de los defensores de oficio afirma que no ha hablado con su clienta y solo ha visto un resumen de las notas de la investigación.
Human Rights Watch afirma que a pesar de su insistencia en los dos últimos años, no hay indicios de que los abogados defensores estén jugando un papel activo o de que el poder judicial esté buscando pruebas sólidas para los procesamientos. En su lugar, la justicia depende mucho del instinto, señala un miembro del poder judicial durante un descanso. “He trabajado aquí durante 10 años y puedo saber quién es culpable con solo una mirada a los ojos. Puedo contarte historias terribles y puedo compartir momentos mágicos”, afirma.
Los guardias que traen a una mujer de una prisión cercana señalan que la mayoría no se arrepiente. “Una vez, una prisionera de ISIS me pidió algo que yo no le podía dar y me llamó infiel”.
Qué hacer con los hijos es una cuestión más problemática para las autoridades iraquíes. Algunos bebés muerden manzanas mientras sus madres esperan su turno. “Crecerán y serán igual que sus madres”, sostiene uno de los guardias. “No, es un pecado decir eso”, señala otro. “Todos los niños son inocentes”, añade. El primero contesta: “Quizá, pero acabemos rápidamente con esto. Todavía quedan muchos”.
Traducido por Javier Biosca Azcoiti