La periodista se ha hecho una presencia común en la presentación de libros y su vida en la literatura es activa, tanto como para que el editor de Penguin Ramdon House, Ricardo Cayuela, le propusiera un libro de entrevistas a escritores. El resultado es su gusto natural y sus intereses, un libro divertido y sincero como es ella.
Ciudad de México, 5 de mayo (SinEmbargo).- Fue Ricardo Cayuela, el director de Penguin Random House, el que vio en ella algo más para decir, no sólo sus notas en la radio, en la televisión o sus presentaciones (siempre se dice que Mariana H se lee todos los libros que presenta), sino un testimonio de una persona que tiene una función activa y viva en la literatura.
El ejercicio dio un libro: Neurosis, sustancias y literatura. 21 conversaciones con escritoras y escritores más o menos jóvenes, que son la muestra de una autora inteligente, sagaz y con muchas cosas para hablar con los escritores que, como dice ella, “no son mis amigos”, sino que tienen “una oferta literaria más arriesgada, poderosa y propositiva”.
Es sincera y valiente. Su libro es divertido. Aquí un fragmento.
–Tu libro va más allá de las listas
–No y a veces son contraproducentes. Te ponen un poco en el escenario a los autores y siempre salen las envidias, lo que quise yo es ser muy honesta y mostrar a aquellos cuya oferta era más propositiva. Algunos era fácil: Emiliano Monge, Antonio Ortuño, Carlos Velázquez…los primeros me quedaban muy claros. Pero me dije que hay más, fui preguntando entre editores, a los mismos escritores, para no regirme por las listas. Me arriesgué a la crítica lapidaria y explico por qué los escogí.
–Me hago una pregunta de género. ¿No estaremos siendo demasiado permisivas con los hombres?
–Me lo he preguntado yo también. Recomendaciones sutiles, hacer una lista de mita y mita…sé que muchas mujeres van a decir ay, esta vieja no cree en la cuota de género, pero lo que pensaba era que poner a una mujer sólo para que hubiera más mujeres y quitar por ejemplo a Jorge Comensal o a César Tejeda, me hubiera parecido injusto. Si este libro se hubiera hecho hace 30 años, estoy segura de que hubiera habido sólo hombres. Estoy muy orgullosa de la obra de estas chicas y no quise forzarlo. Tampoco quise forzar a que fueran mitad del interior y mitad de la Ciudad de México, lo que hice fue regirme justamente por la obra.
–Hay gente como César Tejeda, Sara Uribe, a quienes nunca hemos entrevistado en Puntos y Comas. Me resultó interesante…
–Fíjate que a César no lo iba a meter porque es amigo mío muy cercano desde hace muchísimo tiempo. Me acuerdo que hablé con mi editor Romeo Tello y él me dijo que nos estábamos haciendo bueyes con un nombre. Total que Tejeda fue fundador de la revista Los Suicidas, tiene dos novelas y fue fundador de ediciones Antílope y dos veces fue becario del FONCA. Estoy discriminando por la cercanía. Y Sara me la recomendaron varios de los escritores y me había llegado el poemario Antígona González, cuando lo leí me daba hasta náuseas de todo lo leído, la importancia del cuerpo a la hora de hablar de los desaparecidos de Ayotzinapa, ella se da cuenta de que es necesario tener aunque sea un pedazo de cuerpo y eso es duro de relatar. Un hallazgo increíble fue Sara Uribe.
–¿Hay algún escritor que te haya divertido más que otros?
–Luis Muñoz, efectivamente. Cuando se despide de mí, me dice algo como que ¡No te confundas, después de esto, no hay más nada! Con Emiliano Monge me divertí mucho, es un tipo súper sarcástico y súper neurótico, pero en su obra tiene otro tono. Poder compartir con los lectores ese Monge socarrón, él mismo burlándose de él, me divertió mucho. Me divertí mucho con Eduardo Rabasa porque se dejó ir como hilo de media, a veces con cosas muy personales, con cosas de su familia, fue una entrevista muy intensa.
–¿Por qué Neurosis y otras sustancias?
–La primera neurótica soy yo. Muy. Encontramos a una de las personas más tranquilas que entrevisté en este libro, Jazmina Barrera. Ella es una persona muy sonriente, muy calma, pero cuando me empieza a contar cómo sufre, como al principio escondía sus escritos, igual que Verónica Gerber, que se despide diciendo: ¡No manches, escribir es un pedo! Entiendo que muchos de ellos están con este revoltijo mental queriendo ser reconocidos pero no queriendo ser famosos, queriendo un reconocimiento pero temiéndole a las listas, todo eso es parte de sus neurosis. Con las sustancias me refiero a que en este libro hay desde Carlos Velázquez, que te habla de cuantos gramos de coca, de ácidos, de tachas, se metió, algunos escritores hacen referencia a su consumo, pero hay muchos como yo que toman ansiolíticos, antidepresivos y está el fumador compulsivo y está el que toma café, café y café. Daniel Saldaña que está súper sobrio pero traía Ketorolaco encima porque le habían sacado una muela. La generación de nuestros padres no fue al psiquiatra y no tomaban Prozac, nosotros nos apoyamos mucho en las sustancias.
–Desde que te separaste –perdón por la referencia personal- hasta este libro hay como una nueva mujer…¿Es así?
–Claro que sí. Nos conocemos y tienes esa sensibilidad. Cuando yo estaba en pareja, trabajaba mucho pero todo el tiempo como para avanzar, para hacer algo un poco más creativo, era para él. Por voluntad propia. Me dio mucho tiempo como para poder trabajar más, poder involucrarme en otros proyectos y con este libro, los martes, por ejemplo, que empiezo a trabajar a las cinco de la tarde, levantarme, en piyama, en bata, escribir y escribir. Llevaba cinco horas escribiendo y en otra circunstancia no lo hubiera podido hacer.
–Ser mujer en la literatura, ¿te implica algo?
–Bueno, soy mujer, soy ama de casa, trabajo; esta imagen de estar como entrevistadora, como escritora, y luego sacar las bolsas de basura, hablar al supermercado o comerte una lata de atún, en un trabajo que ahora siento fue muy mío. Ser mujer ante la literatura en este sentido te pone en una situación de que el gremio puede ser lapidario. Yo tengo muy buena relación con las mujeres del gremio, pero las mujeres te pueden atacar un poco más, pero como no soy tan femenina me gustaba entrevistar a los autores y ponerme a la par. Si Carlos Velázquez se pedía otro tequila, yo podía acompañarlo. Tienes que enfrentar a las bestias…
–Un caso de “periodismo gonzo”
–Sí y yo exhibiéndome también, no era que me iba a pintar como una santa paloma porque no era así, que no tiene neurosis ni sustancias y que tiene muy claro adónde va a ir en la vida, tampoco era así.
–¿Cómo está la literatura mexicana?
–Bueno, creo que mi trabajo es la punta del iceberg. La consolidación de las editoriales independientes, como Almadía y Sexto Piso, ha permitido la publicación de muchos géneros que hace 15 o 20 años no lo hubiéramos visto. Ha permitido también la salida de un libro con un tiraje pequeño, que no pretende ser un best seller y que estos escritores no pretenden tener. Hay mucha experimentación, la literatura está marcada por buscar nuevas formas, nuevos tonos, pero mencionando siempre a la violencia.
Fragmento de Neurosis, sustancias y literatura. 21 conversaciones con escritoras y escritores más o menos jóvenes, publicado con autorización de Reservoir Books.
¿En qué carajos me metí?
No creo que exista un solo autor que no se haya hecho esa pregunta, al menos una vez, en algún momento de su trabajo literario o periodístico. No soy la excepción.
Cuando hice esta selección, yo tenía solamente un objetivo: entrevistar a escritores mexicanos que tuvieran entre 30 y 40 años de edad, con la idea de conocer más a fondo concordancias y diferencias en su quehacer literario. Hice una lista, la modifiqué, consulté a otros escritores, borré nombres, añadí otros. Me quedaba claro que mi selección no se iba a regir por listas hechas anteriormente; tampoco me iba a enfocar en los más premiados, los más conocidos, los que más venden, en mis amigos, y no me iba a autoimponer cuotas de género ni la inclusión forzada de autores del interior de la República. Los escritores que seleccioné son los que, de acuerdo con mi criterio e investigación, tienen una oferta literaria más arriesgada, poderosa y propositiva. Es decir: no era mi intención reconocer a los mejores autores del momento; simplemente, quise conversar con los que más me gustan. Por ello, en este libro aparecen algunos escritores que son de mis grandes amigos en la vida, escritores que sólo conocía de lejos y otros a quienes nunca había visto en persona, pero que había leído y me interesaban.
También me quedaba claro que yo quería estar en un territorio neutro cuando los entrevistara; es decir, ni en su casa ni en la mía. Tampoco en una cabina de radio. Quería hablar, comer, beber, fumar. Digamos, observar a todos estos bichos raros —léase: bestias salvajes— en un entorno “amigable y relajado”, para que no sintieran que yo estaba analizando su ropa, su manera de comer, sus gustos, si beben o cuánto beben, sus tics, su humor. Aunque era justamente eso lo que estaba haciendo, esperando que no se sintieran como ratas de laboratorio. No sé si logré.
Mi intención es compartir con los lectores, de la manera menos solemne posible, un diálogo con escritores, dejando completamente de lado la mamonería y la pretensión, tan común en el medio.
Quiero hacer mención de dos chicas a las que me hubiera encantado incluir: Daniela Tarazona y Valeria Luiselli. Dani aceptó, fuimos a comer, yo estaba segura de que estaba en los treinta. Sin embargo, por un rigor editorial que implicaba que ninguno pasara de 40, me fue imposible incluirla. Estuve cargando el peso de decírselo y, cuando lo hice, no sólo no se enojó conmigo, sino que se rio y me dijo: “No te preocupes, yo ya uso crema para las arrugas”. Yo también, Dani, pero yo sí la necesito. A Valeria, que no vive en México, la busqué vía su editor; sin embargo, no pudo darme la entrevista por carga de trabajo.
Uno de los primeros problemas que enfrenté fue que la mayoría de estos autores no se siente parte de una generación o no le interesa encasillarse en un nombre o una definición. Sienten que nada los une, pero yo pienso que sí. Tal vez no los une un estilo o una temática, pero encontré que la literatura de estos autores está tocada por la violencia en la que quizá no crecieron, pero que fueron —hemos ido— conociendo, algunos poco a poco, otros de golpe.
Cuando nacimos no había internet, no había TLC. Sin exagerar, hoy en día hay más marcas de leche en un Oxxo que las que había antes, cuando éramos niños, en un supermercado. Muchos de nosotros fuimos a la panadería, a la tortillería de la mano de la tía, la mamá, la nana, andábamos solos en la bicicleta. Aún los más jóvenes de los entrevistados en este libro vivieron el cambio de la era de la información y la tecnología. Algunos vimos por primera vez el horror televisado durante la guerra del Golfo, el 9/11. De niños no reciclábamos, no separábamos la basura, jamás escuchamos el término “calentamiento global”. Nosotros experimentamos por primera vez la alternancia política —al parecer solamente para crearnos expectativas—. Somos sobrevivientes de dos temblores que nos devastaron un 19 de septiembre, primero en 1985 y,