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Francisco Ortiz Pinchetti

04/05/2018 - 12:00 am

Dadas, ¡hasta puñaladas!

A este respecto, recuerdo una escena que observé hace algunos años y se me quedó muy grabada. Es un buen ejemplo. A las puertas de una heladería de la cadena Santa Clara ubicada en plena colonia Del Valle, sobre la calle San Lorenzo, se iniciaba una larga cola que llegaba a la otra esquina y daba vuelta  para prolongarse una cuadra más. El motivo era que, por la inauguración del establecimiento, la empresa había ofrecido un helado de cortesía a cada persona.

". Lo consideraban indebido, una especie de compra de voluntades. O votos". Foto: Diego Simón Sánchez, Cuartoscuro

Es un hecho que a los mexicanos nos encantan las dádivas. Es como una debilidad,  innata de nuestra manera de ser. Un vicio. No podemos resistirnos a la posibilidad de obtener algo de manera gratuita, de gorrita, así sea algo de escaso valor: una chuchería. Lo vemos en la salida del Metro, en las esquinas concurridas, cuando la gente se arrebata las botellitas de jugo, los periódicos o las muestras de crema protectora que reparten los promotores. Dadas, hasta puñaladas, dice el refrán.

A este respecto, recuerdo una escena que observé hace algunos años y se me quedó muy grabada. Es un buen ejemplo. A las puertas de una heladería de la cadena Santa Clara ubicada en plena colonia Del Valle, sobre la calle San Lorenzo, se iniciaba una larga cola que llegaba a la otra esquina y daba vuelta  para prolongarse una cuadra más. El motivo era que, por la inauguración del establecimiento, la empresa había ofrecido un helado de cortesía a cada persona.

En la fila, palabra, había más de doscientas personas. Algunos tenían apariencia de trabajadores y también había jóvenes estudiantes; pero predominaban las amas de casa del rumbo, de clase media alta, bien vestidas. También vi formados a no pocos oficinistas con traje y corbata, a dos policías uniformados  y al dueño de un negocio de alfombras que está en la otra esquina de la calle.

Esa debilidad nuestra se manifiesta con mayor claridad que nunca durante las campañas electorales, como ahora. El reparto de los llamados artículos promocionales utilitarios es parte fundamental del proselitismo que realizan los partidos políticos y los candidatos. Y por supuesto tiene parentesco con la entrega de lonches, tortas y chescos en los acarreos. Todos le entran.

“Hay que darles algo, porque si no no vienen”, me dijo a manera de justificación con su modo francote Vicente Fox Quesada en mayo de 1995 mientras los asistentes a uno de sus mítines, en un pueblo del norte de Guanajuato durante su segunda campaña por la gubernatura,  se arremolinaban en torno a una camioneta del PAN para recibir una bolsa de mandado con la foto del candidato y el escudo de su partido. Fue la primera vez que constaté esa práctica en campañas panistas, hoy absolutamente común.

Y es que durante mucho tiempo los militantes, dirigentes  y candidatos del PAN, tan decentes, fueron renuentes al reparto de obsequios o de los llamados artículos promocionales utilitarios. Lo consideraban indebido, una especie de compra de voluntades. O votos. Se lo criticaban al PRI, que lo ha practicado siempre sin ningún recato. Hasta que poco a poco fueron cediendo y hoy hacen lo mismo. Todos los partidos reparten cosas. Dicen sus promotores que esa práctica es una menara  eficaz de tener “presencia” en los hogares de los electores, a través de una camiseta, una gorra, un mandil. La verdad es que es un intento generalmente inútil  de comprometer el voto de los ciudadanos.  Aunque entre más costoso es el regalo,  las posibilidades de que funcione son mayores.

Todo esto viene a cuento porque hace unos días me di una vuelta por la colonia Algarín, ubicada en la mera esquina sureste de la delegación Cuauhtémoc, junto al viaducto. Calles como Bolívar, Isabel la Católica, 5 de Febrero, están sembradas de pequeños talleres donde se fabrican artículos promocionales de todo tipo, en diferentes materiales y con diversa técnicas de impresión.

Encontré, entre otras cosas, gorras, llaveros de plástico o metal,  mandiles, tazas de cerámica, camisetas, bolsas, banderines, libretas, mantas, vasos de vidrio, cintos, calcomanías, pulseras, encendedores, brazaletes, termos, imanes, bolígrafos, paraguas, morrales, viseras, pines, volantes, pelotas, cubetas, espejos, pasacalles, cilindros, costureros, chalecos, separadores, mascadas, adhesivos, ceniceros, botones…

En esos talleres, a los que en esta época acuden los promotores electorales, se realizan trabajos en muy variadas técnicas de impresión: serigrafía, ponchado, grabado, tampografía. la litografía y el transfer, además del bordado.  Me enteré que la más moderna y eficaz es la sublimación, que permite imprimir cualquier motivo, grabado o fotografía a todo color, a un costo relativamente reducido.

Generalmente son pedidos de mayoreo, por millares, lo que permite abatir el costo de esos artículos al grado de que una camiseta de algodón con el logo del partido a dos tintas y el nombre del candidato en cuestión puede conseguirse por 16 pesos. Corrientita, claro. Hay bolígrafos, por ejemplo, que salen a 900 pesos el millar, ya con su impresión. Y cilindros de plástico para refresco, a 7.l0 pesos. O bolsas de mandado de a nueve pesos, “en tela reciclable” según ellos.

La verdad es que nadie resiste la tentación de un regalito. Pocos saben sin embargo que todos los partidos violan la legislación electoral vigente con el reparto de esos inocentes obsequios y no solo cuando distribuyen dinero en efectivo, monederos o materiales de construcción a cabio del voto. La Ley General de Instituciones y Procesos Electorales establece efectivamente  en su artículo 209 que los artículos promocionales utilitarios que distribuyen partidos políticos, coaliciones, precandidatos o candidatos sólo podrán ser elaborados con material textil. Válgame.

@fopinchetti

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).

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