El periodista, escritor y docente Ricardo Raphael, como él mismo dice: un oportunista epistemológico al que le gusta viajar por la geografía y también por los rincones del conocimiento, hace esta especie de manual y de curaduría sobre una profesión que tiene cada vez más interesados. Lo que se viene, según él, es un periodismo con toda la fuerza.
Ciudad de México, 12 de mayo (SinEmbargo).- Dice Ricardo Raphael (Ciudad de México, 1968) que lo que se viene es el periodismo a ultranza, que le conmueve la cantidad de chicos que eligen su profesión en estos tiempos y tal vez, como ha dicho Maruja Torres, “los periodistas no están en crisis, están en crisis los empresarios”.
Es el modelo del negocio el que hoy hace agua en un trabajo donde mueren también muchos compañeros y que sin embargo son muchos los jóvenes los que quieren dedicar cuerpo y alma al periodismo.
¿La verdad? ¿La posverdad? “Es el periodismo urgente, riguroso y sólido lo que va a contrariar a la posverdad, que es eso que la gente hace sin fuentes ni investigación”, dice.
México, cómo decirlo, es estadísticamente un país alerta con las fake news, con las noticias falsas. Uno lo ve enseguida en las redes sociales y eso muestra el libro escrito con Lizeth Vázquez Castillo: Periodismo urgente (Ariel), donde los dos hacen una especie de curaduría sobre el periodismo bien hecho y el otro.
“Es la epidemia de posverdad que tiene como constante el menosprecio por la evidencia, los hechos y los elementos objetivos del contexto”, dice Ricardo Raphael, conductor de los programas Espiral, Calle 11 (Canal 11) y No Hay Lugar Común (ADN40), así como columnista del periódico El Universal y también integrante del Consejo Editorial Consultivo de esa casa editorial. Actualmente dirige el Centro Cultural Universitario Tlatelolco de la UNAM. Es autor de los libros Para entender la institución ciudadana (Nostra), Los socios de Elba Esther, El otro México, Mirreynato.
–¿Qué es la verdad en el periodismo?
–Mira, lo que tenemos es un método para estabilizar la verdad que es distinto a la fe, a la religión, al argumento de poder, al argumento militar. No me atrevo a decir que somos capaces de descubrir la verdad, pero sí estabilizamos la verdad, a través de un método que abreva de un método científico. Observar, tener hipótesis de trabajo, líneas editoriales, de verificar, contrastar, corroborar, en fin, de llevar a las fuentes a la última expresión. ¿Qué era la verdad y qué no? Lo que está en crisis no es la verdad, sino el método que utilizábamos para descubrirla. La pos-verdad es ausencia de método.
–El método abreva también del raciocinio. No llevar método en el periodismo es irracional
–Hay quienes dicen que los periodistas a veces seguimos el olfato, la intuición, el oficio, no es cierto. El método científico y el método periodístico van de la mano. Nosotros hacemos una especie de ciencia, lo que pasa que se diferencia de las ciencias más normales. Nuestra fuente de información es mucho menor, pero seguimos el mismo mecanismo. Estamos todo el día montados en el caballo de ensayo y error. El ensayo y el error son nuestra materia principal de trabajo. Cuando nos critican y nos dicen, es que ustedes se equivocaron, es porque vamos haciendo la verdad sobre el ensayo y el error. Ahora el problema es cuando nos dicen que nada de lo que hacemos importa. Somos noticia fracasada o noticia falsa como acusó Donald Trump a la CNN, sin otro argumento que el del poder. Eso es lo que hoy está en riesgo y que podemos llamar “noticia fabricada o pos-verdad”.
–¿Qué son las redes sociales?
–Las redes sociales nos han hecho reflexionar sobre la diferencia que hay entre libertad de expresión y libertad de prensa. Las redes sociales tienen a la libertad de expresión, que es amplísima, y hay que celebrarla. Uno puede decir cualquier cosa en las redes sociales, los límites son pocos. En cambio, en la libertad de prensa, los límites son más. El periodista dice: yo sí necesito corroborar si el huracán pasó por donde dicen que pasó. Sí necesito mostrar mis fuentes, abrevar de fuentes estables, creíbles, confiables, es una limitación autoimpuesta que hace la diferencia entre libertad de expresión y libertad de prensa. Cuando quieren asemejarlas, cuando quieren decir que son lo mismo, es cuando se comete el error. Libertad de prensa en las redes implica un mayor rigor.
–¿El periodismo narrativo que ha sido algo inventado por Gabriel García Márquez qué ha hecho en los periodistas?
–Yo tengo la impresión de que decir eso es asignarle demasiada importancia a Gabriel García Márquez. Ya Emilio Zola hacía periodismo narrativo en el siglo XIX y también Víctor Hugo y aquí el Nigromante. A ver, creo que el periodismo debe abrevar del oportunismo epistemológico. ¿Qué recurso es mejor para contar una historia? ¿Para contar una investigación? Hay veces que una infografía, que una fotografía, alcanzan. Son grandes recursos para explicar una pieza periodística. Hay otras veces que esos recursos tecnológicos sirven para ocultar el mal periodismo: ¡Te distraigo con esto! ¿Cuándo hay que usar esos recursos: cuando es preciso? Cuando se requiere contar una historia con elocuencia, con personajes, con situaciones, cuando el episodio narrado lo amerita. Eficiencia comunicativa es lo mejor para el periodismo y el resto son recursos. En el libro hay grandes ejemplos, por caso “Más de 72”, de Marcela Turati, donde no tenía muchos datos y sí tenía muchos testimonios de los familiares que a su vez no querían dar a conocer su nombre porque tenían miedo de represalias. Marcela lo que hace son conversaciones muy potentes de las declaraciones de los familiares. Ahí una buena narración es fundamental. Lo opuesto: la investigación de la casa blanca. Era muy delicado lo que ahí se iba a decir y por lo tanto no iba a haber ni una fractura, ni un resquicio, el lenguaje es llano, plano, con imágenes, muy contundente.
–¿Hacer un libro sobre el periodismo implica creer en el periodismo?
–Yo soy un convencido de que esta es la era del periodismo. Venimos desde la edad media del periodismo y nos vamos al renacimiento del periodismo. Soy agente feliz de esa transformación. Vengo de dirigir un programa de periodismo, me tocó fundarlo y veo la cantidad de vocaciones que están creciendo. Me pregunto por qué esos muchachos quieren estudiar periodismo si los sueldos están malísimos y si no hay trabajo. Sin embargo, cada vez hay más vocaciones de periodistas. Cada vez hay mejores piezas de investigación. El periodismo no está en crisis. Lo que está en crisis es el modelo para financiarlo. Son las empresas dedicadas al periodismo.
–Como decía Maruja Torres: “Los periodistas no estamos en crisis, son los empresarios los que están en crisis”
–El periodismo no está en crisis, es el modelo de negocios, ese es un problema distinto.
–Ahora tenemos a una periodista premiada como Alma Guillermoprieto, mientras otra gente dice que el periodismo ya no es nada
–Tenemos a Premios Nobel, lo que queda claro es que las fronteras entre la alta literatura y el periodismo se están borrando. Los escritores se están poniendo a hacer periodismo y los periodistas nos estamos poniendo a hacer literatura. Estamos reinventando la narrativa y cruzando fronteras, porque la realidad es tan abrumadora, tan compleja, que solamente este oportunismo epistemológico te ayuda a atrapar esa realidad. No me sorprende que un gran compositor reciba el Premio Nobel, que Alma Guillermoprieto reciba el Princesa de Asturias. Estamos todos ensayando nuevas maneras de comunicación.
–Hay muchos periodistas muertos en México, es peligroso hacer aquí periodismo
–Es peligrosísimo. Sobre todo en las zonas donde hay disputa por el territorio. Sabemos que 6 de cada 10 provienen de los funcionarios públicos relacionados con el narcotráfico. Lo que yo lamento mucho es que no hayamos sido capaces de cerrar filas, para juntos combatir estas amenazas, venga del poder público, venga del narcotráfico. No quiero exculpar al Estado, pero parte del riesgo que corren los periodistas se debe a la distancia que ponemos entre los periodistas del centro y los periodistas de provincia. Aunque no es tema principal del libro, sí asumo que la pos-verdad como fenómeno en nuestro país se nutre también de la amenaza a quienes estaríamos dedicados a estabilizar la verdad por medio del método periodístico.
–¿Qué te parece la opinión de Ricardo Alemán que había que matar a Andrés Manuel López Obrador?
–Hace mucho que el germen de la publicidad oficial infectó la pluma de Ricardo Alemán. Le produjo diabetes, le produjo ira, rabia, militancia. Su tono agresivo no había dejado de subir. Nos llamaba con frecuencia legión de idiotas a quienes no estábamos de acuerdo con él. Sus adjetivos en sus columnas llegaron a ser desmedidos y lisonjeros, a favor de unos y en contra de otros. Todavía recuerdo un artículo de hace tres semanas que se llama “Juana, el arma secreta”, donde con todo amor y dulzura trataba a la esposa de José Antonio Meade y cuanta diferencia en ese tono había con respecto a los ataques que lanzaba hacia otros polos, hacia otros espacios. Creo que Ricardo Alemán fue víctima de su propio periodismo y un día un tuit lo hizo caer a un lugar desde donde no creo que ningún profesional pueda levantarse.
–¿La verdad o la pos-verdad va a tener relevancia en las próximas elecciones mexicanas?
–Mira, creo que ha habido ejercicios francos, honestos, de noticia fabricada en México. Por ejemplo, la serie sobre populismo es la fake news de la época. Y lo que celebro es que a diferencia de las elecciones estadounidenses del 2016, la población mexicana está reaccionando muy rápido para detectar una noticia fabricada. En ese sentido celebro la maduración de las sociedades en que estamos viviendo, frente a la noticia fabricada.
–Muy bueno el método, pero ¿qué hacemos con los sueldos, con lo que nos toca ganar como periodistas en esta época?
–Insisto que hay que buscar otro modelo de negocio. No podemos seguir pretendiendo que nosotros reporteamos y hay otra persona que se encarga de pagar ese reporte. Fue una división saludable en su momento, pero ahora no. Se requieren recursos, no hemos logrado todavía persuadir a la audiencia de que el valor agregado que aportamos, merece pagarse. Reunir la necesidad que tiene el público de tener información veraz, inteligente, con el pago. Y esa tarea apenas comienza.
–¿Estás en Tlatelolco, obligado a encauzar los festejos del ’68?
–Sí. Mi obligación para regresar a la casa de estudios donde hice la licenciatura, tiene que ver con que yo nací en 1968, mi jefe Jorge Volpi nació en ese año y ambos nos sentimos en la responsabilidad de darle toda la dignidad al evento. Se está haciendo algo muy interesante visitar el ’68 con los lentes de ahora y también visitar nuestro presente con los ojos del ’68. Hay un proyecto muy ambicioso, encabezado por el doctor Enrique Graue, con 112 actos, un coloquio en septiembre con cinco universidades distintas, hay un nuevo museo, en un intento de recuperar la memoria. Me entusiasma mucho este fenómeno.
Fragmento de Periodismo urgente. Manual de investigación 3.0, de Ricardo Raphael, en colaboración con Lizeth Vázquez Castillo (Ariel-INAI, 2017), reproducido con autorización de Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V.
CAPÍTULO 1 ¿CÓMO SE ELIGE UN TEMA PERIODÍSTICO?
No es nuevo. Sócrates advirtió que una respuesta correcta solo puede ser hija de una pregunta correcta. Quienes ejercemos el periodismo somos herederos de esa antigua tradición; somos, ante todo, sujetos que preguntamos, esa es la materia principal de nuestro trabajo. Se nos perdona si cometemos equivocaciones en la respuesta que obtenemos, pero no si hacemos la pregunta equivocada. Peor es cuando imponemos una explicación antes de haber investigado.
La formulación de una pregunta periodística fija el tema. ¿Quién es el verdadero dueño de la casa donde vivirá el presidente después de terminar su mandato? ¿Cómo sucedió que el programa de subsidios al campo fuera diseñado para ayudar a los ricos? ¿A dónde van a dar los cadáveres no identificados que llegan al Instituto de Ciencias Forenses? ¿Cómo asesinaron a 193 personas que aparecieron en las fosas de San Fernando, Tamaulipas? ¿Por qué hay más de 1400 profesores que nacieron el mismo día, el mismo mes y el mismo año? ¿Cuánto gasta el gobierno en operaciones encubiertas?
La pregunta adecuada es definitiva para que el tema periodístico tenga futuro; no hay tema sin pregunta. Debe evitarse la práctica común de colocar dos signos de interrogación en los extremos de una frase que no busca averiguar sino confirmar. “La mataste, ¿verdad?”, demanda el periodista inexperto. “Confiesa que la violaste, ¿o no?”, cuestiona otro reportero sin oficio. Si a la pregunta no anteceden las palabras qué, cómo, cuándo, por qué, para qué, dónde, cuánto o quién, no estamos ante una pregunta sino ante una afirmación disfrazada y entonces no es una periodista quien está fijando el tema sino alguien que proviene de otro método y lógica de pensamiento.
Este capítulo está dedicado a responder una serie de metapreguntas: ¿por qué la periodista elige un tema en vez de otro? ¿Cuándo debe desecharse una pregunta? ¿Cómo cerciorarse de que cierta pregunta es relevante o pertinente? ¿Qué ángulo es el mejor para aproximarse al tema? En los siguientes apartados se exploran algunos de los orígenes más frecuentes para elegir un tema de investigación periodística. No son todos, pero sí los más comunes: la intuición, la filtración, el documento, la cobertura diaria, las bases de datos y las redes sociales.
La intuición
Mientras hacía fila para pagar sus compras en el supermercado, atrajo la atención del periodista Rafael Cabrera una revista en cuya portada aparecía Angélica Rivera, actriz de telenovelas: en el reportaje de interiores presumía la casa recién estrenada donde regresaría a vivir con su marido, Enrique Peña Nieto, una vez que él dejara de ser presidente de México. ¿Quién llamó a quién? ¿El tema al periodista o el periodista al tema? Rafael Cabrera tenía tiempo llevando registro de la vida pública y privada de Angélica Rivera, conocía la trayectoria profesional y también la vida romántica de ese personaje público; en su archivo mental guardaba las principales entrevistas que ella ofreció a la prensa desde que unió su vida al político mexiquense.
Una vez que esa pareja abrió la puerta para que el ojo público entrara a su intimidad, la vida de la familia Peña-Rivera se volvió un evento observable para cualquiera; sin embargo, solo Rafael Cabrera supo encontrar en esa portada la semilla de lo que sería un reportaje de investigación que cimbró al sistema político mexicano, porque exhibió que la corrupción rueda por la escalera mexicana desde el penthouse hasta la planta baja.
Al periodista le llamaron la atención las fotografías de la mansión divulgadas por la revista. Esas imágenes no se parecían a las que había observado en otras publicaciones: ¿acaso se trataba de una nueva casa? Investigó con colegas reporteros, quienes le informaron que se trataba de un inmueble contiguo a su vivienda previa. La primera pregunta de investigación periodística surgió casi sola: ¿aparece esa nueva mansión en la declaración patrimonial del presidente Enrique Peña Nieto? Quizá debía estarlo si, como había dicho la primera dama, ella y su marido pensaban habitar ahí al terminar el periodo presidencial 2012-2018.
Mordido por la curiosidad acudió al Registro Público de la Propiedad, y en ese archivo —que conocía bien porque ya lo había utilizado otras veces— descubrió que la empresa Ingeniería Inmobiliaria del Centro, SA de CV, era la verdadera propietaria de la mansión. Vino entonces la segunda interrogante: ¿quiénes son los socios de tal compañía inmobiliaria? Cabrera tuvo que ir al Instituto de la Función Registral del Estado de México para descubrir que el accionista principal de la inmobiliaria, dueña de la casa presumida por la actriz Angélica Rivera, era Juan Armando Hinojosa, un constructor que había trabajado para el gobierno de Peña Nieto en el Estado de México; ese empresario era accionista también de otra sociedad que rentaba aeronaves y había prestado servicios al Partido Revolucionario Institucional durante la campaña presidencial del exgobernador mexiquense.
No fueron la primera ni la segunda pregunta las que sedimentaron la futura investigación periodística. En su lugar se colocó una tercera: ¿qué intereses vinculan a Juan Armando Hinojosa con el presidente de México, Enrique Peña Nieto? Con esta interrogante Rafael Cabrera hizo posible que aquella semilla, hallada en la fila de una caja de supermercado, se convirtiera en un tema periodístico de gran trascendencia.
Utilizando la jerga del gremio, podría decirse que Cabrera tuvo olfato; es decir, que su instinto lo hizo reconocer una veta de oro donde otros habrían mirado una frivolidad sin trascendencia. Sin embargo, las palabras olfato, intuición y oficio se usan con ligereza para explicar un fenómeno que merecería mejor atención: el proceso por medio del cual surge una pregunta de investigación periodística que es relevante, pertinente y que, utilizando el ángulo correcto, puede ser respondida con satisfacción.
No hay ciencia sino arte, diría un buen observador. ¿A Rafael Cabrera le ocurrió un momento de inspiración en ese supermercado, una musa le habló al oído, el Sherlock Holmes que lleva dentro sonó la campana de su entendimiento, o quizá fue el azar el que provocó la sinapsis imprevista? ¿Quién se atrevería a refutar la existencia de la inspiración cuando se ejerce el periodismo? Nadie. Sin embargo, un término más preciso sería intuición, ese latido inteligente del cerebro que, contando con información breve, permite aproximarse —a velocidades sorprendentes— hacia un tema complejo. El periodista Malcolm Gladwell (2005) compara la inteligencia intuitiva con la memoria ram de las computadoras, y la distingue del hardware —el disco duro donde se almacenan cantidades enormes de información—; sin memoria ram, las computadoras no podrían echar a andar las funciones del disco duro. Pues de igual manera, sin intuiciones potentes resultaría difícil movilizar el aparato cerebral más amplio de la inteligencia humana.
Pero a diferencia de las computadoras, los seres humanos no fuimos fabricados con un dispositivo intuitivo inalterable. Al contrario, la intuición humana es resultado paulatino de la biografía que cada persona va tejiendo, y los periodistas no somos excepción. Nuestra intuición se forja a golpe de contextos y experiencias puntuales, depósitos que se van agrandando desde la infancia más remota, pasando por el aprendizaje formal, y que embarnecen con cada error, y también con cada acierto.
Por ello es que el periodismo es un oficio. No hay aula que enseñe a tener intuición periodística. Esta se logra igual a como sucede dentro de los gremios de albañiles, carpinteros o herreros: construyendo. Haciendo sillas los carpinteros aprenden a hacer sillas, fabricando verjas los herreros se enseñan a fabricar una verja, y colocando vigas los obreros de la construcción averiguan cómo colocar una viga. El periodismo se distingue de otros oficios porque la pieza producida nunca es la misma: tenemos prohibido cometer plagio, incluso contra nosotros mismos. Cada periodista o equipo de periodistas elige su tema a partir de sensibilidades que suelen ser únicas y por eso cada producto es diferente; son las premisas previamente alojadas en la conciencia del sujeto las que movilizan el proceso lógico conducente a seleccionar un tema de investigación. Después vendrá la definición de la hipótesis, el ángulo para aproximarse al tema y la estrategia para su desarrollo.
Ahora bien, antes hay premisas subjetivas que pueden ser de naturaleza muy diversa. El contexto social de la periodista, su familia de origen, la carga cultural, los valores y las ideas, la ideología, las convicciones, los gustos, las experiencias, en fin, todo aquello que constituye la especificidad del individuo, termina influyendo en la selección de los temas que se consideran valiosos para invertirse como investigador. La subjetividad de cada biografía es la materia primera con que se forjan los criterios para el trabajo periodístico. No hay forma de eludir esta realidad tan humana.
Es falso entonces que en este oficio se elijan preguntas a partir de consideraciones objetivas. No es posible: los seres humanos somos sujetos y no máquinas dispuestas para observarlo y computarlo todo. Nuestra razón produce y se moviliza a partir de rutas sesgadas. ¿Por qué Rafael Cabrera armó un largo archivo mental con las imágenes de las casas de Angélica Rivera? ¿Por qué se interesó en esa revista del corazón? ¿Qué resortes despertaron su interés sobre esta actriz mexicana? Estas son interrogantes que solo podría responder el periodista, y quizá ni siquiera él.
¿Es la subjetividad natural del individuo un defecto irremontable en contra de la objetividad reclamada a la reportera? Los periodistas estadounidenses Bill Kovach y Tom Rosenstiel (2014) responden que el problema no es la subjetividad de la persona, porque no es ella quien debe ser objetiva, sino los criterios, el rigor y el método utilizados para hacer periodismo. Antes de decidir si procedía o no con la investigación, Rafael Cabrera acudió a los archivos públicos para confrontar con datos duros su intuición. ¿De quién era realmente la propiedad? ¿Del presidente, de Angélica Rivera, de alguien más? ¿Qué relación guardaban los dueños del inmueble con Enrique Peña Nieto y su esposa? Estas y otras preguntas que se formuló el periodista no forman parte de la intuición —del olfato— sino del método dispuesto para que la subjetividad pase a un segundo plano y sean criterios objetivos los que se encarguen de conducir la siguiente fase lógica de la investigación.
Periodismo sin método no es periodismo sino la mera expresión subjetiva de un ser humano curioso. El periodismo de ocurrencias no sirve a nadie; en cambio, el oficio que traduce pulsiones subjetivas mediante un método riguroso de investigación termina ejerciendo una enorme influencia sobre la sociedad. Es gracias a ese método que la experiencia individual del sujeto concreto se vuelve conocimiento apreciado por un grupo social extenso.
Varias son las preguntas clásicas que se hace el periodismo cuando un profesional está por decidir si procede con un tema determinado: ¿es nueva la información? ¿Es diferente el enfoque o ángulo para tratarlo? ¿A quién podría interesarle? ¿Por qué podría interesarle? ¿Podría atraer la atención de muchas personas? ¿Para quién sería relevante? ¿Qué contexto necesita para ser relevante? ¿Es un buen momento para efectuar la investigación? ¿Cuándo será el tiempo adecuado para publicarla? ¿Es pertinente a la luz del resto de la agenda informativa? ¿Hay evidencia mínima de su veracidad? ¿Se cuenta con fuentes accesibles y creíbles para confirmar la información? ¿Con qué documentos, testimonios o imágenes es posible comenzar a trabajar?
No hay tema que prospere si antes no se responde a cada una de estas interrogantes: es el primer test de selección en el largo camino hacia una investigación con propiedades objetivas. En el reportaje conocido como “La casa blanca de Enrique Peña Nieto”, las preguntas ligadas a la relevancia y pertinencia del tema fueron fáciles de resolver, no así el problema que representaron las fuentes documentales y testimoniales. Si el periodista hubiera decidido hacer público que Angélica Rivera presumía como propia una casa cuyo dueño era un contratista que brindó servicios durante la administración de su marido como gobernador del Estado de México, dicha información habría provocado escándalo quizá por un par de semanas, pero no más; sin embargo, aconsejado por un editor experimentado, como lo es Daniel Lizárraga, Cabrera decidió elevar las miras de su investigación.
Responder a la pregunta sobre los nexos económicos o políticos entre el señor Juan Armando Hinojosa —dueño de la inmobiliaria— y el presidente de la República, requería moverse con cautela y estrategia hacia una serie de fuentes públicas. Las claves de esta investigación serían las solicitudes de información; la ruta estaba dibujada desde que Cabrera acudió a los archivos públicos de las ciudades de México y Toluca. Una vez elegido el tema, lo siguiente fue diseñar la estrategia de investigación. Ya para ese momento Rafael Cabrera formaba parte de un equipo de cuatro periodistas que incluía a Daniel Lizárraga, Irving Huerta y Sebastián Barragán.
Antes de proceder, ese grupo fijó una hipótesis de partida: el presidente Enrique Peña Nieto sostiene una relación corrupta e ilegal con Juan Armando Hinojosa y sus empresas. La “casa blanca” presumida por Angélica Rivera es la punta del iceberg que conducirá a descubrir la naturaleza de esa relación.
Las intuiciones periodísticas no siempre son de los reporteros; por su mirada amplia sobre los temas que se discuten, en la opinión pública muchas veces también participan los editores. Detrás de “El equipo”, una investigación publicada en el año 2011 en el diario El Universal, hay otra historia que ayuda a ilustrar el papel que puede desempeñar la intuición de un editor. David Aponte, subdirector de ese periódico, observó con curiosidad periodística los primeros capítulos de El equipo, una serie transmitida por televisión en horario estelar, que de toda evidencia quería hacerle propaganda a la Policía Federal.
Su ojo crítico detectó que los helicópteros utilizados por la producción eran los mismos que el gobierno mexicano había obtenido gracias al apoyo recibido en recursos de Estados Unidos, contemplados en el Plan Mérida: un par de naves Black Hawk cuya renta por hora habría implicado un desembolso exorbitante para la teleserie. Supuso entonces que la Secretaría de Seguridad Pública (ssp) los había prestado de manera gratuita, lo cual podía significar un desvío de recursos públicos que merecía ser investigado.
Pidió entonces a la periodista Lilia Saúl que investigara la existencia de un contrato entre la empresa televisora y esa dependencia. Ella procedió solicitando información a la ssp y, al hacerlo, se topó con un tema más grande: no solo los helicópteros, sino también el personal y las instalaciones donde se produjo El equipo fueron prestados por la dependencia. La teleserie entera había sido financiada con recursos del contribuyente. Sin la intuición de David Aponte para detectar el tema —y la pericia de Lilia Saúl para hacer uso de las herramientas de transparencia y acceso a la información— esta pieza no habría obtenido el Premio Nacional de Periodismo 2012.
La intuición en el periodismo es como el vino: tiende a mejorar conforme el tiempo pasa y, sin embargo, de poco sirve si no hay la voluntad para hacer que un latido breve de la inteligencia se convierta en algo más. La intuición, sin trabajo riguroso de investigación, muere tan rápido como lo haría una rosa sembrada en tierra lunar. Algo similar sucede con otras fuentes como las filtraciones, los soplos o los documentos entregados de manera anónima.
La filtración
En su oficina del New York Times (NYT), David Barstow recibió un sobre en cuyo interior había una serie de documentos confidenciales. De su lectura podía intuirse la comisión de un delito serio: la empresa transnacional Walmart habría sobornado a decenas de autoridades mexicanas para obtener licencias y permisos de construcción en un periodo de tiempo extraordinariamente corto. Entre los documentos recibidos había una serie de correos firmados por un personaje de nombre Sergio Cicero Zapata, quien afirmaba haber sido intermediario de la transnacional para corromper a las instituciones mexicanas. La intención habría sido ganar el mercado mexicano a los competidores de Walmart, logrando instalar primero que nadie tiendas de autoservicio en las ciudades medias del país.
Antes de que los documentos del sobre invitaran al periodista a considerar la investigación del tema, los pobladores del municipio de Teotihuacán denunciaron la construcción de una tienda Walmart sobre vestigios arqueológicos; para cuando Barstow se topó con la filtración, esa noticia ya había recorrido el mundo. Según el mismo paquete enviado a la redacción del nyt, las oficinas centrales de Walmart —ubicadas en Arkansas— habían realizado una investigación interna a partir de las denuncias presentadas por el tal Cicero; la pesquisa no prosperó por razones que hacían presumir complicidad en los más altos niveles de la transnacional. De confirmarse esta información, los directivos de la empresa habrían violado la ley que explícitamente prohíbe a las empresas estadounidenses cometer actos de corrupción en el extranjero.
La denuncia del señor Cicero era suficientemente seria como para resolver el test de relevancia y pertinencia sobre el tema, sin duda había un asunto interesante que investigar. Como en el caso de “La casa blanca de Enrique Peña Nieto”, el desafío para Barstow era probar los dichos argüidos en la filtración: sería grande el riesgo jurídico en el que podía incurrir el nyt si Walmart presentaba una demanda contra el periodista y el periódico para el que trabajaba. De proceder con la investigación, Barstow debía hacerlo de tal manera que la pieza periodística fuera invulnerable. Con el tema y la hipótesis resueltos, el siguiente objetivo fue trazar una estrategia de investigación que iba a tomar dos años en desarrollarse, para blindar todos los ángulos posibles de un potencial ataque jurídico de la transnacional.
Por su forma de trabajo, habría sido impensable para el nyt publicar esa filtración sin investigar a fondo; esa casa editorial invirtió recursos durante dos años antes de compartir con sus lectores la información. Filtración sin investigación no es periodismo sino chisme, y los chismes en boca de reportero saben a podrido: son como el arroz batido del cocinero o la canción desafinada de la cantante de ópera. Por desgracia, en la prensa las notas argumentadas a partir de filtraciones —sin fuente ni investigación que las respalde— tienden a ser las más leídas por el público. Las columnas de trascendidos están sobrevaloradas porque no son periodismo, pero cohabitan con otros materiales que sí lo son.
Igual que cualquier otro insumo, la filtración necesita dejar de serlo para convertirse en un reportaje: requiere de evidencia sistematizada, de testimonios, de mucho estudio previo antes de divulgarla, sobre todo cuando los soplos o los documentos filtrados llegan al escritorio de la periodista de manera anónima. Cosa...